Archive for mayo, 2021

San José Bono y el beato Emiliano

               Los lunes, al sol o a la sombra, suelen ser bastante pestosos. Después del tiempo de asueto, de las licencias que otorga lo festivo y de las opciones de ocio, activo o no, que nos ofrecen los fines de semana, los lunes se nos pegan las sábanas al cuerpo como el picajoso tamo a la piel del segador, las legañas pelean a brazo partido hasta con el agua de la ducha y la modorra no se despereza hasta bien entrada la mañana. Hoy, cuando escribo esta entrada, es un lunes atípico porque es festivo por lo civil: el Día de Castilla-La Mancha. Yo a esta jornada siempre la llamé irónicamente “San José Bono” –entiéndanse esta expresión y la parecida que después vendrá en tono irónico, pero jamás faltón ni insultante-,  porque sabido es que el político socialista de Salobre fue durante un montón de años el carismático presidente de esta región hasta el punto de lograr que la institución que gobernaba y su persona fueran casi una misma cosa, retroalimentándose ambas sin solución de continuidad. Si seguimos esa lógica, ahora celebramos “San Emiliano García Page”, aunque cierto es que el actual presidente, pese a tener en Bono su mentor desde bien joven y haber heredado de él su populismo irredento, aún le quedan congreso de los diputados que presidir, ministerio que dirigir y muchas hípicas toledanas y no pocos negocios en Centroamérica que acometer para compartir escalón y escalafón con él en el “santoral” político. Dejémoslo entonces en que hoy se celebra el “Beato Emiliano García Page”. El actual presidente regional, pese a llevar tantos años en política como vida laboral acumula, aún es joven para alcanzar algún día la santidad por lo civil de Bono e, incluso, superarla en “milagros”. Camino va de ello porque, pese a ser el primer presidente regional que llevó a Podemos a un gobierno autonómico, antes de acabar ese mismo mandato ya había pactado el siguiente con Ciudadanos, aunque luego le sobraron votos a él y les faltaron a los naranjas. Soplar y absorber a la vez no es solo cosa de gallegos, visto lo visto con Page, en Toledo también es posible, no sé si por el aire límpido de los cigarrales o por el agua contaminada del Tajo.

               Cuando se celebraba “San José Bono” con toda su intensidad, hace ya de ello varios lustros, los Días de Castilla-La Mancha eran de fastos –con “f” y con “g”- de verdad. Solo se parecían a los de ahora en la propaganda política que está detrás de ellos y en que su celebración rota entre las cinco capitales de provincia de la región, entrando también en esa rotación algún que otro “poblachón” manchego. Que nadie entienda este adjetivo como despectivo; el mismísimo Paco Umbral llamaba así a Madrid, siguiendo la estela del gran Azorín, el literato de los ojos mediterráneos y el corazón castellano. Aquellos días de fastos y gastos ordenados por Bono tenían por objetivo consolidar una región que aún andaba en pañales y cuya historia no había nacido precisamente en la noche de los tiempos, sino en una tarde en el Senado, a finales de los años setenta del siglo pasado. Fue entonces cuando la parieron algunos senadores –tengo un amigo que les llama “cenadores”- de las provincias dela vieja Castilla-La Nueva, excluidos los de Madrid porque era una provincia con mucha población y que acogotaría a las demás, aunque sumados los de Albacete, que no querían ser la cola del ratón murciano y preferían ser la cabeza del mur castellano-manchego. Aquellos primeros “días” de la entonces naciente Castilla-La Mancha eran jornadas de autobuses y bocadillos con gentes en diáspora y de un lado a otro para hacer bulto y bullicio, auténticos “extras” de la película festiva regional con un tic “berlanguiano” que se montaba cada año para hacer región al precio que fuera. Cantes y bailes al más puro estilo de los coros y danzas de la Sección Femenina de Pilar Franco, actos y discursos oficiales, meriendas y limonadas con vales, actuaciones musicales de relumbrón en la tarde-noche y fuegos artificiales fin de fiesta solían vertebrar aquellos “días” en que “San José Bono” era mucho más que un presidente regional y bastante más que un simple “barón” socialista. Era un político tan supuestamente cercano y del pueblo que, como cualquier hijo de vecino, siempre se cambiaba de camisa las veces que hiciera falta por padecer hiperhidrosis y no tenía inconveniente en regalar su propio reloj a cualquier paisano. Eso sí, en cuanto se quitaba uno para obsequiarlo, el “Chunda” de turno –con este nombre era conocido su jefe de prensa y asesor “áulico”- le volvía a poner otro igual en la muñeca para repetir escena con el siguiente paisano. Y no hablo de oídas.

               Con el “Beato Emiliano” los días de Castilla-La Mancha son más contenidos, dinámica en la que ya los situaron sus predecesores, José María Barreda y Dolores Cospedal, a quienes no elevo a los “altares” de la política regional por dos motivos bien diferentes: al primero, por su grisura e irresponsabilidad al gastarse mucho más de lo que tenía, y a la segunda por ejercer su cargo a tiempo parcial y con un gobierno mediocre que jamás conectó con el electorado, siendo solo excusa de mal pagadora la pésima herencia económica recibida. Este año, el Día de Castilla-La Mancha se celebra en Guadalajara, pero va a limitarse a un acto institucional en el Buero Vallejo en el que, alternándose con algunas actuaciones musicales y proyecciones de vídeos, se va a entregar una larga nómina de premios y reconocimientos. Recibirán sus galardones hoy en la capital alcarreña, desde 30 asociaciones e instituciones por su trabajo durante la pandemia de covid-19 –he echado de menos en esta relación a los fabricantes de féretros, y ahora sí que lo digo con toda la ironía del mundo-, a Manolo “el del Bombo” que, aunque tiene o tenía un bar en Valencia, resulta que es de un pueblo de Ciudad Real. Como el entrañable forofo de la selección, esta región sigue con la boina puesta que, por sí mismo, no comporta desdoro alguno, el problema es cuando se cala hasta los ojos.

La consagración de la primavera

(Estuviste con Kaka de Luxe pero no te oí cantar rock)

Imagino que muchos habrán pensado al leer el titular de esta entrada que hoy la cosa va de música clásica, de Stravinsky en concreto, autor de “La consagración de la primavera”, un extraordinario concierto orquestal que el gran músico ruso compuso en 1913 para ballet. Junto a “La Primavera” de “Las Cuatro Estaciones”, de Vivaldi, compuesta dos siglos antes, son dos de las grandes piezas clásicas que ponen música a este tiempo en el que la vida se despereza después del invierno y cambia blancos de nieve y grises de cielos nubosos por la paleta de colores más amplia posible que es la que nos ofrece la naturaleza mientras camina del equinoccio de marzo al solsticio de junio. Supongo que también muchos, puede que casi todos, al ver la foto que acompaña este texto sin comenzar a leerlo, habrán corroborado la suposición a la que ya les invitaba el titular y pensado que sí, efectivamente, hoy tocaba hablar de flores y de campo en esta primavera ya consagrada de mediados de mayo. Verdad es que el geranio que se ha colado en el primer plano de la imagen, protagonizándola y condicionándola, propone ese pensamiento pues su rojo vibrante parece el iris de un gran ojo que estuviera fijando la mirada en ese horizonte infinito de verdes, azules y ocres que conforman la Alcarria, la Campiña y las Serranías vistas desde el Clavín en una tarde de sol y nubes de mayo. La inconfundible silueta al fondo del padre Ocejón, la montaña mágica de las majadas del rayo, los campillos de ranas y el valle verde de los mil y un arroyos es el mejor telón de fondo posible para esta primavera ya consagrada en las guadalajaras. Como el pico del Águila, el monte/jamba geminado con la peña Hueva, es también puerta de la Alcarria que tiene el cielo por dintel y al que el iris/geranio del Clavín ve a su derecha como si de una fuga de líneas de nervaturas de margas y calizas se tratara. Es la “tierra color tierra” a la que le salió un “sarpullido”, según escribió Cela cuando pasó por Taracena en su “Viaje a la Alcarria”. Ciertamente, el verdadero color de la Alcarria es el de la tierra.

Pero no, “Mari Pili, no, no, no” -como cantaban los “Ejecutivos agresivos” en 1980-, el post de hoy no va de ese tipo de primaveras coloristas, térreas y florales, ni de esa forma de consagración, va de la primavera musical que supuso la llamada “movida madrileña”, vivida hace ya cuarenta años y que, pese a nacer a finales de los setenta, fue a principios de los ochenta cuando se consagró. El subtítulo de este artículo -tomado de la letra de “Divina”, un temazo de T-Rex versionado por Radio Futura, grupo icónico de aquel tiempo y dedicado a Olvido Gara (Alaska)- apunta en la buena dirección.

Pie de foto: La primavera consagrada en Guadalajara vista desde El Clavín. Foto: Rafael Alba Jiménez.

Ciertamente, aquella verdadera primavera musical -también lo fue política, social y cultural en el más amplio sentido de la palabra- llegada con la recién estrenada democracia y que fue la movida, vivió hace 40 años su auténtica consagración. Este movimiento musical tuvo uno de sus antecedentes más directos en Burning, grupo setentero que transitó los caminos del rock hasta cruzarse con un pop muy fresco y vacilón en “¿Qué hace una chica como tu en un sitio como este?” (1978),banda sonora de la película homónima de Fernando Colomo. Hay quien excluye a este grupo de La Elipa de la verdadera movida, pero como decía la gente de Kaka de Luxelos Burning fueron los primeros que se pusieron medias, pelucas rubias y gafas negras”, complementos que muchos grupos de ese tiempo asumieron para sus puestas en escena.  Precisamente Kaka de Luxe (o sea, Fernando Márquez “El Zurdo”, Manolo Campoamor, Carlos Berlanga, Enrique Sierra, Olvido Gara -auténtica “musa” de la movida- y Nacho Canut) fue la banda a la que casi todos consideran la verdadera iniciadora y referente de la movida. Solo duró dos años (1977 y 1978), pero marcó tendencia y fue un auténtico grupo nodriza ya que de él surgieron otros muy importantes de aquella etapa: Paraíso (El Zurdo), Alaska y los Pegamoides (Olvido Gara, Campoamor y Canut, más Eduardo Benavente y Ana Curra) refundado después en Alaska y Dinarama (Olvido, Canut y Carlos Berlanga, que estuvo en la última etapa de los Pegamoides, pero sobre todo ya en Dinarama) o Radio Futura (Enrique Sierra).

La movida tuvo su referente musical en Inglaterra, de donde surgieron en los años setenta diversas corrientes que influyeron decisivamente en el panorama mundial y sobremanera en el español. La movida transitó entre el rock y el pop, si bien fue más popera que rockera por influencia de “the new wave” británica, la nueva ola que encumbró a grupos como Pet Shop Boys, Duran Duran, OMD, Modern Talking, The Jam, The Simths, Eurythmics… y algunos subgéneros surgidos de ella, especialmente “the new romantics” (Adam and the Ants o Alphaville), aunque también del renacido ská (The Specials, Madness) e, incluso, del reggae que tanto influyó en un grupo mítico como es The Police. En España, algunas de las bandas que hicieron ská fueron “Ska-P” y los ya citados “Ejecutivos agresivos” del “Mari Pili, no, no no”. El pop suave, casi barbilampiño y adolescente de la movida, convivió con un rock antisistema y de pelo en pecho como escarpias, como el punk, que había nacido también en Inglaterra mediados los años 70, con Sex Pistols como principal referente. En España, uno de los grupos punks más echados al monte con sus letras no fue madrileño, sino catalán, la “Banda trapera del río”, nacido, como el propio punk, cuando la movida aún estaba en gestación.

Como decíamos, hace ya 40 años que se consagró aquella primavera musical que fue la movida pues entre 1980 y 1981 se grabaron temas míticos como “La chica de ayer” (Nacha Pop, 1980), “Horror en el hipermercado” (Alaska y los Pegamoides, 1980), “Hoy no me puedo levantar” (Mecano, 1981) o “Déjame” (Los Secretos, 1981). Precisamente en este último tema y en los primeros años de este último grupo, está notoriamente presente una de las mejores baterías del pop-rock español de todos los tiempos, la del guadalajareño Pedro Antonio Díaz, lamentablemente fallecido en accidente de tráfico en 1984. Juan Luis Ambite, otro guadalajareño -mucho menos músico que “Pedrito, el Pelirrojo”, como era conocido Díaz, pero muy pintón y hasta personaje almodovariano, como la mismísima Alaska-, también formó parte de la movida como bajista de “Los Pistones”, el grupo al que se unió en 1981 y cuyo tema más conocido fue “El pistolero” (1983). La movida fue mi movida y la viví en vivo y en directo cuando estudiaba periodismo en Madrid. Y es que “caí enamorado de la moda juvenil”, como decía otro tema legendario de Radio Futura grabado en 1980.

Dulce soledad

               La importancia de los nombres -llamarse Ernesto, por ejemplo, en la obra teatral de Oscar Wilde– no es precisamente baladí. Un nombre ha de definir de la forma más certera posible a la persona, animal, vegetal o cosa que pretende nominar, pero si no lo hace, no pasa nada, siempre y cuando el apelativo sea sonoro, como decía Cervantes; si, además de sonoro, es bello, miel sobre hojuelas. Los límites para poner nombres a las personas los fija el artículo 51 de la vigente Ley del Registro Civil, que solo prohíbe “nombres que sean contrarios a la dignidad de la persona” o “los que hagan confusa la identificación”. De todas formas, los jueces que tienen ahora a su cargo los registros civiles, además de aplicar e interpretar desde su aprobación en 2011 una ley mucho menos limitativa que las anteriores, son bastante más permisivos que sus predecesores. Recuerdo al gran profesor de literatura del nuevo Brianda -el Liceo Caracense siempre será para mí el viejo Brianda-, poeta y amigo, Fernando Borlán, defendiendo en un artículo ingenioso, con algunos momentos realmente magistrales, que unos padres pudieran poner a su hija el nombre de Sandra porque la juez responsable del registro civil se lo había denegado al entender que era un diminutivo de Casandra. En España, según el INE, hay en la actualidad casi 100.000 mujeres que se llaman Sandra; si hubiera sido por aquella juez que pasó por Guadalajara silbando y cortando como el viento por un desfiladero, o se llamaban todas Casandra, o de Sandras, ni hablar. Como se preguntaba Borlán al concluir su artículo ¿quién iba a mandar entonces rosas a Sandra cuando se marchara de la ciudad? según cantaba Sabú Martínez en los años setenta.

El mundo de los nombres es realmente amplio y complejo y va desde la anonimia -es decir, desde lo innombrado- hasta la polionomasia -una palabreja que ni siquiera está en el diccionario de la RAE, que inventó el filólogo Leo Spitzer y viene a significar una multiplicación de nombres para un mismo ser u objeto-, pasando por la nombradía -fama o reputación-. El Quijote es un proverbial campo para el estudio de los nombres, hasta el punto de que Pedro Ruiz Pérez, precisamente, ha realizado uno titulado “Anonimia, polionomasia y nombradía en Don Quijote y Cervantes” que les recomiendo leer por su interés y accesibilidad pues está en línea; eso sí, tengan un diccionario a mano, aunque sea el virtual de la RAE.

               El mundo del comercio ha sido siempre un terreno fértil para el nominalismo más imaginativo y expresivo pues la primera carta de presentación de un negocio es su nombre. Sin salir de Guadalajara, recuerdo una peluquería que se llamaba “La Higiénica” -la cita Ramón Hernández en su novela “El ayer perdido”, clave para conocer la ciudad de posguerra-, una tienda de ropa que se hacía llamar “La tijera de oro” -situada en la calle Mayor, esquina a Antonio del Rincón-, un colmado o venta de ultramarinos que con su nombre, “La Precisa”, presumía de que sus balanzas eran muy de fiar, o una imprenta que se llamaba “Gütenberg”, situada en la calle Miguel Fluiters y en la que media Guadalajara nos hicimos los recordatorios de primera comunión o las invitaciones de boda. También recuerdo con especial regusto “El buen gusto”, una tienda de ultramarinos y caramelos que había en la entrada de la calle Mayor, esquina a Santo Domingo, o “El arca de Noé”, otro colmado, en esta ocasión situado a mitad de la Carrera. Del “Maragato”, la pescadería que había en la calle Mayor que hacía ya esquina con el tramo de soportales de la plaza del ayuntamiento que enfilaba hacia la Cuesta del Reloj, recuerdo los barriles de arenques que parecían guiñar sus pequeños y adiposos ojos al viandante.

Peral de la Dulzura

               Un sector comercial que ahora apenas está representado en la Guadalajara de casi 90.000 habitantes pero que, en su día, en la de poco más de 15.000 llegó a concentrar hasta siete negocios solo en la calle Mayor, es el de las confiterías. Algunas de ellas con nombres tan sugerentes como “La Flor y Nata” -su cierre, en noviembre de 2018, me supo a hiel, como sus dulces siempre me supieron a miel-, “Casa Guajardo” -creo recordar que fundada en 1887 y de los mismos propietarios, los hermanos Hernando-, “La Favorita” -nombre ahora recuperado como bar cafetería en lo que anteriormente fue otra confitería, “Campoamor”- o “La Mallorquina”, de la que siempre recuerdo a su orondo dueño en la puerta, con su pelo y su delantal blancos. “Dulce soledad” fue la razón comercial de una confitería, también propiedad de los hermanos Hernando, que da título a este artículo y que apenas pervivió unos años; su nombre, al menos para mí, roza la perfección por su lirismo, al tiempo que pragmatismo, dos circunstancias muy difíciles de conjugar: dulce soledad es en sí mismo un verso pentasílabo con el que arrancar o cerrar un romancillo, al tiempo que define el objeto del negocio -dulcería- y la calle donde estaba situado -Virgen de la Soledad-. Si Luis y Rubén Hernando me hubieran pedido que les sugiriera un nombre para esa confitería, de haberme dado la imaginación para ello, sin duda hubiera optado por “Dulce soledad”.

               Termino ya esta entrada con un dulce que no es comestible y que, por tanto, es apto al tiempo para golosos sin problemas de glúcidos como para diabéticos. Se trata del Peral de la Dulzura -en la imagen superior-, la bella ermita mariana situada en la confluencia de la carretera que sube por el valle del San Andrés, la GU-932, con la que desde Budia lleva a Brihuega, la GU-902. Desde que, siendo un joven aún con acné, fui allí por primera vez con José Ramón López de los Mozos a estudiar sus exvotos, el Peral de la Dulzura es un nombre y un lugar que me cautivaron. Tradición, devoción, historia, piedra y naturaleza unidas para regalar unas largas y detenidas mirada y estancia mientras el aire limpio y puro de la Alcarria hinche nuestros pulmones, incluso filtrado por mascarillas. Allí se matan como en pocos sitios el gusanillo de la curiosidad y el virus del tedio, o sea, el tedioso virus.

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