Archive for marzo, 2021

Recuerdo a Garciasol en el Día de la Poesía

               El día “D”, en táctica militar, es el fijado para llevar a cabo una acción bélica relevante, como la hora “H” es el momento exacto en el que se le da inicio. “El día de…”, con la preposición como enlace esperando un sintagma nominal con su determinante y su núcleo, hay muchos, cada vez más, incluso de las cosas más inverosímiles; veamos algunos ejemplos, uno por mes: “Día de la letra Z” -se celebra el mismísimo primer día del año, el 1 de enero-, “Día del orgullo zombie” -4 de febrero-, “Día de los halagos” -1 de marzo-, “Día del ajo” -19 de abril-, “Día del orgullo friki” -25 de mayo-, “Día del yo-yo” -6 de junio-, “Día de sacar a pasear a tu planta” -27 de julio-, “Día de la ropa interior” -7 de agosto-, “Día de saltar los charcos” -9 de septiembre-, “Día del gruñón” -14 de octubre-, “Día del pepinillo” -14 de noviembre” y “Día del inodoro” -19 de diciembre”-. Es solo una pequeña muestra de las muchas tontunas que tienen un día especial al año, incluso algunas de ellas, como la del excusado en diciembre, es una jornada con carácter mundial. Es evidente que bastantes memos matan el tiempo buscándole días en el calendario a las memeces; todo se queda en casa.

Garciasol y Buero en el Maratón de los Cuentos de 1992.

               Sirva este introito para dar paso a escribir sobre un Día Mundial con mayúsculas, oportuno y necesario, el de la Poesía, celebrado el pasado domingo, 21 de marzo, que puede ser muchas cosas, pero desde luego, no una memez.  Las cosas serias que, como la poesía, tienen un día al año es porque deberían ocupar la centralidad de la vida durante los 365 días, pero suelen estar en sus bordes. Decía Saint-Exupéry, el autor de ese texto delicioso en forma de cuento que es “El Principito”, que “el mundo es una cosa muy grande, pero llena de pequeñas cosas hasta los bordes”. En los bordes de la vida, no solo hay pequeñas cosas, sino también grandes, como por ejemplo la poesía. Lamentablemente, no corren buenos tiempos para la lírica, como cantaba Germán Coppini con sus “Golpes Bajos”, y la poesía, hoy, ni siquiera es concebida “como un arma cultural por los neutrales”, a la que maldecía Gabriel Celaya, y tampoco “eres tú”, como la simplificaba Bécquer mientras miraba la pupila azul de una mujer; hoy, la poesía es un género literario que, pese a tener un sinfín de creadores que lo practican, su número de lectores no tiene correspondencia con el de autores y “el poema sin lector es inconcebible”, como bien afirmó Ángel González, uno de los grandes poetas españoles de la extraordinaria Generación del 50, ensombrecida por la del 27 y eclipsada por el contexto socio-político del franquismo en el que nació. Las redes sociales, especialmente Instagram y Twitter, están ahora abriendo unas nuevas y mejores expectativas de conocimiento y difusión de su obra a los nuevos poetas, de hecho, el libro de poesía más vendido en 2020 es “Incondicional”, del gallego “Defreds” (seudónimo de José Ángel Gómez Iglesias), que empezó escribiendo textos en Twitter; lleva más de 22.000 ejemplares vendidos, 10.000 de ellos este año, y tiene otros tres títulos distintos en el top-10 de ventas en poesía. Para contextualizar estos buenos datos en el conjunto de la producción y venta editorial en España, baste decir que las novelas más vendidas superan largamente los 100.000 ejemplares en un solo año. Por otra parte, el propio Defreds dice que “yo no escribo poesía, ni siquiera me interesa” y su superventas no solo reúne poesía, sino también pensamientos y prosa poética. Lo que sí es irrefutable es que 2020 ha sido un muy buen año para la poesía a nivel de galardones pues son poetas los ganadores del Nobel de Literatura -la estadounidense Louise Glück-, el Princesa de Asturias -la canadiense Anne Carson– y el Cervantes -el valenciano Francisco Brines-.

               Al hilo de lo afirmado por Defreds, en que parece desmarcarse del género poético pese a practicarlo y con mucho nivel, probablemente buscando un tuit que se haga viral, vamos a reconducir esta entrada preguntándonos lo que siempre se ha preguntado la poesía y a lo que se le ha dado casi tantas respuestas como poetas hay: ¿Qué es poesía? Uno de los discursos poéticos contemporáneos más relevantes, la metapoesía, precisamente ha cerrado el círculo sobre esta cuestión y busca el más allá poético a través de poemas que hablan de poesía. Ya hemos citado antes a algunos poetas como Celaya, Bécquer o González que se han preguntado por la poesía o la han tratado o definido de forma singular, veamos ahora cómo se acercaba a este asunto “nuestro” Ramón de Garciasol (1913-1994), el extraordinario poeta nacido en Humanes, compañero de aula de Buero Vallejo en el Instituto de Guadalajara y con quien trabó una entrañable y prolongada amistad. Miguel Alonso Calvo, que así se llamaba quien firmaba con el seudónimo de Garciasol, le dedicó un opúsculo, en clave de ensayo, a esta cuestión, titulándolo “Una pregunta mal hecha ¿Qué es la poesía?”. En esta obrita, editada dentro de la colección Escálamo en 1954, Garciasol afirma que “no hay poesía a priori; hay poetas”, “no hay poesía sin poema” y “no hay más que una definición de poesía: lo que hay en los versos”. Incidiendo en su línea de pensamiento, sostiene que los versos son a la poesía lo que la sal al agua del mar, rematando este aserto diciendo que “el verso es el canal, no el agua”. En esa misma línea de reflexión sobre el hecho poético, el hijo de un zapatero remendón de Humanes que estudió en Guadalajara pensionado por la Diputación porque destacaba sobremanera en el aula, asegura que “la poesía nos mejora, nos tensa, nos religa, pero no tiene asidero para recluirla en definición, en forma transmisible”. O sea, que para él la poesía es en realidad indefinible, aunque adjetivable, y a su imposible definición solo nos acercan los versos y, por ende, los poetas. Si seguimos esta lógica de Garciasol, Bécquer no decía la verdad cuando afirmaba en su conocida rima que “poesía… eres tú”, sino que, en realidad, poesía eran su verso y él mismo. Bien cierto es.

               Concluyo ya este artículo invitando a los lectores a conmemorar de la mejor manera posible el Día Mundial de la Poesía, aunque cuando lo lean acabe de pasar o, incluso, ya esté en su octava: ¡Lean -y si les apetece y la inspiración les pilla con un bolígrafo y un papel, o un ordenador, cerca- y escriban poesía!  Yo, así lo he conmemorado, atreviéndome a escribir unos versos octosílabos que, precisamente, tratan de la amistad de Garciasol y Buero quien, por cierto, también escribió poesía. Con su permiso, indulgencia y comprensión, esta es mi aportación poética al Día de la Poesía 2021:

“Amoroso azar Carrión.
Guadalajara del corazón” (Garciasol)

Medina de Faray primero
Wad-al-Hayara después
Río de Piedras campiñés
Guadalaxara en el fuero
pontón árabe en alzapiés
y en el Alcázar guerrero.


Aunque me llame Ramón
y estudiara con un Buero
de Humanes soy campiñero
y él es un gran “alcarrión”;
él en teatro, señero,
yo en poesía “ratón”.

La primavera del alcázar

               El alcázar de Guadalajara es una ruina desmemoriada desde la Guerra Civil, cuando quedó semidestruido por las bombas de unos y de otros, tras haber tenido un último uso en el primer tercio del siglo XX como acuartelamiento del regimiento de globos, compartido en una parte de su recinto con colegio de huérfanos de militares, y hasta con una sección de colombofilia militar. Su origen data del siglo IX, como el puente califal, siendo ambas construcciones las más antiguas de cuantas se conservan en la ciudad fundada por los musulmanes en el siglo VIII y cuyo primer nombre conocido fue el de Madinat al Faray, la ciudad de Faray, el cadí más importante de la etapa naciente de la urbe y quien la elevó verdaderamente a tal rango.

Su primer uso fue como alcázar andalusí, es decir, como fortaleza defensiva, una de las más importantes que llegó a haber en la amplia marca media musulmana, cuya capitalidad llegaron a compartir la propia Guadalajara y Medinaceli. De alcázar andalusí pasó a ser palacio mudéjar, ya en época de dominación cristiana, lo que ocurrió a partir del reinado de Alfonso VI, a finales del siglo XI. En él residieron temporalmente reyes y miembros de la familia real y en él se celebraron dos sesiones de Cortes castellanas, en 1390 -reinando Juan I- y en 1408 -siendo rey Juan II-. El recinto suroccidental del antiguo palacio real pasó a ser, ya en la edad moderna avanzada, fábrica de sarguetas, telas que tienen la sarga como materia prima. Finalmente, el primitivo cuartel de San Carlos, que ocupaba una parte anexa al antiguo alcázar, fue ampliado ocupando la parte previamente ya ocupada por la fábrica de sarguetas.

Primero las bombas de la artillería del ejército leal a la República, en la primera hora del llamado “alzamiento nacional”, atacando a los amotinados rebeldes encabezados por Ortíz de Zárate, y, después, las bombas incendiarias de la aviación franquista en diciembre del 36, que también causaron estragos en el palacio del Infantado, dejaron en ruinas el viejo alcázar guadalajareño. Y arruinado sigue estando, pese a que, tras seis décadas de completo olvido, desde 1998 y en los últimos cinco lustros, al menos se volvió la vista hacia él, aunque fuera de soslayo, realizándose algunas primeras excavaciones arqueológicas, actuándose después sobre las antiguas caballerizas y abriéndose más tarde a visitas, durante un tiempo, con unas estructuras de pasarelas que permitían ver detalles arqueológicos, de las fábricas de sus muros y de su planta. Tras volverse a cerrar un período de unos años, mientras se repensaba qué se hacía con él, ahora le aguarda una primera actuación de cierto empaque, por valor de 1,2 millones de euros, que, tras estar su proyecto en estudio y búsqueda de financiación desde hace ya más de tres años, por fin se ha adjudicado su ejecución, llegando la polémica con ello. Al tener noticias de ella, recordé esta frase de Jacinto Benavente:Los recuerdos tienen más poesía que las esperanzas, como las ruinas son mucho más poéticas que los planos de un edificio en proyecto”.

La controversia sobre la, parece que por fin, ya próxima actuación en el alcázar arriacense la ha abierto una plataforma ciudadana, que se ha autodenominado “Colectivo Alcázar”, y que sostiene que esa actuación, tal y como se ha proyectado, es inadecuada por el “grave impacto” que generarán las obras en el entorno de la antigua fortaleza. Fundamentalmente se quejan de que se ha proyectado una serie de rampas y muros de hormigón que conformarán una pasarela en la ladera que hay bajo la fachada que da al parque lineal del barranco del Alamín, que servirán para recalzar esa parte del edificio que, según el equipo de gobierno municipal, “está en grave riesgo de colapso”; es decir, de venirse abajo. El colectivo ciudadano considera que esa pasarela es, además de muy impactante visualmente, una actuación externa respecto al inmueble, más urbanística que arquitectónica, pues lo que va a hacer es enlazar la calle Madrid con el parque lineal. El Colectivo Alcázar considera que lo que procedería es invertir de verdad en el interior del alcázar y no en su alrededor, en consolidar sus cimientos y sus muros y en proseguir con las actuaciones arqueológicas que es lo que, según este grupo, proponía el plan director aprobado en su día. También se quejan de falta de información pública sobre el proyecto, lo que, de haberse dado, hubiera permitido que esta polémica no saltara ahora, cuando ya están a punto de empezar las obras, sino en una fase muy anterior y cuando aún se estaba trabajando sobre el proyecto. El equipo de gobierno municipal, por su parte, dice que el proyecto era conocido desde hace ya mucho tiempo, incluso por miembros de este colectivo, que la actuación propuesta es absolutamente necesaria y que, además, si no se ejecutan las obras ya adjudicadas, se corre el riesgo de perder el 75 por ciento de su financiación que, a través del denominado “1,5 por ciento cultural”, aporta el Ministerio de Fomento.

Pruno en flor en la ladera del parque del Barranco del Alamín sobre la que se asienta el alcázar y donde está prevista la construcción de rampas y muros de hormigón. Foto: Jesús Orea.

Conozco, y muy bien, al tiempo que aprecio desde tiempos de la niñez, a Antonio Miguel Trallero, un extraordinario arquitecto guadalajareño, con amplio curriculum en el ámbito de la arquitectura patrimonial, profesor titular de la UAH en el Grado en Ciencia y Tecnología de la Edificación y en el de Fundamentos de Arquitectura y Urbanismo, y técnico municipal en excedencia, que es uno de los portavoces del colectivo crítico con esta actuación en el alcázar; su opinión me merece absoluto respeto. Entiendo también el principal argumento sostenido en la tardanza y extemporaneidad con que llega esta crítica según el equipo de gobierno municipal, expresado a través del teniente de alcalde y portavoz de Ciudadanos, Rafael Pérez Borda, quien también tiene estudios de arquitectura, si bien creo que inconclusos. En todo caso, siempre es bueno que se abra un debate promovido por la sociedad civil, incluso aunque parezca llegar tarde, si este está argumentado, como parece el caso, y bueno es que el ayuntamiento escuche, aunque tenga lógicas prisas. Es lo suficientemente importante la cuestión plateada por el Colectivo Alcázar como, para por lo menos, sugerir al ayuntamiento que se siente a hablar serena y lealmente con sus representantes, invitándose a esa misma mesa a los técnicos municipales que han informado el proyecto y, por supuesto, al equipo redactor del mismo. La ley permite reformar, modificar y complementar proyectos. Aunque los plazos de ejecución aprieten, unos días, incluso unas semanas de reposado y profundo debate sí que se merece un monumento que tiene muchos siglos de historia, pero que ha estado olvidado durante tantos años. 

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