Tuvo merecida fama una película titulada «The perfect storm» (La tormenta perfecta), dirigida por Wolfgang Petersen (2000), un alemán que se carecteriza por saber dar con el ritmo de las películas hasta que terminas agarrado a la lámpara, y en la que a un honrado capitán de barco (George Clooney) se le iban acumulando tantas circusntancias adversas que no pudo evitar el naufragio a pesar de su pericia.
España, con el encadenamiento de dos crisis, la sanitaria y la económica, está amenzada por toda suerte de dificultades y lo que es peor, parece que el mundo empieza a desconfiar de casi todo lo que le llega desde aquí. No debería extrañarnos. Cuando llevamos casi cinco meses de pandemia, todavía el Gobierno no ha sido capaz de poner fin al baile de cifras (Sanidad reconocía a principios de semana 28.436 fallecidos y las cuentas de las comunidades autónomas los elevan a unos 45.000). Los contagios diarios se vuelven a acercar a los mil y hay una sensación de que la evolución de la pandemia se resiste a la «nueva normalidad», con independencia de que estemos o no en el inicio de una segunda ola, que el ministro de Sanidad rechaza, aunque su portavoz sanitario, el doctor Simón, diga que lo «están estudiando».
En esas circunstancias, y más allá del peso político de nuestra ministra de Exteriores, Europa empieza a perder la confianza en España y nos envía gestos que van a terminar por echar a pique nuestro 12% del PIB, estamos hablando de nuestro turismo. El peor de todos, el del populista Boris Johnson, un negacionista del virus, del que se acabó contagiando, como su homónimo Bolsonaro, tal para cual, por meter en el mismo saco a todas las regiones de España y luego echarlas a los tiburones. Al no querer sentar excepciones para las islas Canarias y las Baleares, que tienen menos casos por cada 100.000 habitantes que el Reino Unido, huele que atufa que no estamos ante un medida sanitaria, sino puramente económica para amarrar el turismo nacional británico en Portsmouth en lugar de largarse a Benidorn. Caso diferente es el de países como Alemania o Francia que han sabido diferenciar sus recomendaciones en función a la situación sanitaria en las comunidades autónomas.
Entre unas cosas y otras, la temporada turística se nos está yendo al garete (especialmente en las regiones de sol y playa) por esa desconfianza generalizada de la que el gobierno está haciendo muy poco por mitigar. Diríase que el presidente Sánchez ha dado su trabajo por terminado desde que pasó la mayoría de las competencias a las comunidades autónomas, pero sin los instrumentos legales necesarios como para poder desarrollarlas. Me refiero a que las limitaciones de movilidad no tienen otra alternativa que el estado de Alarma, con lo que el gobierno ha mandado a por agua a las autonomías con un cesto de mimbre. Este viernes vuelven a reunirse los presidentes autonómicos con Sánchez, y no creo que sea para precisamente aplaudirlo tras los últimos acontecimientos. ¡Qué molesto tiene que ser para él volver a hablar de estas pequeñeces del virus cuando se ha pisado moqueta azul en Bruselas, aunque sea de oyente!
Pero si las olas que el carismático capitan Billy Thyne debía superar todavía no han sido batidas por la tormenta que se empieza a formar en Flemish Cap, el gobierno también tiene datos suficientes sobre la pandemia económica que se avecina. La última EPA del segundo trimestre ha destruído más de un millón de empleos, su mayor retroceso de la serie histórica, iniciada en 1976, y eso que entre los que figuran como ocupados están los sometidos a un ERTE, por lo que la pregunta que nos hacemos todos, empezando por ellos, que por eso han dejado de consumir, es cuántos podrán volver a sus trabajos y cuántos irán directamente a las oficinas de empleo. Con los afectados por ERTE pasa como con los muertos por el coronavirus, que ni la propia ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, lo tiene claro. Algunas fuentes hablan de entre 2,5 y tres millones. Más o menos, que diría aquel. Como para hacer un presupuesto. Solo en Guadalajara a finales de junio había 108.500 personas ocupadas. Son 9.400 menos que las que contabilizo el INE en el primer trimestre de este año.
Ante tanta incertidumbre, desmoraliza el juego que se traen nuestros políticos en el parlamento ocupados en señalar, solo, la responsabilidad del otro en lugar de estar reforzando, juntos, los mamparos del Andrea Gail . Porque España está ante su tormenta perfecta, el mayor desafío desde que recuperó la democracia, y de tripulación no es ya que no tenga al heróico capitán Thyne sino que lleva el timón a un presidente que ha consumido dos gobiernos diferentes y todavía va tirando de los presupuestos de Montoro, aprobados en 2018. Pero esto es lo que hay y no pasa nada.
El régimen de 1978 empieza a hacer aguas, desde su cabeza coronada, cuestionado por neocomunistas e independentistas y tenemos a los partidos constitucionalistas despreocupados de cualquier cosa que no sea su propio interés cuando hay que remontar una gigantesca ola de 30 metros que aparece en el horizonte.
P.D.- Una persona que regresaba de su país de origen, ya enfermo, a su residencia de Marchamalo, no informó de ello a las autoridades sanitarias ni fue detectado en los controles del aeropuerto de Barajas. En Marchamalo ya hay 16 personas que han dado positivo de su entorno más próximo y una de ellas está ingresada en el Hospital. Casos como este se están produciendo practicamente a diario. Una conocida que ha venido de Alemania nos decía que en el aeropuerto de origen tuvo que rellenar una ficha con sus datos y luego, en Barajas, nadie se la pidió. ¿De qué vale extemar otro tipo de medidas si tenemos un agujero covid en Barajas más grande que el ruedo de Las Ventas? ¿A qué espera Sanidad para adoptar medidas eficaces en el aeropuerto de Barajas, como le reclama la comunidad de Madrid, exigiendo test PCR en origen, como lo están haciendo cada vez más países?