Archive for diciembre, 2021

La garza de ómicron

               Es archisabido el hecho de que la pandemia de Covid sigue complicándonos a todos la vida, algo impensable hace un año cuando por estas mismas fechas ya había un calendario de vacunación inminente que parecía que iba a acabar con ella, si no de un plumazo, sí de un pinchazo. Bueno, es un decir, en realidad, de millones de pinchazos. Pero no, el dichoso virus sigue estando ahí, mutando a una media de casi una vez al mes, hasta el punto de que la Organización Mundial de la Salud ha tenido que tirar del alfabeto griego para ir poniendo nombre a las sucesivas variantes con las que viene presentándose. A la actual, infectiva como pocas, se le ha bautizado con el nombre de ómicron, que viene a ser la “o” de nuestro alfabeto, y que en el griego ocupa el decimotercer lugar. Las dos letras que preceden a ómicron son “Nu” y “Xi”, a las que la OMS no ha querido utilizar para bautizar variante alguna de Covid porque ‘Nu’ se confunde demasiado fácilmente con ‘nuevo’ en inglés, y ‘Xi’ porque es un apellido común, sobre todo en China. Ojo con los miramientos que se tienen a veces para no molestar u ofender a algunos, sobremanera a los chinos pese a que hay más evidencias que sospechas de que el virus surgió allí y puede que no de una buena praxis científica precisamente. Hace algo más de un siglo no hubo tantos remilgos cuando a la mortal pandemia de gripe declarada en plena I Guerra Mundial se le bautizó como “española”, pese a que todo apunta a que surgió en un cuartel del ejército norteamericano en Kansas y que fueron tropas de este país las que lo trajeron a Europa. ¿Y por qué se le bautizó entonces como gripe española? Pues hasta donde he podido saber, porque fue la prensa española la que más se ocupó y preocupó del asunto de aquella mortífera gripe, al ser España un país neutral en la contienda, mientras que el resto de naciones europeas estaban enfrascadas en la llamada “Gran Guerra” y los titulares y la máxima preocupación de sus medios de comunicación eran para ella. Imagino que también tendría algo que ver en el asunto de aquel ignominioso bautizo el hecho de que entonces España apenas tenía influencia en la política internacional; bien al contrario, era un país considerado subdesarrollado, más africano que europeo y con una sanidad y una salubridad precarias, circunstancias que sí que tuvieron que ver en que aquí se disparara la mortandad. El caso es que con el nombre de gripe española se quedó aquella pandemia que se desató en 1918 y que en nuestro país causó muchos miles de muertos, entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico– y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población nacional de ese momento. Uno de los pueblos de nuestra provincia más afectados por aquella gripe fue Aldeanueva de Guadalajara pues en él se contagió la mitad de la población -alrededor de 200 personas- y fallecieron 20. Un médico alcarreño, natural de Las Inviernas, Feliciano García Pastor, ejerciente en Chiloeches, se destacó a nivel internacional por el valioso estudio que hizo de aquella gripe, hasta el punto de recibir honores y distinciones por su trabajo incluso en Estados Unidos, previamente ya reconocido por la Real Academia Nacional de Medicina. Era tan buena persona y tan celoso profesional aquel médico que renunció a un lucrativo viaje a USA, al que fue invitado para impartir conferencias y recoger su premio, justificando su negativa en que debía seguir atendiendo a sus pacientes de Chiloeches, pueblo en el que ejerció la medicina durante casi medio siglo y que terminó otorgándole la Medalla al Mérito en el Trabajo.

               El o la Covid, que casi dos años después aún no se sabe si es chico o chica -o chique-, ahora transmutado en su variante ómicron, sigue haciendo enfermar a muchas personas, contagiando a muchas más, aunque llevando a la muerte a menos, sin duda por la eficacia de las vacunas, los avances en los tratamientos y los propios procesos de autodefensa que el cuerpo humano genera. Ya van seis olas y 11 variantes. Cuando a finales de verano y principios de otoño se doblegó la curva de la quinta ola, cantamos victoria y relajamos muchísimo las medidas preventivas de contagio que, en el tiempo en que más arreciaba el asunto, nos mantuvieron sanos o, cuando menos, vivos. Maximalistas como somos los españoles, pasamos de la noche al día, del invierno al verano, de la oscuridad a la luz y, a lomos de Herr Pfizer, Mr. Moderna, Mademoiselle Jansen y Lord AstraZeneca, cabalgamos hacia la república de la felicidad y el imperio de la “dolce vita”… Y, como suele ocurrir, el refranero volvió a tener razón: “Días de mucho, vísperas de poco”. Y aquí estamos otra vez, puestos contra la pared por ómicron, que es solo una letra y además griega, el país en el que nació la filosofía, uno de los tres puntos de apoyo de la cultura y la civilización occidental, junto con el derecho romano y la religión cristiana. Pero hoy, de Grecia –mejor dicho, a ella-, ya no vienen/llegan los Diálogos de Platón o la Metafísica de Aristóteles, sino miles de atribulados migrantes en botes y barcazas que huyen de la guerra de Siria y el horror talibán de Afganistán y que se mezclan con turistas millonarios en islas mediterráneas paradisiacas como Lesbos, Miconos o Samos. Lo de mezclarse es un decir.Hay muchos virus además del SARS Covid 19 en este mundo y a los del tipo del actual drama griego -que no es el único, ahí están las vallas de Ceuta y Melilla-, mucho me temo que en pocos laboratorios se está trabajando para atacarlos con vacunas verdaderamente eficaces. Así las cosas, Jesús va a nacer en Navidad con sus mensajes de verdadero amor, verdadera justicia y verdadera paz siendo más necesarios que nunca. Contra ómicron, Alfa y Omega, la primer y la última letra del alfabeto griego como significado del comienzo y el final de todas las cosas que es y representa Jesús.

               Termino ya esta entrada en tiempo de Navidad refiriéndome al montaje gráfico que acompaña el texto. Se trata de una garza real fotografiada por mi hace unos días junto al puente del Henares de Guadalajara, envuelta en la letra ómicron. Las garzas reales (Ardea cinerea) son aves que en el tramo medio del Henares, en temporada invernal, encuentran un hábitat adecuado para pasar esta fría estación. Que se aten las aletas pectorales con ellas los barbos, las carpas, las bogas y demás ciprínidos que ahora semi hibernan en el fondo del río, al igual que deben hacerlo las pocas truchas despistadas que aún boquean a medias aguas por este tramo del Henares, ya poco oxigenado para ellas. El largo y afilado pico de las garzas es una lanza tan hiriente para los peces como la de Longinos lo fue para el costado de Cristo en la cruz. Como muestra la imagen, a la garza del Henares le rodea ómicron, la letra que ha dado su nombre a la última variante de Covid, conformando ambas una alegoría gráfica del peligro latente que el ave representa para los peces, pese a parecer reposar tranquila sobre una roca, y el virus llamado ómicron para los hombres, a pesar de ser altamente infeccioso, pero cursar leve. Disfruten todo lo que puedan de la verdadera Navidad, pero con sentido común pues aún queda mucho abecedario griego para bautizar variantes hasta llegar a omega.

La boca cosida y la herida abierta

Cuando escribo esta entrada es 6 de diciembre de 2021. Hace, por tanto, 43 años que los españoles aprobaron, por abrumadora mayoría -un 91,81 por ciento de los votos-, la desde unos días después –cuando fue publicada en el BOE, el 29 de diciembre de 1978- y desde entonces vigente Constitución Española, no gratuitamente ni en vano llamada de “la concordia”. Se da la circunstancia de que hoy también se cumple una luctuosa efeméride en Guadalajara pues hace exactamente 85 años que unos milicianos descontrolados fusilaron sin pausa ni miramientos a 282 presos políticos y religiosos que estaban el 6 de diciembre de 1936 en la cárcel de la capital de la provincia, acusados de no ser afectos a la República. De aquella matanza –no cabe otro nombre para el suceso-, solo sobrevivió un preso, Higinio Busons, quien salvó la vida al esconderse en la leñera de la prisión cuando se inició la escabechina y quien unos años después escribiría un libro contando aquel terrible y dramático episodio que se tituló “Relato de un testigo”. En esas mismas fechas, en la cárcel de mujeres, fueron fusilados otros 20 presos en idénticas circunstancias a los de la prisión central.

               Durante la larga noche del franquismo, en Guadalajara, cada 6 de diciembre era un día de luto oficial y de recordatorio público de aquellas 300 personas que fueron vilmente asesinadas por unos milicianos ávidos de venganza que se maliciaron cuando, en la mañana de aquel infausto día de diciembre de 1936, la aviación llamada “nacional” bombardeó la ciudad, causando varias decenas de víctimas mortales en la zona norte –las fuentes más fiables hablan de alrededor de 40-, afectando especialmente al barrio de la Estación. Aquel bombardeo también provocó importantes destrozos materiales, entre ellos el incendio que asoló el palacio del Infantado. Los cadáveres de los presos masacrados fueron enterrados en varios lugares, algunos en las tapias del cementerio, pero la mayoría en un olivar situado a la derecha del inicio de la carretera de Chiloeches, donde al acabar la guerra se erigió un monolito. En los años sesenta, la mayor parte de los presos que allí yacían, sin poder ser identificados dado el estado que presentaban, fueron trasladados al cementerio de la capital, a un panteón/memorial conjunto llamado de los Caídos”, que preside un pebetero, hace ya muchos años sin llama, y un lema que dice: “Dios os tiene, España os guarda”.

Hace ya bastantes años que no hay recordatorio oficial ni público para estas 300 personas que fueron asesinadas por razones políticas. El luto y el memorial por ellos queda ahora ya solo para sus descendientes, y a título privado; para ellos, el 6 de diciembre es una fecha emborronada por aquel sombrío capítulo que pone el vello de punta solo rememorarlo. Como también lo pone, por supuesto, recordar a las cerca de 3000 personas que llegaron a estar confinadas y hacinadas, en abril del 39, en el llamado campo de concentración de “las Bernardas”, por no ser afectas al nuevo régimen franquista que acababa de “ganar” la guerra -pongo entre comillas lo de ganar porque ninguna guerra la gana nadie, menos aún una civil-. Según el Foro de la Memoria por Guadalajara, en la capital de la provincia, al acabar la contienda del 36, entre 1939 y 1944 –con especial saña en abril y mayo de 1940-, fueron fusilados alrededor de un millar de presos republicanos, entre ellos los exalcaldes Marcelino Martín, Facundo Abad y Antonio Cañadas, tras ser objeto de juicios sumarios por parte del gobierno franquista, acabando muchos de ellos baleados al amanecer en un paredón del camposanto de Guadalajara y después enterrados en el cementerio civil. Se da la circunstancia de que este espacio no se integró en el conjunto del cementerio municipal hasta finales de los años sesenta, cuando el entonces concejal del Ayuntamiento y que después llegó a ser alcalde, Francisco Borobia, aprovechó unas obras de reforma para ordenar el derribo de su deteriorado muro de separación, que jamás sería ya rehecho, a pesar de las fuertes presiones de algunos sectores que así lo demandaban. Como es sabido, el Ayuntamiento de Guadalajara, hace apenas unas semanas, ha erigido en el camposanto municipal un gran monumento/memorial a las víctimas del franquismo tras la Guerra Civil en el que puede leerse la inscripción “por la libertad, la justicia y la democracia”. En los años 80, siendo alcalde el socialista Javier Irízar, el Ayuntamiento ya había instalado un monumento a las “víctimas de la libertad” en la zona del antiguo cementerio civil integrada por Borobia en el desde entonces recinto único de la necrópolis arriácense.

Entiendo perfectamente los sentimientos de todas las personas que tienen familiares muertos en uno y otro caso –no quiero hablar de bandos, me niego- y soy sensible aún más con quienes ni siquiera saben dónde están enterrados o sus huesos están confundidos y mezclados con los de otros en una fosa común, pero con lo antes narrado, queda claro que los muertos de manera violenta fuera del campo de batalla son homenajeados u olvidados oficialmente dependiendo de la legalidad de turno. Es decir, son muertos bien muertos para unos y vilmente asesinados para otros. Las balas de los pelotones de fusilamiento que cayeron sobre sus pechos, en unos casos era el peso de la justicia –más bien venganza-, y en otros, plomo que cargó sus alas, lastrando su libertad al cercenar sus vidas. “Cualquiera, sirve cualquiera para enterrar a los muertos, menos un sepulturero”, decía León Felipe.

En este 6 de diciembre, 85 años después de la matanza de la cárcel de Guadalajara y en el que hace 43 que se aprobó la actual Constitución Española, apelo a ella y a la lección de concordia y reconciliación que supuso y que nos ha aportado el período de mayor libertad, progreso, bienestar y derechos sociales de la historia de España. Para quienes no estén de acuerdo en parte o en todo con esta Constitución, algo perfectamente legítimo, ella misma en su título X marca la senda de su reforma, eso sí, exigiendo un amplio consenso y una mayoría reforzada porque lo que tanto costó conseguir, no se puede permitir derribar por intereses minoritarios y coyunturales de bandería.

Busto de Buero Vallejo en el paseo de Las Cruces

Acabo ya refiriéndome y citando a Buero Vallejo, cuyo busto del paseo de la Cruces con mascarilla acompaña estas líneas y que me sirve como alegoría para alertar de los muchos virus en forma de radicalidad, intolerancia y sectarismo de los que debe protegerse la sociedad actual, sacando así partido al mal gusto de quien pusiera al escritor ese cambuj. Buero fue un hombre que vivió y murió siendo inequívocamente de izquierdas, que estuvo condenado a muerte y sufrió cautiverio durante siete años tras la Guerra Civil, pero que perdió a su padre en Paracuellos tras una “saca” de milicianos de la cárcel/checa de la calle Porlier, donde estaba preso, justo al lado de la casa familiar. Su propia sobrina, Chari, decía a este respecto que “a los Buero nos dieron por todos lados”, algo que fue común a no pocas familias españolas, tanto en la guerra como después de ella. El dramaturgo alcarreño siempre apeló a la necesidad y conveniencia de la reconciliación nacional que devino con la Transición y tomó carta de naturaleza jurídica y política con la Constitución de 1978.  Acabo ya con unos versos que Buero –sí, también fue poeta, aunque a tiempo parcial-, dedicó al presidente chileno Salvador Allende tras ser éste derrocado y asesinado, y que bien pueden servir de epitafio para todo muerto de manera violenta por sus ideas:

Fue condenado antaño

un español cualquiera: miles de ellos.

Hoy el mismo verdugo te desangra

y ha cosido tu boca.

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