La central nuclear de Trillo tiene la buena costumbre de comparecer semestralmente ante la prensa provincial -hábito que se interrumpió por la pandemia- para dar cuenta de los resultados de explotación y contestar a las preguntas de los medios, algo de lo que deberían tomar ejemplo las instituciones públicas. La noticia de esa última comparecencia del martes 22 de febrero fue la no noticia sobre la decisión de la propiedad de la planta (una sociedad de empresas eléctricas liderada por Iberdrola) sobre si va a solicitar la renovación de la licencia de explotación. El director de CN Trillo no lo desveló -“es una decisión de la propiedad”, se excusó- con lo que a estas alturas no hay seguridad de que la planta pueda seguir funcionando más allá de 2024 y hasta 2035, fecha marcada por el actual gobierno en el calendario de cierre del parque nuclear español para la central trillana. Hasta el 31 de marzo de 2023 tienen plazo para ello, aunque no estamos ante el mero trámite de poner un sello en una ventanilla. La renovación de una licencia en un país como España, lleva consigo todo un plan de renovación y actualización de equipos, que supone una gran inversión, y que finalmente tiene que ser escrutado por el Consejo de Seguridad Nuclear y aprobado por el gobierno de España.
¿Po qué entonces tanto misterio en una solicitud de renovación, que otras veces se daba por hecho en el sector nuclear español? No hay que ser un lince para sospechar que la incertidumbre está vinculada al disgusto de los propietarios de las centrales por los altos impuestos que soporta la generación de energía termonuclear, que consideran disuasorios, sin reconocer la etiqueta verde que la Unión Europea ha dado al sector en estos tiempos de crisis, por no emitir a la atmósfera gases de efecto invernadero. Solo un dato: durante 2022, Trillo ha producido 7.680 GWh, generando el 4,5% de la energía libre de emisiones de CO2 producidas en España.
Las eléctricas, que no viven precisamente una luna de miel con el gobierno de Sánchez y sus socios ideológicamente antinucleares, argumentan que con esta fiscalidad están perdiendo dinero y que esta circunstancia la tendrán en cuenta en la decisión que deban tomar sobre la renovación del permiso de explotación de sus reactores. La crisis del gas ruso ha reforzado la posición de las empresas eléctricas, aunque de momento esto no se ha traducido en una mejora de la fiscalidad, así que cualquier cosa puede ocurrir en los próximos meses.
Mientras tanto, cabe hacerse dos preguntas: ¿Puede España permitirse el lujo de cerrar diez años antes del calendario previsto una central, la más moderna del parque nacional, que produce 8.000 millones de Kw/hora anuales, con el riesgo que ofrece el suministro del gas, por las sanciones a la dictadura de Putin, y la sobredimensión de la expansión de las plantas solares y molinos de viento?
Y como alcarreños: ¿Cómo influiría en la economía provincial el cierre precipitado de una industria que genera 1.300 empleos directos e indirectos en Guadalajara, 50 millones de euros de contribución fiscal a las arcas de Castilla-La Mancha y más de 40 millones de inversión promedio anual en actualización tecnológica? Este periodista lo lleva advirtiendo desde hace tiempo: ¿Cómo podríamos compensar esa pérdida con un cierre anticipado de CN Trillo, el 17 de noviembre de 2024? Y se asombra de que en estos tiempos en los que se debate sobre la nimiedad más gorda este cierre anticipado de Trillo no esté en la agenda de los partidos políticos que en unos meses concurren a las elecciones.
Pero esto es lo que hay; aunque sea de momento.
CODA: Saludaba con optimismo la evolución de las obras en el parador de Molina en mi anterior post, y un amigo me echa agua al vino. Me dice que la inauguración puede retrasarse por el colector, ya que el tramo del parador para unirse al colector general no es una obra fácil, porque debe cruzar el río Gallo, y está sin hacer. Pues vaya chasco.
P.D. Se cumple un año desde que el autócrata de Putin invadió Ucrania, causando miles de muertos, una invasión que no ha podido ser culminada por el ingente sacrificio del pueblo ucraniano y la ayuda occidental para frenar la ocupación. Ahora casi nadie duda de que Ucrania es la primera pieza de un tablero por el que Putin quiere cambiar la geopolítica mundial y que en Ucrania el mundo libre se juega algo más que la destrucción de un territorio nacional. El falso pacifismo ante Putin no es posible, como no lo fue en Munich ante Hitler en 1938, y así lo demuestra la manera en que el dictador ha celebrado su fracaso bélico. Denunciando el programa de control de armas nucleares, que llevaba en vigor 35 años, para amenazar con el apocalipsis al que se oponga a sus delirios imperialistas.