La democracia española nacida de la Constitución de 1978 asiste en estos últimos días a su mayor desafío, incluso mayor al provocado por el intento de golpe de estado de Tejero y Milans el 23 de febrero de 1981. Si bien es cierto que en la acción armada del insurrecto teniente coronel logró secuestrar al parlamento y al gobierno entero, y que no era descartable cualquier locura por parte del jefe operativo de los golpistas, todos sabíamos (y ellos también) que su propósito estaba condenado al fracaso, porque el pueblo español no quería marchas atrás en el proceso democrático y el rey Juan Carlos lo desautorizó y desmontó en apenas unas horas.
Las calles de España, el 24 de febrero, fueron un clamor popular que inocularon a la política y la sociedad española de la vacuna anti-golpismo, y que permitió acabar de un plumazo con la llamada “cuestión militar”, y que de manera tan negativa contribuyó a la consolidación en España de un régimen constitucional estable, que resolviera los problemas, como se hacía en los grandes países europeos, mediante la aplicación de la Ley y sin pronunciamientos militares. El régimen democrático salió refortalecido del 23-F, y a ello contribuyó la unidad de las fuerzas políticas y sindicales que habían hecho posible la transición (UCD, PSOE, PCE, AP, nacionalistas vascos y catalanes y los sindicatos CC.OO y UGT), que a las pocas horas de ser liberados los parlamentarios marcharon codo con codo en una lección que legitimó la democracia española para siempre. El 23-F dio paso al periodo más próspero de paz y libertad de la nación española en su historia. Que nadie lo olvide cuando los cantos del populismo intentar ensuciar aquella etapa.
¿Hoy sería posible esta misma fotografía ante el golpe de estado que se quiere dar en Cataluña, para liquidar unilateralmente la Constitución que el pueblo español (y el catalán) votó mayoritariamente? Ya vemos que no. Ayer, Rajoy se reunió con los líderes de los partidos constitucionalistas y no fueron capaces de salir los tres en una fotografía. Pero lo peor es que no hay una respuesta unitaria minimamente consensuada sobre lo que hacer, posiblemente el viernes, si finalmente la exigua mayoría secesionista del parlamento catalán proclama la independencia unilateral de Cataluña, coincidiendo con el aniversario de la proclamación del Estat Catalá (¡ojito, dentro de la República Federal Española!) por parte de Lluis Companys a las 8 y 10 minutos del 6 de octubre de 1934. Por la historia sabemos lo que hizo el gobierno de la República: mandó al general Batet (luego fusilado por Franco por defender la legalidad en 1936) con una batería de cañones frente al palacio de la Generalitat y a las siete de la mañana del 7 de octubre entraba en el palacio de la Generalitat y detenía a todo el gobierno. Cuando quedan apenas tres días de que este episodio se pueda repetir 86 años después, estamos en un mar de dudas sobre cuál será la respuesta del gobierno, pero las diferencias de opinión entre los partidos constitucionalistas, entre los que ya no están los sucesores del viejo PCE, nos llevan al desánimo.
La respuesta dada por la Ejecutiva del PSOE de Pedro Sánchez, de que la solución es que Mariano Rajoy negocie con Puigdemont, el jefe de los golpistas, es inaudita. ¿Pero qué tiene que negociar el jefe de un gobierno constitucional con el jefe de un gobierno autonómico que se niega a cumplir la Ley? ¿Más competencias? ¿Las transferencias de los aeropuertos? ¿Tal vez la independencia? ¿Pero en qué mundo vive Sánchez? ¿Alguien se imagina que Felipe González hubiera reclamado a Adolfo Suárez que negociara con Milans o con Armada una solución política, como pretendió este último, para que Tejero liberara al parlamento? ¿Pero qué demonios está pensando Sánchez? ¿Tal vez en una moción de censura contra Rajoy, apoyada por Podemos y los independentistas, para presentarse luego él como el salvador de la situación? Sánchez tiene todo el derecho a encabezar cualquier gobierno alternativo frente a Rajoy -¡ ya me gustaría saber qué hubiera hecho si él fuera el presidente del gobierno en esta situación!-, pero hay que ser miope para no ver que ahora estamos en otro momento político previo: ¡Qué hacer ante una previsible declaración unilateral de independencia! Y lo único que se le ha ocurrido es pedir a Rajoy que dialogue con el jefe de los golpistas, y de paso anunciar que no apoyará al gobierno en la utilización de un instrumento legítimo, como es el artículo 155 de la Constitución. El señor Sánchez no ha estado a la altura de lo que se le supone a un jefe del gobierno español en la sombra, y siembra el desasosiego entre los que creemos que España necesita una alternativa socialdemócrata fuerte, patriótica -en el sentido republicano del término-, y nacional.
Desconocemos también los propósitos del gobierno. Sólo sabemos que la estrategia habitual de Rajoy para que los problemas se cuezan por el mero paso del tiempo no ha funcionado en esta ocasión. Es verdad que el referéndum fue una farsa, y que sus promotores no lograron sus objetivos de transmitir credibilidad, pero sí consiguieron algo muy importante. Ganaron la batalla de la publicidad ante la prensa internacional, que compró –como TV3 y una cadena española—la imagen de una policía bárbara y represora a base de amplificar los enfrentamientos violentos con activistas (muy pocos con la gente que quería votar) e ignorar que a pesar de vivirse una jornada tumultuaria solo hubo dos heridos graves; y que más de medio millar de los contusionados y heridos leves eran policías y guardias civiles. ¡Igualito que en Venezuela! A Rajoy le engañaron los Mossos y su jefe Trapero, no cumpliendo con lo ordenado por la Justicia de sellar los centros de votación antes de las seis de la mañana, y no hubo un plan B. Así, las muy profesionales fuerzas del Estado cayeron en la trampa de participar en un performance nacionalista muy medido para la televisión, pero que a esas alturas apenas tenía sentido, porque el refrendo era una parodia, y ya daba igual que abrieran doscientos o trescientos puntos de votación, porque había quedado acreditado que allí podía votar cualquiera y las veces que quisiera.
Muy posiblemente el gobierno apruebe estos días la aplicación del artículo 155, total o parcialmente. Siento decir que llega tarde. Tal medida se debería haber tomado el día en que el Parlament aprueba el referendo ilegal, aunque Sánchez se hubiera desmarcado de ella (para no mancharse), porque no se debió permitir que los promotores de un acto ilegal y sedicioso lo pilotaran y dieran ruedas de prensa en la oficinita de Mediapró (sí, el del fútbol), como si no pasara nada. Sinceramente, eso en Francia es inimaginable.
Lo lamento, pero cada día que pasa es más difícil implementar una solución mínimamente aceptable, por todo lo anterior, y por un problema de fondo que está en el germen del auge del independentismo en Cataluña (también en el País Vasco, que será el segundo en llamar a la ventanilla de la independencia). Y es que durante más de treinta años de gobierno nacionalista se ha inoculado el virus del odio hacia todo lo español, se ha falseado una historia de convivencia que dura más de cinco siglos y se ha tolerado que un gobierno lleve años saltándose la Ley y conviviendo con la impunidad. Todos sabemos que la historia del secesionismo en Cataluña es la del independentismo a plazos; y como hace treinta años apenas la respaldaba un tercio de la población, lo que hicieron fue adoctrinar a los escolares en esa visión única de la Cataluña nacionalista y en la que no había cabida para la pluralidad y la diferencia. Tapar los casos de corrupción en el partido-estado de Pujol precipitó el Procés, y ahora, como en la Alemania nazi, se señala a los vecinos españoles en su tramo de escalera, se enseña a los niños en el colegio que policías y guardias civiles han invadido su país, se hacen minutos de silencio con menores por la independencia, y se atemoriza a los que no piensan como ellos, que ya ni se atreven a manifestarse o a colocar una bandera española en su balcón. Hasta el Barça se ha convertido en un mero instrumento de la propaganda soberanista. De todo esto no se hacen eco los medios internacionales, porque España ha carecido de un discurso coherente en Cataluña desde el día en que un gobierno central pactó con Convergencia a cambio de estabilidad durante la legislatura. Tiene narices, pero la ley electoral española, y su prima a los partidos nacionalistas, ha tenido mucho que ver en este proceso de degradación de la idea de lo español, que alguna izquierda desnortada ha llegado incluso a comprar como si fueran una partida de carlistas.
Más que lo que pueda pasar el día en que se declare la independencia de Cataluña (y me preocupa mucho, se lo prometo, porque también está en juego la democracia española), lo que me lleva al desaliento es constatar que este camino solo lleva a la independencia de Cataluña, pasado mañana, o dentro de diez años , cuando vayan a votar los chavales que ahora son educados en el pensamiento único. Mientras el Estado no recupere las competencias de Educación, que jamás debió haber transferido a ninguna autonomía, no hay nada que hacer. Así que si, ahora, toca hablar de reformas constitucionales, algunos también queremos que cambien cosas, pero para hacer un España más cohesionada y solidaria y en la que no haya que firmar un convenio especial para que te atiendan en un hospital que está a cincuenta kilómetros. Así que yo también, y lo decía García-Page hace unos días, quiero votar sobre el futuro de Cataluña y España.
Este es el gran problema de fondo, que en Cataluña los que se sienten españoles han perdido su libertad y los derechos que les garantiza nuestra Constitución, y no si el viernes hay que aplicar el artículo 155 de la Constitución o el 33 del Conde de Romanones. Pero aunque sea para salir del paso, hasta ahora solo he oído una propuesta, y es la que hizo Albert Rivera, aplicar el 155 y convocar elecciones para dar la palabra a todo el pueblo catalán. No solo a los actores de la algarada nacionalista.
Y yo añadiría otra propuesta por mi cuenta. Esas elecciones en Cataluña deberían coincidir en día y hora con otras elecciones Generales. En vista de las discrepancias, lo mejor es que el pueblo opine y que el santoral al completo nos ilumine cuando emitamos el voto. A lo mejor no acabamos de resolver el problema, porque el votar por votar no garantiza nada, pero me parece la solución menos mala. Y a ver si hay suerte, y los que no han sido capaces de sacarnos de esta situación dejan el relevo a otros. En fútbol, cuando no entra la pelota, se cambia al entrenador. Ya sé que es lo más fácil, pero no vamos a cambiar a 46,5 millones de españoles, entre ellos 7,5 millones de catalanes.
Esto es lo que hay, y bien que me preocupa.