La magia del “Chaplin”

 

            El próximo fin de semana, entre el viernes, 14, y el domingo, 16 de febrero, va a celebrarse una nueva edición de “Por arte de magia”, el festival de magos e ilusionistas que el Ayuntamiento de Guadalajara, con buen criterio y éxito de público, lleva ya organizando algunos años. En la provincia hay muchos y buenos magos, la mayoría aficionados, aunque también hay algún muy buen profesional, como el seguntino Adrián Vega, que es quien dirige este festival y que, el año pasado, en el Congreso Internacional de Magos que se celebró en nuestra ciudad, obtuvo el Premio Nacional de Cartomagia; un mago premiado por los propios magos, sin duda tiene que ser un excelente mago.

“Por arte de magia” viene a dar continuidad a “Guadalajara mágica”, actividad en la que, un día de Ferias, generalmente el viernes festivo, creo recordar que desde 2002, varios magos se dan cita con el público en las calles de Guadalajara, llenando plazas y parques de ilusión y causando admiración por sus habilidades y destrezas. Una ciudad en la que se programan, y además gozan de alto poder de convocatoria, actividades como el “Maratón de los cuentos”, “Por arte de magia” o “Guadalajara mágica”, deja entrever que sus ciudadanos no sólo saben hablar, sino también escuchar; no sólo saben mirar, sino también ver y no sólo saben cerrar los ojos, sino también soñar. Incluso me atrevería a decir que las ciudades en las que se cuentan y oyen contar tantos cuentos, y en las que la magia y la ilusión toman la calle con frecuencia, tienen acreditada una inteligencia emocional comunitaria. No obstante, dice mi amigo y hermano Javier Borobia que “Guadalajara es una ciudad que no se gusta a sí misma”; eso es bien cierto, a pesar de que tiene motivos sobrados para ir remontando en autoestima, aunque aún se tenga que hacer mirar algunas cuantas cosas, entre otras, mejorar el conocimiento propio y cambiar actitudes de resignación por compromisos.

 

Pero, ¡ale hop!, ¡nada por aquí, nada por allá, y volvamos a sacar magia de esta chistera de tinta virtual que es un post! Entre la programación del “Por arte de magia” de este año me ha alegrado ver que está incluida dentro de ella una actuación del gran Juan Tamariz, con su conocida, y ya veterana, “Magia potagia”. Aunque Tamariz es un mago que ha tenido mucha presencia en televisión, donde ha cimentado buena parte de su fama y éxito, su mejor magia la hace en proximidad, en cercanía, vis a vis. Y doy fe de ello porque a Tamariz le conocí y vi hacer su “magia potagia” en directo, hace ya más de treinta años, y no una vez sino varias, en el viejo y añorado “Chaplin”, el ya mítico pub en el que, sobre todo a finales de los años setenta y la década completa de los ochenta, nos hicimos jóvenes y disfrutamos de esa juventud mucho tiempo en él varias generaciones de guadalajareños. Juan, aparte de ser más feo que Picio, fealdad de la que sabe sacar partido, tiene una simpatía y un humor muy especiales que redondean sus muchas y grandes habilidades como mago. No me cabe duda que su paso por el festival de magia guadalajareño, este fin de semana, va a ser todo un éxito porque los magos no envejecen; al contrario, según aumenta su experiencia, crece su capacidad de ilusionar.

Y ya que he citado al “Chaplin”, no quiero terminar este post sin contarles a quienes no lo conocieron, aunque sea a vuelapluma, de qué iba aquel especialísimo lugar, y compartir algunos gratos recuerdos con quienes sí fueron parte de sus habituales. El “Chaplin” estaba situado en los bajos de un viejo edificio de la calle Alvarfáñez de Minaya, con vocación de sótano o de cueva. Incluso, si no se tuviera en cuenta el magnífico ambiente que allí se creaba y la calidad de las actuaciones que en él tenían lugar con frecuencia, el local, por su baja altura y reducido espacio, podría ser perfectamente definido como un “antro”. Antes de ser “Chaplin” se llamó “El Cirio” y, menos tabaco, que también, allí se fumaba de todo. Dejada atrás la etapa libérrima del “Cirio” e, incluso, otra en que se llamó “Arco Iris”, el “Chaplin”, de la mano de Juan Antonio Martín Carraux, paso a ser un bar de referencia, casi de culto, en Guadalajara, en el que no sólo se tomaban copas y se pelaba la pava, sino que se jugaba al ajedrez o a las cartas, se leía algún periódico o revista, se formaban tertulias de grupo en las que hacían planes las pandillas de amigos, se hablaba de política en aquellos apasionantes momentos de la transición democrática, de cine, de literatura… y de lo que se terciase, porque aquel pub era un auténtico templo de la palabra y las relaciones humanas, salpimentado por excelentes actuaciones como las de Juan Tamariz y otros grandes magos. También las de extraordinarios músicos como Joaquín Sabina, Javier Krahe y, nuestro paisano, el seguntino Alberto Pérez (Lapastora), quienes conjuntamente grabaron, en 1981, ese disco, también ya mítico, titulado “La Mandrágora”, que era el nombre de un pub parecido al “Chaplin”, pero ubicado en el barrio madrileño de la Latina, en el que Sabina, Krahe y Pérez solían actuar. Todo un lujo para un reducido local de una pequeña ciudad de provincias el poder contar con artistas de esa talla que, no sólo hacían magia o cantaban, sino que después se incorporaban al ambiente del “Chaplin” porque, la verdad, enganchaba.

Puesto que murió hace unos meses en Bali, donde vivía desde hacía unos años después de recorrer medio mundo, Juan Antonio Martín no nos podrá ya explicar cómo se las apañó para hacer del “Chaplin” un lugar tan especial y que tanto nos marcó a quienes lo conocimos y disfrutamos; pero tengo la impresión de que la extraversión de Juan Antonio, su simpatía y cordialidad, al tiempo que su conocida pero consentida informalidad, todos estos factores trufados por una personalidad arrolladora, le permitieron sacar de la chistera, mejor dicho, del bombín de Chaplin, un lugar para el encuentro, la relación y la palabra casi mágico. Y sin casi.

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