Archive for mayo, 2020

Guadalajara y la perdiz toledana mareada

               Por la que hay montada con el dichoso coronavirus y la vorágine informativa y propagandística en la que estamos inmersos, donde cada vez cuesta más distinguir la verdad de la mentira y la información objetiva de la opinión subjetiva –las más de las veces, también interesada-, ha pasado casi desapercibida una interesante y reveladora encuesta realizada por electomanía.es sobre los sentimientos identitarios de los españoles respecto a sus provincias y sus comunidades autónomas. Pocas, muy pocas veces, la provincia de Guadalajara se ha erigido en lo más alto de una tabla estadística nacional, como no sea en la de ser la primera en tener una central nuclear, la única en reunir dos durante un tiempo, en ser también una de las dos, junto con Alicante, en albergar un sanatorio leprológico –el de Trillo– durante décadas, o en radicar en su territorio la cabecera del más grande y sangrante trasvase de agua que hay en España, el Tajo-Segura.

La encuesta a la que he hecho referencia ha llevado a Guadalajara a otro primer puesto que, en esta ocasión, no la desmerece y socava, sino que simplemente evalúa sus sentimientos y es probable que todas esas cosas que he relatado y la han zaherido tengan que ver en el resultado: Guadalajara es la circunscripción de España con mayor sentimiento identitario provincial; así, como lo leen, al tiempo que es la que menos sentido identitario regional tiene, dato que se deduce porque el objetivo de esa encuesta era ponderar y poner en cuestión si los españoles se sentían más de su región que de su provincia o viceversa. Los números más significativos de la encuesta son los siguientes: el 78,6% de los guadalajareños se identifican más con su provincia que con su comunidad autónoma, el 18,8% se considera tanto de su comunidad autónoma como de la provincia y solo el 2,6% más de la autonomía que de la provincia. Con estos datos, como he dicho, Guadalajara se destaca como la circunscripción de toda España que más se identifica con su provincia, al tiempo que menos lo hace con su comunidad autónoma; en total, Guadalajara ofrece un valor de -57% de balance identitario. En lo que hace referencia al resto de provincias de Castilla-La Mancha, Cuenca presenta un -39% de balance identitario, Albacete un -24,3% y Toledo un -8,7%. Ciudad Real es la única provincia de la región donde impera más el sentimiento regional que el provincial.

¿Sorpresa? Puede que en Toledo se la hayan llevado; yo, desde luego, no estoy nada sorprendido por este resultado que evidencia bastantes cosas, pero que deja una bien clarita: Después de 38 años de autonomía y de los denodados y costosos esfuerzos para el erario público que desde ésta se han hecho por difuminar las provincias y que impere la región, Guadalajara sigue teniendo una afectividad infinitamente superior hacia su provincia. Evidentemente, son muchos los factores que influyen en ello, pero hay dos claves, una que podíamos llamar de “estado”, que es que Castilla-La Mancha es una región artificial y con la que Guadalajara no se siente cómoda ni encuentra la afinidad suficiente, y otra de “gobierno”, que es el hecho de que los guadalajareños creemos que nunca se nos ha tratado adecuadamente desde Toledo y que las “políticas manchegas” que se suelen hacer no son las que precisa la única provincia de la región que no tiene ni un milímetro cuadrado de Mancha. No niego que mi reflexión albergue un cierto tinte victimista, pero es que tengo la sensación –y, por lo evidenciado en la encuesta, veo que la comparten muchos paisanos- de que primero fuimos víctimas de un error, que fue crear una comunidad autónoma de mero diseño y discurso político y sin sentimientos ni afinidades reales, excluyendo encima de ella a Madrid, que es nuestra vecina grande y rica, hermana mayor y tantas cosas más. Para, después, ser víctimas de sucesivos gobiernos regionales -34 años socialistas y solo 4 populares- que ni han sintonizado con Guadalajara en lo afectivo ni en lo pragmático y lo racional.  Son muchas las afrentas de “Toledo” con Guadalajara, pero vamos a citar solo algunas por ser muy expresivas: Mientras que Castilla-La Mancha lleva recaudando desde hace años muchos millones de euros que pagan los regantes por el trasvase Tajo-Segura, ese dinero, en vez de revertir prioritariamente en la cabecera del trasvase, se invierte en cualquier parte de la región. Incluso se ha dado el caso de que con ese dinero se ha construido la llamada “Tubería manchega”, que deriva agua del Tajo a la cuenca del Guadiana, al tiempo que hay pueblos de la cabecera del trasvase que aún deben ser abastecidos con cisternas por la Diputación. Item más, mientras el nuevo hospital de Toledo ya está terminado, aunque no puesto en funcionamiento, el de Guadalajara avanza al paso de los entierros en la Galicia profunda: Dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás. Y seguimos: entretanto el nuevo campus universitario de Alcalá en Guadalajara nunca termina de llegar, incluso después de que el ayuntamiento haya tenido que poner bastante dinero en terrenos para él, la Universidad de Castilla-La Mancha no está precisamente falta de infraestructuras –parece que sí de financiación, pero ese es otro cantar-; para más “inri”, a la Junta le cuesta un alumno universitario en la UCLM más del doble de lo que le cuesta tenerlo en la de Alcalá, que es y debe seguir siendo la Universidad de Guadalajara. Me estoy quedando ya sin tinta –y eso que este medio es virtual- y debo ir concluyendo este listado de afrentas dejándome muchas en el tintero, pero no ésta: la Junta ingresó alrededor de 32 millones de euros por las subastas del suelo del Fuerte de San Francisco para la construcción de viviendas y firmó un convenio en 2004 con el Ayuntamiento de la capital comprometiéndose a rehabilitar los edificios históricos de este antiguo cantón militar. Incluso una sentencia ya firme del Tribunal Supremo de 2017 obligaba a la Junta a cumplir ese convenio, algo que entonces no había hecho y que aún sigue sin hacer, mareando la perdiz a la toledana, como bien saben hacer en la capital regional. O sea que la Junta hizo negocio con Guadalajara, algo que ya es el colmo.

               Después de todas estas afrentas –y de bastantes más que por razones de espacio han de quedar aparcadas hoy, que no olvidadas-, después de tanto centralismo toledano, después de tanto mancheguismo y tan poco castellanismo, después de tantas prédicas y tan poco trigo, Guadalajara piensa lo que piensa y siente lo que siente.

El pato desescalado

               En esta cuarentena ya vamos por la cincuentena. ¡Y lo que te rondaré morena…! Como dice la facilona y recurrente frase hecha: “Sin haberlo preparado, me ha salido un pareado”, y con estrambote de propina también rimando, que es gerundio. En fin, dejémonos de rimas y vayámonos a las leyendas –con el permiso de Bécquer– porque estos tiempos coronavíricos que estamos viviendo, no lo duden, se terminarán convirtiendo en legendarios, si bien como ahora mismo estamos en su pleno devenir, los árboles del sufrido y confinado día a día no nos dejan ver aún ese bosque pospandémico que hará que, como decía, evoquemos este tiempo desde la distancia, aunque no sea precisamente por su buen vivir.

               Como empezaba diciendo, cuando escribo esta entrada se cumplen exactamente cincuenta días de la primera declaración quincenal de estado de alarma, que lleva tres prórrogas y parece que va a acumular algunas más, aunque ya en fase de “desescalada”, que es la palabreja que ha adoptado el gobierno –y que los medios de comunicación han comprado sin rechistar- para definir esta etapa de suavización de las condiciones del confinamiento en este neo-lenguaje bárbaro –por acudir a tanto barbarismo- que ha traído la pandemia. La propia RAE,  que es la institución encargada desde 1713 de “limpiar, fijar y dar esplendor” al idioma español, ha dado un capón y ha puesto orejas de burro a quienes usan y abusan de esta palabra, “desescalar”,  que está ya hasta en la sopa en todas sus conjugaciones y tiempos verbales. La RAE ha recomendado su no utilización al no estar en su diccionario y ser una derivación de la traducción literal del verbo inglés “to escalate” –escalar-, cuya trasposición/traducción a nuestro idioma no es en absoluto adecuada. Veamos. Al no estar la voz “desescalar” en nuestro diccionario, hemos acudido a la que sí está y que el prefijo “des” modifica dándole la vuelta a su significación: escalar. Y estos son los seis significados que este verbo tiene en nuestro idioma (copio y pego del propio diccionario en línea de la RAE):

1. tr. Entrar en una plaza fuerte u otro lugar valiéndose de escalas.

2. tr. Subir, trepar por una gran pendiente o a una gran altura.

3. tr. Subir, no siempre por buenas artes, a elevadas dignidades.

4. tr. Entrar subrepticia o violentamente en alguna parte, o salir de ella rompiendo una pared, un tejado, etc.

5. tr. Levantar la compuerta de la acequia para dar salida al agua.

6. tr. Ar. Abrir escalones o surcos en el terreno

               Como verán, nuestra Academia de la Lengua tiene toda la razón pues ninguno de los seis significados que se dan a “escalar” en su diccionario encaja con el prefijo “des” en lo que ahora se está pretendiendo que signifique “desescalar” que, simplemente, es el hecho de “reducir”, “disminuir” o “rebajar” las condiciones del confinamiento al que nos ha llevado la declaración del estado de alarma por causa del Covid-19. Precisamente, la RAE ha recomendado –importando una higa esta recomendación a quienes debería importarles- que en vez del inadecuado barbarismo de “desescalar” se empleen cualquiera de las tres palabras que he entrecomillado antes. Doy por hecho que el gobierno no ha entrado en nuestros hogares valiéndose de escalas, ni ha trepado por una gran pendiente, ni sus miembros han subido con artes reguleras a elevadas dignidades, ni ha entrado subrepticia y violentamente en alguna parte, ni ha levantado compuertas de acequias para regar, ni ha abierto escalones o surcos en el terreno. ¿O sí ha hecho todo esto y aún más? Porque, en sentido figurado y obligado por las circunstancias, pero de manera cuestionable en tiempo, fondo y forma, ha entrado en la plaza fuerte que es la Constitución y en nuestros hogares para limitar no pocos derechos; bastantes de sus miembros no tienen más curriculum de peso que la política y han tenido mucho que trepar para llegar a la Moncloa e, incluso, la quinta acepción de escalar que, recuerden, es “levantar la compuerta de la acequia para dar salida al agua”, también es de aplicación a este gobierno porque, en plena pandemia, ha aprobado un trasvase de 38 Hm3 desde la cabecera del Tajo a la del Segura. O sea, que puede que tenga razón el gobierno en utilizar la palabra “desescalar” y lo que ocurra es que en la RAE estén en Belén con los pastores.

               Otras palabrejas –en este caso, expresiones- de uso y abuso estomagantes que se han sumado al neo-lenguaje que ha traído la pandemia y que la clase política, los “expertos” –esta palabra también tendrá que revisarla la RAE algún jueves cuando reanude sus sesiones- y los medios de comunicación utilizan con harta frecuencia son “distanciamiento social” y  “nueva normalidad”. Al ser repetidas hasta la saciedad, les va a pasar como al amor en la copla de Rocío Jurado, que se van a romper de tanto usarlas. Ambas expresiones, por supuesto, como las mascarillas, los test y los respiradores, son importadas, pero no del chino mandarín, sino del inglés: “social distancing” y “new normal”. Seguimos en el “¡que inventen ellos!”, aquella famosa frase que salió de la cabeza y del tintero en un mal día de don Miguel de Unamuno, pero que tan de aplicación sigue siendo en nuestro país. En vez de esta tan desafortunada, ya podíamos tener en cuenta otras muchas buenas frases de los mejores días de don Miguel, como por ejemplo: “Las lenguas, como las religiones, viven de herejías” y, muy especialmente, esta: “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Por cierto, con lo de la “nueva normalidad” que no nos cuelen con vaselina renunciar a derechos y libertades o limitarlos, cuando lo que procede es modificar hábitos y costumbres para mejor combatir la pandemia. En España, hablando de costumbres, ya saben que es muy habitual dar la mano y que se la queden o que te corten un dedo.

Ánade real en el parque lineal del barranco del Alamín/Jesús Orea.

               No quiero concluir esta entrada sin hacer un guiño a la esperanza. No todo está saliendo bien, ni vamos a salir más fuertes, evidentemente. Estas son frases muy amables, pero con más dosis de deseo que de realidad en el fondo y más de propaganda “optimista social” que de verdad en la forma. Pero vamos a salir. De hecho, ya estamos comenzando a salir, y lo digo en doble sentido: de la crisis sanitaria y de casa. Prueba de esto último es la primera foto que hice el primer día que pudimos salir a pasear o practicar deporte y que acompaña este texto. Es una imagen de la vieja normalidad: un pato azulón, un ánade real, de las que se han asentado en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín, ajeno a lo que sucede y pasa a su alrededor que, en este caso, éramos una pléyade de desescalados en “fase 0” que, en cuanto pudimos, nos echamos a la calle a oler al tiempo que respirar, a oír y escuchar, a andar y ver la vida en color después de cincuenta días en blanco y negro.

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