Hace casi 12 años, el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, visitaba La Moncloa para exigirle al presidente Mariano Rajoy una financiación a la carta para Cataluña con un cupo como el que disfrutan los territorios forales del País Vasco y Navarra. Ya saben: un concierto por el que las comunidades privilegiadas pagan una cantidad a negociar por los servicios que reciben del Estado, aunque a cambio se quedan con la totalidad de los tributos que recaudan. Un chollo. Rajoy no cedió, porque la propuesta era contraria a la Constitución, pero es que además suponía romper con el sistema de financiación autonómica, porque otra de las regiones ricas se quería separar de la mesa común para comer aparte. En la práctica, era tanto como quebrar financieramente el Estado, que debía de renunciar a vertebrar políticas para reequilibrar sus territorios, para lo que necesita de una mayor contribución por parte de las regiones con mayor desarrollo económico y poder así practicar políticas de solidaridad.
Esta negativa de Rajoy fue la espoleta para el estallido del
Proceso en Cataluña, que ya sabemos a qué nos ha conducido. Días atrás, fue
otro presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, el que planteó al presidente del gobierno
español, Pedro Sánchez, una propuesta idéntica y que 12 años después nos
retrotraería al mismo punto de partida. Sánchez no ha dicho nada, porque ahora
estamos en clave electoral en Cataluña, y en todo caso tendrá que negociarlo
más adelante, seguramente a cambio del voto favorable a los Presupuestos.
Comunidades como Castilla-La Mancha tienen que estar muy atentas, más allá de la verborrea separatista, a propuestas como esta. Porque forma parte de la nueva estrategia del independentismo. Como hasta el propio CIS catalán reconoce que no hay una mayoría que votaría en favor de la independencia de Cataluña, la demanda de la autodeterminación puede esperar y lo que se trata, ahora, es de ir a por el dinero. Aunque para ello propongan medidas, como esta del concierto para Cataluña, que llevarían a la quiebra de la Hacienda española, porque solo la comunidad de Madrid seguiría como gran donante. En esas circunstancias en que cada autonomía debería valerse por sí misma, a mí me gustaría ser madrileño, por aquello de la vecindad y porque nunca he tenido ocasión de votar otra cosa. Pero no nos precipitemos: la exigencia de ERC que haría inviable el estado de las Autonomías en España y su sustitución en la práctica por un modelo confederal, es solo un paso previo para ir tirando en las próximas dos décadas (Cataluña es de lejos la región con mayor deuda respaldada por España a través del FLA) sin que la Generalitat tenga que declararse en quiebra antes de avanzar un paso más hacia la independencia. Y para dejar en ridículo al ministro Bolaños cuando nos quiere convencer que con esta amnistía (aprobada unánimemente por los diputados socialistas, también los de CLM, y sobre la que el CGPJ acaba de decir: «Esta medida de gracia quiebra la igualdad entre los españoles, vulnera la separación de poderes y responde a la arbitrariedad del legislador») se ha desinflamado el panorama político catalán, ahí está Carles Puigdemont para desmentirlo. El presidente fugado en un maletero es un reaccionario de tomo y lomo, que podría encuadrarse en cualquier corriente supremacista de las que ahora progresan en Europa, pero hay que reconocerle que no miente. Y que cuando advierte desde Francia a su socio protector, el progresista Pedro Sánchez, que “vamos a acabar el trabajo que dejamos a medias”, no es ninguna broma. Puigdemont y su tropa ya le han avisado que “si vemos que hay una dilación en la negociación, no renunciaremos de ninguna manera a adquirir la plena independencia”; y si Sánchez no pasa otra vez por la ventanilla “saben que no hemos renunciado a nada ni lo haremos, y que mantenemos la legitimidad tanto del referéndum como de la declaración de independencia».
Por lo tanto es mentira, como intenta hacernos ver el gobierno progresista y sus trompeteros, que el separatismo catalán haya entrado en la vía constitucional, sino que se trata de un aplazamiento táctico-en el que sobre todo se hablará de la pela– y que no descarta volver a eso que llamaron DIU, que no es un método anticonceptivo sino la Declaración de Independencia Unilateral y que obligó a aprobar el artículo 155. Lo malo para el Estado Español es que cuando esto ocurra, tendrá menos recursos para defender la Constitución y la soberanía nacional, porque ha sido suprimido el delito sedición, se ha rebajado el de malversación y se ha ridiculizado al Tribunal Supremo por hacer su trabajo. El que no está haciendo el presidente del Gobierno español por seguir durmiendo en La Moncloa.
Esto es lo que hay.
12 años después y estamos en el mismo punto de partida, solo que en mucho peor
situación que cuando Rajoy le dijo “no” a Mas en La Moncloa.
Era viernes y estaba desayunando mientras escuchaba el Protagonistas de Luis del Olmo, que interrumpió la tertulia para dar una noticia de alcance: se ha producido una explosión en un tren de Cercanías de Madrid. Terminé el desayuno sobresaltado y busqué más noticias en el dial: Iñaki Gabilondo también se hacía eco de la explosión, y pronto supimos que había más trenes atacados. Poco después se confirmaron nuestros presagios: uno de los convoyes partió de la estación de Guadalajara y había estallado en le estación de El Pozo. Mientras marchaba apresurado hacia la redacción de la revista El Decano, que yo dirigía, tenía el convencimiento de que tendríamos víctimas guadalajareñas. El tren atacado había salido de Guadalajara a las 6 h., 50 minutos, a una hora en la que se suben muchos viajeros que trabajan en Madrid, pero también bastantes estudiantes. Cuando llegué a la redacción todos estábamos conmocionados. Discutimos; incluso más de lo debido. La información era todavía contradictoria, pero ya empezaba a rumorearse que algunas de las víctimas eran de Guadalajara. Nuestro fotógrafo y diseñador Fernando Toquero, dijo que no podía aguantar más y que se iba a Madrid a la estación de Atocha a hacer fotos. Nos trajo un impactante reportaje del tren que estalló en la calle Téllez, a la entrada de la estación madrileña, que utilizamos en el siguiente número de la revista.
En la radio empezaron a adjudicar a ETA la autoría ( solo Otegi lo negó y se refirió a la «resistencia árabe» -¡vaya tela!- como los autores de la masacre) . Y así también figuraba en las ediciones extraordinarias de los periódicos madrileños. Luego supimos que la fuente de todos ellos fue el presidente del Gobierno, José María Aznar, quien filtró a los directores de los principales periódicos y emisoras que la banda terrorista vasca estaba detrás del atentado, según le informaban los servicios policiales y de inteligencia. Y aunque algunos periodistas llegaron a sus redacciones con la noticia de que la principal pista que seguía la policía conducía al terrorismo islámico, la información quedó relegada por la relevancia de la fuente que había informado al director. Durante la tarde y al día siguiente, se despejaron las dudas. No había sido ETA. Y así lo tuvo que reconocer un compungido Ángel Acebes, ministro del Interior.
El gobierno de Aznar gestionó muy mal la crisis y esa precipitación inicial de apuntar a ETA, a la postre le acabó costando al PP la presidencia del Gobierno. La oposición de izquierdas vendió con éxito la tesis de que Aznar no solo se había equivocado, sino que había mentido, y lo adornó convenientemente con la crítica hacia la participación de España en la guerra de Irak, que presentó como el efecto del terrorismo islámico en España. En una audaz campaña, alentada desde los medios más próximos, lo que caló en parte del electorado fue que el Gobierno era de alguna manera responsable de las bombas que habían estallado en los trenes, una mendacidad porque del terrorismo solo hay un responsable: el que activa la bomba o dispara la pistola. Pero funcionó. Yo lo venía intuyendo cuando al día siguiente, jornada de reflexión, me preguntaron en una encuesta telefónica si lo sucedido el 11-M iba a cambiar el sentido de mi voto. Preocupante, porque era reconocer que el terrorismo votaba de una forma determinante en las elecciones Generales del 13-M de 2004. Nunca llegaremos a saber quién habría ganado esas elecciones, si el 11-M hubiera sido un día normal, aunque todos los sondeos apostaban a que sería Mariano Rajoy, porque como escribí en mi Semana: “si con el cuadro macroeconómico de España Rajoy no logra esa mayoría suficiente, será porque el PP se ha equivocado en la elección de su candidato, en la estrategia, en la política de comunicación o en todo a la vez”. Nunca me imaginé que a esta retahíla hubiera que añadir un atentado terrorista en el último día de la campaña electoral, torpemente gestionado por el gobierno de turno y aprovechado ladinamente por la oposición. Y así sucedió que los españoles fueron a votar el domingo 13 y fue el candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, que en su campaña habló más de Irak que de España, el que se llevó el gato al agua. Las elecciones no fueron normales, pero “atribuir la victoria de Zapatero nada menos que a Bin Laden, como ha hecho algún columnista y algunos periódicos y políticos extranjeros, es sencillamente un error y un desprecio por los 25.617.598 votantes que acudieron a las urnas, el pasado domingo y que decidieron un cambio de gobierno de España”. Esto lo escribí entonces, sin sospechar que la entrada de Zapatero en La Moncloa iría más allá de la saludable alternancia en un país democrático, porque con ZP comenzó la deconstrucción de la Constitución de 1978, se firmó el pacto del Tinel con los separatistas, se alentó la división de los españoles y la desigualdad de su sistema autonómico, superado por el independentismo, que 20 años después ha corregido y aumentado un discípulo aventajado suyo para permanecer en La Moncloa.
Pero estábamos con el 11-M y el impacto que nos causaron las
bombas en el tren de Cercanías. Cualquiera podríamos haber estado allí y eso
era lo que repetían las miles de personas -se dio la cifra de 50.000- que
abarrotaron bajo la lluvia las calles de Guadalajara, esa misma tarde, en la
manifestación más numerosa de su historia. Los representantes de todos los
partidos políticos y el presidente de la Junta, José Bono, estuvieron allí
detrás de una pancarta que decía: “Con las víctimas, con la Constitución y
por la derrota del terrorismo”.
Al día siguiente, supimos que al menos 14 personas (a las que días después hubo que añadir 2 más) vecinos u originarios de la provincia de Guadalajara fallecieron en el atentado. Varios de ellos muy jóvenes y universitarios, como Guillermo Senent y David Santamaría, que acudían a su primer trabajo en la empresa ferroviaria Alstom. Dos vidas criminalmente segadas. Como la del joven ingeniero aeronáutico de 28 años, Sergio de las Heras, de Iriépal, que ese día cogió el maldito tren porque tenía el coche en el taller. Así, hasta 16 asesinados (podríamos haber aprovechado este aniversario para descubrir un gran monolito con sus nombres que nos recuerden esa infamante fecha para siempre).
Eran las cinco de la tarde del 12-M y Guadalajara celebró cuatro entierros al mismo tiempo. Parecía que estábamos en guerra. En San Ginés, honramos la memoria de Eduardo Sanz Pérez, de 31 años, un arriacense que trabajaba en la Escuela Militar Ecuestre, de Madrid. Apenas a cien metros de allí, la plaza del Jardinillo estaba atestada de personas que no cabían en San Nicolás, en el funeral por Guillermo Senent Pallarola, de 23 años. El compañero de trabajo con el que iba Senent en el tren, David Santamaría, de 22 años, recibía las exequias en la iglesia de la colonia de San Vázquez. Esta ruta del dolor terminaba en Iriépal, donde recibía sepultura Sergio de las Heras , el joven ingeniero de 28 años. Todo eso ocurrió a las cinco de la tarde, el 12 de marzo, en Guadalajara. Y al día siguiente se celebraron las elecciones, todavía con la angustia y los miedos metidos en el cuerpo.
Aunque el PP mantuvo sus dos diputados en Guadalajara, los socialistas locales, encabezados por Javier García Breva, celebraron la victoria nacional con discreción. Fue una amarga victoria que luego tuvo consecuencias en la política regional. José Bono, que durante la campaña nos había dicho que “si Dios quiere cumpliría su mandato”, cedió la presidencia regional a José María Barreda y él se fue a la presidencia del Congreso, donde le colocó ZP, quien fue su rival por la Secretaría General del PSOE. Cosas veredes, amigo Sancho.
Había que organizar algo especial para el número siguiente de la revista, en el que coincidían las trágicas secuelas del atentado con los resultados electorales del 13-M; y en el tren que salió a la misma hora de Guadalajara que el reventado por las mochilas bombas tres días antes, el lunes 14-M se montaron en él la redactora jefe, Concha Balenzategui, con la fotógrafa Sonia Castillo. Así lo contaban: “Unos montan apresurados, sin evitar miradas de reojo a sus compañeros de vagón. Otros cruzan palabras en el andén con viajeros a los que no habían saludado durante meses”. Y hablaron con los pasajeros. Bruno Morenillas se mortificaba porque no se le quita de la cabeza la gente que corrió para no perder ese tren, y perdió la vida. Alberto Noguerales reconocía que seguía sin sentirse tranquilo, por lo que los días siguientes iría en autobús a Madrid, aunque le cueste 15 minutos más. Enrique Mayoral, resignado, admitía que “se lo había pensado mucho, pero hay que venir; con todo el miedo, pero hay que seguir viniendo”. Diana Vane celebraba su buena suerte: “La casualidad me salvó”. Y Julián se dirigía a los políticos: “aunque hayan pasado las elecciones, no se olviden de lo que ha ocurrido”.
Han pasado 20 años, y yo no he querido olvidarlo. Porque lo tengo esculpido en piedra en mi cerebro. No podemos ni debemos olvidar que hay que estar preparados contra la barbarie que amenaza in crescendo a las democracias del mundo, porque nuestra libertad está en juego. Aunque como nos decía Alberto en el tren de las 6 h., 50 ‘: “se hace muy duro, sobre todo cuando pasamos por las estaciones y esto durará tiempo. Pero tenemos que seguir viviendo, porque es nuestra obligación, tenemos que estudiar”.
En ese tren nadie hablaba de las elecciones del día anterior. Pero a todos les atormentaba que 193 personas inocentes habían perdido la vida por haber montado en un Cercanías para ir a Madrid a estudiar o trabajar. 16 de ellos eran de nuestra provincia u originarios de ella. Fue hace 20 años, pero para los que lo vivimos parece que fue ayer.
Me posicioné hace más de cuatro meses a favor de la Ciudad del Cine en Guadalajara, porque me parecía una buena idea levantar un gran plató cinematográfico en la conurbación de Madrid y sabíamos que la industria del cine valoraba tener una plataforma de este tipo a media hora de la capital de España (no en Talavera, con el debido respeto por aquella ciudad), con lo que ello significa facilitar y abaratar rodajes de series y películas. Me sonaba bien la música de este proyecto por dos razones: se trataba de una colaboración público-privada en la que el Ayuntamiento ponía los locales y las productoras, la gestión -Dios nos libre de meter a una institución pública a producir series y películas-; y segundo, la inversión recogía fondos europeos por un valor de 7,8 millones de euros, que el gobierno regional podría ampliar hasta los 11,7. La partitura sonaba muy bien, pero los gestores fallaron desde el principio por ocultarnos las tripas; lo que había dentro. Ha tenido que decir el Ayuntamiento que «no» para que empiecen a hacerlo.
Para empezar, se equivocaron al encuadrar la Ciudad del Cine en una oferta más de la candidatura del anterior alcalde, Alberto Rojo, para su reelección; porque eso tiene un problema: no ganar las elecciones. Habría acertado la Junta si hubiera hecho de la Ciudad del Cine un proyecto trasversal para la ciudad, con implicación de los agentes sociales -porque va a generar puestos de trabajo y una actividad económica- y el mundo de la cultura local, que sin ser muy boyante, existe, como las meigas. No se hizo, y directivos de las pocas sociedades que promueven cultura en Guadalajara se han posicionado en contra del proyecto, junto con otros nombres conocidos de la cultura local, y lo que algunos acogimos en principio con interés con el tiempo y la falta de respuestas se fue enturbiando. Fue entonces cuando escribí un nuevo post: “Ciudad del cine, sí; pero no así”, porque me disgustaba que no se dieran informaciones más precisas sobre quién y cómo se gestionaría esa plataforma cinematográfica, y para remate estamos in albis sobre qué tipo de rehabilitación se iba a hacer sobre todo el complejo del Fuerte de San Francisco. Para mayor despropósito, se liquidaban -sin explicación- dos proyectos que estaban comprometidos en el Fuerte de San Francisco, como es una nueva biblioteca –cuyo proyecto se encargó y se presentó- y el espacio para las escuelas taller del Ayuntamiento, alguna de las cuales malvive en un palacio. Sucedió que, de pronto, se desveló que todo el complejo del Fuerte iba a quedar para ciudad del cine, sin saber por qué, y el proyecto de la Biblioteca no se incluía en los presupuestos de la Junta.
En esta tesitura, es fácil entender que comparta el espíritu de una moción que se aprobó en el último pleno municipal, presentada por Aike y respaldada por el Equipo de Gobierno, en la que no se rechaza la Ciudad del Cine pero a condición de que siguiese siendo compatible con el proyecto de la biblioteca y las escuelas taller. El Ayuntamiento no podía ceder alegremente el uso del Fuerte de San Francisco sin un compromiso sobre su rehabilitación definitiva, porque tal extremo lo tiene reconocido por sentencia judicial, aunque su ejecución sea muy complicada al ser la Comunidad Autónoma quien tiene que afrontar esa reforma, dado que fue ella la que se lucró con la venta de las parcelas urbanizadas del Fuerte; no lo olvidemos. En esta tesitura, y dado que la Junta es inembargable, por ser un organismo público, lo que mucho me temo que pueda ocurrir, como también escribí hace tiempo, es que si al final no se logra un acuerdo global en beneficio de Guadalajara, no habrá Ciudad del Cine, ni tampoco biblioteca, ni espacio rehabilitado para más escuelas taller. Por lo menos en varios años.
Esto es lo que hay: sería un fracaso general. Nadie gana y todos pierden. La primera, Guadalajara. Por ello, les ruego a todos que olviden por un día su partidismo y se sienten a negociar cómo hacemos compatible esa Ciudad del Cine con los proyectos que en el Fuerte había fijado el propio ayuntamiento socialista. Y si alguno de ellos no cupiera dentro del complejo del Fuerte -aunque me cuesta creerlo, dado lo espacioso que es- en qué lugar podría ir y asegurar también su financiación con la Junta, a cambio de dar por ejecutado el mandato de los tribunales. Cosas más complicadas he visto resolver en otros tiempos más fecundos de nuestra clase política.
Esto es lo que hay
SANTIAGO BARRA TOQUERO (Guadalajara, 9-11-1955) aprendió el oficio de periodista en la escuela de “Flores y Abejas”, que en su segunda época dirigió su maestro, Salvador Toquero…