En un ambiente de enfrentamiento que recordaba a las tormentosas sesiones parlamentarias de los años treinta, cuando casi nadie en España creía en una democracia parlamentaria, porque el fascismo estaba en auge y la izquierda abrazaba como solución a la revolución bolchevique, el parlamento español asistió esta semana a una de las sesiones más desalentadoras que uno recuerda.
Lo que ellos pretenden no es proteger el catalán sino perseguir al castellano. Porque como idioma vehicular del Estado Español, que es, aventuran que con su erradicación de Cataluña se desarticula ese mismo Estado al no poder comunicarse entre sí. Todavía pasarán años hasta que lo logren, pero la hoja de ruta está trazada y, ahora, es adumida por una mayoría del parlamento.
En ese ambiente se debatió algo insólito para cualquier democracia europea. El caso de una familia española que dentro del territorio nacional tiene que ejercer de héroes para que se aplique la ley en su colegio público. Simplemente quieren que se reconozca ese 25% de castellano que figura en una sentencia del Tribunal Constitucional. Y han tenido que aguantar amenazas e insultos en las redes sociales, pero no solo de los totalitarios independentistas que como Camisas Pardas intentan imponer su pensamiento único en esa República Catalana que autoreclaman, sino que es el propio consejero del ramo (y representante del Estado en Cataluña) el que acude al colegio, pero no para respaldar la Ley y a la familia acosada, sino para alentar los escraches de los intimidadores. El sábado hay una manifestación de los independentistas, a la que acudirá el presidente de la Generalidad, nada menos, ¡y los sindicatos!, para reclamar una escuela en catalán, un idioma que en absoluto está amenazado por la sentencia del Constitucional. Los colegios catalanes tienen el 75% de su horario para cursarlo en catalán. Es por tanto manifiestamente falso el argumento del gobierno de la Generalitat, que se difunde como un mantra por los medios públicos que mangonean. (Es un ejercicio duro, pero muy recomendable, escuchar al menos una vez a la semana el telediario de TV3).
No se dejen engañar por la propaganda. Lo que ellos pretenden no es proteger el catalán sino perseguir al castellano. Porque como idioma vehicular del Estado Español, que es, aventuran que con su erradicación de Cataluña se desarticula ese mismo Estado al no poder comunicarse entre sí. Todavía pasarán años hasta que lo logren, pero la hoja de ruta está trazada y ahora es asumida por una mayoría del parlamento. ¿Cómo podrá sentirse español un niño de Badalona si en un futuro no se podrá comunicar con un niño de Puertollano sino en inglés, señora portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez?
El problema no es el castellano, el asunto de fondo es una política que han puesto en marcha los independentistas, con la complacencia de Sánchez, para desconectarse de España en todos los órdenes de la vida; y esto exige la persecución del idioma común y el de todos aquellos ciudadanos que reclaman una Cataluña bilingüe, porque ellos tampoco tienen cabida en la República Catalana. Que lo tengan muy claro. Y así sucede que uno de los argumentos vertebrales de estos presupuestos, con la que está cayendo, ha sido que el Gobierno tenga que acceder a imponer a las plataformas privadas audiovisuales (Netxflix, Amazón y compañía) un 0,75% de producciones en catalán, euskera y gallego, lógicamente a costa de reducir los contenidos en español, que marca la actual legislación.
Durante este debate identitario, Pedro Sánchez se escurrió por la gatera, renunciando una vez más a buscar la centralidad que su partido cultivó desde la Transición, porque él está en otras cosas, aguantar como sea en La Moncloa, rodeado de socios de gobierno, separatistas o antisistema, que no tienen inconveniente en montar una representación en el Congreso, titulada Los Seis de Zaragoza, y en la que se descalificó a la Justicia por la condena a seis individuos por lesiones y atentado contra la autoridad. Ya se sabe que para la extrema izquierda cuando la Justicia no les da la razón es porque forman parte de un contubernio reaccionario y fascista. ¿Pero alguien se imagina un espectáculo similar en cualquier parlamento europeo que no sea el Ruso?
Dinamitados los valores de la Transición esto va a ir a más, y si se acaba juntando con una crisis económica profunda, de la que el precio del gas y la inflación, son solo indicadores de superficie, ya veremos como acaba; porque el simplismo populista y autotitario se retroalimenta en la otra orilla, como Sánchez siempre ha procurado para dar credibilidad a su discurso.
El maestro Raúl del Pozo lo ha definido con tanta lucidez que no me resisto a terminar con él: “Si el Gobierno sigue pactando con los separatistas, no se fortalece la monarquía parlamentaria y no se respeta la Constitución, esto se va al garete, es decir, a la deriva, sin rumbo, ni brújula”.
Pues esto es lo que hay.