Hace unos días escuché a un ilustre miembro de la selección española de baloncesto, por el que como aficionado siento veneración, un argumento que se ha convertido en la expresión de lo políticamente correcto en Cataluña, hasta el punto de quien no participa de él se convierte en un paria y un apestado. Son los que dicen: “yo estoy a favor de que la gente opine y vote”, en referencia a la soberanía de Cataluña. Y se quedan tan anchos.
Es deprimente que después de 36 años de democracia todavía algunos no hayan entendido que ningún «derecho a decidir» está por encima de la Ley; y que sin Ley sencillamente no hay democracia, porque se sustituye el Estado de Derecho por el populismo en una falsa apariencia de democracia. Sin el freno de la Ley, que es la contiene los principios, derechos y libertades del Estado de Derecho, cualquier gobierno estaría legitimado a someter cualquier disparate a una consulta popular, “porque yo estoy a favor de que la gente opine”, y así podríamos votar sobre la desaparición de los impuestos, la pena de muerte para los pederastas y terroristas, una sanidad pública diferenciada en función de la declaración de la renta de cada contribuyente o la independencia del barrio madrileño de Salamanca, porque tiene más habitantes que Mónaco.
El señor Mas es un gobernante falaz y demagogo al sostener en el discurso que pronunció con sus compadres soberanistas que lo que “no podemos caer es en la trampa del inmovilismo, vestido de una presunta legalidad, para no hacer nada”. Porque es de una deshonestidad infinita que nada menos que el representante del Estado en Cataluña califique de “presunta ilegalidad” su decisión de sustituir la soberanía del pueblo español (el todo) por solo una parte del mismo, el pueblo catalán, que no es titular de ese derecho, según la Constitución que legitima a su propio Gobierno y hasta el sueldo que recibe a fin de mes.
Para justificar tamaño disparate legal, el señor Mas argumentó que como en noviembre de 2012 el pueblo de Cataluña, mediante su voto en unas elecciones de gran participación, “conformó una mayoría claramente favorable al derecho a decidir” pues eso ha generado “un derecho que ahora nos preparamos a ejercer”. Una barrabasada jurídica de este calibre es en la que se basó Hitler cuando llevó al parlamento alemán la Ley de Medidas Extraordinarias que le permitieron gobernar como un dictador a pesar de que Alemania seguía siendo formalmente un Estado de Derecho y con una constitución, la de Weimar, en vigor. ¡Pero si las constituciones se crearon para esto, para proteger al pueblo contra sus propios gobiernos, limitar su campo de actuación y con ello el ejercicio arbitrario del poder!.
Es decepcionante que en Cataluña una gran parte de la sociedad haya asumido una falacia de este calibre, repito, que la mayoría está por encima de la Ley — una Constitución que fue respaldada mayoritariamente también en el Principado–, pero es especialmente grave la responsabilidad que han tenido en ello la inmensa mayoría de los medios de comunicación privados y el Ejecutivo Catalán por utilizar los medios públicos como mero instrumento propagandístico. Ya saben aquello de una mentira repetida mil veces… Un amplio sector de la sociedad catalana cree a pies juntillas que no hay nada en el mundo por encima del “derecho a decidir”, y para afianzarlo vale cualquier mentira. La última, comparar a Cataluña con Escocia: “¡Qué contraste con aquellos estados democráticos que permiten que las naciones que los conforman puedan opinar y decidir sobre su futuro”, dijo también Arthur Mas. Pero se calló lo más importante: que en Gran Bretaña no hay una constitución escrita y que el Acta de la Unión que se firmo hace 300 años entre los reinos de Inglaterra y Escocia, nunca privó a escoceses e ingleses de su soberanía. Nada que ver por tanto con España y la Generalitat de Cataluña, una institución para el autogobierno del antiguo Condado de Barcelona creada en 1395, pero que nunca fue soberana.
La historia no se puede cambiar, sí las constituciones, pero para ello hay que obtener la mayoría suficiente para reformarlas. Todo lo demás sería un golpe de Estado, aunque lo aceptara el presidente del Gobierno en persona. Sabiendo todo ello, el señor Mas y su acompañamiento se comportan como unos irresponsables aventureros al condenar a esos ciudadanos que les siguen a una nueva frustración cuando comprueben que este camino no lleva a ninguna parte. O tal vez sí: a generar más antiespañolismo y a dar la falsa imagen de que España desprecia la voluntad popular, porque en palabras de Mas “los estados democráticos hablan y dejan hablar; pactan para votar”. Como el gobierno de España no se ha avenido, silogismo, España no es Estado Democrático.
¿Y qué pasará a partir de ahora? ¿Qué tiene en mente el astuto Arthur? Sinceramente, yo creo que no tiene Plan B. Su barco ya no lo pilota él sino Esquerra Republicana, y aunque los de Junqueras predican la desobediencia civil y montarán para el telediario unas urnas en las plazas de algunos pueblos, como si fueran las fallas, ellos saben que al fin y al cabo están en la oposición y la responsabilidad es del astuto Mas.
No, carece de Plan B, y eso es lo que más me preocupa. Porque la incertidumbre es aprovechada por los radicales para hacer de las suyas. Él sabe que proclamar la independencia unilateral, como le piden los fundamentalistas, podía acabar en un sainete como le pasó al iluminado de Umberto Bossi, quien a bordo de un vaporetto por el río Po fue “liberando” pueblos de la nación de Padania mientras en Roma se fumaban un puro. Pero sobre todo él sabe, que cualquier ruptura institucional llevaría consigo vérselas con el ogro de Montoro, que es el que financia a Cataluña el pago de la deuda y la inyecta liquidez a través del FLA para que la Generalitat pueda pagar a sus funcionarios a final de mes.
Por lo tanto, y si todo esto lo sabía Mas, por qué demonios ha sido tan torpe. ¿Por qué ha jugado un juego de otros en el que nunca puede ganar?
Una vez termine la representación de este disparate que podría haber escrito Boadella, llegará el momento de hablar con un nuevo gobierno de Cataluña, que no es una autonomía cualquiera, eso lo tengo yo muy claro, aunque otros se resisten, pero tendrá que ser un Ejecutivo que sepa qué es un Estado de Derecho y que se haya leído el procedimiento para reformar la Constitución, si es lo que lo que entre todos decidimos.
Pero, insisto, entre todos, como en 1978. No engañando a la gente, haciéndoles creer lo que es una falacia. Que Cataluña es titular de la soberanía y de un “derecho a decidir”, que se puede negociar al margen de la Constitución como si fueran las competencias del puerto de Barcelona.
¿Pero en qué cabeza cabe? Y esto es lo que hay. Primero vendrá la suspensión cautelar del referéndum y después el Tribunal Constitucional entrará en el asunto de fondo. Pero ¿y luego, astuto Arthur? ¿Nos vamos todos al despeñadero griego cuando no tiene ni para pagar a las farmacias?
Insisto: sospecho que esta eminencia de la política española no tiene Plan B. Él así lo dijo ayer a Ana Pastor. Y en política no hay nada que genere más inestabilidad que la improvisación.