Archive for diciembre, 2016

Pueblos con apellidos centenarios

                Utilizando una expresión del gran Miguel de Cervantes -de quien precisamente se ha conmemorado este año el cuarto centenario de su fallecimiento, que coincidió con el del también muy grande Shakespeare– 2016 tiene ya “puesto el pie en el estribo con las ansias de la muerte”. Se nos va, por tanto, un año que, como la feria, cada uno contará según le haya ido y en el que han coincidido varias efemérides relacionadas con destacados literatos, además de las ya nombradas: los en Guadalajara muy sabidos y celebrados centenarios de los nacimientos de Cela y Buero Vallejo, el centenario de la muerte de Rubén Darío o el también cuarto centenario del fallecimiento del Inca Garcilaso de la Vega, entre otros.

                Pero este que ya acaba no solo ha sido un año de efemérides vinculadas a escritores de mucha talla e, incluso, a reyes de relevancia histórica pues igualmente se ha conmemorado el quinto centenario de la muerte de Fernando El Católico y el tercero del nacimiento de Carlos III; en 2016 se ha cumplido también un centenario que para la gran mayoría ha pasado desapercibido pero que tiene una trascendencia históricas señalada para 573 pueblos españoles, entre ellos 29 pertenecientes a la provincia de Guadalajara. Esa efeméride que afecta a tantas localidades es la del centenario del Real Decreto de 27 de junio de 1916, aprobado por el Gobierno de España, cuyo consejo presidía entonces el Conde de Romanones, por el cual se les puso “apellido” a ese medio millar largo de ayuntamientos españoles -luego algunos de ellos dejarían de serlo y pasarían a ser pedanías- para evitar confusiones ya que sus nombres coincidían con los de otros.

Así se justificaba esta, no anecdótica, sino relevante decisión gubernamental en el inicio de la exposición de motivos del Real Decreto, publicado en la Gaceta de Madrid -la cabecera de publicación periódica oficial editada en España desde 1697 hasta 1936 que después dio paso al BOE- número 184, de 2 de julio de 1916: “La Real Sociedad Geográfica ha realizado prolijo y meditado estudio para la reforma de la Nomenclatura geográfica de España, por estimar de conveniencia y verdadera utilidad el cambio de denominación de las entidades de población cabezas de distrito municipal, a fin de que desaparezca la extraordinaria y lamentable confusión originada por el hecho de existir, entre los 9.266 Ayuntamientos que constituyen la Nación, más de 1.020 con idénticos nombres, y éstos sin calificativo ni aditamento alguno que los distinga”. Por esta circunstancia, el ejecutivo romanonista de Alfonso XIII decidió aprobar hace cien años este Real Decreto por el cual se dejó el mismo nombre a las poblaciones de mayor categoría administrativa y, en caso de igualdad, a las de más población, mientras se les ponía un calificativo, un “apellido”, a sus homónimas. Ese complemento nominal se trató que no fuera arbitrario ni caprichoso, sino que se basara “en la tradición, el uso o los afectos de cada localidad”, teniéndose en cuenta sus antecedentes históricos y circunstancias y particularidades geográficas “con especial predilección por palabras que expresan nombres de corrientes de agua, de la montaña y del territorio”.

Como ya hemos adelantado, este Real Decreto afectó a 29 localidades de la provincia de Guadalajara, que son las siguientes: Algar de Mesa, Armuña de Tajuña, Baños de Tajo, Beleña de Sorbe, Castellar de la Muela, Castilblanco de Henares, Cerezo de Mohernando, Cortes de Tajuña, El Cubillo de Uceda, Fuentelahiguera de Albatages, Galve de Sorbe, Gascueña de Bornova, Huérmeces del Cerro, Masegoso de Tajuña, Miedes de Atienza -curiosamente, el apellido que se le dio inicialmente fue “de Pela”, aunque después se modificó por el actual-, Paredes de Sigüenza, Peñalba de la Sierra, Peralejos de las Truchas, El Pobo de Dueñas, Rillo de Gallo, Riofrío del Llano, Robledo de Corpes, Rueda de la Sierra, Saelices de la Sal, Sotoca de Tajo, Tórtola de Henares, Valverde de los Arroyos, Villaviciosa de Tajuña y Yunquera de Henares. Como ejemplo de pueblos hasta entonces homónimos y que a partir de ese norma legal de 1916 dejaron de serlo gracias a sus “apellidos”, podemos citar Peralejos: el único que quedó con ese nombre pertenece a Teruel, mientras que se modificaron sus apelativos en el Nomenclator de municipios españoles Peralejos de Arriba y Peralejos de Abajo, ambos de Salamanca, y el guadalajareño Peralejos de las Truchas.

Aparte de esta modificación nominal que afectó a casi una treintena de municipios de la provincia, tirando de memoria recuerdo otros cambios de nombre -en este caso fallidos- de algunos pueblos de Guadalajara que se produjeron a lo largo del siglo XX, concretamente en 1959 y por iniciativa del entonces Gobernador Civil de la provincia, Pardo Gayoso: a Semillas se le intentó nominar como Secarro al agruparle con Robredarcas y Las Cabezadas -esa propuesta de nombre es un acrónimo formado con las tres sílabas de estos tres pueblos- pero sus vecinos no lo aceptaron y no llegó a adquirir carta de naturaleza legal. Caso idéntico al de Semillas fue el de Riotoví del Valle, el curioso nombre que también Pardo Gayoso pretendió dar en aquel mismo año a la fusión municipal de Riosalido, Torrevaldealmendras y Villacorza. Como es fácilmente deducible y comprobable, Riotoví es igualmente un acrónimo formado con las primeras sílabas de los nombres de estos tres pueblos, aunque a esas pequeñas localidades también se les quería sumar en aquella fusión municipal fallida otras tres mínimas poblaciones limítrofes: Valdealmendras, Bujalcayado y Matas. Sabido es que estos seis pueblos son barrios anexionados a Sigüenza, junto con otros 22, desde hace ya varias décadas.

Y termino con un muy curioso caso de modificación nominal de un pueblo de la provincia: al antiguamente llamado Rata del Ducado, para evitar tan poco agraciado e, incluso, chusco apelativo, se le pasó a denominar oficialmente, a principios del siglo XX, como Santa María del Espino, que es desde hace décadas un núcleo anexionado a Anguita, la localidad en la que, precisamente, el 25 de abril de 1813 se constituyó por primera vez la Diputación Provincial de Guadalajara y cuyo bicentenario se celebró hace apenas tres años.

 

 

Los últimos guadalajareños de Filipinas

                El reciente estreno de la película “Los últimos de Filipinas”, del director Saturnino Calvo, ha traído de nuevo a la actualidad la gesta heroica de los sesenta españoles que resistieron sitiados casi un año en la iglesia del pueblo filipino de Baler, incluso después de firmarse el Tratado de París por el que España cedía sus últimas posesiones de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas a Estados Unidos, concluyendo así la desigual y desastrosa -para los intereses españoles- guerra hispano-americana de 1898. A los protagonistas de esta gesta se les conoce como “Los últimos de Filipinas” porque este fue el título que en 1945 le dio a la primera versión cinematográfica sobre este grupo de héroes el que fuera su director, Antonio Román -quien nada tiene que ver con su homónimo, el actual alcalde de Guadalajara; de hecho en realidad se llamaba Antonio Fernández-Román-, y en la que participaron un elenco de jóvenes actores que después despuntarían: Toni Leblanc, Armando Calvo, José Nieto o Fernando Rey, entre otros.

                ultimos-filipinasSe da la circunstancia de que, entre ese puñado de españoles heroicos que resistieron el largo asedio de un nutrido grupo de insurrectos filipinos, se encontraban dos guadalajareños: el soldado, natural de Alcoroches, Timoteo López Lario (señalado con el número 13 en la foto de ABC), y el fraile franciscano, natural de Pastrana, Juan Bautista López Guillén (foto inferior). Ambos sobrevivieron al sitio y regresaron después a sus lugares de origen; el primero retornando a su oficio de campesino y teniendo una vida longeva, y, el segundo, falleciendo en 1922 en su localidad natal, a la edad de 51 años, tras permanecer algún tiempo como misionero en Filipinas.

La noticia de la heroica resistencia de este reducido grupo de españoles en Filipinas llegó a España nueve meses después de iniciarse el sitio de Baler; fue, en efecto, a finales de abril de 1899 cuando, según informaba “Flores y Abejas”, “telegrafían al general Ríos que en el fuerte de Baler cuarenta españoles valerosos -entonces ya había menguado un tercio la fuerza pues 15 murieron de beriberi o disentería, 2 por heridas de combate, 6 desertaron y 2 fueron fusilados por intentarlo-, al mando de un jefe heroico, mantienen todavía desplegada al viento la bandera española”. Esta noticia fue recibida con tanto alborozo y orgullo patrio -tan decaído en aquél tiempo-, que el entonces redactor del histórico periódico alcarreño, Martín Pérez, concluía así de encendido la información de esta noticia: “¡Gloria eterna a los cuarenta españoles que simbolizan la nobleza y heroísmo de un pueblo a quien solo puede abatir el peso enorme de sus explotadores!”.

La vinculación de Guadalajara con “los últimos de Filipinas” no concluye con la presencia entre ellos de dos naturales de la provincia. Cabe destacar que la fuente documental en la que se basaron, tanto Román como Calvo, para elaborar los guiones de sus respectivas películas fue un libro escrito en 1904 por el teniente Saturnino Martín Cerezo, comandante en jefe de los sitiados tras el fallecimiento del capitán Las Morenas, titulado “El sitio de Baler”, cuya primera edición se imprimió, precisamente, en Guadalajara, en los Talleres Tipográficos del Colegio de Huérfanos de la Guerra. Este centro de acogida y formación se asentaba en el Palacio del Infantado y fue inaugurado en 1898 por la reina regente María Cristina -aunque las obras las inició su esposo, Alfonso XII, en 1979-  para acoger en él a los numerosos huérfanos de militares que habían dejado las cruentas guerras de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De hecho, fueron tantos los menores que se vio obligado a acoger este hospicio militar que se separó en dos inmuebles: las chicas se quedaron en el palacio y a los chicos se les trasladó al acuartelamiento de San Carlos, también situado en la que entonces era conocida como plaza de la Fábrica, para después pasar a llamarse del Conde (de Romanones, por supuesto) -tras colocarse inicialmente en ella su estatua en 1913, la que ahora está en el jardinillo de Santo Domingo- y que, actualmente, es oficialmente nominada como de los Caídos en la Guerra Civil.

ultimos-filipinas1 El Colegio de Huérfanos también estuvo presente, a través de su entonces Coronel-Director, en el comité que se desplazó hasta la estación de ferrocarril de Guadalajara -en la que también estuvieron presentes comisionados del parque de Aerostación- para rendir honores al paso del expreso que, en marzo de 1904, procedente de Barcelona y camino de Madrid, trasladaba los restos mortales de los héroes de Baler que habían muerto en Filipinas, exhumados, precisamente, por iniciativa del antes referido fraile pastranero, Juan Bautista López Guillén. Y ahí tampoco acaba la vinculación de Pastrana con este hecho histórico nuevamente llevado al cine y, por ello, traído a la actualidad, puesto que en el archivo franciscano ibero-oriental -que hasta 1977 permaneció en el convento de esta orden en Pastrana, trasladándose después a Madrid- se custodiaron durante décadas el diario que sobre este episodio escribió otro franciscano que estuvo en Baler, Fray Félix Minaya, así como la biografía de López Guillén. Aunque aún inédito, el diario de Minaya ha sido, junto con el libro de Martín Cerezo, una fuente indispensable para conocer lo que ocurrió en la iglesia de aquel pueblo entre el 30 de junio de 1898 y el 2 de junio de 1899, que fue el tiempo que los últimos de Filipinas permanecieron defendiendo heroicamente la bandera de España, a pesar de que en diciembre de 1898 nuestro país ya había entregado a Estados Unidos lo poco que le quedaba de aquél imperio en el que, durante siglos, nunca se ponía el sol, expresión acuñada por Felipe II, el poderoso rey en cuyo honor, siendo aún príncipe, se nominó a aquellas islas orientales.

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