Los partidos independentistas catalanes ganaron las elecciones en número de escaños, pero perdieron el plebiscito que Mas y sus socios plantearon al electorado del Principado. Si bien es cierto que entre todo el poupurri soberanista, que va desde la burguesía catalanista ligada a Convergencia a la extrema izquierda del CUP, alcanzaron cuatro escaños por encima de la mayoría absoluta — gracias a la prima que las provincias pequeñas,especialmente Lleida y Girona, tienen en el sistema electoral catalán– en el porcentaje de votos los partidos no independentistas suman el 52 %. Por lo tanto, si esto hubiera sido un referéndum legalmente convocado, el “sí” habría perdido doblemente: porque los secesionistas tuvieron doscientos mil votos menos, y porque no llegaron a ese cincuenta por ciento de votos favorables, que es lo mínimo que se exije en una consulta de este tipo.
El souflé soberanista ha empezado a bajar en Cataluña, algo milagroso teniendo en cuenta los medios tan poderosos de los que han dispuesto. Empezando por una televisión pública con nueve canales y de gran penetración en el tejido social catalán (en muchos bares y centros públicos es lo único que se ve, salvo que el Barça juegue por otro canal) a lo que se ha unido un potente agit-prop de los principales medios de comunicación privados, con la plataforma del Conde de Godó al frente de todos ellos. La opinión publicada es mayoritariamente independentista en Cataluña, con los medios de comunicación del Estado jugando un incomprensible papel residual, hasta el punto de que aparentemente se había conseguido algo que aparentemente es muy difícil en los regímenes democráticos abiertos. Que la opinión pública mayoritaria diera por hecho que con la independencia se solucionarían todos los problemas de la vida diaria de las personas, porque con ella habría dinero suficiente hasta para invitar a caviar, por lo que cualquier piedra que se cruzara hacia ese idílico paraíso en realidad no existía. No existía que una Cataluña independiente saldría de Europa y de todas las instituciones mundiales en las que participa España; no existía que quedarían huérfanos de respaldo financiero al quedar fuera del Banco de España y el Banco Cenral Europeo; no existía que para empezar se habrían quedado sin la Seguridad Social y el Sistema de Pensiones Español; no existía la advertencia de que habría fugas de empresas y el paro se dispararía hasta cotas insoportables. Nada de esto existía para 1.953.680 catalanes que han votado por la aventura independentista, y que encima han ganado las elecciones. Otra cosa es que puedan gobernar.
Así que si bien el souflé soberanista se desinfla ante las expectativas que habían surgido a partir de esas masivas y entusiastas manifestaciones, que prefiero no decir a qué me recuerdan, no es menos cierto en que Junts pel Sí han sido de lejos la formación más votada aunque han bajado 9 escaños frente a los que de manera separada consiguieron CiU y ERC en las elecciones de 2012. Con esto se confirma que Artur Mas es como el personaje del Coyote de los dibujos animados que jamás podrá atrapar al Correcaminos. Sus compañeros de viaje pronto lo darán por amortizado y le va a costar mantener su candidatura a la presidencia. Primero, porque será difícil que se lo permita Oriol Junqueras y las distintas organizaciones soberanistas que integran Junts, y que ya saben que el autobús que el president conducía no les llevará a la independencia en 16 meses; y, segundo, porque al final tienen que contar con el voto favorable de los ultracomunistas de la CUP, que ya han dicho que no se cuente con ellos. En ese escenario, lo dramático para Cataluña, y por ende para España, es que este conglomerado tan variopinto tiene que gestionar un triunfo electoral sin tener otro programa que no sea el mantra de la independencia, y gobernar una autonomía de 7,5 millones de habitantes con las competencias más altas de todas las regiones europeas, incluyendo Escocia. Y si no lo logra, pues en tres meses las enésimas elecciones.
Ciudadanos ha sido la gran sorpresa de estas elecciones catalanas, y por lo que vimos en las pantallas de las televisiones en la noche electoral, parece ser que son los únicos a los que no se les ha olvidado hacer política. Su juvenil optimismo en una noche de caras serias por doquier, sus gritos de “¡Cataluña es España!”, les habrán dado réditos en el resto de España. Escoltado por Luis Garicano e Inés Arrimada, Albert Rivera inauguró la campaña electoral para las Generales presentándose como el dique que ha frenado al independentismo en Cataluña y la fuerza emergente de los moderados en toda España. Y mientras esto sucedía en el PP daba las explicaciones un joven vicesecretario al que no conoce nadie. Ciudadanos ha recogido los cuatro diputados que ha perdido el PSC, los ocho del PP, y todavía le quedan cuatro más para llegar hasta los 16 que ha subido esta formación. ¿De dónde han venido? Evidentemente de ese electorado españolista que no votaba en las autonómicas, y que se ha acercado a las urnas preocupado por el desafío independentista. Una participación del 77,4% es una barbaridad en unas elecciones en cualquier país europeo, y ha sido Ciudadanos el beneficiario de su voto: tuvieron 458.000 sufragios más que en las elecciones de 2012. La pregunta que ahora se estarán haciendo en su estado mayor y en el de sus rivales es obvia: ¿Se podrá repetir en unas elecciones Generales, que también serán muy especiales, y en las que hay mucho elector desencantado?
El PSC sacó 16 diputados, una catástrofe para un partido que llegó a tener 52 diputados en 1999, y que llegó a gobernar Cataluña en un tripartito que fue el principio de su decadencia. Pero teniendo en cuenta de que las encuestas le daban todavía menos, pues no es que estuvieran bailando encima de las mesas, pero tampoco es como para echar a Iceta a los leones por perder poco menos de dos puntos. Resignación por tanto en la marca catalana del PSOE, y muy oportuna la comparecencia en Ferraz de Pedro Sánchez en plan presidente, escoltado por las banderas de Cataluña, España y Europa.
La marca catalana de Podemos obtuvo 11 escaños, los mismos que el PP, que son dos menos de los que por si sola Iniciativa per Catalunya logró en 2012. Con eso está dicho todo. Podemos está perdiendo fuelle y cada vez más su mundo a explorar tiene las limitaciones electorales que tuvo Izquierda Unida. Un fracaso en toda regla que no puede compensar algo que Pablo Iglesias dijo en la noche electoral, creo que con razón. En unas elecciones bipolarizadas, Podemos se quedó en medio del río, defendiendo por un lado el derecho a decidir y por otro que llegado ese día les gustaría que Cataluña siguiera con España, de aquella manera, que tampoco acertaron a explicar bien mediante un candidato local muy flojo.
El PP fracasó una vez más en unas elecciones en Cataluña. Sería injusto atribuirlo a errores del candidato Xavier García Albiol, porque cuando lo eligieron en los sondeos todavía les daban menos de los 11 diputados que finalmente lograron. Son ocho menos que hace tres años, por lo tanto un mal resultado, pero en consonancia con la esquiva trayectoria del PP en Cataluña. Nunca supieron ganarse el favor de la derecha catalanista, que después de la Transición apostó por Pujol y su entertainment, y aunque han tocado muchas teclas no ha sonado bien ninguna. No es justa la diatriba de Aznar tras la derrota. Albiol se parece más a él que a Rajoy. El problema es más profundo.
Los antisistema, los anticapitalistas , los anti todo de la CUP (no a España, no a Europa, no al Euro, no a la libertad de empresa, no a los bancos…) tienen la llave de la gobernabilidad de Cataluña tras haber obtenido siete diputados más (robados sobre todo a ERC) con su discurso rupturista con España y con el mundo democrático conocido. Una prueba de lo mal que pueden pintar las cosas en Cataluña es que gente con estas luces pueda tener un papel determinante en la elección de su presidente. Para salir corriendo.
Unió Democrática tuvo más de cien mil votos, pero no sacó escaño. Otras víctimas de un mundo bipolar en el que no caben políticos poliédricos como Durán Lleida. Pues es una pena, porque España siempre ha necesitado del catalanismo autonomista, y con Convergencia en el monte, y el PP no se sabe dónde, no hay nadie que ocupe su espacio.
De momento esto es lo que hay. El triunfo en escaños de los independentistas no dio como para que el astuto Artur saliera a la ventana de su palau en la plaza de San Jordi para emular a Maciá; y ahora les toca apencar con la aburrida gestión del día a día.
La independencia tendrá que esperar.