El alcalde de Guadalajara, Alberto Rojo, comunicó el viernes que las Ferias 2020 quedaban suspendidas. No había otra solución. Yo tengo escrito en este Diario Alarmado que Guadalajara no está para Ferias, y aunque la situación sanitaria ha mejorado desde entonces, las medidas de distanciamiento social van a seguir durante mucho tiempo (si hay rebrote en octubre, confiemos en que sea contenido) lo que es incompatible con los actos multitudinarios sobre los que se sustentan las Ferias de Guadalajara: desfile de carrozas, chupinazo, grandes carpas para las peñas, conciertos y verbenas, toros y encierros… Los alcaldes han estado esperando una resolución del Gobierno al respecto, pero es curioso que el departamento de Illa, tan proclive a meterse en charco ajeno, no haya dicho ni pío en este asunto, aunque se lo pidió la Federación de Municipios y Provincias. Con lo que deben ser los alcaldes, muchos de ellos que ni tan siquiera cobran por el ejercicio del cargo, los que tengan que pasar el mal trago de tener que decir a sus vecinos que se quedan sin fiestas. Algunos están retrasando la decisión hasta última hora, como en Brihuega, donde se celebra in illo tempore a mediados de agosto el encierro más multitudinario de la provincia.Pero el asunto tiene mala pinta. ¿Retrasar algunos festejos y fiestas a octubre? Ojalá sirviera, porque las Fiestas también son un activo económico para una localidad, aunque ni el doctor Simón sabe lo que va a pasar en España en cinco meses cuando tanta dificultad tiene para contar los fallecidos diarios.
Esta suspensión también va a permitir al Ayuntamiento de Guadalajara cuadrar en parte el estropicio que ha liado el covid en las cuentas municipales, por el gasto suplementario que nos ha traído en modo de programas de ayuda e incentivos. Y dará a su Equipo de Gobierno de PSOE y Cs un tiempo más que suficiente para que se aclaren con las fiestas. Ya sabemos por su concejala de Festejos, Sara Simón, que lo que hay no les gusta nada, pero lo que no nos ha desvelado todavía es su alternativa más allá de incorporar o quitar algún acto en función de lo que digan las encuestas. También tengo escrito que discrepo con la mayor, la arquitectura de las Ferias de Guadalajara tiene buenas vigas (los actos multitudinarios arriba citados, que llegan a Guadalajara con las primeras Ferias de la Transición en la época de Javier de Irízar), aunque hay un asunto manifiestamente mejorable, como es el Ferial. No admite dudas más allá de una crítica populista y ventajista criticar el traslado del Ferial de Adoratrices, porque los perjuicios que creaba al barrio era ya insoportables, y ahora tienen además un magnífico parque del que los vecinos pueden disfrutar todo el año cuando antes se convertía en un descampado donde el personal iba a cambiar el aceite o a que defecaran su perros. Las mismas críticas escuché cuando se mudó el Ferial de La Concordia a las Adoratices, que si un poco más y lo ponen en Horche. Pero es obvio que el actual Ferial se ha quedado pequeño con lo que la gran decisión que debe tomar este Equipo de Gobierno (como la tomó el de Irízar y el de Bris-Román con los traslados citados) es si debe y es posible ampliar el recinto actual, para dar cabida a todo el mundo, o si aprovechando el nuevo Plan de Urbanismo se reserva un terreno suficiente y con accesos adecuados para el gran recinto Ferial que necesita esta ciudad para los próximos treinta años. Ese es el reto que tiene este ayuntamiento y sobre el que merece la pena debatir. Esto es lo que hay. Lo demás, como las encuestas, pueden valer, pero no dejan de ser un entretenimiento sin sustancia a no ser triunfe la opción que defienden los más estoicos: que no haya fiestas, ni alborotos, ni nada que pueda alterar la rutina silente de la ciudad en donde nunca pasa nada.