Cuatro chicas alcarreñas (Sara Domínguez, Gracia Iglesias, Natividad Díaz y Laura Domínguez) están haciendo en estas jornadas su particular Viaje a la Alcarria coincidiendo con las fechas en las que –más o menos, porque Camilo José Cela hizo más de un viaje para escribir su libro— el Nobel recorrió aquellos caminos de la Alcarria de la postguerra, allá por 1946, cuando por entonces en este país faltaba casi de todo. Menos paisaje y hombres muy pegados a la tierra que la habitaban. Ahora no es que pasemos por días de vino y miel, porque nos está costando despegarnos de esta crisis más de lo previsto, pero nada es comprable a entonces.
Tampoco ya lo era en aquella primavera de 1981 cuando con Salvador Toquero recorrimos los caminos de la Alcarria para escribir un libro: “Buscando a Cela en la Alcarria”, que podrán encontrar en alguna biblioteca, porque la edición está agotada. A quienes hicimos ese libro nos movía una curiosidad: el por qué de la buena singladura y la firmeza de su anclaje de ese Viaje a la Alcarria, que hoy en día ya nadie discute es una de las mejores obras de la literatura de viajes en español, y que al mismo tiempo se convirtió en un retrato costumbrista a través de los personales (reales o imaginarios) con los que el viajero Don Camilo se iba encontrando por esos caminos de la Alcarria. Muy especialmente queríamos saber la peripecia humana de sus personajes, auténticos apoyos para el éxito, después de que los años hayan caído implacables sobre ellos.
Salvador y yo llevábamos tiempo pensando en el libro, y no quisimos esperar más porque sospechábamos que los personajes de Cela ya habían empezado a desaparecer, por ley de vida, y también la huella del entorno por el que había transcurrido su viaje. Y teníamos razón. A algunos de sus personajes llegamos en sus últimos días, nunca mejor dicho, y nos sirvió para comprobar que todos ellos tenían la sensación de formar parte de algo importante, un libro singular, y eso que muchos de ellos no habían leído un libro en su vida y por entonces a don Camilo, aun siendo un escritor famoso, todavía no le habían dado ese Nobel que le encumbró a los altares de la gloria y de la popularidad.
Cuando el otro día escribía para GuadalajaraDiario la noticia sobre ese viaje de estas chicas me vino a la memoria esa Primavera de 1981 en la que Salva y yo comenzamos nuestro viaje y pensé con una nostalgia que no me suelo permitir lo que ha cambiado la Alcarria desde entonces. Entre el viaje de Cela y el nuestro habían transcurrido 35 años y entre el de Laura y sus amigas ya son 33. Solo que desde 1946 hasta 1981 en la Alcarria y en España habían pasado tantas cosas que estábamos hablando de otra nación y de otra Alcarria, desde luego de otra sociedad, mientras que en los últimos 33 años, si no fuera por internet y las reformas en la mayoría de los cascos urbanos de esos pueblos, la sociedad es esencialmente la misma, aunque a algunos crean ahora que aquellos años de la Transición y los que por ahí andábamos somos de la edad de piedra. Pero no. La edad de piedra, la jodida miseria, es la que se encontró don Camilo en aquella Alcarria donde hacía apenas ocho años que habían dejado de resonar los cañonazos por el frente del Henares y el Tajuña. Y aún así, seguía su gente esperando a nada y a nadie con una eterna sonrisa de resignación, como escribimos en nuestro prólogo.
Quiero decir que por mucho que avancen los tiempos, la Alcarria literaria que nos dejó Cela va a seguir siendo reconocible y lo único que cambiarán serán los soportes técnicos por los que el futuro viajero podrá tomar contacto con ella, pero al final seguirá habiendo un camino y un caminante. Y a eso voy. Siempre he tenido la impresión de que no hemos sabido aprovechar del todo ese maravilloso legado literario (y publicitario) que nos legó don Camilo. Se han hecho mapas, libros, libritos, se han colocado placas del viejo y el nuevo viaje –cuando en realidad solo hubo uno, el de 1946, lo demás fue merchandising), todo tipo de loas y celebraciones, pero la realidad es que todavía no hemos dado con un producto turístico que se llama Viaje a la Alcarria, que está al lado de una metrópoli de cinco millones de habitantes deseosa de salir adonde sea, y que se tarda apenas diez días en recorrerlo, que no estamos hablando del Camino de Santiago. No acabamos de dar con la tecla, y pensaba en ello al ser una de las caminantes Laura Domínguez, una chica de gran inteligencia para estos asuntos de la publicidad.
No estaría de más que pensemos en ello, porque esa huella celiana cada vez es menos visible, aunque lo importante, el paisaje y los pueblos, ahí siguen esperando a no sé qué, a que pase la crisis, puede que esta vez. En la capital, por ejemplo, aficionados como somos a derribar todo lo que parezca viejo, los que sigan el libro de Don Camilo, ya no van a encontrar ni el Hotel España, ni la talabartería de Casa Montes, ni al aprendiz Luisito, que en realidad se llamaba Daniel, ni a Armando Mondéjar, el niño de pelo color de pimentón con quien habla y le despide Cela camino de Taracena, ni por supuesto ningún merendero con el nombre de Tánger, camino de Zaragoza.
Es verdad que esa huella física, casas y monumentos, está muy diluida desde que Salva y yo seguimos los pasos de nuestro insigne viajero, pero la Alcarria sigue siendo esencialmente la misma y es una gozada descubrirla siguiendo los pasos de nuestro más ilustre escritor, que solo las circunstancias le hicieron marchar a un chalé de Puerta de Hierro cuando se había quedado a vivir entre nosotros.
Esto es lo que hay. Y me parece que lo aprovechamos poco.
P.D.- “Yo soy republicano, pero pertenezco a un partido en el que convivimos con mucha normalidad republicanos y monárquicos, y que en el año 78 hizo un acuerdo político que consistió en que la izquierda renunciaba a pedir la República y la derecha renunciaba a la Dictadura”.“Se trata de un acuerdo que en el caso de que haya de ser modificado se deberá producir un amplio consenso y esa es la posición del PSOE».
Esta declaración la hizo el secretario provincial del PSOE, Pablo Bellido, tras la abdicación de Don Juan Carlos y buscar en ella un asomo de rebelión republicana en el PSOE de Emilio García-Page es de una estupidez mayúscula, pero que encima se haga desde algún medio público regional es de una torpeza imperdonable. Bellido se ajustó al discurso oficial del PSOE desde la Transición, que tantas veces han repetido Adolfo Guerra o Felipe González, y que responde a ese pacto constitucional que tanto parece molestar a cierta izquierda y a sus clones en la derecha más montaraz, que lo único que demuestran es no haber leído un libro de historia en su vida. Ni entiendo el empeño de unos por señalar con el dedo a republicanos que no pretender derribar la Constitución, ni la desmemoria de otros, como ese tal Cayo Lara de Argamasilla de Alba, que nos dice que la elección es entre democracia y monarquía, como si todas repúblicas que hay en el mundo fueran democráticas, y sus antecesores en el PCE que aceptaron al rey y a la Constitución una banda de traidores.
Como no tengamos un poco de cuidado, este populismo televisivo a lo Sálvame Diario versión redimamos a la Patria y al Pueblo mañana, si es posible, mejor, nos puede comer por los pies. Y mira que alguno se lo merece.