Se celebró la jornada independentista del 9 de Noviembre, ya estamos en el 10-N y es hora de preguntarse: ¿Y ahora qué? Y la respuesta sería: pero qué de qué.
Pues eso, que los defensores de la idea de la España constitucional, cada día lo tenemos menos claro todo, se ha roto la unidad de acción que posibilitó la Constitución de 1978, e incluso las fuerzas emergentes que entonan sus cantos guerreros detrás del muro de Adriano, para ellos España ha dejado de ser una prioridad como patria común de todos los españoles y están dispuestos a aceptar derechos preconstitucionales tan etéreos como ese derecho a decidir, que se sabe donde comienza, ahora en Cataluña, pero jamás donde puede acabar.
Pero mientras ese sentimiento patriótico de lo español, en el sentido republicano que identifica la nación con la soberanía, la igualdad entre los territorios de un Estado y la libertad va camino de decaer todavía más, en el independentismo no hay pasos atrás. Y el 9-N es prueba de ello.
El 9-N, sin haber sido un “éxito total” como quiere vender Mas, sí ha sido un paso adelante en esa estrategia por la independencia, porque ha conseguido visualizar en España y en el extranjero que tenemos un problema serio con los independentistas en Cataluña. Tal es así, que han logrado arrancar titulares falsarios en la prensa anglosajona del estilo de «el 83% de los catalanes votaron sí a la independencia en un referéndum simulado», sin destacar que ese porcentaje no llega ni tan siquiera a un tercio del censo electoral del Principado.
Veamos: la jornada del 9-N no fue ni una consulta, ni menos un referéndum. Porque no se daban las condiciones democráticas para ello. Fue un extraordinario acto de propaganda del independentismo, en gran medida pagada con fondos públicos, en el que participaron fundamentalmente sus seguidores, y algunos pobres a los que consiguieron engañar con la cortada de que también podían votar que no. ¿Y qué reflejan los datos que ofrecen las propias organizaciones soberanistas que dieron soporte logístico a la jornada? Pues que después de dos años de una desaforada campaña a favor de la soberanía de Cataluña, los que dijeron sí a la independencia totalizan 1,8 millones de catalanes, una cifra que está lejos de esos 2,1 millones de votos que en las últimas elecciones Autonómicas sumaron los partidos en favor de ese derecho a decidir. Hay que precisar que más de 225.000 se pronunciaron a favor de que Cataluña fuera un estado, pero sin separarse de España, y más de cien mil a seguir como estamos.
Las cifras que arroja esta singular consulta, lo que debelan es que el independentismo no avanza lo que ellos les gustarían, porque hay dos tercios de catalanes a los que no sacan de casa para que les voten ni con agua caliente, pero tampoco debemos engañarnos. En términos cualitativos, ese tercio de independentistas activos acaparan el universo público de Cataluña, hasta el punto de haberlo convertido en un referente de lo políticamente correcto. La calle es hoy de los independentistas y la mayoría de los medios de comunicación privados, que cuentan con ayudas públicas inexistentes en otras autonomías españolas, bailan el agua al soberanismo. Los jóvenes catalanes, criados en democracia y bajo el manto del Estatut , son hoy más independentistas que nunca –por eso votaban los mayores de 16 años—y todo es cuestión de tiempo para que ese tercio de electores que votaron por la independencia acaben siendo mayoritarios en Cataluña; y será entonces, más tarde o más temprano, cuando acaben consiguiendo ese referéndum vinculante pactado con lo que queda de España.
Siento ser pesimista al respecto. El 9-N, el independentismo catalán no arrasó, pero ha dado un importante paso adelante, y los que no lo quieran ver es que están ciegos. Pero esto no se arregla enviando a las fuerzas de seguridad a que se lleven las urnas y aporreen a los votantes, como alguno/a dice insensatamente por ahí. Eso es lo que les gustaría a los independentistas, que metieran a Mas en un calabozo solo una hora para convertirlo en Companys. Evidentemente que habrá que exigir responsabilidades, si ha habido desacato a las órdenes del Tribunal Constitucional, y parece que sí, pero sin perder de vista cuál es el meollo de la cuestión. Me refiero a la educación y la propaganda.
Adolf Hitler, a base de discursos incendiarios en las cervecerías de Munich, primero, y sirviéndose de la radio, después, fue capaz de convencer a una mayoría del pueblo alemán para que le votara –aunque nunca logró la mayoría absoluta–, que luego ya se encargó de desmontar el sistema democrático para que no hubiera más elecciones. Ni remotamente estoy comparando el nacionalismo catalán con el nazismo, aunque singularmente a alguno de sus líderes le esté empezando a crecer sospechosamente el bigote, solo que sí digo que los medios de propaganda que posee el independentismo en Cataluña no tiene parangón en el mundo democrático. De ahí, mi pesimismo. Si Alex Salmón hubiera tenido una televisión autonómica tan parcial y militante como TV3, y no la BBC escocesa, sometida al rigor que caracteriza a la corporación pública británica, sin lugar a dudas que habría ganado el referéndum escocés. Por no hablar de la educación: ¿Pero cómo no van a salir los chavales de Cataluña independentistas si en el colegio están viendo unos mapas en los que Cataluña es un ente independiente de España, si estudian una historia inventada en la que Wifredo el Pelat es un héroe de la independencia catalana, Sevilla sale en la televisión como una “ciudad europea” y Valencia pertenece a unos Países Catalanes que no existen? Y por si fuera poco, a cualquier problema complejo de la vida diaria le dan siempre la misma respuesta simplista:¡esto se arreglaría si fuéramos independientes! El futuro juega a favor del soberanismo, porque casi nadie en Cataluña tiene un altavoz para explicarles lo más básico: por ejemplo, el día que se independizara Cataluña tendría que llevarse su parte proporcional de la deuda según su PIB, con lo que al día siguiente, lejos del paraguas protector de España y del Banco Central Europeo, entraría en default.
Pero nada de esto importa con tal de llegar al mantra utópico de la independencia. Y nadie en la sociedad visible en Cataluña se cuestiona: ¿Pero independencia, para qué? Quienes cuestionan el fundamentalismo nacionalista, hace tiempo que se convirtieron en unos malos catalanes para el pensamiento único, y claro, nadie quiere que le vean con esta morralla social. Creo que Rajoy ha acertado en su análisis de no querer buscar la confrontación de la que se retroalimenta al nacionalismo, pero también éste y todos los anteriores gobiernos han coadyuvado a ello al dejarles la educación y los instrumentos de propaganda en sus manos, acuciados por una ley electoral que favorece a los nacionalistas. De esta suerte constatar que la idea de España cada vez tiene menos altavoces en Cataluña — y lo mismo sucede con el País Vasco–, sumado a que el gobierno central hace tiempo que renunció a hacer pedagogía de la unión, pensando equivocadamente que les valía con mostrar la Constitución como si fuera una cabeza de ajos ante el ataque de Drácula.
Los independentistas no han tenido el “éxito” del que presumen, pero 1,8 millones han dicho que no quieren ser españoles, y eso es mucho como para ignorarlo. Lo lógico sería que a partir de ahí se entablara algún tipo de diálogo, pero sobre qué base y con quien. ¿Sobre ese federalismo del que habla Pedro Sánchez, que no sabemos en qué consiste, y lo que es peor, que no interesa un pimiento a los nacionalistas catalanes? ¿Pero con quien se puede negociar un tratamiento todavía más diferenciado de Cataluña, que podríamos asumirlo, si el jefe de los insurgentes, Oriol Junqueras, ya dice que lo único que cabe negociar son las condiciones de esa separación?
Pero esto es lo que hay. Al contrario de lo que hizo Francia con los nacionalismos, nosotros les dimos la llave del cofre por esa puñetera Ley D,Hondt, y ahora hemos descubierto que se lo han gastado todo en propaganda, porque quieren tener un cofre para ellos solos. Y los partidos españoles, con el bolo colgando, y sin capacidad para articular un discurso nacional en positivo, que se pueda contraponer a ese pensamiento único que ocupa la vida política, cultural, social y hasta deportiva de Cataluña.
Lamento ser pesimista, porque tampoco estamos en los tiempos en que esto se arreglaba pidiendo al general Batet, que le asuste a Companys con unos sonoros cañonazos. Llevamos tanto tiempo en labores de desmontaje del Estado, que ahora hemos descubierto que nos pasa como al rey desnudo.
Que estamos en pelotas y todavía no nos hemos enterado, porque con la crisis estamos en otras cosas más acuciantes. Menos ellos.