El viernes por la mañana en el programa de Carlos Herrera, Pablo Casado presumía cuando todavía pensaba que podía doblar el pulso a Ayuso: “Yo no permitiría que un hermano mío cobrara 300.000 euros por un contrato adjudicado por mi Consejo de Ministros”. Así lo reflejó el periodista responsable del twitter oficial del PP, quien poco después dimitió. Esa misma noche, accediendo a las demandas de los barones de “arreglar esto como sea”, Casado se reunió con Ayuso en Génova y aceptó las explicaciones de la presidenta madrileña, que en meses anteriores no le habían valido: que el hermano de Ayuso no cobró ninguna comisión sino que todo fue un pago de 55.850 euros desde una empresa privada por su trabajo como agente comercial en el sector de la sanidad, y en el que llevaba trabajando desde hace veinte años. Apenas habían pasado seis horas entre una y otra respuesta. Expediente sancionador aparentemente liquidado, como epílogo a un viernes negro, en el que el PP sufrió una voladura descontrolada por parte de la dirección nacional que preside Pablo Casado con el general secretario Teodoro García-Egea en la sala de máquinas, provocando no solo la estupefacción entre sus militantes y dirigentes regionales, sino del propio electorado. Así lo prueba que este mismo domingo miles de simpatizantes se manifestaban en contra de la dirección popular en la puerta de Génova, 13, en mayor número incluso que cuando se han celebrado victorias electorales desde el balcón genovita. Es lo nunca visto.
Pablo Casado quedó herido de muerte. A estas alturas, y sin perjuicio de que Casado logre el respaldo de los órganos de dirección de su partido, que todo es posible, su carrera política ha terminado porque un líder político al que sus votantes le pierden el respeto, no está en condiciones de debatir con nadie, ni con Sánchez. Casado es el primer perdedor de esta crisis, conceda o no la cabeza de Teodoro Egea, asunto que ya es irrelevante. Lo peor ha sido su mala gestión, desde el minuto 1 en que Ayuso ganó con la gorra las elecciones en Madrid, porque en Génova lo vieron como una amenaza a la carrera de Casado hacia la Moncloa en lugar de utilizarlo de plataforma. Por ello, el PP es el gran perdedor de esta batalla fratricida, todavía peor que la que obligó a la refundación de este partido tras el fiasco de Antonio Hernández Mancha.
Lo patético del caso es que mientras entre los populares no hay ganadores, ni la propia Ayuso, porque en el mejor de los casos tendrá que dar más explicaciones que hasta ahora, y ver lo que ocurre con las demandas que le han interpuesto en los juzgados, sí hay directos beneficiarios de este culebrón, lo que hace sospechar a muchos dirigentes populares sobre el origen de la munición contra Ayuso. Y el espionaje posterior más propio de un tebeo de Mortadelo y Filemón, agentes de la TIA.
El primer beneficiado es Sánchez, que de un plumazo se ha quedado sin una oposición con posibilidades reales de sacarlo de La Moncloa. Y así lo pone en evidencia el panel de hoy de Sigma Dos para El Mundo, según el cual el PP cede el primer puesto al PSOE tras perder 4,2 puntos y 19 escaños el día del estallido del conflicto. Los electores populares, que mayoritariamente dan el respaldo a Ayuso, se manifiestan indignados con la dirección por cómo se ha llevado el asunto. Solo los votantes de PSOE y Unidas Podemos dan la razón a Casado, lo que demuestra lo errado de su cálculo estratégico.
El otro ganador de la crisis es Vox y su líder Santiago Abascal, que superan por primera vez el 20% de los votos y se sitúa a solo 1,8 puntos de los populares. Es decir, y ahí está para mí la principal conclusión después de este sainete, es que a pesar de la autoinmolación del PP, el partido de Abascal sigue sin ser una alternativa real que dispute la presidencia a Sánchez, como bien sabe el actual presidente del Gobierno que tantas veces ha favorecido la visibilidad de este partido de derecha radical en detrimento de un centro-derecha moderado. Para Sánchez esta guerra civil entre los populares es un regalo inesperado, porque con Abascal como jefe de la oposición aparentaría que el que se centra es él, a pesar de que ha dado suficientes muestras de acceder a las políticas radicales de sus socios de legislatura por conservar su colchón en La Moncloa.
Pero, en España, por su sistema electoral, ningún partido que renuncia a ocupar la centralidad del tablero político puede aspirar a gobernar. Y Vox no está en esa línea, por lo que difícilmente puede liderar con éxito a una alternativa de gobierno.
Por tanto, por muchos cascotes que hayan caído sobre el edificio del PP, este sigue siendo un partido necesario para la democracia española, que no se puede permitir el lujo de ser “sorpaseada” por un partido de extrema derecha; porque España no es Francia, ni Italia, ni Hungría, ni ninguno de esos países tiene en la memoria reciente una guerra civil. En España podría darse, porque así lo exija la aritmética y el secular disenso de nuestras principales fuerzas políticas, un gobierno conservador que tenga adentro a populistas de derechas, como ahora tenemos a otro que da asiento a populistas de izquierdas, pero eso es diferente a ganar unas elecciones y presidir un gobierno desde los extremos.
El PP necesita volver a ser un partido de gobierno, y para ello debe hacer tabla rasa con lo sucedido en su semana trágica, lo que inhabilita no solo a Casado sino también a Ayuso, que es la favorita de las bases, aunque tendría menos posibilidades fuera de su zona de confort en Madrid y alrededores. Por ello todos apuntan a un congreso extraordinario al que acudiera un solo candidato, que sería elegido por aclamación. El personaje solo es uno: Alberto Núñez Feijóo, el político que fue capaz de dar la batalla a Vox, a Sánchez y al nacionalismo gallego, a la vez, en un admirable ejercicio de transversalidad. El problema es que Feijóo está muy cómodo en Galicia, donde disfruta de una holgada mayoría absoluta y el respeto general de sus paisanos, y lo único que ahora ve en Madrid es una piscina llena de pirañas. Les va a costar convencerlo.
Pero esto es lo que hay. España, a día de hoy, y así lo dicen los estudios demoscópicos, está sin alternativa real al sanchismo y eso no es bueno para el sistema. ¡Vamos a ver si Sánchez no acaba adelantando las elecciones, aprovechando cualquier folloncito con ERC!