Malas noticias nos llegan desde Cataluña tras las elecciones celebradas ayer, no lo olvidemos, por las desavenencias entre los dos principales partidos independentistas: ERC y Junts. Los catalanes fueron convocados a las urnas por enésima vez, y se repitieron resultados salvo por una pequeña diferencia, que a la postre puede ser grande. El liderazgo del independentismo pasa de Puigdemont a Junqueras, lo que convierte a su jefe, Oriol, en el potencial candidato a la Generalitat. Y a partir de ahí, podrían darse tres combinaciones: un gobierno entre ERC+Junts y con el apoyo en la investidura de la extrema izquierda independentista de la CUP; un gobierno ERC+Junts+Podemos; o repetición de elecciones. No incluyo el gobierno ERC+PSC+Podemos porque tanto Junqueras como Illa lo han descartado durante la campaña; y ayer Junqueras lo reiteró. Así que la repetición de elecciones tampoco se podría descartar.
Muchos dan por vencedor de estas elecciones al tándem Sánchez-Redondo (este último fue el jefe de campaña del PSC, lo nunca visto) sobre la base de que la oposición de centro-derecha es hoy más débil que el viernes. El análisis se corresponde con una realidad: ni PP, ni Cs ni Vox, suponen una alternativa a Pedro Sánchez. En eso puede estar tranquilo. Pero ningún presidente español se debería engañar. El problema catalán, con los independentistas habiendo ganado las elecciones, no se va a diluir y un nuevo episodio insurreccional, como fue el referéndum ilegal de 2017, se repetirá.
Esto es lo que nos han dejado las elecciones en Cataluña: más de lo mismo. Inestabilidad a chorros. ¿Cuántas empresas que se marcharon de Cataluña por el process están dispuestas a volver con estos resultados? Con otra salvedad, que esta vez el independentismo, que gana en escaños porque el sistema electoral sobrepondera a las dos provincias más soberanistas, Lleida y Girona, también lo ha hecho en votos, porque gran parte del electorado constitucionalista, aburrido de la situación, se ha quedado en casa y no le ha merecido la pena arriesgarse con el virus en una cola electoral. ¡Pues les espera otra vuelta de tuerca en su exclusión social y cultural por el nacionalismo excluyente!
El PSC de Salvador Illa ha ganado las elecciones con un mensaje claramente constitucionalista, que le ha permitido subir 16 escaños, procedentes de Ciudadanos, que pierde 30. Pero como le sucedió a Arrimadas en las anteriores elecciones no les dan los números para gobernar sin el concurso del independentismo. Por ello, Illa ha anunciado que no cometerá el mismo error; que presentará su candidatura, y ya veremos.
Junqueras, que no olvidemos pasa las noches en la cárcel, y exige el indulto, no va a dar a Puigdemont la satisfacción de liderar el Gobierno, porque tiene 1 diputado más. Y a la inversa lo mismo, así que las elecciones no han arreglado nada en la disputa por el liderazgo del independentismo. Y no veo a Junqueras, desdiciéndose de todo, en un tripartito con PSC y Podemos, bendecido por Sánchez, ¿a cambio de qué?, dejando la bandera del nacionalismo a Puigdemont. Mucho riesgo.
En una sociedad cada vez más polarizada, y Cataluña está dividida en dos, aunque el papel de paria es solo de una parte, son los extremos los que suben. Siempre fue así. No aprendemos de la historia. Un colectivo antisistema como la CUP dobla sus resultados (de 4 a 9) y el populismo españolista de Vox se estrena con 11 diputados, que pesca en el estanque de Ciudadanos. Su peso es testimonial, y no comparable a otros territorios, pero no despreciable. Cada pedrada que arrojaron a Abascal fue un escaño para su candidato Garriga.
Ciudadanos, que fue el referente constitucionalista en las anteriores elecciones, se pega el gran batacazo y pierde 30 escaños, quedándose penúltimo con 6. Si fuera La Liga, habría descendido a segunda. Pocos partidos en el mundo han tenido errores tan clamorosos como Ciudadanos. Albert Rivera, en abril de 2019, al no acordar con Sánchez un gobierno de centro-izquierda, lo que abrió paso meses después a un gobierno de Sánchez con Podemos, que era realmente lo que él quería, pero encima con coartada. Su electorado no le perdonó a Rivera que pusiera por delante su estrategia de dar el sorpasso al PP, en vez de influir desde un gobierno de coalición como vicepresidente de un gobierno moderado, y le retiró la confianza. A Rivera le sucedió Inés Arrimadas, que no aprendió la lección, y en lugar de batirse el cobre en Cataluña como líder del partido más votado, le sedujo el poder de la Corte y se vino a Madrid a un futuro cada vez más incierto. ¿Tiene sitio Ciudadanos en el futuro político nacional?
Esta misma pregunta se la podíamos hacer al PP de Pablo Casado, el otro gran derrotado, con solo 3 escaños (no tendrá grupo parlamentario), después de una campaña bastante templada, poniendo el foco en la gestión, cuando lamentablemente en Cataluña se sigue votando con las entrañas. Pero es lo que hay. ¿Ha llegado la hora en que PP y Cs inicien un proceso de fusión, como el que llevó a cabo el centro-derecha en el famoso congreso de Sevilla en 1989 en que se marchó Fraga y AP se convirtió en el PP, con los restos del naufragio de UCD? ¿O todavía les quedan algunos fracasos más?
Muchos dan por vencedor de estas elecciones al tándem Sánchez-Redondo (este último fue el jefe de campaña del PSC, lo nunca visto) sobre la base de que la oposición de centro-derecha es hoy más débil que viernes. El análisis se corresponde con una realidad: ni PP, ni Cs ni Vox, suponen una alternativa a Pedro Sánchez. En eso puede estar tranquilo. Pero ningún presidente español se debería engañar. El problema catalán, con los independentistas habiendo ganado las elecciones, no se va a diluir y un nuevo episodio insurreccional, como fue el referéndum ilegal de 2017, se repetirá. Tarde o temprano. Junqueras y Puigdemont lo han avisado. ¿Y qué haría entonces el presidente del Gobierno, con un vicepresidente comunista abogando por el derecho de autodeterminación, que no reconoce ninguna constitución de la Unión Europea?
Esto es lo que hay. Una Cataluña más fracturada que nunca y con una parte de la población, hastiada y aburrida, que ni tan siquiera hace el esfuerzo de ir a votar, porque se sienten fuera del sistema. ¡Vaya panorama para mostrar al mundo!