La candidatura sanchista encabezada por José Luis Blanco ha sido una sorpresa. No tanto porque las plataformas de apoyo a Pedro Sánchez hayan querido aprovechar el viento favorable que les llevó a su victoria en las primarias frente a Susana Díaz, algo entendible, sino porque parecía lógico que su cabeza visible fuera alguno de los tres destacados militantes que Sánchez metió en su Ejecutiva Federal. El más caracterizado parecía ser el secretario provincial del PSOE de Albacete, Manuel González Ramos, que es diputado al Congreso, un cargo más fácil de compatibilizar que la Alcaldía de Toledo, que ocupa Milagros Tolón, o el proceso de recuperación de su enfermedad que afortunadamente lleva bien Magdalena Valerio, una sanchista avant-la-lettre en esta región. Pero ninguno de los tres dieron el paso al frente, y sí lo hizo José Luis Blanco, el ferroviario que solo quiere seguir siendo alcalde de su pueblo, como me reconoció en una entrevista días atrás, con lo que yo interpretó más bien que no solo se trata de una cuestión de valentía, y de decir “aquí estoy yo”, sino de que Pedro Sánchez y sus seguidores en Castilla-La Mancha habrán preferido no arriesgar un choque directo, e incierto, con un dirigente con rango de Ejecutiva Federal.
Con Blanco, alcalde de Azuqueca, digamos que se rebaja el pulso, e incluso no sería un desdoro para Sánchez que pudiera retirar su candidatura, si el periodo de exploración que se ha dado no es fructífero. Aunque sospecho que esto no va a ocurrir. El sanchismo militante vive días de euforia, reforzado por la última encuesta del CIS, que acercaría para España un gobierno a la izquierda de la izquierda presidido por Sánchez y con Iglesias de vicepresidente, y cree que ha llegado la hora de ocupar todo el poder orgánico en el PSOE. El 39 Congreso trajo un nuevo mensaje, que se resume en echar a Rajoy de La Moncloa, cueste lo que cueste y desde políticas territoriales que el PSOE más tradicional no aceptaría, y ha llegado el momento de que el sanchismo desciendas del monte Sinaí con los acuerdos del 39 Congreso, como si fueran las Tablas de la Ley de ese nuevo socialismo revelado. Lógicamente esa labor de apostolado solo la pueden hacer los iniciados, o como diría Blanco, “es fundamental la credibilidad y la coherencia para que se de continuidad a lo decidido en el 39 Congreso».
Era previsible, por tanto, que el sanchismo dé la batalla a quien fue uno de sus más acerados adversarios, Emiliano García-Page, como es seguro que a partir de lo que ocurra en esas Primarias socialistas, si es que se celebran (y yo apuesto a que sí), se empezará a escribir la historia futura en las provincias y las principales alcaldías de cara a las elecciones locales y autonómicas de 2019. Es formalmente cierto, como dicen los sanchistas, para defender la conveniencia de la bicefalia en el PSOE regional, que ahora solo se va a elegir al secretario general del PSOE de Castilla-La Mancha. Pero hasta los menos avisados en el arte de la política saben que en la práctica no es así. Porque si García-Page perdiera las Primarias ante José Luis Blanco, o ante cualquier otro militante, no podría luego presentar su candidatura a la Presidencia regional. Porque sería algo más que una osadía pretender que un candidato al que rechazan sus militantes presentarlo luego a unas elecciones regionales abiertas. Como segundo plato.
Tampoco le valdría a García-Page con presentar a otro candidato de su confianza, como hacía Bono (Martínez Guijarro, Josele Caballero…) No le vale, porque en ese caso podría muy bien perder. Si la reflexión en la que está metido García-Page desde que Susana Díaz perdió las Primarias le lleva a querer repetir en el 2019, no tiene más remedio que arremangarse y presentar en septiembre su candidatura a la secretaría general. Y esta vez sin caer en el exceso de confianza que les perdió por confiarlo todo en una candidata que pierde fuelle de Despeñaperros para arriba.
En Guadalajara, por ejemplo, es todo un golpe de efecto que a los dos días de haber anunciado Blanco que estaba disponible para el viaje sanchista hacia Fuensalida, la gran mayoría de los alcaldes del PSOE firmen un manifiesto público, para pedir a García-Page que se vuelva a presentar. Tengo ya escrito que Emiliano García-Page es, de lejos, el candidato con más posibilidades que puede presentar, hoy, el Partido Socialista en Castilla-La Mancha, porque es transversal en una región en la que, hasta ahora, ha dominado el centro-derecha en la mayoría de las elecciones Generales. Pero una cosa son las Autonómicas y otra bien diferente las fibias y fobias que la militancia socialista pueda expresar en un momento determinado. Y al final en unas primarias los que votan son los militantes, no solo los alcaldes y los delegados de la Junta.
Habrá que estar atento a la jugada, pero de momento esto es lo que hay. Los sanchistas reclaman todo el poder para ellos, como Lenin a Kerensky en la Revolución de octubre, y habrá que ver si García-Page está dispuesto a irse a su casa, como llegó a insinuar, o a seguir en la pelea en defensa de sus ideas y de otro modelo de partido. Es el último freno que los sanchistas tienen en Castilla-La Mancha, por lo que la pelea, que las Primarias no lograron cerrar -todo lo contrario-, no tendrá prisioneros. La más viva expresión de aquella genial frase de Churchill cuando respondió a un diputado novato que le preguntaba si allí se sentaban los “enemigos”. “No, enfrente están nuestros adversarios, los enemigos se sientan aquí, en nuestra bancada”, le aclaró.
García-Page solo tiene una elección: presentarse o dar su carrera por terminada, siendo además el “pato cojo” (como llaman los americanos a los presidentes que no se pueden presentar a la reelección) en un gobierno experimental con Podemos. Se presentará.