En teoría la idea estaba bien, y algunos lo habíamos pensado más de una vez. El autobús urbano de Guadalajara tenía tantas paradas que las frecuencias se hacían demasiado largas. Tal vez lo que se imponía era reducir el número de esas paradas, andar solo un poquito más, pero a cambio disponer de un servicio más rápido. No parecía malo el cambio.
La idea de que hay que ir a esperar al autobús, no esperar a que el autobús venga a recogerte a la puerta de casa, que se la escuché al concejal de transporte, Juan Antonio de las Heras, sonaba bien. A mí no me alarmó. Pero cuando pasan los meses, y la caída de pasajeros sigue sin tocar fondo (en los 3 primeros meses disminuyeron en 400.000 el número de viajeros y solo en julio 125.000 más) es obvio que estamos ante un problema más complejo y que ni el Ayuntamiento ni la empresa de movilidad que le asesora en estos asuntos acierta con la tecla.
Yo les confieso que cojo muy poco el autobús, pero la gente de mi entorno que sí lo hace me habla fundamentalmente de que, con las nuevas líneas, el centro ha quedado muy mal comunicado con los nuevos barrios y que algunas paradas se han alejado tanto que el usuario se lo piensa. También es obvio que ha influido un elemento que es común a todas las ciudades, como es la situación económica. La crisis no solo ha reducido el poder adquisitivo de la familia media española, y en una ciudad como Guadalajara, donde las distancias no son tan grandes, miles de personas han sustituido el viaje en el autobús por el sano paseo; en eso hemos salido ganando. Pero hay más, el paro y el descenso de la actividad económica han recortado los viajes y desplazamientos laborales con carácter general, también en el transporte público de las ciudades. Pero no solo los autobuses urbanos: si algún día toman un taxi, pregúntenle al taxista. En Madrid uno me dijo que con la crisis la gente se ha olvidado de que existen los taxis.
Esta es una consecuencia más de la caída consumo — que se lo pregunten también a un gigante como El Corte Ingles, que ha presentado los peores resultados de sus historia–, un desplome en el gasto familiar que no se reactivará mientras no haya más trabajo, más crédito y una mayor masa monetaria circulando. Y teniendo en cuenta que la deuda de España sigue estando por las nubes, todavía más la privada, que nadie se piense que esto se puede arreglar con milagrosas políticas de gasto expansivo al estilo del Plan Zapatero. El horizonte es un cambio de ciclo largo y especialmente en la creación de empleo. No existen los milagros, solo el rigor en las reformas.
Hago esta excursión sobre la situación económica general para reconocer que hay problemas externos en la desafección hacia los autobuses urbanos de Guadalajara, pero haría muy mal el equipo de Gobierno en rehuir las causas internas que los provocan. ¿Qué dicen los estudios técnicos que supongo se habrán hecho en los últimos meses?
A la vuelta de vacaciones, hay que coger el toro por los cuernos, sencillamente porque si la caída de los usuarios sigue sin tocar fondo, y se reducen los ingresos por viajeros todavía más, el sistema se haría insostenible y habría que revisar o rescindir el contrato con la adjudicataria; todo un lío. Y esta decisión la tiene que tomar el equipo de Gobierno, no ninguna mesa de movilidad, con participación de asociaciones y la asamblea de Nanterre. Es obligación de un Ayuntamiento escuchar al ciudadano, e incluso a la oposición, que en este asunto se ha limitado a dar cera al gobierno municipal, y están en su papel. Pero al final es ese gobierno municipal el que toma las decisiones, y a la vista de la última caída de viajeros en Julio, un 35% menos que en el mismo mes de 2012, los cambios no se pueden demorar.
Esto es lo que hay.