Archive for octubre, 2015

Crónicas de una tradición conquistada

                Aunque en mi penúltimo artículo ya hablé del 25, y más, aniversario del Tenorio Mendocino, me apetece retomar el tema porque da para mucho y, sobre todo, porque mi contribución y homenaje a Javier Borobia y a Gentes de Guadalajara por esta efeméride tiene forma y fondo de libro, se titula “Crónicas del Tenorio Mendocino” y se va a presentar/se ha presentado (para quienes lean este post en fechas posteriores)  el martes, 27 de octubre, a las 8 de la tarde, en la Sala “Tragaluz”, del Buero, apenas tres días antes de que Don Juan vuelva a su cita anual como figura que cabalga a lomos del amor y de la muerte, a la grupa del pecado, el arrepentimiento, la penitencia y el perdón en el paisaje monumental mendocino de la ciudad de Guadalajara.

Portada-Orea (2) André Malraux, uno de los políticos y novelistas franceses más citado –casi tanto como en España lo es Ortega y Gasset-,  decía que “la tradición no se hereda, se conquista”. Gentes de Guadalajara, efectivamente, como con absoluto acierto afirma Abigail Tomey en el texto  que ha escrito y que forma parte de mis “Crónicas del Tenorio Mendocino”, han conquistado para la ciudad una nueva tradición, algo que parece un contrasentido, pero que no lo es. La tradición siempre ha de tener un punto de partida, que ha de ser conquistado; después, aunque esa tradición se transmita de generación en generación, éstas han de reconquistarla de nuevo porque, de lo contrario, la pátina y el moho de lo que envejece, el desgaste del tiempo y la falta de renovación suelen ser causas de fuerza mayor que acaban con cualquier tipo de conquista, incluida una tradición. Heredar es un acto en pasiva, conquistar lo es en activa; heredar es esperar, conquistar es ir a buscar; en ello está la clave de lo afirmado por Malraux y lo hecho por Gentes de Guadalajara.

Cuando el Tenorio Mendocino empezó a gestarse en los bajos del Ventorrero, gracias a Javier Borobia y a los Amigos de la Capa, allá en 1984, incluso ocho años después, el 31 de octubre de 1992, cuando por primera vez se representó de manera pública, bastantes de los actuales miembros de Gentes de Guadalajara no habían nacido o eran apenas unos niños. Borobia, Borlán, Josefina, “Josepe”,… y demás pioneros del Mendocino conquistaron una nueva tradición para la ciudad porque nació con vocación de continuidad, no como una simple ocurrencia y flor de un día. Pero si el Mendocino hoy es posible no es porque Pepe Vegas, Abigail Tomey, Chema Sanz, Juan Aylagas, Felipe Sanz, Javi Barra, Diego Borobia y las demás Gentes de Guadalajara lo heredaran de los anteriores – y de los que, por cierto, algunos continúan aún implicados en el proyecto, como “Josepe” y Josefina, ante quienes me desembozo la capa y quito el sombrero- sino porque ellos y otros como ellos, que han estado o están ahí, cada año reconquistan la tradición del Tenorio Mendocino.

Toca hablar de mi libro, que no es sólo mío, sino de muchos, porque aunque yo lo haya escrito, nada tendría que escribir si el Tenorio Mendocino no existiera, lo que, de ocurrir, habría que solucionar inventándoselo porque, si no, esta ciudad siempre tendría un solar vacío y abandonado en su alma cultural, como los que socavan y menoscaban el casco histórico de la ciudad, el paisaje del Tenorio que la sociedad civil de Guadalajara conquistó como tradición para la ciudad y que sólo tiene riesgo de morir si en el futuro no se reconquista cada año. Abigail Tomey lo dice así de claro y bien en su texto publicado dentro de las “Crónicas del Tenorio Mendocino”: “Los sucesivos responsables serán los que tengan que alimentarla (se refiere a la labor de los actuales), crecerla, revisarla; para mantenerla viva”. Por su parte, el padre del Tenorio Mendocino, que es Javier Borobia, ya dijo al acabar la edición de 1993, la segunda, al hacer balance de la misma, que “había triunfado la ética de la ilusión frente a la ética del deber”. Sí, querido Javier, una vez más diste en el clavo porque, efectivamente, el día que el cumplimiento obligatorio del deber sustituya a la ilusión del hacer voluntario, es probable que Don Juan se quede en Sevilla, junto al Guadalquivir, y renuncie a volver cada año a Guadalajara, a orillas del Henares, esa ribera en la que el Arcipreste de Hita dijo en su Libro de Buen Amor que “sembró avena loca”; y no me extraña, porque si el Don Juan de Zorrilla sedujo hasta a una novicia, el protagonista del “buen amor” de Juan Ruiz fue capaz de seducir hasta quince mujeres, mezclándose también en su trama amor y burla, pecado y perdón.

Espero verles o haberles visto en la presentación de las “Crónicas del Tenorio Mendocino” porque, probablemente, pasarán o habrán pasado un buen rato, rindiendo homenaje con su presencia “a Javier Borobia y a todas las Gentes de Guadalajara: actores, figurantes, técnicos, realizadores, colaboradores y espectadores que han hecho posible la bendita aventura que ha sido, es y debe seguir siendo el Tenorio Mendocino”, que son a quienes he dedicado este libro que ese gran profesional y amigo que es Fernando Toquero ha diseñado con tan buen criterio estético como acierto editorial. Algo que podrán comprobar quienes se hagan con un ejemplar del mismo, lo que será posible merced a la iniciativa de Gentes de Guadalajara y a la colaboración del Ayuntamiento de la capital y la Diputación Provincial. Ha sido un placer escribirlo; gracias a Gentes por encargármelo –especialmente a Felipe Sanz Sebastián, que fue quien me lo propuso en nombre del colectivo-, a todas las instituciones y personas que han colaborado en su factura y al Ayuntamiento y la Diputación por apoyar y hacer posible su edición.

Otoño en Guadalajara y que viva España

Tenía pensado hablar del otoño que empieza ya a insinuarse en las vegas que le nacen a la Alcarria desplomándose entre los llanos, como cortando a “tajuña” la tierra como un cuchillo lo hace a la mantequilla. Iba a hablar del otoño que ya se adivina, como el mar de la bonita canción de Aute, en los tupidos bosques de la ribera del Alto Tajo, el río que nos lleva de los gancheros y de Sampedro, pero que progresivamente lleva menos… agua. Quería hablar del otoño que pronto se manifestará rotundo en el Hayedo de Tejera Negra, el micro-paisaje culmen en ese espectacular macro-paisaje que son las Serranías del Norte de Guadalajara, cada vez más bellas pero cada vez más solitarias y silenciosas. Mi intención era hablar de ese otoño que ya amarillea en los sotos fluviales de la Campiña que delimitan el Henares y el Jarama, en sus tramos medios, ayudados por el Sorbe y el Torote, tierras antes de hasta tres cosechas a las que, en algunas de ellas, les crecieron casas como a la piel un sarpullido. Tocaba ya hablar del otoño y quería hablar de él porque a la provincia de Guadalajara, y no es la primera ni será la última vez que lo digo, este tiempo le viene como a una mano un guante, incluso aún mejor que la primavera, que ya es decir. Puede que en ese excelente binomio que hacen Guadalajara y el otoño tenga mucho que ver que, como decía Góngora, de caducas flores están hechas las guirnaldas. Es necesario hablar aquí y ahora del otoño porque no hacerlo es taparse los ojos. Y la nariz. Y el oído. Porque el otoño de las guadalajaras se ve de lejos y se huele y oye de cerca. Se ve en el amarillo que va ganando su pulso al verde en las alamedas. Se huele en los arbustos que ahora dan sus frutos. Se oye cuando el viento peina los bosques o acaricia los páramos. Punto y aparte.

Tejera-Negra Quería y debía hablar del otoño porque tengo ya el punto melancólico que da este tiempo a los espíritus. Los días acortan. Ya va haciendo frío. Las calles dejan de ser deambulatorios de paseantes para ser solo de caminantes que van a algún lado, no de un lado para otro, como cuando el solazo del verano se moderaba tras el ocaso y nos invitaba a salir de casa en busca del aire, como las carpas lo pretenden boqueantes en las aguas encenagadas en las que, más que oxígeno, hay metano. El otoño es tiempo de volver a casa, aunque ahora haga más frío en ella que en la calle. Pronto habrá que encender la calefacción. Vamos ya al tiempo que antes se consumía en torno a las mesas camillas, con brasero de picón y herraj y en los que, de vez en cuando, se echaba una firmita con la badila para avivar el calor. Del otoño hay que hablar porque si el hombre es él mismo y sus circunstancias, como bien decía el pensador Ortega y Gasset, la circunstancia que más de cerca ahora toca al hombre es el otoño, el tiempo tras el equinoccio que empieza en septiembre y que se aviene como si fuera una cuenta atrás hasta que llegue el solsticio de invierno, allá en diciembre, cuando empezará la cuenta adelante camino de la primavera. Punto y aparte.

Quería, porque me apetecía, pero debía, porque estoy obligado, hablar del otoño pues este es el tiempo por excelencia para el paisaje de Guadalajara, en el que, por el contrario, muchas de sus figuras hacen mutis por el foro del proscenio del tiempo. Unas desapareciendo para siempre de escena y otras despidiéndose ahora, pero citándose para el nuevo ciclo, cuando rompa de nuevo la primavera y la tierra vuelva a llamar a los suyos. En realidad, la tierra siempre nos está llamando a los suyos, otra cosa es que la escuchemos. No hay peor sordo que el que no quiere oir, ni hay mayor grito que el que clama desde el silencio. Si bajamos la voz, si apagamos los televisores, si enmudecemos las sirenas y paramos los motores de los coches, seguro que escuchamos a la tierra llamándonos, aún en otoño, como las campanas de antaño llamaban a tintilinublo, cuando amenazaba tormenta, a arrebato, si se producía un incendio u otra catástrofe,  a clamores, cuando fallecía un vecino, o a tilinduna, si el fallecido era un niño… Pero también tocaban a fiesta, a vuelo y repicadas, porque el trabajo sólo tiene sentido cuando lo interrumpe la fiesta.

Quería hablar del otoño y lo he hecho y así me he evitado hablar de lo que no me apetecía: de esa España a la que tanto quiero, pero que tanto me duele porque ha parido algunos malos hijos que reniegan de ella hasta el punto de negarle y tratar de amargarle su día de fiesta y se empeñan en no dejarnos a los españoles en paz.

Las dos Españas de Machado ya son más de tres. Las dos que había antes la querían, cada una a su modo y a veces mal, pero la querían. Estas que van surgiendo no saben lo que quieren porque sólo se quieren a sí mismas. Y representan inviernos fríos y duros, travestidos de falsas primaveras. Como dice la canción de Pink Floid, cada día le ponen otro ladrillo al muro.

¡Viva España! Punto y final.

Más de 25 años de Tenorio en Guadalajara

Gentes de Guadalajara, la singular, dinámica y creativa asociación, rabiosamente guadalajareñista, que con tanto “sigilo y estilo” hace realidad el Tenorio Mendocino cada año desde hace muchos, va a conmemorar en este otoño de 2015 el 25 aniversario de la salida a la calle de su extraordinaria propuesta teatral itinerante con el texto del Don Juan, de Zorrilla, por algunos de los principales edificios histórico-artísticos de la ciudad, gran parte de ellos vinculados a la familia Mendoza, de ahí su nombre. En realidad fue el 31 de octubre de 1992 cuando se convocó abiertamente a los espectadores a asistir a la primera función pública del Tenorio, por lo que este año se conmemoraría su 24 aniversario, pero Gentes de Guadalajara considera que fue un año antes cuando nació el Mendocino, al representarse ya en 1991 algunas de sus escenas en distintos lugares, aunque sin citarse aún con el público. Incluso en 1990, también se representaron algunas escenas del Tenorio en el claustro/patio del antiguo Convento de la Piedad/IES “Liceo Caracense”, el “viejo Brianda”, como es y nos gusta a muchos llamarle. Por otra parte, es sabido que, desde 1984, entonces a puerta cerrada y por iniciativa de la Asociación de Amigos de la Capa, se venían escenificando en los bajos del restaurante El Ventorrero, en el transcurso de las veladas que ellos llamaban “Cenas de Ánimas con Don Juan”, en las vísperas de los Fieles Difuntos, varias secuencias del Tenorio que, años después, dintel afuera ya del viejo mesón castellano, terminaría adoptando el apellido de Mendocino cuando salió a la calle y buscó la complicidad de las más viejas y venerables piedras de la ciudad. Y, por supuesto, del público, de toda edad y condición.

O sea que se pueden y se van a conmemorar más de 25 años de Tenorio en Guadalajara, que podrían ser hasta siglos si, como acertadamente apuntó José González Vegas, el actual presidente de Gentes de Guadalajara, en la presentación del programa de actividades de este 25 aniversario del Mendocino, queremos relacionar el texto del Don Juan, de Zorrilla, con el mercedario Fray Gabriel Téllez, Tirso de Molina, que profesó en el guadalajareño Convento de la Merced y fue autor del drama “El burlador de Sevilla (y convidado de piedra)”, la primera obra en la que aparece el mito de Don Juan en la literatura española y que fue escrita en el siglo XVI, tiempo en el que el autor vallisoletano sitúa la acción de su Tenorio.

orea-borobiaDetrás de todo este tinglado del Tenorio Mendocino, como antes en su antecedente más directo, “La Cena de Ánimas con Don Juan” de los amigos de la capa, estuvo siempre y hasta que pudo el mejor de los guadalajareños que jamás he conocido, mi amigo y hermano en todo, menos en vínculo de sangre, Javier Borobia, excepcional y buena gente de Guadalajara como pocas. Este 25 –y más, repito- aniversario del Tenorio Mendocino es, por tanto, “su” aniversario; mejor dicho, “nuestro” aniversario porque la generosidad y la inteligencia de Javier siempre quisieron hacer de lo suyo algo de todos, renunciando al yo para posibilitar el nosotros. Y en ese nosotros podríamos incluir a mucha “gente de Guadalajara” –incluso alguno nacido en Galleguillos de Campos (León), como Fernando Borlán– que quiso y supo seguir los pasos de Javier para que el Mendocino no se quedara en un proyecto personal sino que llegara a ser una ilusión y un compromiso colectivos de una ciudad como ésta que no se ilusiona ni compromete fácilmente. Son tantos los nombres de personas que han hecho y siguen haciendo posible el Tenorio Mendocino que, por mucho que me esforzara, seguro que me olvidaría de alguno y, ante esa injusta posibilidad, prefiero no citar a ninguno, antes que olvidarme de uno, aunque en la mente de todos están las figuras claves de este gran proyecto cultural “popular” –como lo calificaría Abigaíl Tomey, la actual directora artística del Tenorio- que la sociedad civil regala cada año a Guadalajara. Y a quienes la visitan ante su llamada, no sólo porque está declarado Fiesta de Interés Turístico Regional y Provincial, sino porque cada día son más ya que nuestro Tenorio está a la altura de los mejores que se representan en España –a destacar entre ellos el de la vecina Alcalá y el de Murcia-, dentro de la larga tradición española de poner en escena este mito de amor y muerte en torno a las festividades de los Fieles Difuntos y de Todos los Santos.

Con toda intención, quiero terminar este artículo reproduciendo un párrafo literal del último artículo que Javier Borobia escribió sobre el Tenorio Mendocino –publicado en el desaparecido semanario “Noticias de Guadalajara”-, coincidiendo con la edición de 2008, la última en la que participó activamente como codirector y, por supuesto, como Comendador –ese papel que, literalmente, bordaba cada año-, y que considero que es su auténtico testamento emocional para las, para sus, para nuestras “Gentes de Guadalajara”:                           “La ciudad espera, un año más, de sus gentes ese costumbrismo cultural de andar por calle para buscar claves, reflexiones, emociones y estéticas. Y digo buscar, no encontrar; que eso es mucho y hay que dejarlo para los de la cultura costumbrista, o sea los que acostumbran a estar en su entorno y se postran, bajo el frontispicio de su templo, para contemplarla sin osar acariciarla con su mano.

 Te estás dejando la barba y ya empiezas a saber porqué…”

 

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