La pandemia sanitaria, derivada después en una crisis económica global, ponía a la Unión Europea posiblemente ante el mayor reto desde la constitución de este maravilloso invento – el más grandioso desde la expansión de los Estados Unidos por el continente norte-americano-, porque no todos sus estados miembros salían afectados de la misma forma. Dos de los países grandes, España e Italia, con independencia de la mala gestión de sus gobiernos en el primer tiempo de la pandemia, salían muy tocados y si el resto de socios no facilitaban su recuperación, ponían en serio riesgo la pervivencia de la propia unión económica y política. Era el momento de ensayar algo a lo que siempre se habían resistido los países del norte, con economías más equilibradas: Mutualizar la deuda que se generase para incentivar la economía, en este caso 750.000 millones de euros, y que todos (no solo los países mediterráneos más afectados) deberán pagar.
Si Alemania no hubiera tenido una canciller europeísta como Merkel, de las pocas que son capaces de resistirse a la tentación populista, el sueño europeo habría saltado por los aires. A ella es la que tenían que haber hecho el pasillo el resto de primeros ministros al término de la reunión.
Cuadrar tantos intereses entre los llamados países “frugales”, encabezados por el primer ministro holandés Mark Rutte no era nada fácil. Hacía falta mucho pegamento y alguien de auctoritas indiscutible, como en la antigua Roma, para que aquello no acabara como el rosario de la Aurora. Y allí apareció una vez más Ángela Merkel. Si Alemania no hubiera tenido una canciller europeísta como Merkel, de las pocas que son capaces de resistirse a la tentación populista, el sueño europeo habría saltado por los aires. A ella es la que tenían que haber hecho el pasillo el resto de primeros ministros al término de la reunión.
Lógicamente, el compromiso alcanzado ni es gratis, ni significa que cada gobierno pueda hacer de su capa un sayo. Inicialmente a España le corresponderían unos 140.000 millones (aunque si sumamos lo que cada canciller ha dicho que le toca nos vamos más allá de esos 750.000 millones), de los que el 90% se destinan al fondo de recuperación, inversión y reformas; y hay otra partida menor para subvenciones y préstamos a bajo interés. En compensación a esa mutualización de la deuda, los países frugales han conseguido un freno de emergencia por si los planes presentados por cualquier país no responde a los criterios aprobados por Bruselas, algo que nos debería tranquilizar a todos ante cualquier gobierno aficionado al derroche con el dinero ajeno.
Este acuerdo va a facilitar al Gobierno de Sánchez la aprobación de futuros presupuestos, pero también tiene sus servidumbres y el presidente deberá analizar si con los mimbres con los que está formado su gobierno le va a dar para presentar a Bruselas ese Plan de Reformas e Inversión que atienda a sus recomendaciones.
Este nuevo Plan Marshall europeo debería ser una oportunidad para gobiernos , como el español, de atacar las reformas necesarias y afrontar sin complejos los retos del siglo XXI. Es una indecencia que un país como España presente cifras de paro que quintuplican la media de los países frugales, con déficit que se disparará este año al 10% del PIB y una deuda que escalará por encima del 115%. Deberíamos agradecer a Europa que este acuerdo ponga en valor las recomendaciones que a través del Ecofin se hacían a países como España , y que ignoraba sistemáticamente por el cortoplacismo de su política, referidas a la arquitectura más esencial de nuestra economía, reducida cada vez más al sector servicios y en la industria al automóvil, con un mercado laboral obsoleto que solo ofrece temporalidad y sueldos bajos a los más jóvenes, que gasta la mitad de la media europea en I+D+i, que dirige sus políticas sociales hacia el subsidio más que a la creación activa de empleo, lo que redundará a largo plazo en la insostenibilidad de un sistema de seguridad social y pensiones que solo dependerá de un tercio de los habitantes activos de un país.
Este acuerdo va a facilitar al Gobierno de Sánchez la aprobación de futuros presupuestos, pero también tiene sus servidumbres y el presidente deberá analizar si con los mimbres con los que está formado su gobierno le va a dar para presentar a Bruselas ese Plan de Reformas e Inversión que atienda a sus recomendaciones. O de lo contrario el señor Rutte pegará el frenazo como si se tratara de una burra manchega.
La ventaja de Sánchez es que nos demuestra a diario que puede decir una cosa y la contraria sin que se ponga amarillo. Ahora tendrá otra vez la oportunidad de demostrarlo, porque solo con el respaldo de neocomunistas e independentistas, que están en lo suyo (con la que está cayendo en Cataluña, hoy su parlamento debatía la censura al gobierno de España y pedir la abdicación del rey Felipe VI) Sánchez tiene serio riesgo de que Rutte le eche el freno. Fíjense en Merkel: ¿Con quién gobierna en Alemania? Pues esto es lo que hay.