El día en que no pude comprar la prensa (en papel)

Hace años que lo vengo comentando en mi entorno: “Llegará el día en que no podamos comprar la prensa impresa en Guadalajara”. Pues bien, ese día llegó. Fue el 8 de agosto de 2022 cuando, como tantos días, bajé a Guadalajara desde el pueblo de mi mujer, en el que paso la mayor parte del verano, y aprovecho para hacer algunas compras, regar los tiestos y comprar la prensa en papel. Para leerla repanchingado en un sillón frailuno, como presumía Embid.  

Aunque desde hace tiempo soy lector de prensa digital, sigo comprando ocasionalmente el periódico en papel, porque me gusta tocarlo, oler la tinta y leer en él las tribunas largas de opinión o el reportaje bien trabajado. Soy consciente, desde hace años, y por eso fundé el digital que publica este post, que la prensa impresa está herida de muerte, que casi nadie va con un periódico bajo el brazo y si al principio pensé que en Madrid sobrevivirían solo dos periódicos impresos, de orientación liberal e izquierdista, para el consumo de las elites políticas y económicas, ahora creo que fui muy optimista. En cambio, si la prensa nacional en España está herida de muerte, es muy posible que aguante algo más en algunas capitales regionales  donde el diario en papel sigue repleto de esquelas y sucedidos locales y todavía cuesta 1,30 euros.

La prensa impresa, en España,  recibió la puntilla con la pandemia. Sin una razón científica acreditada, bares y peluquerías dejaron de servirla, cerrando así el principal nicho de mercado que les quedaba y aceleró su ruina. Porque cuando ha remitido la pandemia, y para el Gobierno ha dejado de ser noticia ( Sánchez y autonomías solo informan de la evolución del virus entre los mayores de 60 años, como si el resto de edades fueran inmunes), la prensa en papel no ha regresado a los bares y en aeropuertos grandes, como Barajas, ya no se vende. Antes se regalaba a pares a los pasajeros, que ahora deben conformarse con leerse las instrucciones de emergencia o la revista de la compañía.

Por eso no extrañó mucho que el pasado 8 de agosto no pudiera comprar el periódico en papel en Guadalajara, porque ya me había sucedido recientemente un domingo en una ciudad grande, como Gijón. En los kioscos y tiendas donde todavía se podían ver carteles de “Prensa y revistas”, me explicaban que desde la pandemia no venden allí periódicos, y que se conforman con los polos y las chuches. Y así me ocurrió que esta semana fui al kiosco de Jose en el Jardinillo, y me lo encontré cerrado, al principio pensé que por vacaciones, aunque después me contaron que para siempre. Después me dirigí al kiosco de Emilio, en Santo Domingo, y también estaba cerrado, pero por vacaciones. Y, por último, me encaminé hasta La Llanilla al kiosco de Luis, que también vacaciona hasta mediados de agosto. Me dijeron que podría haber algún punto de venta abierto en la avenida del Ejército, una especie de Último Mojicano en este tórrido verano de 2022, y que en algunas gasolineras siguen teniendo prensa, pero decidí poner fin al peregrinaje y dar por concluido mi Xacobeo particular hacia la prensa impresa. No sin recordar que cuando escribía en Flores y Abejas, había cinco puntos de venta solo entre la plaza de Los Caídos (ahora de España) y la plaza del General Mola (de siempre, Santo Domingo). Y en la ciudad cerca de treinta.

P.D. Ese día sin prensa escrita vino a coincidir con la muerte de un viejo amigo y periodista, Pedro Lahorascala, uno de los emblemas de la prensa impresa de Guadalajara entre los años 60 hasta finales de la Transición, y me llevó al desánimo. Es como si la Guadalajara y la España que conocimos, Pedro, se estuviera cayendo a cachos, y no supiéramos si lo que viene después es mejor, aunque no tiene buena pinta. Pero es ley de vida, ya lo sé. Lo que no cambia es que tendremos un otoño caliente, porque la economía española está muy constipada y anuncia otra recesión, aunque esta vez no tendremos periódicos en papel para calentarnos. Pedro, solo nos quedan los Ipads por quemar. Esto es lo que hay, mi caro amigo. Siempre en mi memoria.      

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