Archive for septiembre, 2015

D’aquella pols, vénen aquests fangs

                Yo no hablo catalán ni en la intimidad, ni en público, ni falta que me hace, pero he querido titular este post con un refrán castellano traducido al catalán que resume lo que, a mi juicio, ha pasado en Cataluña en los últimos 30 años, pero, sobre todo, en los últimos diez, que es cuando el llamado “soberanismo” catalán, o sea, el independentismo, ha echado de verdad un órdago al Estado y una bofetada en la cara del resto de España viniendo a afirmar que son distintos y mejores que nosotros y que, por ello, prefieren dejar de ser unos de los nuestros para ser sólo nuestros vecinos. “D’aquella pols, vénen aquests fangs” significa quede aquellos polvos vienen estos lodosy, efectivamente, creo que el incremento exponencial de independentistas catalanes que se ha producido en los últimos años, no es fruto de la casualidad, sino de la causalidad, y ésta no es otra que el intencionado y descarado fomento del independentismo que desde la Generalitat y desde no pocos sectores de la sociedad catalana se ha hecho en todos los frentes posibles: en las escuelas, utilizando la historia al antojo nacionalista y enseñando a los chavales a sentirse solo catalanes y a rechazar –cuando no, odiar- lo español, de manera especial nuestro idioma común; en los medios de comunicación públicos –TV3 y Catalunya Radio, principalmente-, proclamando soflamas a diario contra España y alentando y hasta tratando de crear diferencias entre catalanes y españoles; en la administración autonómica, promoviendo políticas directas y transversales de fomento de la catalanidad –algo, en principio, no censurable- y en contra de la españolidad –algo realmente lamentable-, y en la mismísima calle, intentando anular cualquier signo o emblema español de manera descarada y hasta haciendo cada día más difícil la vida en Cataluña a los que no tienen ocho apellidos catalanes, o más, aunque muchos de ellos hayan nacido ya en Cataluña y sus padres y abuelos contribuyeran con su trabajo al despegue económico de la región, desangrando demográfica y socialmente las regiones desde las que emigraron.

                Decía que el incremento de los independentistas en Cataluña ha sido exponencial en los últimos años y los siguientes datos avalan esta afirmación: Hasta hace apenas diez años, sólo un 15 por ciento de la población catalana quería la independencia para Cataluña, mientras que, según el CIS, actualmente es un 45 por ciento de la población, después de haber llegado a finales de 2013 a su máximo histórico del 48,5 por ciento. O sea que, en apenas diez años, se han triplicado los independentistas en Cataluña, a pesar de lo cual siguen sin ser mayoría o, si lo son, es tan escuálida que una proclamación de esa independencia, además de ilegal e inconveniente para todos, los catalanes los primeros, sería de todo punto irracional porque no se puede dividir a una sociedad de forma tan traumática y flagrante por un mero hecho de pertenencia, por una cuestión de pura bandería. Para colmo, los independentistas que se han juntado –que no unido- en ese “totum revolutum” que es la coaliciónJunts pel sí”, que pretende erigirse como la gran opción del independentismo, son cada uno de su padre y de su madre y sólo les han juntado coyunturalmente las ansias de independencia, pero sus modelos sociales, económicos y políticos son tan radicalmente distintos que, de producirse esa independencia –que, afortunadamente para España, Cataluña incluida, no se va a producir-, al día siguiente estarían corriéndose a barretinazos entre ellos y llamándose de todo menos “bonics”, o sea, bonitos.

Un factor que, estoy seguro, también ha influido en el incremento del independentismo catalán experimentado en los últimos años, ha sido la fuerte crisis económica en la que llevamos inmersos desde los tiempos de Zapatero, quien, por cierto, trató de apagar el fuego nacionalista catalán echándole gasolina en vez de agua. El nacionalismo, que ahora abraza también sorprendentemente la izquierda exinternacionalista, es de origen burgués, conservador y economicista hasta los tuétanos, por lo que le ha venido de perlas para su fin independentista esta crisis en la que se han acrecentado las diferencias de renta entre las regiones más ricas –Cataluña entre ellas- de las más pobres de España, para lanzar ese ignominioso aserto de queEspanya ens roba” –España nos roba-, que retrata la falta de solidaridad y hasta de justicia de quienes lo han acuñado y difundido, sabiendo muy bien lo que hacían. Lapela siempre ha sido la “pela” en Cataluña, incluso en tiempos del euro, como los actuales, que espero que siga siendo la moneda de curso legal en Cataluña y no elPujol, como irónicamente alguien ha sugerido que se llamara la unidad de cambio propia catalana.

                Espero, también, que el tradicional sentido común catalán, el llamadoseny”, se imponga el 27 de septiembre en Cataluña y vuelva a imperar allí la cordura y la sana convivencia que el nacionalismo radical está alterando en un viaje a ninguna parte y al que ya se ha sumado demasiada gente, gran parte de ella confundida, manipulada e, incluso, engañada. Identificar la libertad de Cataluña con la independencia es echarle muchas más cadenas encima a los pueblos verdaderamente oprimidos. Y también es escupir en las manos extendidas de los pobres.

Las ferias mestizas

Da igual cuando se celebren las ferias, o enel veranillo de San Miguel”, terminando septiembre, o en torno a la Antigua, principiando, el caso es que, cuando terminan, a Guadalajara se le frunce el ceño y se le pone cara de otoño. Y digo que se le frunce el ceño porque, después de un largo y extremadamente cálido verano, se acabó lo que se daba y toca volver a la rutina, bendita, por otra parte, si es en forma de trabajo, porque no debe haber peor rutina que la del desempleado. Y digo que a Guadalajara se le pone cara de otoño porque suele coincidir con el final de las ferias, y este año no ha sido diferente, que el fresco deje atrás al calor, ventee ya y la lluvia caiga o amenace con caer, algo que ya es suficiente para que al personal le parezca que el equinoccio de otoño haya llegado, aunque le quede aún una semana para hacerlo oficialmente.

                Acabar las ferias de Guadalajara y guardar los ventiladores es casi un acto ya preestablecido, como si no tuviéramos confianza ni en lo que aún queda de verano, que es bien poco, ciertamente, ni en san Miguel y su veranillo, en los que aún podemos sudar la gota gorda porque el “sol del membrillo”, propio del último verano y el primer otoño, todavía tiene fuerza, pero los días ya han acortado tanto que la noche pronto se echa encima y cada día le baja más pronto los humos al calor.

Aunque el programa festivo ha disminuido su coste en 100.000 euros, las ferias de Guadalajara siguen siendo de lo mejorcito de nuestro entorno y ya las quisieran para sí muchas otras capitales de provincia. En su propio beneficio, se han aliado, un año más, con el calor por lo que el personal se ha echado masivamente a la calle, doy fe. Imposible, o casi, dar un paso por el ferial desde el jueves al domingo, especialmente en las horas del pincho y la caña de cerveza o el chato de vino; imposible, o casi, encontrar mesa en las terrazas del paseo de san Roque a las mismas horas;  imposible, o casi, verle la cara a Bustamante si no era con prismáticos; imposible, o casi, dar una vuelta por los parques de san Roque y la Fuente de la Niña durante gran parte de la noche; imposible, o casi, hacerse un hueco para ver  los toros de fuego en la Carrera; imposible, o casi, buscar a nadie en las verbenas de las peñas, que proliferan como setas; imposible, del todo, encontrar una silla en las representaciones teatrales de la plaza Mayor si no se iba antes de que llegara la compañía a la ciudad,…

Soy consciente de que hay muchas personas a las que las ferias les molestan o, simplemente, no les gustan, pero es evidente que las de Guadalajara son unas fiestas bulliciosas, plenas de actividad y con un ambiente joven y dinámico en la calle y resto de espacios públicos que las imprimen carácter y personalidad, algo que resulta curioso porque, durante años y no hace tanto, hemos copiado modelos festivos de otras ciudades porque no nos terminaba de convencer el nuestro. Al final, las fiestas se parecen a las ciudades, y si Guadalajara es una ciudad que ha crecido sumando población venida de los pueblos de su propia provincia, de otras provincias de España y de otros países, sus ferias han dejado de ser impersonales o copia sin tunear de las de otras, para llevar ya un tiempo adquiriendo carácter propio, en una especie de mestizaje en el que cada vez se notan menos las partes que se han mezclado.

Hace tiempo que ya no busco las ferias, sino que las ferias me buscan a mí. Y me encuentran en cuanto salgo a la calle. Y eso es fiesta de verdad.

Las ferias imposibles de Aylan Kurdi

Foto Hermanas Colombinas (Ferias Gu años 60) (1) Hoy iba a escribir de las Ferias y Fiestas de Guadalajara que van a celebrarse en los próximos días en este verano ya maduro de septiembre, como llamaría a este tiempo mi querido amigo/hermano, Javier Borobia.  Iba a hablar, más que de estas ferias que se avienen cuando ya gasto más de medio siglo, de las que viví siendo niño, que fueron mis auténticas ferias porque estoy de acuerdo con Rilke en que “la infancia es la verdadera patria de los hombres”. Iba a escribir de mis recuerdos en blanco y negro, incluso en sepia, de aquel parque de la Concordia plagado de atracciones: los caballitos del señor Paco, el güitoma, las barcas, el Tren de la Bruja, la Noria, la Ola, el Galeón, los coches de choque, el laberinto de espejos, las “hermanas colombinas”, los puestos de tiro en el llamado “paseo de los Curas”, los de pinchos en la zona trasera de la Mariblanca, incluidos los que servían “the” y pinchos morunos, los carretones con montañas de patatas fritas, trozos de coco y manzanas caramelizadas, las máquinas de algodón de azúcar, etc. etc. Iba a hablar, también, del Teatro Chino de Manolita Chen, que se solía ubicar en el aparcamiento del Asilo, donde entonces se hacían los exámenes de maniobras para sacarse el carnet de conducir. Quería escribir del circo que se instalaba en las eras que aún eran de pan trillar en vez de piso construir, en el barrio de la Soledad, al lado de las casas de “Paco Nicolás”. Me apetecía contar la importante nómina de artistas que, entonces, traían a Guadalajara los llamados “Festivales de España”, así como recordar algunas de las obras de teatro que se programaban en el “Coliseo Luengo”, dignas de las mejores carteleras de Madrid, y, por supuesto, relatar aquellos inolvidables y espectaculares desfiles de carrozas con los que se abrían las ferias de los años sesenta y setenta, con especial relato, por su boato, de las que ocupaban las reinas de las fiestas, que solían ser hijas de ministros o de otras altas autoridades del Estado, cuanto más altas, mejor.

nino-sirioQuería escribir de todas esas cosas y de muchas más y, seguramente, habría hecho pasar un buen rato a quienes lo leyeran, sobre todo a aquellos que, en razón de su edad, conocieron aquellos tiempos festivos que, entonces, parecían todo un signo de modernidad y progreso pero que, vistos con la perspectiva del mucho tiempo ya transcurrido, huelen a alcanfor y a rancio y hacen que el confeti que a sacos se lanzaba desde las carrozas se confunda con caspa. Quería escribir de ello, y disfrutar haciéndolo, pero no puedo, ni debo, y, aunque en vez de un buen rato a alguien se lo haga pasar malo, mi obligación moral y lo que me pide el cuerpo es hablar de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años que se ha ahogado en aguas turcas cuando, huyendo de la guerra, intentaba llegar a Europa, cuya dramática imagen ha recorrido el mundo y, espero, que lo haya consternado y sirva para que se agiten las conciencias y se trabaje, pronto, de verdad y de una vez por todas, para evitar nuevas tragedias como ésta, que no ha sido ni mucho menos aislada.

Aylan ya no va a poder jugar más con su hermano de cinco años, Galip, ni con su madre, pues ambos murieron también cerca de la orilla a la que pretendían llegar para dejar atrás el horror que toda guerra supone, pero aún mucho más ésta que atiza el llamado Estado Islámico, nacida de un fundamentalismo religioso radical, sinsentido y mortal que está elevando la sinrazón de toda guerra a la enésima potencia y sacando a la luz lo peor del hombre.

Aylan nunca conoció, ni ya podrá conocer, las ferias de Guadalajara, ni las de antes ni las de ahora, y aunque seguramente que vivió pobre, intuyo que fue feliz el poco tiempo que le dio la vida porque sólo son infelices los que echan de menos cosas pero, muy probablemente, él se conformaba con lo que tenía, aunque fuera poco, porque la pobreza se suele defender de la riqueza ignorándola. Aylan no conoció nuestras ferias, ni siquiera habría oído hablar de nuestra ciudad y, muy probablemente, tampoco sabría nada de la Europa a la que su madre le traía con la esperanza de encontrar en ella una vida mejor, aunque en su viaje hallara la peor de las muertes posibles. Hoy la foto de la noticia no es, no puede ser, festiva, ni en blanco y negro ni en sepia ni mucho menos en color; hoy, dramáticamente, la foto es la del pequeño Aylan ahogado en la costa turca, lamentablemente muerto cuando apenas había empezado a vivir y ni siquiera había tenido tiempo de soñar.

A Aylan no le ha matado ni le ha quitado la vida y los sueños el mar, le hemos matado entre todos porque cuando un niño muere de la forma en que lo ha hecho Aylan, todos somos un poco culpables de esa muerte que, espero y deseo, no sea inútil, y sirva para remover conciencias y políticas en dirección a la justicia y la paz. Y a la solidaridad, que es la ética de las éticas, como acertadamente afirmó mi viejo y buen amigo Santiago Barra cuando dio el pregón de las ferias y fiestas de Guadalajara de 1980 desde el balcón del Ayuntamiento.

Aylán es un nuevo ángel que hay en el cielo, un ángel de oriente medio, que, junto con los africanos que huyen de esa otra forma de guerra que es el hambre, son los “ángeles negros” de estos tiempos, a los que, como dice el bolero, también los quiere Dios/Alá, aunque a veces no lo parezca.

Descansa en paz, Aylan, y juega en el cielo todo lo que no has podido jugar en la Tierra.

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