España ha conocido un paso más de ese camino diseñado por el Gobierno y sus socios parlamentarios, que nos lleva directamente a la ruptura con el régimen de 1978, y con unos valores de moderación, tolerancia y reconciliación inspirados en la Transición, superadora de esas dos Españas cainitas y cerriles que nos dibujó Machado.
Por primera vez desde que la entrega de despachos a los nuevos jueces se celebra en Barcelona, el Rey de España no ha podido presidir a la ceremonia por orden del Gobierno, desencadenando un gratuito enfrentamiento con el poder judicial. El presidente del Constitucional rehusó su presencia (confirmada); y luego, el del Tribunal Supremo y del CGPJ, Carlos Lesmes, tuvo la necesidad de recordar que la presencia del rey “va más allá de lo protocolario y adquiere una enorme dimensión constitucional y política”. El malestar se trasladó a todos los rincones del Estado, y así, en Castilla-La Mancha, el presidente de su Tribunal Superior, Vicente Rouco, manifestó su “decepción y preocupación” al subrayar que el papel del monarca, que «es un símbolo de la separación de poderes», y quien simboliza la unidad del Estado» y arbitra y modera el funcionamiento regular de sus instituciones». Hubo respuestas contundentes del socialismo presanchista, como la del presidente de Aragón, Javier Lambán: “Manifiesto mi apoyo total a la Constitución y en consecuencia a su expresión máxima, el Rey Don Felipe VI. Desestabilizar la monarquía constitucional es desestabilizar irresponsablemente la Constitución”. Otros más complacientes como García-Page intentaron buscar las inexplicables por inexplicadas razones del Gobierno: ha tenido como intención «proteger la figura de la Casa Real en un momento muy vertiginoso». Y fue la deslumbrante portavoz del PSOE en el Congreso, Adriana Lastra, quien hizo el resumen perfecto al acusar de “sobredimensionar” la ausencia del Rey en ese acto de entrega, que concluyó con el revolucionario grito de “Viva el Rey”, lanzado sorpresivamente por un vocal del Consejo del Poder Judicial y contestado por gran parte de la concurrencia. Viva que aterrorizó al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, cuyo comentario al respecto fue cazado por un micrófono abierto: “Se han pasado tres montañas”. Parafraseando a Lastra: ¡Pero qué mas da que el rey vaya a Barcelona o deje de ir, si el modelo al que (provisionalmente) vamos es el de un rey florero portátil que se puede trasladar sin problemas de un sitio a otro, evitando siempre que moleste, como lo ha descrito Juan Manuel de Prada.
¡Pero qué mas da que el rey vaya a Barcelona o deje de ir, si el modelo al que (provisionalmente) vamos es el de un rey florero portátil que se puede trasladar sin problemas de un sitio a otro, evitando siempre que moleste, como lo ha descrito Juan Manuel de Prada.«
No se ha dado una explicación oficial al veto del Rey por el Gobierno, porque era impolítico descubrir la verdad: que con ello se estaba preparando el camino de los Presupuestos en una reeditada alianza Frankeinstein con los indepes catalanes y a los que se han sumado los filoetarras de Bildu para completar la fiesta. Y en ella, claro, no está invitado el Rey, porque constitucionalmente encarna la representación máxima del Estado y de la unidad de España. No es por lo tanto baladí el vacío hacia un Rey cuyas funciones van más allá de lo protocolario, como los independentistas catalanes tuvieron ocasión de comprobar el 3 de octubre de 2017, al salir por televisión a defender el orden constitucional que los, ahora, aliados de Sánchez e Iglesias querían quebrar. Por eso, el Rey molesta tanto: porque sí es un obstáculo para avanzar en el nuevo proceso constituyente que ha iniciado este gobierno. En el caso de Podemos, como se ha encargado de recordar hace unos días, hacia una república confederal en la que se reconozca la autodeterminación; y en lo tocante a Pedro Sánchez, el asunto es menos prosaico y solo tiene que ver a su mantenimiento en el poder por encima de otra consideración metafísica.
España ha presentado los peores números en Europa en la gestión de la pandemia, lo que ha llevado a un hundimiento de nuestra economía sin parangón en la UE. Pero en lugar de ponernos a ver cómo podemos salir de esta ruina de la manera menos mala, al Gobierno no se le ocurre otra cosa que provocar una crisis entre poderes del Estado y al ministro Garzón culpar de ello al Rey e imputarle que no está siendo neutral cuando el pobre no ha dicho ni Pamplona. Solo pretendía entregar unos despachos, como ha hecho siempre, en la segunda ciudad de España.
Sánchez lo sabe, y es su fuerza, que ninguna operación parlamentaria se puede hacer en contra de él, pero también que necesita socios para proseguir la legislatura, porque no puede estar eternamente con los presupuestos de Montoro, a quien ya debería haber condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica (con perdón). Para lograrlo tiene dos opciones: reeditar la mayoría Frankeinstein que le aupó al Gobierno aliado con los soberanistas; o buscar el apoyo del PNV y Ciudadanos, en contra de la opinión de la bancada comunista del gobierno. En este sentido, la estrategia de Inés Arrimadas de aceptar negociar un posible acuerdo con un Gobierno tan distinto y distante de los principios liberales como éste, no es desde luego una cobarde traición: porque se necesita tener mucho coraje para aguantar las tarascadas que Iglesias le tira todos los días para que vuelva a la foto de Colón. Desactivado aritméticamente el centro-derecha por la división entre PP y Vox, cualquier alternativa constitucionalista a una mayoría rupturista que diera soporte al gobierno pasa por Arrimadas. A algunos les podrá gustar más o menos la operación, pero es lo único que se despacha con el parlamento actual. Aunque sea una misión (casi) imposible, porque según sostiene Albert Rivera en el libro que acaba de publicar, la estrategia de Sánchez en 2019 nunca pasó por el pacto de Ciudadanos y desde el minuto 1 tuvo la decisión de ir a una repetición electoral en lugar de pactar un gobierno con los centristas. El error estratégico de Rivera fue no visualizar esa situación, y acudir a las elecciones como el hombre que impidió un gobierno de centro-izquierda, que era el más reclamado en las encuestas. Y lo pagó caro. Por ello Arrimadas debe poner las cartas sobre la mesa: Es Sánchez el que debe decidir si se apaña con el camino que marca la Constitución vigente, que concede al pueblo español la soberanía, o inicia otro de ruptura como le reclamarán sus asociados y en el que el rey es solamente ese florero de llevar y traer hasta que le sustituyan por un presidente de la República. Cuando se pueda. Como la independencia de Cataluña y País Vasco.
“Arrimadas debe jugar y poner las cartas sobre la mesa: Es Sánchez el que debe decidir si se apaña con el camino que marca la Constitución vigente, que concede al pueblo español la soberanía, o inicia otro de ruptura como le reclamarán sus asociados y en el que el rey es solamente ese florero de llevar y traer hasta que le sustituyan por un presidente de la República. Cuando se pueda. Como la independencia de Cataluña y País Vasco«
Esto es lo que hay. España ha presentado los peores números en Europa en la gestión de la pandemia, lo que ha llevado a un hundimiento de nuestra economía sin parangón en la UE. Pero en lugar de ponernos a ver cómo podemos salir de esta ruina de la manera menos mala, al Gobierno no se le ocurre otra cosa que provocar una crisis entre poderes del Estado y al ministro Garzón culpar de ello al Rey e imputarle que no está siendo neutral cuando el pobre no ha dicho ni Pamplona. Únicamente pretendía entregar unos despachos, como ha hecho siempre, en la segunda ciudad de España.
A Sánchez le toca retratarse sobre cuáles son sus verdaderas intenciones, y para ello la estrategia que está siguiendo Ciudadanos es la única posible al no existir en España una cultura de pacto entre las dos fuerzas mayoritarias. A Arrimadas le estoy pidiendo que se meriende un sapo, pero esto es lo que hay. No se me ocurre otro camino que no nos conduzca a la liquidación de la etapa mas próspera y libre de España como nación. Y ahí puede estar el motivo para los que aspiran a desmantelarla en un proceso de ruptura. Primero hay que dejarla hecha unos zorros.