Nunca pensé que Pedro Sánchez pudiera dimitir, porque los narcisistas nunca se marchan; su ego se lo impide. Hoy lo ha demostrado erigiéndose en líder supremo que habla al pueblo después de una larga reflexión en la montaña y al que le promete como su benefactor que seguirá, a pesar de todo, porque su presencia al frente del gobierno va más allá de lo corriente: “Se trata de decidir qué tipo de sociedad queremos ser”. Y dejó bastante claro que los que no estén con él es porque se rebozan directamente en el fango: “Llevamos demasiado tiempo dejando que el fango colonice la vida”. Que siguiera o no en la presidencia de Gobierno no era tan trascendente como un Sánchez que, desde hoy, es ya Mister Proper, el hombre elegido por los dioses para hacer esa limpieza a fondo en la sociedad española, nuestro Torquemada progresista, porque los que se han situado al otro lado del muro “forman parte de un movimiento reaccionario mundial que aspira a imponer su agenda regresiva mediante la difamación y la falsedad”. Ahí es nada, mi brigada.
Ese es mi temor; no que Sánchez siga o se marche. Que este hombre, que se cree tocado por los dioses, haya llegado al convencimiento de que está legitimado por las masas para iniciar el desmontaje total de la Constitución de 1978, con sus aliados separatistas, para lo que necesita meter mano a la judicatura y a la prensa crítica. Para lo primero es necesario cambiar la mayoría cualificada en la elección del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) con el fin de que no sea necesario el concurso de la oposición; y así el gobierno -y los que vengan- podrían dirigir todos los nombramientos judiciales. Y como segundo objetivo estaría amordazar a la prensa crítica, “porque no hay honor que justifique el sufrimiento injusto de las personas que uno más quiere y respeta”. El presidente sabe perfectamente que el derecho al honor está protegido por nuestras leyes, solo que hay que ejercerlo y tener razón. Y su esposa nunca rectificó las informaciones que publicó El Confidencial, ni mucho menos se querelló por injurias y calumnias contra su director, el alcarreño Nacho Cardero. Si no lo han hecho es porque quieren ir más allá, y como en las dictaduras bolivarianas , lo que se pretende es limitar el derecho a la información, como algún tertuliano lo ha pedido desde la televisión pública, al margen de las leyes y la justicia. Si los periodistas no tenemos claro que de nuestras informaciones solo hay que responder ante la Justicia, y no ante oscuros consejos informativos, como en las dictaduras, habremos retrocedido cincuenta años. Nunca ha sido lo sucedido con su mujer el origen de la ira de Sánchez. Otra cosa es que sería muy apropiado que las/los cónyuges de los presidentes, como sucede en Estados Unidos, tuvieran su estatuto para que supieran qué pueden o no hacer; porque tienen derecho a trabajar. Por ejemplo: ¿la esposa de un presidente puede tener actividad de lobby ante la administración, como ha pasado con Begoña Gómez? Yo creo que no debería, pero en la actualidad el cónyuge es un sujeto privado, por lo que la demanda interpuesta contra ella lo más probable es que sea archivada, porque esto no iba de legalidad sino de ética. Como eso Sánchez lo sabía, su ira jupiterina iba buscando otras cosas. Seguramente justificar esas medidas extraordinarias para reducir todavía más los contrapoderes que tiene la democracia liberal para impedir que un presidente del Gobierno pueda reclamar legislaciones especiales para él, cuando en España no las tuvo ni el yerno del Rey.
Pero esto es lo que hay después de esta exhibición de kirchnerismo que hoy nos ha dado Sánchez, presentándose como víctima de la extrema derecha, lo que él llama “fachaosfera”, para no tener que hablar de que preside un gobierno imposible que solo ha aprobado la Ley de Amnistía, como le exigió Puigdemont, y dos decretos leyes. ¿Dónde está la salida a esta improductividad? Hoy parece más oscura que ayer. Pero a la democracia liberal y a la Constitución es más difícil tumbarla de lo que se creen algunos iluminados.