No hubo más sorpresas, tampoco dimitió Mariano Rajoy para frenarlo, por lo que la moción de Pedro Sánchez acabó con Pedro Sánchez en La Moncloa, dando satisfacción a la ilusión de su vida: pisar La Moncloa aunque sea por unas semanas, meses o años. Teniendo en cuenta que Sánchez ha sido el candidato del PSOE que peores resultados ha cosechado, hay que reconocerle su mérito. Porque salir elegido presidente con solo 84 escaños de 350 y a pesar de ser presa de las mismas hipotecas que el propio PSOE no le autorizó cuando planteó su fracasada investidura en 2016, tiene su mérito. Como táctico se puede poner la medalla de Alfonso X El Sabio. Como gobernante, nos tendrá que explicar cómo va a poder sacar adelante un gobierno que tiene como aliados a un partido populista de izquierdas y al nacionalismo independentista, que para alcanzar su fin último necesita romper España. Me preocupa especialmente, y eso sí es revolucionario en el sentido literal de la palabra, que lo único que une a la coalición frankeinstein que apoyó a Sánchez en la moción de censura a Rajoy es su propósito de liquidar los consensos sobre los que se basa la Constitución de 1978, la que mayor periodo de prosperidad ha traído a España en toda su historia. Y nos da vértigo intuir lo que hay detrás.
Con esas ataduras, el señor Sánchez no está en condiciones de dar estabilidad al Gobierno de España, por lo que lo más responsable sería que ante una circunstancia excepcional como es la vivida se diera la palabra al pueblo español. Por decirlo con las mismas palabras que con honestidad Emiliano García-Page pronunció el viernes: «el gobierno que estuviera al pairo el tiempo que sea, se tendría que limitar a convocar elecciones» y «que hablen los electores». Incluso si no saliera la moción, añadió, la situación política «no acaba más que en elecciones, independientemente de cómo salga la moción e incluso si no saliera», ya que, concluyó, «parece evidente que el Gobierno se ha quedado sin ningún apoyo y que es cuestión de meses que podamos estar en elecciones».
No puedo estar más de acuerdo con el secretario general del PSOE de Castilla-La Mancha. De esta opinión participa una parte nada desdeñable del partido y de su grupo parlamentario, solo que el PSOE es un partido centenario y disciplinado, y todos sabían que las primarias que Sánchez ganó a Susana Díaz le concedían ese derecho a intentarlo por segunda vez. Esta vez Sánchez lo ha logrado, ha llegado a La Moncloa, pero mucho cuidado: dormir en la cama presidencial, no quiere decir lo mismo que gobernar. ¿Y quién dijo que el gobierno no desgasta? Que se lo pregunten a Rajoy, que a pesar de sus indudables éxitos en política económica, de dejar un país mejor que el que se encontró, no se adornó de un discurso político ilusionante hasta tal punto de que es el político menos valorado en los sondeos.
Escribía ayer que si la convicción de Rajoy era que el Gobierno que formaría Sánchez tras prosperar la moción es malo para España, porque nos traería inestabilidad e incertidumbre, por los compañeros de viaje sobre los que se asienta, debería haber presentado su dimisión y así hacerla decaer. Rajoy la descartó, según avanzó en la tarde de ayer la secretaria general del PP María Dolores Cospedal (zanjando de paso cualquier debate interno en la noche del viernes sobre el particular), porque no tenían ninguna garantía de que pudieran seguir gobernando. Es lo que tienen los parlamentos, que hay votaciones y cuando no se dispone de mayoría absoluta su resultado es incierto. Sorprende que la prioridad, ayer, en el gobierno del PP, no fuera cerrar el paso a ese gobierno frankeinstein, como dijo el inefable Rubalcaba, sino no tener garantizada su continuidad en el gobierno. La dimisión de Rajoy habría abierto la posibilidad de negociar un candidato alternativo con Ciudadanos y otros grupos minoritarios, y de no ser posible cabía una presidencia provisional que se limitara a convocar elecciones. Y así dar la palabra al pueblo. Hay que recordar que para esta elección solo se requiere mayoría simple. Pero en el caso de que Sánchez hubiera aprovechado la ocasión para negociar con Podemos y los independentistas, por lo menos se le habría puesto al secretario general del PSOE ante las contradicciones de esta mayoría tan disparatada y variopinta. Porque no es lo mismo poner de acuerdo a tirios y troyanos en echar a Rajoy que votar un programa de gobierno. Un programa que en la actualidad lo constituye las vaguedades enunciadas por el candidato durante la moción, siendo el único cuerpo normativo de verdad el Presupuesto General para 2018, ese presupuesto que ahora lo van a gestionar los que hace una semana dijeron de él que era una calamidad para España. Tal despropósito marcará un hito en la historia política europea, y solo se puede resolver con elecciones.
Muy probablemente Sánchez no las convoque e iremos a un escenario más radicalizado en la política española, áspero y desagradable, que incluso nos puede recordar al fracturado panorama catalán. Un escenario del que se verán más beneficiados Ciudadanos y Podemos que los dos partidos históricos españoles. Los dos primeros van a poder ejercer la oposición con comodidad , y preparar las elecciones para afrontar el que es ahora su reto: ser la alternativa a PP y PSOE, respectivamente.
El PP bastante tiene con intentar frenar su declive para no acabar como UCD, para lo cual necesita una profunda revisión y renovación, que es casi imposible de realizar cuando se gobierna. ¿Habrán tomado nota? Y Sánchez bastante tiene con no ahogarse por su empeño en cruzar el Atlántico en una barca del Retiro. O no sucumbir al abrazo del oso que le ofrece Pablo Iglesias.
En cualquier caso es el fin de una etapa. Y repito: bienvenidos a la política italiana, pero hecha por españoles. Que Dios nos asista. Esto es lo que hay.