Este año nadie podrá acusar al equipo de Gobierno de haber tirado la casa por la ventana con la Cabalgata de Reyes, por estar ya en año electoral, como otros años en que espectaculares elefantes realzaban la llegada del rey Baltasar. La organización no pudo ser más sencilla, modesta, incluso pobre llegue a escuchar a mi lado, aunque yo creo que ninguna cabalgata de Reyes puede ser pobre. Pero no es menos cierto que prohibir, por ideología, la participación de animales en la cabalgata complica mucho las cosas a las empresas organizadoras. Es como jugar al fútbol en sandalias. Poder, se puede, pero es más complicado meter así un gol, amén de que acabarán los jugadores en el podólogo. Se puede hacer camellos con globos, pero a la mayoría nos gustan más los de la especie del dromedario o del camello bactriano de dos jorobas, que babean y suelta cagarrutas. Un cuidador de camellos de aquellos que venían (antes) a la cabalgata, protestaba: “También los camellos tienen derecho a vivir”, por las nuevas modas animalistas. Y sentenciaba : “Si no podemos explotar a los camellos, no criaremos camellos, porque de algo tenemos que vivir”. En el mundo, hay 15,5 millones de camellos, pero solo mil son salvajes y viven en el desierto del Gobi. Pasa igual con los entrañables pastorcillos que salían en sus carrozas con sus corderos o cabritillos; por no hablar de las simpáticas ocas que corrían por la calle entre la admiración de los niños, sin que yo viera que terminaran en un paté de foi. O esos centuriones romanos de gran porte que montaban relucientes caballos para abrir el paso de la infantería. Se ha mantenido a los hoplitas, pero ya no hay centuriones con armadura y escudos, saludando a la romana, no sea que alguien lo tache de fascista. Son estos tiempos políticamente correctos en que las nuevas modas han arrinconado a los dulzaineros castellanos y a sus villancicos, sustituidos por las batucadas brasileñas, que hoy en día valen igual para un roto que para un descosido. Para el carnaval que para la navidad. Se ha publicado que fue la Cabalgata más ecológica de la historia. Yo añadiría que ningún buey cántabro se tiró ningún pedo de más, con lo que no podrán acusarnos de expeler gases que erosionen la capa de ozono.
Pues esto es lo que hay.
P.D.- Muy buena idea lo de las gominolas en vez de caramelos, que caen como las piedras. Y una recomendación: el que tenga que organizar esto el próximo año que amplíe el recorrido, porque se ha quedado corto. Valdría con incorporar a él el paseo de Las Cruces, donde caben miles de personas y los niños tendrían mejor acceso a las primeras filas al desahogarse otras partes de la ruta, como la calle Mayor, un cuello de botella. 30.000 personas, miles de ellos niños, son muchas personas.