Francisco Martínez Arroyo, el superconsejero responsable de agua, agricultura, desarrollo rural y no sé cuántas cosas más se ha convertido, a propósito del demandado trasvase del Tajo al Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, en una especie de Dr. Jeckly y Mr. Hyde, que emplea un argumento y su contrario en función de los intereses que le toque defender.
Así, pone una vela a Dios cuando cada vez que se aprueba un trasvase para el levante español señala, con sentido común, que la agricultura y el desarrollo de aquella zona no puede depender de recurso escaso que está a más de 400 kilómetros de distancia; recuerda que al amparo de ese agua se ha ido extendiendo sin fin la agricultura industrial, que a la postre es el foco de contaminación del Mar Menor; o que es un atropello persistir en una política de trasvases al Segura cuando la prioridad debería ser la propia cuenca del Tajo, atender a su desarrollo y garantizar los caudales ecológicos suficientes para que el cauce no se convierta en una cloaca. Todo lo que defiende el superconsejero es difícil de cuestionar desde lo que ahora se llama desarrollo sostenible (¿no hay una consejería de tal asunto con uno de Guadalajara al frente?) , al que todo el mundo apela en campaña electoral aunque sistemáticamente es luego ignorado por el gobierno de España de turno, porque estamos hablando de la agricultura más potente, de casi cuatro puntos del PIB español y los pobrecitos, y menguados, alcarreños de la cabecera del Tajo, pues tendrán que sacrificarse una vez más por el bien de España, que siglos atrás desde Castilla facieron y ahora les gasta.
De igual manera, el superconsejero Arroyo, el de las aguas, no tiene empacho en poner otra vela al diablo al defender un trasvase al parque nacional (y ojalá lo sea por mucho tiempo) de Las Tablas de Daimiel con el argumento de que presenta una situación “complicada” con menos del cinco por ciento de la superficie, que cuenta con más de 1.750 hectáreas, encharcadas en este momento. Arroyo olvida que ese agua que reclama para el Guadiana procede de otra cuenca, la del Tajo, y si bien apela a que se trata de una situación «extraordinaria», por la falta de lluvias, olvida que esa misma situación «extraordinaria» se vive en la cabecera del Tajo, como le recuerdan desde la Asociación de Municipios Ribereños, con los pantanos muy cerca de esa raya de 400 Hm3, por debajo de la cual no se podría hacer ningún trasvase. Por todo ello, el superconsejero de aguas y trasvases ha tenido que escuchar esta semana las verdades del barquero, como le recuerdan desde Ecologistas en Acción por «la política de regadíos a ultranza, que aún se mantiene, y responsable de la liquidación definitiva» de estos espectaculares humedales ligados al río Guadiana (¡no al Tajo!) y complementados con las lagunas volcánicas del Campo de Calatrava.
¡Ojalá fuera solo la falta de lluvia el culpable de la situación y que con mandar 20 Hm3 se hubiera resuelto el problema, para siempre, pero el consejero no puede engañarse así mismo y engañarnos a los demás porque bien conoce, como le recuerdan desde EA, que la desaparición completa de las lagunas fluviales (de las que las llamadas Tablas de Daimiel eran un caso singular) «no tienen otra causa que la del descenso de los niveles freáticos de los acuíferos y éste no tiene otra causa que la sobreexplotación de los mismos para transformar una agricultura tradicional sostenible en un sistema de agroexplotación industrial insostenible». Ante esta situación la pregunta que tiene que contestar el superconsejero de aguas y trasvases es si la opción que va a tomar es convertir las Tablas de Daimiel en un parque acuático para el turismo con lagunas artificialmente alimentadas desde la cabecera de un río sobreexplotado, que está a 300 kilómetros de distancia, o si de una vez por todas quiere recuperar los humedales como Dios manda, para lo que deberá impedir las regularizaciones de pozos que vacían el famoso acuífero 23 y dar un giro a la actual política agrícola que incentiva el incremento del consumo de agua.
Esa es la clave de bóveda de este asunto, y no si hay que mandar unos hectómetros en una situación de emergencia. Y por lo que el propio Arroyo debela, en su cabeza no está clausurar los pozos ilegales sino utilizar el agua del Tajo para regularizar nuevos pozos en el Alto Guadiana, y así se lo ha prometido a los agricultores, con el lógico mosqueo de la Asociación de Municipios Ribereños. Para ello, no solo bastaría con las inyecciones a Las Tablas en periodos de sequía, sino que hay que completar las obras de lo que llaman «Tubería Manchega» (están en los Presupuestos de Sánchez que fracasaron) y que en puridad se debería llamar «Tubería Alcarreña», porque lo que trasportará es agua que se recogerá en Entrepeñas-Buendía, en la Alcarria, utilizará primero el canal del Trasvase y luego discurrirá hasta los llanos de La Mancha por una tubería. La concesión actual son 50 Hm3 anuales y suministraría agua a 59 municipios de La Mancha. Lo mismo que reprochamos al levante se calca en este caso: el desarrollo de un territorio que está en otra cuenca y a trescientos kilómetros de distancia va a depender de un recurso escaso y sobreexplotado, como es el agua del Tajo. Solo que como esta vez el agua no sale de la Comunidad Autónoma, ni tan siquiera lo llaman trasvase, sino «Tubería manchega», como si tal tubería no naciera en la Alcarria sino entre los bellísimos molinos de Campo de Criptana. Pero claro, como explica el superconsejero de trasvases, hay que resolver los problemas que se viven en La Mancha y esto pasa por «garantizar el agua para los jóvenes y los profesionales del sector, al mismo tiempo, que se compatibiliza con el medio ambiente (?). Y es posible unificar ambas necesidades». ¿No les suena este discurso, por idéntico, al que emplean en el levante cada vez que el mismo Arroyo reclama que primero están las necesidades de la cuenca y los caudales ecológicos del Tajo?
Le voy a confesar una cosa, que mis lectores habituales ya saben: yo no soy antitrasvasista, por razón de algún raro dogma progre, ni creo que las derivaciones de agua sean cosa del diablo. Pero como guadalajareño tengo que defender antes a mis santos que a la iglesia, y lo que rechazo es el monotrasvase, que en España solo exista uno, el del Tajo-Segura, y al que en poco tiempo se le añadirán tres más: el Tajo-Daimiel, para rellenar lagunas como si fueran piscinas, y el Tajo-La Mancha, para dar agua de calidad a 59 municipios.
El problema, por tanto, no es solo que haya que destinar cincuenta o más Hm3 anuales de agua del Tajo a Daimiel y a La Mancha, lo que me preocupa es que con estas infraestructuras se está reproduciendo la misma dependencia para el desarrollo de un recurso lejano y escaso que el superconsejero critica cuando el agua viaja al Levante, y en el uso lingüístico se convierte en «Trasvase». Y, para colmo, estas dos nuevas servidumbres se inician sin que hayamos sido capaces de rebajar en el Memorando, por el que se rige el Trasvase, un solo hectómetro para compensar las nuevas detracciones. Mucho ministerio de Transición Ecológica y la biblia en verso, pero con el levante hemos topado, amigo Sancho, porque por aquellas huertas está el 4% del PIB y crecen tres veces más diputados que en Castilla-La Mancha, por si las cosas se ponen feas, como bien sabe el señor Barreda, que ingenuamente quiso poner fecha de caducidad al Trasvase, y mira lo que dijo el Parlamento: que se fuera con el proyecto de Ley por donde había venido.
Dejemos por tanto de hacernos trampas en el solitario, porque esto es lo que hay: la mejor huerta industrial de España, unos humedales sobreexplotados en el alto Guadiana y 59 municipios manchegos que en pocos años también van a pasar a depender del agua del Tajo. ¿Y en la Alcarria, qué? Esperando a nada y a nadie con una eterna sonrisa de resignación.
Tengan cuidado los partidos nacionales, los que de verdad deberían vertebrar España y hacerla más equilibrada, porque si la solidaridad territorial sigue siendo de una sola vía, abusar del más pequeño, el «Teruel Existe» puede acabar en un «Guadalajara existe», un «Cuenca existe», un «Soria existe», un «Ávila existe», un «Segovia existe», y así hasta terminar con todas las provincias de la España interior de las que no se acuerda nadie. Para frenar ese camino hacia el cantonalismo -ya hay 18 formaciones políticas representadas en el Congreso- que nos llevaría a los tiempos de la I República, hay que hacer algo más que preocuparse de Torra y sus torradas. Esto es lo que hay.
PD1.- Dicen que la pregunta que Sánchez va a hacer a los militantes es si son partidarios de que el PSOE encabece un «gobierno pogresista». Si este es todo el debate que el secretario general va a propiciar en el PSOE sobre la gobernabilidad de España, casi es mejor que se ahorre las papeletas y las urnas. ¡Qué tiempos aquellos en los que en las agrupaciones del PSOE y en su comité federal se hablaba de política, de verdad, antes de este neoperonismo que ahora impera en muchos partidos políticos!
PD2.- ¿Y Pablo Casado que opina de todo esto? ¿Se va a limitar a escudarse en que Sánchez no le ha llamado sin hacer él una propuesta alternativa a un gobierno que por primera vez integrará a la extrema izquierda y que necesita de la abstención de ERC, unos tíos a los que les importa un carajo España fuera de su estrategia hacia la independencia? Que se acuerde de Rivera y su política de Don Tancredo.
PD3.- Ya sabemos lo que cuesta el Festival Gigante, 150.000 euros pagará por él Alcalá de Henares cuando aquí germinó y creció a cambio de montar un escenario, que luego valía para los conciertos de Ferias, la explotación del bar y el montaje de unos urinarios.Hay veces que tienen que faltar las cosas para echarlas de menos.¡Nos hemos lucido!