El gobierno de Sánchez no tiene ninguna necesidad de pactar con Bildu para poder aprobar los presupuestos y garantizarse su estabilidad en la legislatura, porque por muy mal que se pongan las cosas ( y los informes tanto del Banco de España como de la Airef son muy preocupantes en el cálculo de ingresos), siempre podría prorrogarlos, como ha hecho con los de Cristóbal Montoro. En una inteligente maniobra, el partido liberal de Inés Arrimadas va a permitir que Sánchez se retrate: si quiere la vía moderada que le muestra Ciudadanos, con diez diputados, o aceptar los cuatro que le ofrece Bildu y que forma parte de esa estrategia más global que negocia personalmente Pablo Iglesias, y a la que se refería recientemente Emiliano García-Page: “Es determinante que haya presupuesto, pero me duele que el Gobierno tenga que estar sometido a la acción de guía de Podemos. Porque es Iglesias quien marca el paso y veta a Ciudadanos y así no queda más alternativa que pasar por las horcas caudinas”.
“Pablo Iglesias, a partir de ahora, cuando se siente en el Consejo de Ministros, no solo hablará por Podemos sino por el resto de fuerzas independentistas con las que ha negociado una estrategia que pasa por el cambio de la Constitución por la puerta de atrás”.
Los presupuestos, por tanto, y aun siendo muy importantes, o el debate sobre Bildu, unos tipos que siguen sin condenar el terrorismo, no dejan de ser una cortina de humo porque, en el fondo, lo que nos jugamos es consolidar un gobierno, apoyado en Ciudadanos, que a su vez fortalecería el sector socialdemócrata que, se supone, representa Sánchez. O girar hacia la extrema izquierda y el independentismo en la dirección que está trabajando Pablo Iglesias con los dirigentes de Bildu (ese partido al que hay que incorporar a la dirección del Estado, aunque su portavoz en el parlamento de Vitoria ya ha dejado claro que están aquí para desmontarlo), los de ERC y parte de Junts per Catalunya, y que todos sospechamos llevará consigo la reforma penal del delito de sedición para que sus dirigentes golpistas detenidos salgan de la prisión. Aunque este sería solo el primer paso, como luego comentaré.
Sánchez no tiene, insisto, ningún problema con los Presupuestos por las elementales condiciones que le ha puesto Arrimadas y que solo ha trazado (al margen de alguna sorpresiva enmiendas parcial que se pueda presentar) una línea roja: retirar la enmienda en la Lomloe que elimina la referencia al castellano como lengua oficial, a pesar de que muy probablemente sea tumbado por el Tribunal Constitucional, ya que esa misma Constitución que los aliados de Sánchez quieren liquidar, protege su uso y el deber de conocerlo. Artículo 3.1: “El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”
Algunos desconocerán que, en la práctica, el castellano ha sido borrado de los planes lingüísticos en Cataluña, aunque cada año decenas de padres tienen que recurrir a los tribunales para que sus hijos puedan estudiar en castellano o español, que también este término admite la RAE, lo que logran a costa de estigmatizar a sus hijos ante el resto del colegio educado en la inmersión de la lengua catalana. Por tanto, de lo que se trataría con esta enmienda es de normativizar esta anomalía constitucional y de paso abrir las puertas a otras comunidades para que también expulsen de las aulas al idioma común. Porque ahí está el meollo de la cuestión: el castellano es el segundo idioma que más se enseña en el mundo, y el tercero más hablado, es por tanto un rico patrimonio de todos los que lo hablamos y podemos valernos de él para la educación, el negocio o el comercio, pero los ultranacionalistas que forman parte de esa mayoría Frankeinstein, Rubalcaba dixit, lo desprecian olímpicamente con tal de llegar a un fin último: que los catalanes se tengan que comunicar con el resto de los españoles en inglés, porque carecerían de una herramienta común para entenderse. De ahí a la independencia solo quedaría un paso.
Pero hay un problema. La Constitución de 1978 establece que la soberanía es del pueblo español, no solo de una parte, con lo que inevitablemente es necesario el apoyo de los dos partidos mayoritarios para poder reformarla en la dirección que quiere Podemos o sus aliados: mediante el reconocimiento del derecho de autodeterminación en el territorio de la comunidad autónoma. Hace falta por tanto una reforma de la Constitución por la puerta de atrás, para que lo mismo que ha pasado con la enseñanza del castellano, enviado al sótano por la nueva ley de Educación de la señora Celáa, a pesar de la Constitución, se pueda extender de forma fraudulenta a la interpretación del artículo 1.2, que dice: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del estado”. Por no hablar del Artículo 1.3, que también dice: “La forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria”.
“Sánchez y sus ivanes redondos monclovitas pueden pensar que la inestabilidad que nos trae esta política de bloques en el fondo le beneficia, porque ahora no hay otra alternativa. Pero los socialistas moderados tendrán a su vez que preguntarse si el camino trazado por los populistas es compatible con la socialdemocracia, o si como pasó en los primeros años de la revolución rusa tras el derrocamiento del zar, Sánchez puede acabar como Kerenski”.
No nos equivoquemos mirando al dedo de Colón en lugar del nuevo mundo al que señala. Los presupuestos no son un problema, porque Ciudadanos cambia los cuatro votos de Bildu por los diez suyos. Los presupuestos, y leyes como la Lomloe, que se han hecho por tramitación extraordinaria para evitar cualquier negociación con la comunidad educativa, forman parte de esa hoja de ruta que ha puesto en marcha Iglesias, quien a partir de ahora, cuando se siente en el Consejo de Ministros, no solo hablará por Podemos sino por el resto de fuerzas independentistas con las que ha negociado una estrategia que pasa por el cambio de la Constitución por la puerta de atrás. Porque si la Constitución superó las dos Españas que nos llevaron a la Guerra Civil o el frentismo de siglos anteriores que alimentó las guerras carlistas, lo que los aliados de Sánchez pretenden es dividir otra vez el país entre buenos y malos, entre rojos y azules, como pegamento de esa mayoría Frankeinstein.
Sánchez y sus ivanes redondos monclovitas pueden pensar que la inestabilidad que nos trae esta política de bloques en el fondo le beneficia, porque ahora no hay otra alternativa; y así podría estar dos legislaturas, por la división del centro y las derechas. Pero los socialistas moderados tendrán a su vez que preguntarse si el camino trazado por los populistas es compatible con la socialdemocracia, o si como pasó en los primeros años de la revolución rusa tras el derrocamiento del zar, Sánchez puede acabar como Kerenski.
Esto es lo que hay. “Lo que veo es que finalmente Podemos nos marca la agenda y nos está arrastrando a una esquina del tablero político que está muy fuera del sitio habitual de las grandes mayorías del PSOE», se atrevió a decir Page, que si gobierna por mayoría absoluta es porque puso el tablero en el medio en una región de mayoría social moderadamente conservadora. Y sin lugar a dudas españolista.
Esto es lo que hay. El dedo son los presupuestos y el horizonte que nos señala – lo que Ábalos llamó luces largas-, la mayoría parlamentaria que sustenta al partido sanchista y que vienen a Madrid a desmontar España, no a aprobar el presupuesto a su gobierno. Y para ello es necesario cambiar la Constitución por la puerta de atrás. Como han hecho en Cataluña con el castellano.