Archive for noviembre, 2014

Pablo, Pablito, Pablete

                Que “yo soy yo y mis circunstancias”, tu eres tú y las tuyas y él es él y las suyas no me lo he inventado yo, evidentemente, sino que fue Ortega y Gasset, el gran filósofo existencialista español, probablemente el más importante de todo el siglo XX, junto a su discípulo, Julián Marías. Desarrollando ese pensamiento orteguiano, podríamos decir que un simple nombre propio, aunque sea muy común, como es el caso de Pablo, dependiendo de las circunstancias y del tiempo, puede referirse, si no se le añade apellido, no a una, sino a varias personas, eso sí, todas ellas con el punto en común de haber adquirido la notoriedad y la celebridad públicas suficientes como para que, sólo pronunciado su nombre, ya se sepa que se apela a ellas. Por ejemplo, incluso aunque hayan fallecido ya hace tiempo, en el contexto de la pintura, Pablo sigue siendo Picasso, sin duda alguna; en el de la música Pablo es Casals, el gran Pau Casals, y en la etapa de los líos federativos futboleros de finales de los 70 y principios de los 80, el Pablo más famoso fue, por supuesto, Pablo Porta, el entonces presidente de la Federación Española de Fútbol a quien, el gran periodista deportivo que era entonces, José María García, sometía diariamente, en su mítico programa de la medianoche en la SER, Hora 25, a una auténtica lapidación verbal, haciendo públicos sus continuos chanchullos y tejemanejes en la Federación y hasta informando puntual y detalladamente de lo que comía y cenaba cada día el susodicho; por supuesto, sin pagar un solo duro, de los de entonces, de su bolsillo. A aquél célebre Pablo, García no se conformó con hacerle un marcaje tipo kárate-press, como el que practicaba el mítico pivot italiano de baloncesto, Dino Meneghin, con nuestro torpe pero querido grandullón, Fernando Romay, sino que le terminó bautizando como “Pablo, Pablito, Pablete”, como recordarán los lectores que vivieron aquella apasionante época de la radio, en particular, y del periodismo español, en general, en la que también soplaban unos refrescantes y aliviadores aires de libertad coincidiendo con la Transición política de la dictadura a la democracia, tras la muerte de Franco en 1975.

                Siguiendo con la línea argumental iniciada en el párrafo anterior, si hace tan sólo unos meses preguntamos públicamente por un tal Pablo como significado político español, muy probablemente la mayoría de quienes le añadieran casi automáticamente a ese nombre un apellido, dirían: “Pablo Iglesias, por supuesto, el que fundó la UGT y el PSOE”. Pero, hoy, las circunstancias han cambiado tanto y en tan poco tiempo que, si hablamos de un tal Pablo como significado político español e, incluso, titulamos un artículo como “Pablo, Pablito, Pablete”, una inmensa mayoría pensarán que ese Pablo no es ni Pablo Iglesias Posse –el de la UGT y el PSOE-, ni Pablo Porta Bussoms -el federativo-, sino que se trata, sin duda, de Pablo Iglesias Turrión, el líder de Podemos, ese partido que acaba de nacer como tal, después de meses de ser sólo un proyecto, una plataforma aglutinadora de los cabreados con con el espectro político convencional, y que pretende alcanzar la supremacía en la izquierda española. Una supremacía, obviamente, que sólo pueden conquistar a costa del PSOE, de IU y de la abstención, fundamentalmente, y gracias al desgaste general que lo que ellos llaman “casta” política –o sea, los partidos tradicionales de mayor éxito electoral desde la Constitución del 78 hasta la fecha- lleva tiempo sufriendo por haber conducido a España a una grave crisis económica, social y… política, de manera especial por la generalizada corrupción que invade a todas las fuerzas políticas que detentan poder y que ha encendido todas las alarmas de la sociedad, indignándola, mosqueándola y hasta asqueándola.

Entiendo perfectamente que los desencantados, los cabreados y, especialmente, los desubicados y los descolocados, social y políticamente, sobre todo los más jóvenes, vean en Podemos esa tabla de esperanza y de salvación a la que agarrarse para tratar de mejorar su complicado presente y su comprometido futuro. Es evidente que las opciones políticas tradicionales que nacieron en la Transición están en un momento de tremendo desgaste, tanto quienes mandan como quienes se oponen, como también es palmario que la corrupción se ha colado por sus sedes y las instituciones que gobiernan como el viento se filtra por las puertas, las ventanas y las paredes mal aisladas, que el sectarismo y la endogamia que con tanta fruición practican no les hacen precisamente atractivos a quienes no militan en ellos y que son percibidos, más que como soluciones a los graves problemas que tiene la sociedad actual, como uno principal de ellos. Entiendo todo eso y mucho más porque yo también estoy desencantado, ahora bien, cuidado con los cantos de sirena que astuta, inteligente y estratégicamente está diseñando Pablo Iglesias Turrión para hacerse con la mayoría de la izquierda española y, desde ella, tratar de asaltar el poder del Estado, porque puede ocurrir que esos cantos, tras su aparente belleza, como en la mitología griega, sólo traigan hechizo y locura; y es que, una cosa es hacer muy bien el diagnóstico de una enfermedad y otra bien distinta ponerle el tratamiento adecuado, y más si se opta por uno agresivo, radical e invasivo. Ahondando en este símil médico,  el “doctor” Iglesias Turrión, de momento, ha demostrado ser un fino cirujano como maestro de la oratoria y la elocuencia y un internista/politólogo de categoría pero, aunque ya tenga un partido y un equipo –el que ha querido y sin la presencia cercana de sus críticos, por cierto; o sea, haciendo desde el minuto uno lo mismo que los demás-, todavía no tiene un tratamiento/programa definido, sino ideas que van mutando –por ejemplo, ya han renunciado a la “renta básica universal” y sólo la garantizan a parados y jóvenes-, eslóganes, frases hechas, flirteos con la rancia izquierda de base “troskista” –él mismo forma parte del influyente grupo de profesores de la Complutense conocido como “los Troskos”- y continuos guiños a los cabreados e indignados, muchos de ellos pura demagogia.

O sea, Podemos es más de lo mismo, pero vendiéndose como algo nuevo y distinto y utilizando con mucho aprovechamiento los medios de comunicación convencionales –especialmente la televisión- y las redes sociales. Pero, aunque traten de disimularlo, es la izquierda extrema de siempre con envoltura tuneada con técnicas de merchandising comercial más que de ideario político, lo que puede ser una canallada para quienes compren este producto con su mejor voluntad. Hasta ya les ha salido un caso que raya la corrupción –como mínimo, se trata de un hecho muy golfo-, como es el de la beca de la Universidad de Málaga por la que el Secretario de Política del neonato partido, Íñigo Errejón, cobra 1825 euros al mes, cuando es público y notorio que éste va por Málaga lo justo y que lleva muchos meses prácticamente dedicado en exclusiva a montar y expandir Podemos; a este respecto, la propia Universidad andaluza ya ha abierto un expediente pues la beca de que goza Errejón se concedió, precisamente, con carácter de exclusividad. Un chusco asunto relacionado con “La Tuerka”, la televisión que inspira y controla Iglesias Turrión y en la que puede haber, desde financiación de países sudamericanos, no precisamente adalides de la libertad, sino de justamente lo contrario, a presuntos contratos y rentas irregulares de trabajo con una fiscalidad dudosa, también aparece como una nube tormentosa en el horizonte “Podemil”, en el que intuyo que no sólo Marx, Trostky, Chaves y Maduro son algunos de sus referentes ideológicos, sino que también no anda lejos Maquiavelo. A mí, Podemos, cada vez se me asemeja más a los “Pedos de Lobo”, esos hongos (Lycoperdon perlatum)  que cuando nacen en las praderas y en algún sotobosque son tan blanquitos y atractivos, pero que, cuando los cortas,  la oxidación hace que tornen muy pronto la blancura por grisura y, lo que es peor, si los dejas arraigar se secan y, cuando los pisas, sale una ventosidad pulverulenta y maloliente de ellos.

La política española es evidente que debe cambiar su rumbo y los partidos “de siempre” reformarse y hasta refundarse para responder a los nuevos tiempos y dejar atrás lo peor, y ya caduco, de los viejos. Pero romper de raíz con el pasado reciente, y me estoy refiriendo a la ejemplar Transición y al generoso espíritu de sus actores principales que llevó al consenso, sería un enorme error porque jamás ha vivido España un período democrático más pleno y duradero que el derivado de la Constitución de 1978, ni alcanzado cotas de bienestar social y económico tales y nunca han gozado las comunidades que la conforman de semejantes niveles de autonomía y autogobierno. Mantener petrificada la Carta Magna puede que no sea lo mejor, pero peor aún es abrir el melón de su reforma sin saber a dónde queremos y, sobre todo, debemos llegar –no digo “podemos”, para no fastidiarla-, porque ya sabemos con el reformismo constitucional lo que buscan los nacionalistas y lo que pretende la izquierda más radical que ahora se trasviste de novedosa cuando es más vieja que la tos en sus planteamientos: los primeros, independizar sus regiones de España, y, los segundos, finiquitar el Estado de raíz y espíritu liberales, el que acabó con el Antiguo Régimen y que ha sido y es la gran conquista política de los dos últimos siglos y medio. ¡Pedro, Pedrito, Pedrete, toma nota!

Otro ladrillo en el muro

                El pasado día 9 de noviembre se conmemoró el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín. Aquél vergonzante y vergonzoso muro se levantó durante la llamada “Guerra Fría”, en 1961, para separar el Berlín occidental del oriental, o lo que es lo mismo, para dejar a un lado la democracia y la libertad, representadas por la Europa occidental, frente a la dictadura y la opresión imperantes en la oriental bajo la bota comunista rusa. Aunque la altura física de aquél muro fue de 3,6 metros, la real fue casi infinita, que es la distancia que separa la libertad de la opresión y la democracia del totalitarismo. La caída de ese muro en 1989 fue recibida por una amplia mayoría de los berlineses y por la totalidad de los demócratas del mundo casi con tanto alborozo como lo fue la tanqueta que llevaba grabado en el exterior de su carlinga el nombre de “Guadalajara”, en agosto de 1944, en París, cuando formó parte de las primeras unidades mecanizadas de los aliados que entraron en la capital francesa para liberarla del  yugo nazi.

                Cuando Berlín y el mundo entero conmemoran la caída de aquél ignominioso muro e, incluso, lo celebran de manera creativa y vistosa iluminando con globos los 45 kilómetros lineales que en su día ocupó para que quede expresiva constancia de su trazado, otros ladrillos están pretendiendo levantar nuevos muros, como decía el título de la conocida canción de Pink Floyd, uno de mis grupos musicales favoritos de juventud, que lideró el gran Roger Waters junto con Syd Barrett y David Gilmour. Pero si aquél inolvidable y magnífico tema del “Another brick in the wall” del mítico grupo de rock inglés no tenía nada que ver con el Muro de Berlín –aún en pie cuando se compuso pues es de 1979- y lo que pedía en su letra era que los maestros dejaran de controlar los pensamientos de los niños – “Hey! Teachers! Leave them kids alone”!-, hoy sí que yo quiero referirme al tipo de muros que representó el de Berlín, que son los que separan porque quienes los pretenden levantar no quieren juntarse con los que quedarían al otro lado, por considerarse diferentes a ellos y, por supuesto, mejores.

Aunque no se hayan acopiado ni ladrillos de arcilla ni bloques de cemento en los centros públicos que, cuando menos irregular e ilícitamente, han servido como colegios pseudoelectorales el pasado domingo en Cataluña con motivo de la burlesca consulta organizada y controlada por los proindependentistas catalanes, las papeletas y las urnas que allí se pusieron a disposición de las personas que quisieron votar sin ni siquiera haber censo, más que medios legales para ejercer la democracia, como se pretendieron vender, se conformaron en inmateriales pero auténticos ladrillos de intolerancia, insolidaridad y soberbia para tratar de levantar un muro que separe a Cataluña de España. Una Cataluña y una España que llevan juntas desde que ésta es una nación, gracias a la unión de varios reinos, liderada por el de Castilla, entre ellos el de Aragón, del que Cataluña fue un importante y señero condado, nada más y nada menos. Es un peligroso y malicioso juego cortar y pegar la historia a conveniencia, interpretarla, retorcerla, poner énfasis en unos episodios y soslayar otros, pero más peligroso y malicioso es aún utilizarla y adoctrinarla a conveniencia pues en la mentira, en la verdad a medias y, aún peor, en la verdad inventada jamás se debe cimentar el futuro.

No me cabe ninguna duda de que, aún sin arcilla ni cemento, es del tipo del de Berlín el muro que están pretendiendo levantar los proindependentistas catalanes, que son muchos, efectivamente, pero que no son ni representan a todos, ni siquiera son mayoría a juzgar por el poco más del 30 por ciento de votantes que se han sumado al carísimo juego de esta pseudoconsulta, que alguien deberá pagar pues es de libro la malversación de caudales públicos que ha supuesto utilizar ilícitamente tantos y tantos recursos del Estado, materiales, personales y monetarios, en este proceso declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. Como también es de libro que muchos protagonistas de esta astracanada con barretina han incurrido, al menos también, en los delitos de prevaricación y desobediencia, y otros los han bordeado, como el de sedición. Y no hay democracia sin Estado de derecho, como no es permisible que, según dice Pablo Planas, en Cataluña hoy sólo impere la ley… de la gravedad.

Peor que los muros de hormigón, por muy altos y armados que sean, son los muros, incluso inmateriales, que tratan de separar a las personas por supuestas diferencias de nación y supuestos derechos de autodeterminación que, ni siquiera el Derecho Internacional Público reconoce, pues, para asistir este derecho a un territorio, previamente ha debido ser independiente del que pretende segregarse, lo que no es el caso ya que Cataluña forma parte de España desde el mismo momento en que ésta se constituyó como un Estado en su concepción moderna; por cierto, de los más antiguos de Europa y aún del mundo. Mas, Junqueras y demás personajes del soberanismo catalán recalcitrante, lo que pretenden al construir su particular muro es jugar  luego al escondite tras de él –también para no ver lo que no les interesa, como los casos de corrupción generalizada de la familia Pujol, el padre del nacionalismo catalán posconstitucional- porque se creen más ricos, más listos, mejor nacidos y mejores que el resto de los españoles y aún quieren serlo todavía más gracias al dinero que pretenden ahorrar cuando España les deje de “robar”. El nacionalismo radical y excluyente es primo hermano del racismo y pariente no demasiado lejano del totalitarismo pues bien es sabido que los extremos se tocan.

Es cierto que hay un amplio sector de la sociedad catalana que quiere la independencia y esa es una realidad a tener en cuenta, pero siempre dentro de la ley, sin imposiciones, sin prepotencia, sin insultar, sin menospreciar y sin empujar.

Pablo y Pedro (ni santos ni picapiedras)

                Aunque el titular del post, como el algodón del anuncio de la tele, no engaña, sí que puede hacer dudar a qué Pablo y a qué Pedro me refiero; no obstante, el avisado y avispado lector seguro que ha descartado que lo haga a los homónimos apóstoles de Jesús y tampoco a Pablo Mármol y Pedro Picapiedra, aquellos entrañables personajes prehistóricos de dibujos animados que nos ayudaban a merendar los bocadillos de Nocilla en las tardes de los años sesenta, incluso de los primeros setenta, cuando volvíamos del colegio con más hambre que Carpanta. Efectivamente, el Pedro y el Pablo a los que me voy a referir no provienen de lejanas montañas, ni de áridos desiertos de Oriente Medio, ni sus vidas son coetáneas a la de Jesús, ni se trata del recaudador de impuestos Saulo que, tras caerse del caballo y convertirse al cristianismo, dejó de recaudar denarios para tratar de hacerlo con almas; tampoco se trata del pescador de peces y después de almas Simón Pedro, que fue la piedra angular que Cristo eligió para edificar su iglesia, aún después de haberle negado tres veces. El Pedro y el Pablo de los que voy a hablar tampoco viajan en “troncomóvil”, ni están casados con Vilma y con Betty y son padres de Pebbles BamBam, nacidos todos de la desbordante e ingeniosa imaginación de Joseph Barbera y William Hannah, los guionistas de Los Picapiedra; el Pedro y el Pablo a los que me refiero se apellidan Sánchez e Iglesias, respectivamente, y son los líderes del PSOE y de Podemos, las dos fuerzas políticas de la hoy fragmentada izquierda española que aspiran a ser las más votadas de entre ella en las generales de dentro de un año, para tratar de ser los próximos presidentes del gobierno tras un pacto de corte frentepopulista porque ninguna encuesta da mayoría absoluta a ningún partido y, además, por mucho, ni es previsible que nadie la alcance según está el patio político.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias eran, hace no más de medio año, poco menos que unos desconocidos para la gran mayoría de los españoles; hoy, en cambio, aspiran a ser, nada más y nada menos, que presidentes del gobierno de España, algo que a muchos nos tiene especialmente preocupados porque no vemos en ellos y sus respectivos proyectos y equipos la capacidad, solvencia y adecuación necesarias para asumir tan alta responsabilidad, salvando por supuesto lo que representan cada uno y las distancias que hay entre ambos, hoy notorias, pero en el futuro ya veremos porque, como decía Fraga, “la política hace extrañas parejas de cama” y, en eso de compartir lecho con afines o no, la izquierda suele ser más promiscua que la derecha. Pero si estos Pedro y Pablo tienen, a día de hoy, opciones reales de ser los próximos presidentes de España –la encuesta de ayer de El País, incluso, concede al de Podemos más posibilidades de ser la opción de izquierdas más votada-, aunque sea en un gobierno necesariamente de coalición, más que por sus méritos están así posicionados por los deméritos del PP, que no sólo se está desgastando por los duros recortes sociales que ha debido acometer –aunque hayan sido forzados por el solar en que Zapatero dejó España a nivel económico-, por sus incumplimientos y errores, sino sobre todo por los casos de corrupción en los que se está viendo envuelto, de manera cada vez más alarmante y progresiva, y en los que no voy a ahondar pues ya lo hice en mi anterior post, y eso que lo subí a la red antes de que estallara la escandalosa operación “Púnica”.

Ahora se cumplen los primeros cien días del ascenso a la secretaría general del PSOE de Pedro Sánchez, un  diputado “de a pie” hasta hace bien poco y que ha ascendido hasta el liderazgo de los socialistas españoles de una manera democráticamente intachable, a través de primarias, algo que, como está ya probado, no garantiza que lo elegido sea lo más adecuado. Sánchez es la antítesis teórica de los dos rasgos fundamentales externos de Rubalcaba: es guaperas y  joven, mientras que su predecesor es más bien feote y ya se le había pasado el arroz en política, después de tres décadas en ella de manera activa. Respecto a las capacidades políticas de uno y otro, el tiempo dirá, aunque por cómo han principiado las cosas, no le doy tres décadas en primera línea política al nuevo líder del PSOE pues, a pesar de jugar muy a su favor los hechos de la novedad y la frescura que representa, ya ha dado muestras de más inseguridades, incoherencias, inconsecuencias y debilidades de las debidas para ser un recién llegado; ahí van algunas de ellas: proponer la desaparición del Ministerio de Defensa y luego desdecirse; permitir que el PSC juegue descarada y peligrosamente a la ambigüedad con el proceso soberanista catalán; romper el consenso de la Transición y proponer la reforma de la Constitución hacia un modelo federal, sin explicar su contenido formal, ni detallar su profundidad y alcance ni valorar sus consecuencias; romper el compromiso de voto del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo para la ratificación del nuevo ejecutivo comunitario y la elección de altos cargos de la Unión sólo por tratar de bloquear la designación de Arias-Cañete como Comisario de Energía, algo que ni siquiera consiguió; depender en exceso del apoyo de la lideresa andaluza, Susana Díaz, que, por el contrario, ya ha marcado distancias con él por no compartir algunas de sus decisiones; exponerse mediáticamente en exceso con tal de ser protagonista, hasta el punto de llamar en directo a un programa de telebasura como “Sálvame” y, sobre todo, decir que no pactará con “Podemos”, mientras Susana Díaz y otros dirigentes socialistas ya han dicho, públicamente, que “ya veremos después de las elecciones”. Ya sé que el hombre acaba de llegar y que aún es mucho el camino que le queda por recorrer –o no, ya veremos también-, pero hay un dicho en esta tierra que no suele fallar y que yo tengo oído en Zaorejas“Mal camino no lleva a buen pueblo”.

Respecto a Pablo Iglesias y su “Podemos”, yo no sé si finalmente podrán o no -con mi voto, seguro que no- pero lo que está claro es que esta opción la están inflando los errores del PP en el gobierno y el PSOE en la oposición y el desencanto por la crisis económica y la situación política actual que está cundiendo entre los españoles, especialmente entre los más jóvenes. Lo que es innegable es que la estrategia de Iglesias, Echenique y compañía está siendo muy acertada, hasta el punto de, en apenas tres meses, conseguir llevar al Parlamento Europeo cinco diputados y, lo que es más significativo, crecer exponencialmente en las encuestas de intención de voto, aglutinando el voto de los desencantados del PSOE e IU, incluso de algunos despistados del PP, de los abstencionistas de izquierdas y, sobre todo, de jóvenes, primeros votantes o casi, que ven en “el coleta” el líder que necesita España para que “no la conozca ni la madre que la parió”, frase acuñada por Alfonso Guerra hace ya más de 30 años, pero que adquiere ahora plena vigencia y efecto subyugante porque, la verdad sea dicha, las cosas están muy mal y… aún se pueden poner peor.

A mí el proyecto de Pablo Iglesias me parece especialmente peligroso porque está jugando con las ilusiones maltrechas de muchos y la mayoría de sus recetas para dar la vuelta del calcetín a España no son nuevas, sino muy viejas, y se demostraron erráticas en el siglo XX, causando mucho sufrimiento, pobreza e injusticia en el mismo pueblo que luchó por ellas, incluso a muerte. Ideas que hace ya más de un siglo también se disfrazaron, como ahora, de la más pura y dura justicia social, pero que cuando se pusieron en práctica distaron muy mucho de ser justas y sociales; incluso en los pocos países del mundo en los que aún perduran esas ideas, de base comunista, alma libertaria y espíritu antisistema –pero que, cuando se aplican, son sólo sistema, único, eso sí-, la democracia brilla por su ausencia, el Estado anula al individuo hasta pensar y hacer por él y sólo la pobreza es aún mayor que la injusticia. Aunque, como ya he dejado dicho, Pedro Sánchez no es mi tipo –sobre todo político-, sí asumo al cien por cien estás palabras que dedicó a “Podemos” en el último Comité Federal que celebró el PSOE : “Tenemos que enfrentarnos a la idea del populismo, un proyecto que se construye sobre el descrédito del otro, sin aportar soluciones ni futuro a la sociedad española, o mejor dicho, con propuestas que provocarían frustración a los más débiles y un pobre futuro para España”. Veremos si Sánchez mantiene este discurso en el supuesto de que el PSOE necesite pactar con Iglesias o viceversa.

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