Una moción de censura (casi) inviable

El jueves y viernes se verá en el pleno del Congreso la moción de censura que ha puesto el PSOE de Pedro Sánchez para quitar a Rajoy del gobierno y ponerse él. Sánchez apenas esperó unas horas para anunciar que presentaría su censura contra el presidente Rajoy desde que se conoció la sentencia de Gurtel en en la que el PP quedaba civilmente beneficiario  de los casos de corrupción producidos en dos ayuntamientos madrileños. Dado que el resultado era más que previsible, tal y como había transcurrido la instrucción, es obvio que Sánchez y su equipo tenían la decisión tomada.Los órganos colegiados del PSOE no hicieron otra cosa que santificar su decisión. Sin mayor debate.

La degradación moral que cada sentencia judicial y el desánimo que cunde en la sociedad por los sucesivos procesamientos de notables dirigentes del  PP  ha puesto contra la pared al gobierno de Rajoy, un histórico del partido. Era por lo tanto lógico que los grupos de la oposición se aprovecharan de esta circunstancia para erosionar a una presidencia que había conseguido oxígeno para un año tras la aprobación de los presupuestos,  y que ahora se enfrenta al momento más delicado.  Aunque en el plano estrictamente jurídico, el gobierno se puede agarrar al voto particular que desvincula al PP como organización de estos casos de corrupción, y puede apelar a que no estamos ante una sentencia firme, la calle ya ha emitido su veredicto. Y desgraciadamente para el PP,  el horizonte penal que se le viene encima con los casos aun pendientes de sentencia nos recuerda  a aquella película de George Clooney que se titulaba “La tormenta perfecta”. Cuando vienen olas de veinte metros, no hay posibilidad de escapatoria.

Llegado a este punto,  el PP como partido empieza a luchar no tanto ya por revalidar su condición de partido más votado, sino por no entrar en una dinámica que a los que ya peinamos canas nos empieza a recordar al proceso de disolución de UCD. Quiero  recordar que el partido del que ya se había marchado Adolfo Suárez llegó a conservar  11 diputados cuando Felipe González accedió sin oposición al gobierno de España en 1982.

En estas penosas circunstancias por las que atraviesa el PP, nadie puede reprochar a Pedro Sánchez por por poner una moción de censura.  Pero merece las críticas más aceradas cuando ha quedado patente que no estamos ante una razón ética o incluso estética, derribar al gobierno de  un partido atrapado por una espiral de casos de corrupción y dar la palabra al pueblo,  sino que lo importante es hacer realidad el sueño de  Pedro Sánchez de llegar a la presidencia de España,  aunque para ello tenga que echar mano de  esa mayoría frankenstein, que le condujo a su primer  fracaso como líder socialista.

¿Qué ha cambiado desde ese primer fracaso? Al contrario: las cosas han ido a peor. A Sánchez se le debería caer la cara de verguenza por predicar honestidad con su moción de censura y luego no tener remilgos a recibir los apoyos parlamentarios de los sucesores de Pujol y del partido más corrupto de la democracia española, la antigua CiU, que para mayor recochineo, con sus aliados de Esquerra Republicana, no han cejado en su empeño de finalizar el golpe contra la España democrática y su Constitución que iniciaron con la proclamación (no oficial, dijeron al juez) de la República  Catalana.

Ha quedado claro que Sánchez no solo aspira a terminar con el gobierno de Rajoy,  apelando  a la higiene democrática, sino que lo que quiere a toda costa es ser presidente del Gobierno, y por eso no  convocaría inmediatamente elecciones, y dar la palabra al pueblo español ante una situación que es excepcional, lo que busca es llegar a ellas lo más tarde posible y desde el gobierno de la nación. Con esa mayoría  frankenstein que necesitaría Sánchez, tal gobierno sería moralmente más cuestionable que el que sustituiría.

Es notorio que Sánchez no quiere elecciones para salir de esta situación, porque sabe que llegaría a ellas debilitado, y no está claro si como primer o segundo partido de la izquierda,  por ello  su moción de censura lo que busca, precisamente,  es retrasar en lo posible la cita con las urnas,  y en ello va a tener la complicidad del presidente Rajoy . Ni PP, ni PSOE se quieren medir  con Ciudadanos en las actuales circunstancias, por lo que teniendo en cuenta la aritmética parlamentaria (se necesitan 176 votos), lo más probable es que la moción de censura fracase, porque  sea imposible de alcanzar sin organizar una cama redonda que ni los Grateful  Dead camino de Woodstock .

Otra alternativa, también poco probable, es que  Ciudadanos presente una moción de censura instrumental, es decir, con un compromiso de Albert  Rivera para convocar elecciones a la vuelta de la esquina (tiene de plazo hasta el miércoles), aunque yo lo veo poco probable, porque Sánchez, y no digamos los nacionalistas, hace tiempo que saben que  su rival de verdad ya no es tanto Rajoy como el líder de Ciudadanos; y preferirán demorarlo lo más posible.

Por todo ello, no es descartable que toda esta zapatiesta acabe en nada, y que Rajoy pueda conservar la presidencia al no haber una mayoría alternativa enfrente. Si así fuera, y lo digo por anticipado, mal haría el PP en seguir la doctrina marianista de esperar a que escampe y hacer oídos sordos al clamor por una renovación del aparato del partido y de unos líderes que en el mejor de los casos no supieron poner coto a la corrupción. Porque si se empeñan en no darse por enterados, lo más probable es que el PP termine como cuarta fuerza política en 2020, y de allí a lo que le sucedió a UCD va un paso.

Esto es lo que hay.

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