Era la convocatoria unitaria más rutilante de nuestra (todavía) joven democracia. Por primera vez asistía a ella un rey de España, y con él los más importantes cargos del Estado: el presidente del Gobierno y sus ministros; los presidentes del Congreso y el Senado; todos los presidentes de comunidades autónomas (entre ellos García-Page); una amplia representación de alcaldes (entre ellos, Antonio Román), y los primeros espadas de las fuerzas política españolas. El motivo bien lo merecía: la condena del brutal atentado terrorista en Barcelona y Cambrills, la solidaridad con las víctimas y sus familias, y el respaldo a la la libertad y el orden democrático que el terrorismo yihadista quiere liquidar. Pues bien, desde el primer momento se vio que todo esto pasaba a un segundo plano, porque el independentismo catalán ensució sobre la marcha el sentido de la manifestación, reconvirtiéndola en el primero de los actos de propaganda que quieren culminar con el referéndum ilegal del 1 de octubre, con el que se pretende derogar en Cataluña la Constitución española.
Una barrera de personas con banderas independentistas se colocó estratégicamente detrás del Rey y los altos cargos del Estado para buscar una foto (Felipe VI de España marchando delante de un bosque de esteladas) que adultera, ensucia y atropella el espíritu unitario de la marcha. Una imagen que el Ayuntamiento de Barcelona, con su alcaldesa Ada Colau al frente, debería haber previsto y evitado. También la Casa Real: los abucheos e insultos a un presidente de gobierno en democracia, aunque siempre sea rechazable, casi forman parte del sueldo. Pero una institución como la monarquía tiene otros protocolos, y no caben ingenuidades. Seguro que la reina de Inglaterra, que no ha ido a una manifestación en su vida, no habrá entendido nada.
El fracaso unitario de la manifestación de Barcelona nos ilustra también sobre el enorme desafío que la democracia española tiene frente al anunciado golpe de estado del 1 de octubre y la necesidad de que los partidos constitucionalistas acuerden una estrategia común con el gobierno, en defensa de la legalidad, porque ya se ha visto la radicalidad de los que están enfrente. Esto es lo que hay, pero no sabremos lo que habrá el día 2 de octubre. Y visto lo que pasó y las barbaridades que se escucharon en la manifestación es como para estar preocupados. Por Cataluña, su libertad y la de España entera.