Archive for abril, 2017

El futuro de la tierra molinesa

Hace unos días, la Asociación Cultural “Tierra Molinesa” hizo entrega, en Guadalajara, de los “Premios Emprendedores Molineses” que, cada año, desde hace ya siete, este colectivo de molineses inquietos y comprometidos con el presente y el futuro de su tierra concede a personas, empresas, asociaciones, instituciones y entidades originarias de la zona que se distinguen de manera señalada en su trabajo y que vienen a ser un espejo en el que mirarse, un ejemplo a imitar por otros para coadyuvar en la revitalización social y económica que Molina precisa desde hace ya tanto tiempo que casi nadie ya se acuerda de otros, mucho mejores, que vivió el Señorío. Bueno es, muy bueno diría yo, que se lleven a cabo este tipo de iniciativas que sacan a la luz y reconocen públicamente a molineses verdaderamente ejemplares y que son referentes a seguir.

Los “VII Premios Emprendedores Molineses” de este año han recaído en Florentino García Martínez, teólogo y experto mundial en lenguas muertas, nacido en Mochales; en el Grupo Folk “El Pairón“, creado en 1995 para recuperar la música folk de la comarca molinesa; en Carnicerías Ortega, empresa familiar radicada en la tierra molinesa, y en el Ayuntamiento de Milmarcos por la recuperación del Teatro Zorrilla.

Aunque, como en ocasiones anteriores, fui invitado al acto, mucho lamenté no poder asistir porque siempre me ha tirado mucho la tierra molinesa pues, no en vano, en uno de sus pueblos más pequeños, Otilla, nació mi abuelo paterno y él y mi padre -que circunstancialmente no vio allí su primera luz, pero ejercía de molinés- siempre me inculcaron el afecto por su “patria chica”, de la que, como tantos otros y durante tanto tiempo, tuvieron que marchar en busca de oportunidades en la vida, pero a la que jamás echaron en cara que ella misma no se las diera; bien al contrario, incluso mi abuelo, cuando ya anochecía su vida y las cataratas en los ojos no le dejaban ver más allá de sus aguileñas narices, quiso volver a vivir -más bien a morir- a la casa de Otilla en la que había nacido, a pesar de que de ella apenas quedaban unos muros y un tejado maltrechos, un habitáculo más propio para refugio de ganado que de personas. El poeta checo Rilke decía que “la verdadera patria de los hombres es la infancia”, y decía bien.

A pesar de que, como ya he comentado, no estuve presente en el acto de entrega de estos premios, sí he estado pendiente de él y me consta que el presidente de “Tierra Molinesa”, Ernesto Esteban, originario de Alustante, no solo se limitó a felicitar a los galardonados y a agradecer a las instituciones públicas su presencia -por cierto, estuvieron todas: Gobierno del Estado, Junta de Comunidades, Diputación, Comunidad del Real señorío y su Tierra y los Ayuntamientos de Molina de Aragón y de Guadalajara, lo que es de destacar-, como la buena compostura y la nobleza obligan, sino que lanzó algunos mensajes de calado como la necesidad de impulsar el potencial medioambiental de la comarca molinesa, “desarrollando un grado de gestión que atraiga a jóvenes y propiciar una fiscalidad ventajosa que también cautive a empresas e inversiones a asentarse en la zona”. Esteban también incidió en la necesidad de la colaboración público-privada para impulsar la comarca de Molina, algo en lo que estoy completamente de acuerdo, como sostengo, precisamente, en una colaboración que firmo en la revista que “Tierra Molinesa” acaba de editar con motivo de la entrega de sus premios anuales y cuyos dos últimos párrafos dicen así: “La sociedad civil molinesa, a pesar de su patente debilidad, ha dado muestras en los últimos años de ser capaz de impulsar importantes iniciativas que están redundando en claros beneficios para la comarca, algo por lo que cabe felicitarse y que supone un soplo de esperanza e invita a tomar ese mismo camino en el futuro. Aunque podría poner algún ejemplo más -no muchos, bien es cierto-, quiero destacar en ese sentido la magnífica labor emprendida por la Asociación de Amigos de los Museos de Molina y el Geoparque Comarca de Molina-Alto Tajo, un auténtico ejemplo de la puesta en valor de los recursos histórico-artísticos y naturales del Señorío.

La iniciativa de la propia sociedad molinesa, con la imprescindible colaboración activa y comprometida de las administraciones públicas, es la clave del futuro de Molina, un futuro que hay que ir a buscar y no esperarlo, que hay que intentar construir y no aguardar a que nos lo construyan”.

Me reitero en ello. El futuro de Molina está en manos de los propios molineses, aunque sin las necesarias ayudas públicas es ir “camino de nada”, como cantaba José Antonio Labordeta refiriéndose a la tierra hermana y vecina de Aragón.

Valverde de mis amores

Siendo yo aún bastante niño, la primera vez que vi una foto de Valverde de los Arroyos, hecha por mi padre con su inseparable Voigtländer, me enamoré de este pueblo por la belleza suma y diferente que reúne. Suma porque puede haber otros pueblos castellanos iguales o parecidos a él -pocos, muy pocos-, pero no más bellos. Y diferente, porque en estas tierras de Guadalajara en las que la horizontalidad ocupa gran parte de su piel, la verticalidad tendida y la altura de Valverde ofrecen una belleza singular y alternativa.

El amor de niño es muy puro, no está maleado y es el menos interesado de los amores. Es más, no hay -no debería haber- amores interesados porque el amor químicamente puro está en las antípodas del interés y es incompatible con él. Un amor interesado es como un amanecer vespertino o como un lunes dominical, una contradicción; no es posible y, si lo es, solo como metáfora porque o amanece o atardece, con el mediodía de transición, y es domingo o lunes, con solo un nanosegundo entre un día y otro, a las 12 en punto de la noche.

Como decía, me enamoré de niño de Valverde, de forma leal y desinteresada, aún sin haber estado en él y a través de una fotografía en blanco y negro, una técnica fotográfica insuperable para poner en valor la naturaleza muerta, pero la menos adecuada para realzar la viva. Y Valverde es naturaleza viva incluso en la larga invernada, cuando lo dominan el blanco de la nieve, el negro de la pizarra, el gris oxidado de la cuarcita y el siempre verde de los árboles de pequeño porte y de los arbustos de altura, de las eras y de los escuetos sotos fluviales de los mil y un arroyos que le dan apellido y por los que corre el agua incluso en tiempos como estos en los que apenas cae del cielo.

Sí, me enamoré de Valverde solo a través de una fotografía y que, además, era en blanco y negro, pero aquel amor infantil y a primera vista pronto se convirtió en pasión cuando, poco tiempo después, fui por primera vez a ver ese pueblo cuya belleza tanto me había impactado y, nada más avistarlo en la distancia, tras dejar atrás el espeso bosque autóctono de Palancares, en una intransitada y sinuosa carretera -más bien camino- de macadam, advertí que la foto de mi padre no le había hecho en absoluto justicia y que su belleza no sólo era llamativa, sino sublime. Valverde aparecía allí, bajo el dios de cuarcita, pizarra y agua llamado Ocejón, pegado tanto al paisaje que parecía mimetizarse con él. Desde ese mismo momento supe que mi amor por Valverde no era un capricho infantil, que igual que viene se va, sino que había llegado a mi aún corta vida para quedarse porque tanta belleza no podía serlo solo a los ojos y el corazón de un niño, sino a los de cualquiera y en cualquier tiempo.

Volví por Valverde de niño y adolescente algunas veces, aunque cuando más lo frecuenté fue ya de joven, de la mano de ese hermano que no me encontré en casa, sino en un afortunadísimo recodo de los caminos de la vida, que se llama Javier Borobia y que, como en tantas ocasiones he dicho y seguiré diciendo, es un verdadero perito en Guadalajaras pues, no solo conoce estas tierras como pocos, sino que las comprende y verbaliza como nadie. Si la primera vez que fui a Valverde lo hice de la mano de mi padre, muchas veces más lo hice después de la mano de Javier, percibiendo el afecto fraternal con la misma intensidad que había percibido el paternal y llevándome ambos de manera firme y segura, ayudándome así a ser menos niño y a ser mejor mayor.

Como el hijo pródigo, regresé el pasado domingo de Ramos a Valverde después de mucho tiempo sin ir por allí. Tenía alguna duda sobre la vigencia de mi amor por el pueblo de los arroyos; sabía que me iba a encontrar mucha gente, probablemente demasiada, y que aquel pueblo-pueblo serranísimo, aislado y de muy escasa población que yo conocí, ya no era el mismo porque los árboles de los centenares de turistas que cada fin de semana lo visitan no me iban a dejar ver el bosque verdadero de ese bello lugar que, como decía, está tan pegado al paisaje que es imposible que lo esté más y que solo lo separan de él, lo separamos, quienes vamos allí como el que va a visitar un  parque temático de ruralidad plena. Efectivamente, Valverde estaba abarrotado de gente que iba y venía por todas partes, preferentemente en dirección a las eras y, de ahí, hacía las Piquerinas, Despeñalagua e, incluso, el camino de Majaelrayo y del mismo Ocejón. A pesar del trasiego de personal por esas calles valverdeñas de tan sonoros nombres: Trasiglesia, Ejido, Fragua, Escuelas, Arroyo…  advertí varias circunstancias que me aliviaron sobremanera: el estado de conservación del conjunto urbano -como es sabido, un extraordinario ejemplo de arquitectura negra- supera el notable alto, hay una significativa actividad económica en él, gracias al turismo, que contribuye a su pervivencia, y sigue siendo una comunidad viva, escasamente poblada, pero viva. Este último hecho lo confirmé cuando asistí a la bendición de ramos en el Portalejo, el atrio de la iglesia en el que se escenifican los autos sacramentales de la Octava del Corpus -la gran fiesta de los sentidos valverdeña- que fueron recuperados por José María Alonso Gordo, con la colaboración de Emilio Robledo y Moisés García de la Torre, tras dejar de representarse, mediado el siglo XX, cuando la emigración masiva diezmó Valverde, al igual que a gran parte de los pueblos de la zona e, incluso, de la provincia y aún de casi toda Castilla. Precisamente, en el Portalejo coincidí con José María Alonso, valverdeño militante, quien esperaba, junto a un nutrido grupo de convecinos, la bendición de los ramos -allí, tradicionalmente, son de acebo-, al tiempo que escuchaba una de las tres versiones del cantar del domingo de ramos que, él mismo, junto con José Fernando Benito y Emilio Robledo, recogió en su libro conjunto “Cancionero popular serrano (Valverde de los Arroyos”, que fue Premio de Investigación en 1978 de la Diputación de Guadalajara.

Mucho han cambiado las cosas en Valverde desde que, a través de una foto en blanco y negro, me enamoré de él siendo niño. En todo caso, yo, a pesar de unos cuantos pesares, sigo percibiendo su esencia y su alma. Y le confieso de nuevo la permanencia de mi amor. Ahora sereno, maduro y en color.

Román no aprueba y es malo

La mayoría relativa del PP en el Ayuntamiento, que cuando Ciudadanos se levanta con el pie izquierdo es minoría absoluta, nos está dejando extrañas escenas en el salón de plenos municipal, como las que The Doors nos cantaban y contaban que ocurrían dentro de la mina de oro, en su mítico álbum  “Weird Scenes Inside The Gold Mine”, que data ya de 1972, cuando Munich acogió los Juegos Olímpicos y yo empezaba a despabilarme de la niñez en la calle de la Música, precisamente.

Pocos días hay que no nos desayunemos, almorcemos o cenemos –y, a veces, hasta merendemos- con un bochinche municipal en el que la oposición de izquierdas –PSOE + Ahora Guadalajara, cuyos votos se suelen sumar en un 99 por ciento de las ocasiones-, no pocas veces aliada al partido de centro/izquierda/derecha –Ciudadanos- gana una votación al equipo de gobierno, supuestamente de centro derecha –PP-, sobre una cuestión que, generalmente, no pasa de ser de campanario y pura cohetería, es decir, que hace ruido, pero trae pocas nueces.

La última asonada plenaria ha consistido en que la oposición de izquierdas, con la abstención de la de centro/izquierda/derecha, ha “reprobado” (literalmente) al alcalde, Antonio Román, porque, según le acusan los reprobadores, su equipo de gobierno no colabora con ellos convenientemente, dificultándoles su acceso a la documentación que le requieren e incumpliendo así las más elementales normas de transparencia y, por supuesto, el Reglamento de Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de las Entidades Locales que, como no podría ser de otra manera, regula el acceso a la información y documentación municipal de todos los ediles, sean gobernantes u opositores.

Uno de los ejemplos que Ahora Guadalajara puso en el pleno para tratar de evidenciar que sus quejas eran ciertas fue el convenio de cesión del campo de fútbol Pedro Escartín que el Ayuntamiento de la capital tiene firmado con el C.D. Guadalajara y que, según José Morales, el portavoz del grupo municipal “podemita”, no les ha sido entregado porque sospecha que, o bien no existe, o ha caducado. Desconozco la situación real y legal de este convenio, pero, casualmente, me he acordado de que, siendo yo concejal del equipo de gobierno del PP en el último mandato de José María Bris (1999-2003) -gran alcalde y mejor persona-, cuando conseguí contratar para las Ferias de 2001 la actuación de “La Oreja de Van Gogh”, año en el que dieron el pelotazo y toda España los quería en sus programaciones, optamos por bajar esta actuación al Pedro Escartín porque el Auditorio Municipal se iba a quedar, no pequeño, sino pequeñísimo, pues tenía una capacidad para poco más de 4000 espectadores, cuando a la actuación del entonces grupo de Amaya Montero terminaron asistiendo 17000. Pues bien, curiosamente, todo el mundo remó a favor de aquella decisión que hasta suponía una modificación contractual por el cambio de escenario, menos la Junta de Comunidades que, de repente y con el único ánimo de tocar las pelotas –con perdón-  al Ayuntamiento y salir en el cartel de “La Oreja”, se sacó de los archivos un viejo documento de la franquista Delegación Nacional de Educación Física y Deportes, con su “pollo”, su yugo, sus flechasy su “una, grande y libre” en el membrete. Según ese documento, el campo era del Estado –que en una fase de transferencias autonómicas lo había cedido a la Junta- y en él solo se podían celebrar eventos no deportivos sin su autorización. Cuando se transfirió la titularidad del Pedro Escartín del Estado a la Junta, en los años 80, ni se renovó, ni se modificó ese convenio, por lo que, con su caspa, olor a rancio, caducidad de hecho y todo, el gobierno regional socialista, que hasta entonces había pasado del Escartín como de comer mierda –con perdón-, lo exhibió sin pudor alguno, con el misérrimo fin de poder exigir que, en un rincón del cartel de la actuación del entonces muy famoso grupo musical donostiarra, pusiera “Colabora: Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha”. Y unas entraditas de “baracalofi” para algunos, claro…

Cuento esta batallita de “viejoven” para darle una pista a José Morales sobre el convenio de cesión del Pedro Escartín al Depor que, al parecer, el equipo de gobierno no le da, aunque el que tenía el “pollo franquista” y que a mí me puso la Junta encima de la mesa para sacarme un logotipo en el cartel del concierto de “La Oreja” –y las entraditas, por supuesto-, dejó de ser de aplicación cuando se suscribió uno nuevo en el mandato 2003-2007, siendo alcalde Jesús Alique y concejal de Deportes, José Alfonso Montes, con ocasión de la cesión de la Junta al Ayuntamiento del campo de fútbol que, por cierto y si mal no recuerdo, en septiembre de este año hará 50 años que fue inaugurado.

Como viceportavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento que fui en el mandato 2003-2007, siendo oposición al equipo de gobierno de Alique, sé muy bien lo que es padecer dificultades para ejercer ese trabajo; y lo dejo ahí, no voy a dar más detalles. Por ello, si es cierto lo que dice la actual oposición al equipo de Román, invito a éste y a sus concejales a que faciliten la labor de aquella, porque la transparencia es esencia de la democracia y el estado de derecho su columna vertebral. Al tiempo, pido a la oposición seriedad, rigor, coherencia y altura de miras, algo que no siempre ha evidenciado pues parece mucho más preocupada en desgastar a Román y su equipo que en mejorar Guadalajara. Y no vale todo para ello.

Termino diciendo que, según el diccionario de la RAE, “reprobar” significa “no aprobar, dar por malo”. O sea que el PSOE y Ahora Guadalajara han votado en el pleno que “no aprueban y dan por malo” a Antonio Román,  algo que me suena a chiquillada, al infantil “no te ajunto”. ¿Y Ciudadanos? Pues siguen con su “yenka” –recuerdan: izquierda/izquierda/derecha/derecha/delante/detrás/un/dos/tres-, haciendo el Don Tancredo en medio del foro politico y, esta vez, absteniéndose y “reprobando” a todos, gobierno y oposición, por ser todos malos y hacer todos mal las cosas. ¡Menos ellos, claro!

 

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