Sánchez en estado puro

Cortito y al pie, como decía D’Stéfano. Pedro Sánchez debe formar gobierno, porque no hay alternativa.  Pero es él quien debe tomar la iniciativa. Es un descaro pretender que Albert Rivera le dé el apoyo gratis en la investidura, para luego formar gobierno con Podemos (ya sea de subsecretarios, direcciones generales u ordenanzas de ministerios, porque como decía el Conde de Romanones son los únicos que no están de paso) y  finalmente completar una mayoría parlamentaria con los independentistas.

Lo que tiene que hacer Sánchez es dejar de jugar a Rajoy, bajarse de la peana de Don Tancredo y ofrecer a Ciudadanos un pacto de investidura razonable que le permitiera gobernar, aunque fuera en solitario, con una mayoría parlamentaria suficiente para afrontar los difíciles retos que España y Europa tienen en un mundo cada vez más turbulento y con amenazas de desaceleración (otra vez) cuando todavía no hemos salido de la crisis en tantas cosas. Ahí están los salarios.

La otra alternativa ya sabemos cuál es, la que intuimos que más gusta a Sánchez, con la que ha llegado a presidir el Gobierno y a ganar las últimas elecciones en que el centro-derecha llevó hasta tres desnortadas legiones a la batalla. Hacer del pragmatismo su razón de ser y arrojar los principios por la ventana. O mejor aún: prescindir directamente de ellos, o como decía Groucho Marx, “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Y así sucede que  le encaja pactar con Esquerra Republicana si se tercia, aunque los de Junqueras están dispuestos a reeditar el golpe de mano contra el Estado en cuanto tengan ocasión; jugar con las cosas de comer en Navarra y hacer presidente del parlamento a un independentista que hace su discurso en euskara, lengua que solo habla una minoría en la comunidad Foral; permitir que la señora Armengol regale dos consejerías a los independentistas en Baleares, para acabar como hemos terminado en Cataluña; en La Rioja y Canarias pactar con los populistas de Podemos ¿Y en Castilla-La Mancha? Pues como Page, que va con la bandera de España en el reloj, ganó las elecciones por aplastamiento pues traga con que los pactos en los principales ayuntamientos sean con Ciudadanos, aunque para ello tengan que firmar un documento dando vivas al 155.

Es Sánchez en estado puro. Se mueve muy bien en aguas turbulentas y no se recata en abrir puertas a los nacionalistas, aunque cada vez que lo hace se da un paso más en la ¿inevitable? ruptura de España. Ahí tienen el partido final de la liga de baloncesto como ejemplo: había más esteladas y pancartas en favor de los presos en el Palau Blaugrana que en un mitin de Puigdemont. Hasta el Barça se ha sumado al aquelarre del independentismo, porque es lo políticamente correcto en una sociedad catalana abandonada al mensaje único de TV3. Yo lo denomino la independencia a plazos.

Pues bien, ante este panorama Sánchez tiene tres opciones: 1ª) La oportunidad de ser un patriota, como si francés fuera, y recuperar los viejos principios del PSOE, como partido que tanto ha contribuido a la cohesión de España, y proponer un pacto de investidura a Ciudadanos, como lo hizo en 2015. 2ª) Seguir jugando con fuego con independentistas y filoetarras. 3ª)  Convocar elecciones anticipadas y buscar una mayoría más cómoda.

Lo que no puede hacer son trampas. Pretender que Rivera le abra las puertas de La Moncloa, para luego gobernar con el primo de Pablo Iglesias y pactar con Rufián en el Congreso. ¡Pero qué ocurrencias!  Sánchez en estado puro.

Esto es lo que hay.

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