Concluía mi último post advirtiendo que Pedro Sánchez lo que no puede hacer son trampas. Pretender que Albert Rivera le abra las puertas de La Moncloa, para luego gobernar con el primo de Pablo Iglesias de subsecretario y pactar con Rufián en el Congreso
Después de lo ocurrido en la Ejecutiva Nacional de Ciudadanos, en que la formación liberal ratificó su rechazo a cualquier tipo de acuerdo para facilitar el gobierno de Sánchez, tengo que añadir que me sorprende la falta de perspectiva del partido de Rivera, deterninada por la mala lectura de los resultados electorales del 28-A. Ciudadanos sigue sin reconocer que los electores no han dado a este partido el liderazgo de la oposición, a pesar de que el PP obtuvo el peor resultado de su historia, y pretende aparentar lo contrario. Por ello se enroca en el “no es no” a cualquier pacto de gobernabilidad con Sánchez, utilizando la misma estrategia que el PP, como es comprensible cuando se trata del primer partido de la oposición.
Pero si los electores han negado a Ciudadanos el liderazgo de la oposición, sí le han dado un notable poder para influir en la política española y en concreto en la formación de gobierno. Para ser útiles. Como escribía días atrás, Rivera no será el Helmut Kohl en la Alemania anterior a la caída del muro, pero sí podría jugar, ahora, el papel de Hans-Dietrich Genscher y ocupar la centralidad de la política española desde una posición determinante, metiendo en cintura y sirviendo de freno a populistas y nacionalistas.
Rivera tiene todos los motivos del mundo en sospechar de la buena voluntad de Pedro Sánchez cuando el PSOE mete a independentistas en el gobierno de las Baleares o coquetea con filoetarras y populistas en Navarra, un territorio donde los constitucionalistas deberían acordar políticas de estado y que eviten su deriva hacia las redes del separatismo. Pero aun sabiendo que con Sánchez en cualquier momento puedes quedar colgado de la brocha, Ciudadanos no ha puesto al presidente del Gobierno entre la espada y la pared, lo que ha facilitado su discurso de que son estos (por Ciudadanos) los que me obligan a echarme de brazos ante Podemos y los independentistas. Un argumento de peso si al final este Pedro Sánchez que parece de la escuela quietista de Rajoy opta por la repetición de elecciones.
Como inteligentemente escribía Arcadi Espada, uno de los fundadores de Ciudadanos, la división mostrada en el último comité ejecutivo del partido naranja (en el que, por cierto, Orlena de Miguel, relegada de cualquier lista en las últimas elecciones, se abstuvo) no es tanto una pugna entre liberales (Rivera) y social-liberales (Garicano), como algunos medios próximos a Sánchez han vendido, sino un debate sobre cuál debe ser la relación de Ciudadanos con el poder. O dicho de otra manera: lo que Ciudadanos quiere ser de mayor. Y aunque Rivera no lo acepte, lo que los ciudadanos le han dado en las últimas elecciones es un poder suficiente como para intentar modificar la inquietante hoja de ruta de Pedro Sánchez, recuperando el acuerdo alcanzado con él para la investidura fallida de 2015. Pero no el papel de jefe de la oposición, que quiere robar a Pablo Casado.
Si no lo ejerciera -y es un riesgo que no ha valorado Ciudadanos- los electores podrían pensar que ha hecho dejación de ese poder, que daría estabilidad a España, por no aparentar ser un partido bisagra, con lo que sería más seguro dejarse de rodeos y votar directamente al PP. Esto es lo que hay. Ciudadanos en el laberinto no del minotauro, sino de Sánchez. Más riesgo, José Tomás.
Foto: Albert Rivera, en campaña electoral. Tras él Orlena de Miguel.