Archive for enero, 2017

Los dioses no emigran

   Entre la segunda quincena de enero y la primera semana de febrero se concentran las principales fiestas tradicionales castellanas de invierno, y en la provincia de Guadalajara de manera especial, a pesar de la adversa climatología propia de esta época, demostrándose con ello que a los castellanos nos va más la fiesta de lo que correspondería a nuestra fama de adustos, un arquetipo que, como todos, puede que tenga un punto de razón, pero desde luego no es un traje a la medida de nuestra forma de ser. Aquí, como en todas partes, cada uno somos de nuestra madre y nuestro padre y, como dice nuestro viejo e igualador lema, “nadie es más que nadie”; pero todos somos alguien.

    Fiesta, calor y calle suelen ir de la mano pues el segundo te echa a la tercera y eleva a su máxima expresión la primera. Pero fiesta, frío e interiores también son compatibles, como lleva demostrándose desde hace siglos en esta tierra que, aunque caigan en ella heladas chuzos de punta o copos de nieve como puños, acumula en estas fechas del ecuador del invierno incluso más citas festivas que las muchas que se suelen concentrar en agosto, el ecuador del verano y hábitat natural por excelencia para la fiesta.

   taracena-botarga1-300x534 Nuestras fiestas de invierno, por razones obvias, ni tienen el origen ni se producen con las mismas formas que las de verano, pero no dejan de ser citas remarcadas en nuestra memoria colectiva, muy especialmente en el medio rural. La pena es que muchos de nuestros pueblos llevan tanto tiempo desangrándose y envejeciendo demográficamente, que, más que tener memoria colectiva, padecen una especie de “alzheimer” comunitario que está provocando que muchas costumbres y tradiciones se pierdan entre las nubes oscuras de la desmemoria. No pocos recuerdos de fiesta y labor, de uso y costumbre de las viejas comunidades rurales emigraron también a la ciudad con las personas y allí se han diluido en olvidos, lágrimas y silencios.

      Sin ánimo alguno de invadir terrenos que, más que míos, son bastante más propios de expertos etnógrafos amigos como José Ramón López de los Mozos o José Antonio Alonso, me permito apuntar que la alta concentración de fiestas tradicionales en este tiempo de invierno – San Antón (17 de enero), San Sebastián (20), San Vicente (22), San Ildefonso (23), La Virgen de la Paz (24), La Candelaria (2 de febrero), San Blas (3) y Santa Águeda (5) son algunas de las más destacadas y extendidas- tiene causa en que en las antiguas economías rurales era clave esta época, tanto desde un punto de vista meteorológico como de realización de faenas agrarias, para que las futuras cosechas y recolecciones fueran abundantes. Y, claro, había que tener a favor de sementera a los santos. Hay refranes muy expresivos al respecto de lo que digo: “Enero, llave de granero”, “Cuando nieva en enero, todo el año ha tempero”, “Tantos días pasan de enero, tantos ajos pierde el ajero”, “Quien cava en enero y poda en febrero, tiene buen año de uvero”, “Si no lloviere en febrero, ni buen prado ni buen centeno”.

        No descubro la pólvora si digo que, donde ahora y desde hace ya muchos siglos, hay una festividad cristiana, muy probablemente antes hubiera una pagana. “Los dioses no emigran”, como expresivamente diría mi hermano/amigo Javier Borobia, el gran perito en Guadalajaras y que tanto gustaba de disfrutar de cualquier tiempo festivo, pero especialmente de este de invierno, que llega a contrapelo de la meteorología, lo que le añade un plus de apetencia a un espíritu alegre y festero como el suyo. Un ciclo que es y él llamaba de “pre-carnaval”, pues, efectivamente, lo antecede y nos va metiendo poco a poco en la harina de la mascarada, sobre todo en esta tierra en la que sus botargas ya parecen y son personajes extrapolados de las carnestolendas y adelantados a ellas.

      canfran   Hablaba antes, no sin desazón, ciertamente, de esa especie de “alzheimer” comunitario que llevamos décadas viviendo y que ha devenido por el acusado debilitamiento de las comunidades rurales, conllevando, entre otras circunstancias también negativas, la pérdida de numerosas costumbres y tradiciones. En dirección contraria a esta dinámica regresiva, me complace mucho destacar que este año se han producido dos hechos, en este ciclo festivo de invierno en la provincia, que invitan al optimismo: por un lado, en Taracena -el pueblo de mi madre y, por tanto, el mío-, después de 117 años sin hacerlo, ha vuelto a salir a las calles su tradicional botarga de San Ildefonso -en su día no era una, sino varias, pero todo se andará que principio quieren las cosas- y en Sigüenza, por San Vicente, se ha celebrado la trigésima edición del Certamen de Dulzaina que lleva el nombre de su promotor y fundador, José María Canfrán, una gran persona que tuve el placer de conocer, tratar y disfrutar. Lamentablemente, Jose María se nos murió siendo demasiado joven, pero no solo impulsó este evento, sino que, junto a su inseparable tamborilero, Carlos Blasco, contribuyó decisivamente a la recuperación de la dulzaina en la provincia de Guadalajara, el instrumento musical castellano por excelencia que aquí se había perdido, prácticamente, en las últimas décadas del siglo XX y que solo sonaba, y poco, gracias a los grupos venidos de otras provincias hermanas, generalmente Segovia y Soria, que se contrataban para algunas de nuestras más señaladas fiestas tradicionales. Aquella semilla que sembró Canfrán y que después cultivó adecuadamente, desde la gran inversión de futuro que es la docencia, la Escuela de Folklore de la Diputación, por fortuna sigue creciendo y especialmente en invierno. Como decía el poeta argentino Porchia, “la primavera del espíritu florece en invierno”. A pesar de los pesares, hay motivos para la esperanza, sí.

Fotos: Botarga de Taracena (superior) y José María Canfrán.

Guadalajara en la Conferencia de Presidentes Autonómicos

La VI Conferencia de Presidentes Autonómicos, que se celebrará –o se habrá celebrado, depende de cuando se lea esta entrada- el 17 de enero, va a abordar un total de diez asuntos de Estado, entre los cuales figura por primera vez uno que atañe muy directamente a la provincia de Guadalajara: el compromiso de elaborar una Estrategia Nacional de Demografía de la que se encargará un grupo de trabajo, una comisión, que saldrá de la Conferencia. Según fuentes del propio Gobierno, esta cuestión que tanto afecta especialmente a gran parte de la provincia de Guadalajara y a otras zonas castellanas, leonesas y aragonesas del interior de España e, incluso, a parte de Galicia, como es el envejecimiento de la población y los desequilibrios en su distribución, se ha incorporado por primera vez a la agenda de trabajo de tan alta e importante Conferencia porque en 2015 fallecieron en España 422.276 personas -la cifra más alta desde 1941- y, de mantenerse las gráficas del Instituto Nacional de Estadística, en 2050 habrá casi 5,5 millones de habitantes menos en nuestro país; el desequilibrio se agrava porque la curva de la natalidad apunta hacia abajo al tiempo que se amplía la extensión de las zonas que se van despoblando.

Aunque me preocupa mucho que se cumpla esa frase histórica atribuida a Napoleón que dice que “si quieres que no se resuelva un problema, crea una comisión”, considero que es verdaderamente oportuno y francamente positivo que el gobierno del Estado y los presidentes autonómicos aborden por fin el acusado y grave problema que viene suponiendo, no solo ahora, sino desde hace ya décadas, la progresiva pérdida de población y el envejecimiento de ésta en grandes extensiones del territorio español y que, en el caso de Guadalajara, afecta al 70 por ciento de la provincia. Precisamente al cierre de los datos estadísticos demográficos de 2016, el INE ya ha avanzado que 173 de los 288 municipios de la provincia de Guadalajara tienen menos de 101 habitantes, sumándose tres más –Ciruelas, Henche y Pozo de Almoguera– a los que ya había en 2015 por debajo del centenar de residentes, continuando así la sangría poblacional en el medio rural de la provincia que comenzó hace ya más de seis décadas y que no cesa, como el rayo del poemario de Miguel Hernández. Además, se da la circunstancia de que, incluso algunas de las poblaciones de la provincia que, contrariamente a lo que acontecía en las zonas más alejadas de la capital, han vivido en los últimos años un crecimiento poblacional exponencial gracias a sus nuevos desarrollos urbanísticos durante la época del llamado “ladrillazo”, han comenzado a perder habitantes en 2016, como es el caso de Azuqueca de Henares (- 193) y Pioz (- 73), o han ralentizado mucho su crecimiento; no obstante, la principal sangría demográfica sigue produciéndose fuera del Corredor del Henares y el entorno de la capital, siendo especialmente significativo el descenso de población en cabeceras de comarca que, antaño, frenaron su propia emigración gracias a la inmigración procedente de los pueblos de su zona: Sigüenza (que ha perdido 97 habitantes en 2016 respecto al año anterior), Cifuentes (- 90), Molina de Aragón (- 65) y Brihuega (- 62) son claros exponentes de ello.

Entre otros objetivos, la Conferencia de Presidentes Autonómicos del martes encargará la elaboración de esa Estrategia Nacional sobre Demografía para que ésta contribuya a conseguir más fondos europeos para el medio rural despoblado y envejecido español. Me parece estupendo, pero este hecho me trae al recuerdo que en la provincia de Guadalajara ya llevamos disfrutando de fondos europeos para el desarrollo rural en las zonas más desfavorecidas, especialmente los Leader, desde hace tiempo, en las zonas de Molina de Aragón-Alto Tajo, Sierra Norte y gran parte de la Alcarria, y la despoblación y el envejecimiento continúan siendo los signos de identidad sociodemográficos de esas comarcas, a pesar de los millones de euros invertidos en ellas con fondos europeos, estatales, regionales y provinciales.

Puede que el problema radique en que, en vez de invertirse productivamente esos fondos, gran parte de ellos se hayan gastado de manera improductiva. No es lo mismo invertir que gastar. En todo caso, los grupos de acción local que gestionan esos fondos y las instituciones públicas y los agentes sociales y económicos que se integran en ellos habrán de reflexionar seriamente al respecto pues, sin duda, han de ser muy bien venidos todos los recursos económicos que lleguen a estas zonas; ahora bien, habrá que invertirlos mejor que hasta ahora. Para coadyuvar a ello, es absolutamente necesario que la dirección y gestión de esos grupos de acción local se despoliticen en favor de una adminsitración de carácter mucho más técnico y profesional que la que han venido teniendo hasta ahora. Y siento decir que no soy muy optimista en este sentido.

Termino reflexionando sobre la estratégica ausencia a esta Conferencia de Presidentes Autonómicos del Lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, y del Presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. Aunque el primero actúe y se manifieste habitualmente de una forma bastante más prudente y moderada que el segundo en sus evidentes aspiraciones comunes independentistas para el País Vasco y Cataluña, ambos, con su incomparecencia a esta Conferencia, están mandando por enésima vez el mensaje de que sus respectivas comunidades autónomas son distintas a las demás de España, que tienen derechos superiores y, si me apuran, que son mejores que las demás y por ello quieren ahorrarse la cuota de solidaridad interregional que inspira la Constitución del 78 para así ellos ser aún “más mejores”, si me permiten la expresión. Además, lamento que dos de las regiones de España que fueron destino prioritario de la inmigración interior nacional que diezmó la población de provincias como Guadalajara, no vayan a poner su grano de arena en la elaboración de la Estrategia Nacional sobre Demografía que va a tratar de reactivar social y económicamente a las zonas de España más despobladas y envejecidas. Poco, muy poco, les debe importar cómo estén socialmente las tierras de origen de muchos de sus vecinos –a quienes peyorativamente llaman “maketos” en el País Vasco y “charnegos” en Cataluña-, a pesar de que gracias a ellos sus regiones pudieron progresar a costa de la regresión de aquéllas.

Sé que generalizar no es justo y que no todos los vascos y catalanes son independentistas ni insolidarios, pero las instituciones y las personas que les representan van por los caminos que van, dicen lo que dicen y hacen lo que hacen. Lástima que los independentistas prefieran volver a las tribus previas al “demos” –una circunscripción que agrupaba y asociaba tribus diferentes para organizarse, crecer y beneficiarse mutuamente- de Clístenes, gracias a quien se dio el salto definitivo de las primitivas sociedades de clanes de la época arcaica hacia la democracia de la era clásica.

 

 

La “yenka” de Ciudadanos

Desde las últimas elecciones municipales de junio de 2015 el Ayuntamiento de Guadalajara vive una situación de gobernabilidad compleja pues aunque Ciudadanos permitió –eso sí, solo por pasiva- que gobernara el PP como primera fuerza, y por mucho, del consistorio que es, los de Rivera, lejos de comprometerse con el equipo de gobierno de Román están haciendo un juego político que se parece mucho a una canción-baile sesentera, la Yenka, cuyo cansino estribillo se repetía una y mil veces: “izquierda, Izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un, dos, tres…”. Al menos a mí me recuerda a esa apolillada y un tanto casposa canción esa política poliédrica “anaranjada” de ahora voto con el PP, pero luego con PSOE y Ahora Guadalajara -la marca local de Podemos que en un 75 por ciento controla IU, no nos olvidemos- y hasta le creo al Alcalde una situación tan incómoda como es darle a elegir que, o se libera al cien por cien en el Ayuntamiento, o no le permito que lo haga en un ochenta para seguir ejerciendo “marginalmente” la medicina y así no perder contacto con su vocación y profesión, como es su lógico deseo; que, por cierto, le honra, porque evidencia que está de paso en la política, aunque ya acumule un importante y extenso currículo en ella. Mejor nos iría a todos si hubiera menos profesionales de la política y más profesionales en la política, que parece lo mismo, pero no lo es; la lengua castellana es tan rica que una simple preposición es capaz de cambiar todo el sentido a una frase.

                Estuve ocho años en política activa y siempre he sido y seré político, en el sentido etimológico de la palabra, el socrático, el de estar preocupado y comprometido con las cosas de mi ciudad –la “polis” griega de la que deviene “política”- y he conocido y conozco mucha y muy buena gente que ha trabajado o trabaja en ella, aunque también bastantes mediocres e, incluso, algún rufián. La política es necesaria y conveniente y, por ende, los políticos; hasta me parece una ocupación muy noble y que debería estar mucho mejor considerada por la sociedad de lo que actualmente lo está, aunque también es explicable esa mala fama del oficio político y sus actuales oficiantes porque el partidismo, el sectarismo y el tacticismo que con tanta frecuencia y, a veces, descaro, practican las fuerzas políticas llevan al hastío de la gente, que solo encuentra problemas en quienes ha elegido para que le den soluciones.

Los llamados partidos “emergentes”, venidos supuestamente a practicar la “nueva política”, hace demasiado poco tiempo que han emergido como para que ya se estén liando a mamporros entre ellos -especialmente Podemos, aunque las galletas que se reparten en Ciudadanos no son de Cuétara precisamente- y si venían a sustituir a la “vieja guardia” con un mejor talante y limpieza de sus dirigentes, una mayor transparencia de sus estructuras y unas mucho más comprometidas acciones con los verdaderos problemas de la gente, pronto la realidad les ha comenzado a igualar con la “casta” que repudiaban y de cuyo desgaste se han nutrido electoralmente pues ya han perdido su virginidad política, incluso estando en las puertas del poder y sin haberlas traspasado aún de verdad. Y allá donde gobiernan, ya sabemos cómo se las gastan…

Volviendo a la situación del Ayuntamiento de Guadalajara, parecía positivo el hecho de que, tras dos mayorías absolutas seguidas del PP –la segunda, más que mayoría, multitud, que terminó volviéndose en su contra-, llegara un escenario político en el que fuera necesario alcanzar acuerdos, al menos entre dos fuerzas políticas, para garantizar la gobernabilidad municipal. La investidura de Román por mayoría relativa al no pactar las otras tres fuerzas municipales, parecía indicar que íbamos a asistir a un mandato en el que Ciudadanos tendría influencia en el equipo de gobierno, al tiempo que corresponsabilidad; pero no, al menos de momento, y a pesar de que Román les ha ofrecido una y mil veces cogobernar la ciudad, han optado por tener influencia –y, en ocasiones, imponer su “santa” voluntad, incluso aunque ésta tuviera un punto caprichoso- pero no corresponsabilizarse de nada, o de muy poco. Y esa forma de actuar es puro tacticismo político y, no nueva, sino viejísima política, que es la de arrimar el ascua a su sardina con fines electorales, aunque eso suponga problemas para que el Ayuntamiento tenga un gobierno municipal estable, algo absolutamente necesario pues las arritmias en política son tan malas como las que afectan al corazón de las personas, como muy bien sabe el doctor Román.

La política “yenkista” de los Ciudadanos arriacenses no sé si les va a dar réditos electorales dentro de dos años y medio –empiezo a intuir que no-, pero lo que sí parece evidente es que a la ciudad le está creando problemas y encima no le están saliendo baratos pues si con “la vieja política” había cinco concejales liberados en la oposición, ahora hay diez.

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