Querellas preventivas

Hasta el miércoles, Pablo Bellido era el único candidato para ser delegado de la Junta en Guadalajara, un cargo estratégico en el diseño del gobierno regional, que al actual secretario provincial del PSOE  le complacía. De hecho, al candidato que buscó el propio Bellido para el cargo, Alberto Rojo, le vino el asunto tan de sopetón que hasta el pasado jueves no cerró su relación laboral en la empresa de logística en la que trabajaba según reconoció en su toma de posesión. Nadie duda en el PSOE de que García-Page y Bellido tuvieron que resignarse al nombramiento para ahorrar al nuevo presidente regional otra portada como la que dedicó Abc a Pedro Sánchez cuando acudió a Azuqueca a respaldar la “campaña electoral de un imputado”. De ahí,  las significativas alusiones de Araceli Martínez  y el citado Alberto Rojo en su toma de posesión a la “honradez” y “honestidad” de su secretario provincial. Pero las cosas son así en este país de radicales donde la política es pura ventolera. Si antes seguimos con ingenuidad a  Juan Jacobo Rousseau  que planteó en su “Emilio” que el hombre es bueno por naturaleza, ahora nos hemos pasado en un arrebato  jacobino a Hobbes, que siglos antes sostuvo que el hombre es intrínsecamente malo, porque es egoísta y privilegia su propio bien por encima del común.  Y de estas últimas exageraciones  surge un riesgo: que para inhabilitar a un político lo más fácil sea meterle una querella preventiva y a ver si cuela. Sucede así porque los partidos serios no se han puesto de acuerdo en fijar dónde empieza y acaba una imputación; y lo que es una garantía procesal se ha convertido en un estigma sin  saber tan siquiera si se va a abrir un juicio oral, que sería  a mi juicio una frontera en la que sí se deberían exigir las primeras responsabilidades políticas; porque otras no las hay hasta que una sentencia sea firme. Esta semana hemos tenido otro caso que es insólito en la política provincial. El coordinador provincial de Ciudadanos, Alejandro Ruiz, también tendrá que declarar  como imputado por los supuestos daños morales causados a una militante que le ha denunciado, hechos que él niega tajantemente. Pero lo novedoso de este caso es que por primera vez en Guadalajara una discusión producida en el ámbito interno del partido, y por lo tanto sin publicidad,  acaba en los tribunales. En fútbol, dicen los argentinos que lo que pasa en el campo se queda  en el campo. Como el ejemplo cunda,  las ejecutivas de los partidos acabarán celebrándose con la presencia de un notario y de un representante de la Academia para que vele por el lenguaje políticamente correcto.

Sería deseable por tanto un acuerdo a ser posible escrito que clarificara la figura del imputado o el populismo también en esto nos acabará comiendo por los pies. Y a ser posible una mayor celeridad en los plazos mientras dure la instrucción. Mientras tanto, aunque por esa Ley de Péndulo lo que ahora se lleva es atizar la hoguera, hay que insistir en la presunción de inocencia. Y en el caso de Bellido, yo me remito a lo que tengo escrito. Sin prejuzgar nada, porque el juez tendrá sus motivos cuando ha admitido la denuncia y ha iniciado una investigación judicial, en el día a día del alcalde de un municipio grande como el de Azuqueca no está revisar si han cambiado el modelo de una farola por otro equivalente; algo más debería saber el concejal responsable; y ya no digamos  los técnicos que son los encargados de examinar e informar sobre cualquier modificación al proyecto original . Pero mientras el juez resuelva… en el camino se ha podido producir alguna injusticia. Esto es lo que hay.

P.D. Sé que no es justo, porque en en una convención como la celebrada por el PP en Madrid, se llevan ponencias que no recogen los medios de comunicación, pero lo que queda por el resumen de los telediarios sobre el discurso de Rajoy es que hay que votarles  sí o sí porque si no detrás viene Varoufakis derrapando con la moto. Solo con explotar la tragedia griega y cambiar el logotipo no le va a dar al PP para ganar las elecciones mientras Rajoy siga apareciendo como el pitufo gruñón siempre dispuesto a dejarnos sin el postre. Como espectador, sinceramente, no funcionó. Demasiado negro.

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