Archive for agosto, 2015

Capitales de la soledad

Ya se está poniendo el sol en la mayoría de los pueblos de Guadalajara, esos en los que solo amanece de verdad unos pocos días al año, cuando los hijos de la tierra y sus hijos y sus nietos, y aún sus bisnietos, vuelven por unos días a ellos, dejando atrás las ciudades, o los pueblos grandes que juegan a ser ciudad, a los que tuvieron que emigrar en busca de trabajo, pan y futuro, dejando atrás penurias, hambre y pasado, mucho pasado.

Aunque el sol sale y se pone todos los días, en esos muchos pueblos de Guadalajara en los que apenas viven unas pocas familias de continuo, el sol de verdad solo sale cuando sus hijos, nietos y bisnietos regresan a ellos y sólo se pone cuando vuelven a marchar. Esos días del regreso duran más de veinticuatro horas y únicamente es de noche cuando se vuelve a poner el sol el día en que el pueblo vuelve a ser una hipérbole de silencio y soledad, de arrugas y lágrimas secas, de pieles agrietadas por el viento, el frío y el calor extremos en esos campos cada vez más yermos.

Hace ya muchos años que los pueblos de las guadalajaras son puro maximalismo, como el mismo clima mesetario: o el pueblo está lleno a reventar en agosto o el pueblo está más vacío que un saco desfondado la mayor parte del año; o el sol hace caer hasta los palos de los sombrajos o el frío provoca tiritones de padre y muy señor mío. Lo he dicho muchas veces y lo diré aún muchas más, aunque procuraré siempre decirlo de distinta forma: en Castilla sólo hay dos estaciones, la de invierno y la de verano, porque donde también había estaciones de ferrocarril las están cerrando por falta de viajeros y eficiencia en el gasto. De vez en cuando, nuestra tierra nos regala un invierno suave al que llamamos primavera y un verano templado al que llamamos otoño. Y es cuando nos damos cuenta de que Castilla es muy hermosa, pero como no es presumida, prefiere mostrarse sin maquillaje, simplemente con la cara lavada y el pelo bien atusado.

En los pequeños pueblos de Guadalajara, que son cada vez más y más pequeños, antes en verano sólo se ponía el sol de verdad cuando acababa el esforzado, intenso y decisivo tiempo de la cosecha, en el que los labradores se jugaban el bienestar de todo un año, continuamente amenazado por mil y un avatares: falta o exceso de lluvia –generalmente, lo primero-, falta o exceso de sol –generalmente, lo segundo-, pedrisco, viento, fuego,… Ahora, como decía, el sol solo sale de verdad cuando vuelven los hijos, los nietos y los bisnietos del pueblo, aunque sea para unos días, y se pone cuando se marchan. Porque la verdadera cosecha de los hombres son sus hijos.

Dice un canto tradicional de siega recogido e interpretado por ese veterano y extraordinario grupo de folk castellano que es el Nuevo Mester de Juglaría que “ya se está poniendo el sol, ya se debiera haber puesto; para el jornal que ganamos, no es menester tanto tiempo”, una segadora que recuerda tiempos felizmente superados en los que el hombre tenía que arrancarle el trigo a las entrañas de la tierra a golpe a brazadas, tras incontables tajos de hoz y zoqueta, dejándose la riñonada y la piel en los campos de cereal en los que, hoy, el sudor de los hombres lo suple el gasoil de las máquinas cosechadoras que empiezan a trabajar en junio en el sur y acaban en agosto en el norte, como antaño ocurría con las cuadrillas de segadores.

Con el final de agosto llega el tiempo en que los pueblos, sobre todo los más pequeños, vuelven a ser capitales de la soledad, hasta el punto de que en muchos de ellos tan sólo viven todo el año unas pocas familias, cada vez más reducidas de miembros y éstos progresivamente más mayores. Desde el punto de vista sociológico, este tipo de pueblos tienen fecha de caducidad si no se repueblan, bien con sus propios hijos y sus descendientes, o bien con los llamados “neo-rurales”, es decir, gentes de ciudad, generalmente jóvenes, que optan por emigrar al campo para cambiar radicalmente de entorno e, incluso, de modelo vital.

Lo dicho al principio: en cuanto reviente el último cohete festivo, se arrastre el último toro o se acabe el último baile, el sol volverá a ponerse de verdad y para mucho tiempo en las guadalajaras más despobladas, en las que las noches son eternas, casi como en los inviernos boreales. Al fin y al cabo, el círculo polar ártico no está tan lejos de esta despoblada Castilla pues ambos territorios comparten, en algunas de sus zonas –del Señorío de Molina y de las Serranías del Norte, entre ellas- densidades de población inferiores a un habitante por kilómetro cuadrado.

Puede que el sol se ponga de verdad y por tanto tiempo en estas tierras porque apenas tenga gente para la que amanecer.

Encierros y desencierros

Agosto y septiembre son los meses festeros del año en la provincia por excelencia. Entre ambos, suman 280 días festivos laborales de carácter local en el conjunto de ciudades y pueblos de Guadalajara, cuando el total del año son 537. Por el contrario, marzo y diciembre son los dos meses que menos fiestas locales oficiales acumulan: entre los dos, ni siquiera una decena de días. Es obvio que nuestros paisanos aprovechan el ecuador y la segunda mitad del verano para vestirse y vestir a sus pueblos de fiesta, y no sólo por el motivo de juntarse en esta época ese binomio indisociable que conforman el estío y la vacación, sino por otros dos de carácter eminentemente tradicional: agosto es el mes en que acaban de concluir las labores de cosecha del cereal, la tarea agraria más importante del año para los labradores, y la Virgen de la Asunción (15 de agosto) y San Roque (16) son dos de los patronazgos más extendidos en la provincia de Guadalajara, junto con el de la Natividad de la Virgen (8 de septiembre).

El caso es que este “puente de la Virgen”, cuya festividad central ha caído este año en sábado, lo que va a comprimir muchas fiestas en el fin de semana y a restar algún día festivo oficial a no pocos, casi un centenar de pueblos de la provincia van a celebrar sus fiestas patronales o, al menos, las llamadas de “verano” pues bien es verdad que numerosas localidades han desplazado sus tradicionales celebraciones patronales desde otros meses al de agosto, que es el tiempo en que los pueblos están llenos de gentes, cuando la mayor parte del resto del año sucede justamente lo contrario. Es sabido y comentado que no pocos pequeños pueblos de la provincia tienen más presupuesto de fiestas que municipal, lo que puede parecer una barbaridad, pero no dejar de ser pura realidad. Recordemos que Guadalajara tiene 460 pueblos, de los que sólo una tercera parte superan el centenar de habitantes.

El caso es que la provincia de Guadalajara es ahora mismo una fiesta en la que dos elementos siguen siendo su columna vertebral: los toros y el baile, aunque cada vez se incorporan más actividades que enriquecen y complementan los programas, lo que es de agradecer pues no sólo de festejos taurinos y pasodobles vive la fiesta, a  pesar de que a muchos les bastaría con lo primero, incluso renunciando a lo segundo.

Punto y aparte, efectivamente, merece tratarse la pasión taurina de esta provincia, especialmente en las comarcas de la Alcarria y la Campiña, sin olvidar Molina. Aquí, en Guadalajara, se celebran el mayor número de espectáculos taurinos populares de toda España, especialmente encierros por el campo, una actividad casi de culto y obligada concurrencia para numerosos aficionados que, literalmente, siguen con absoluta fidelidad el calendario de este tipo de festejos, del que se informa y trata de forma amplia en varias webs especializadas, de innegable raíz guadalajareña, como: www.toroalcarria.com, www.toromundial.com, www.torosymastoros.blogspot.com.es y www.elquite.org , entre otras. Sólo entre el 13 y el 18 de agosto ha habido o va a haber encierros por el campo en Fontanar, Iriépal, Uceda, Romancos, Valdeavellano, Cogolludo, Torrejón del Rey, Fuentelviejo y, por supuesto, el famosísimo y concurridísimo de Brihuega, al que suelen acudir más de 15.000 personas, que ya es decir. El encierro de Brihuega es, en realidad, un desencierro pues los toros no van desde el campo a encerrarse en la plaza –en el bello y ya cincuentenario coso “de la Muralla”- sino que están encerrados en ella y de allí parten hacia el campo, tras recorrer varias calles briocenses, en dirección Este y siempre en subida, hasta llegar al parque de María Cristina donde ninguna talanquera corta el paso a la manada.

Incluso no siendo taurino pero mientras no se sea antitaurino, al encierro de Brihuega hay que ir aunque sólo sea una vez, que no lo será, pues tiene efecto adictivo y, pese a que la villa alcarreña esté desbordada por el numeroso gentío que a él acude cada año el día de San Roque, el que va suele repetir porque el ambiente que allí se vive es, aunque pueda parecer una contradicción, realmente irrepetible. El ir y venir de gentes de un lado para otro, el jolgorio y colorismo general, las “arrancaeras” en los bares –las últimas cañas de cerveza que anteceden al encierro-, el tradicional “parapachunda” de la Banda briocense que abre calle minutos antes de que la tomen los toros,… conforman unos momentos en que el corazón se acelera y los oídos y los ojos se abren de par en par, lo que tiene continuidad caída ya la noche. Como decía mi maestro y amigo Salvador Toquero, taurinófilo y brihuegófilo donde los hubiera, “en la noche del 16 de agosto todas las sombras son toros en Brihuega”, que es la más expresiva y brillante manera con la que se pueden definir las sensaciones de quienes esperan, ya anochecido, por las calles de la villa a que lleguen los toros del campo a la cercada de San Felipe para, de mañana y antes del toro del “aguardiente”, iniciar la “bajá” a la Muralla. Si es que se encierran los astados porque, repito, el de Brihuega no es un encierro, sino justamente lo contrario. Y ahí, precisamente, reside su atractivo, sublimado por la belleza de uno de los pueblos más bonitos que parió la Alcarria.

Cuarenta y nueve encierros de toros se van a celebrar en agosto en la provincia de Guadalajara, hecho que avala que esta es una provincia taurina por excelencia, lo que tienen que cuidar los propios taurinos haciendo las cosas bien, con sentido común y con orden, que es la mejor manera de preservarlas.

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