Archive for noviembre, 2019

La España vaciada… y seca

                               Una buena parte de Castilla y de Aragón, así como otras amplias zonas del interior de España llevan despoblándose progresiva e imparablemente desde mediados del siglo XX en que comenzó la emigración masiva del medio rural al urbano, que incluso aún hoy persiste. Esa sangría poblacional conllevó y aún sigue conllevando un acusado debilitamiento de las comunidades rurales en todos los órdenes y ámbitos: demográfico, social, económico y cultural, fundamentalmente. En poco más de tres décadas, la primera de ellas la de los años sesenta con la llegada del llamado “desarrollismo” y las inmediatamente siguientes, miles de pueblos españoles vieron diezmada su población de tal forma que pasaron de tener varios centenares de habitantes mediado el siglo pasado a quedarse literalmente despoblados, o casi, cuando ya iba de vencida la centuria. La pérdida de población del medio rural en la España de interior fue tan drástica en aquellos años que hasta pareció que se frenaba en el horizonte del siglo XXI cuando, en realidad, ese diezmarse los pueblos a goteo en vez de a chorro como en años precedentes no era más que la consecuencia lógica de que lo ya muy despoblado, apenas podía despoblarse más.

A esa España que perdió tantas figuras en el paisaje rural, a ese campo que cambió buena parte del terreno de labrantío por barbechera, a esos viñedos arrasados por el mildiu, la filoxera y la falta de brazos para podarlos y labrarlos, a esos olivares abandonados, a esos huertos sin hortelanos que implicaron aquellos años de diáspora, silencio y soledad para las comunidades rurales, también les acompañó un terrible mal: la pérdida de una importante parte de su rica y singular cultura, tanto material como inmaterial. A esa España despoblada -un concepto humano-, bien es sabido que últimamente la han bautizado con una noción puramente física: “la España vaciada” que, hasta es probable, pueda tener su propio ministerio estatal al igual que ya tiene un comisionado regional. Mucho me temo que elevar al rango de ministerio esta realidad socioeconómica sea una medida más efectista que efectiva y que, incluso, conllevará una nueva e importante carga de cargos y asesores para las cuentas públicas, estando por ver que desde esa cartera se consigan adoptar medidas verdaderamente eficaces para que deje de despoblarse el medio rural y, a ser posible, incluso comience a repoblarse. No obstante, concederemos el beneficio de la duda al nacimiento, si es que finalmente se produce, de ese ministerio de la despoblación, aunque el escepticismo anide lógicamente en nuestro ánimo después de tantos años de hablarse de este problema y no resolverse; incluso, ni siquiera, paliarse. Aún recuerdo, en tiempos aurorales de nuestra autonomía, a un consejero regional leyendo un “Manifiesto de la España desierta” en Villacadima, uno de los símbolos más notorios de la despoblación provincial. Este bello pueblo de la Guadalajara más septentrional, en el que actualmente hay censadas dos personas y que depende administrativamente de Cantalojas, en apenas un lustro, entre los años sesenta y setenta, perdió prácticamente toda su población, dejando huérfano su alto páramo limítrofe con las tierras segovianas de Ayllón. También dejó literalmente abandonada su espléndida iglesia románica rural que, un servidor, llegó a conocer abierta de par en par, con huesos de las sepulturas de su interior esparcidos por el suelo y entremezclándose con restos materiales de la ¿civilización? urbana como latas de conserva y botes de bebida vacíos, papeles de periódico, cristales rotos, etc. Una auténtica plasmación material y conceptual del abandono, vamos.

Como saben, desde hace ya un cierto tiempo es recurrente la presencia en las escaletas de los telediarios nacionales de algún pueblo de la “España vaciada”, especialmente el de Antena 3 de los domingos a mediodía. En el del día 17 se emitió un reportaje en el que aparecieron vecinos de Durón y Chillarón del Rey comentando y opinando sobre la dura realidad de estos pueblos semivacíos, especialmente cuando llega el invierno. Un vecino de Durón de mediana edad se quejó de que para comprar patatas tenían que desplazarse 27 kilómetros; una señora mayor del mismo pueblo protestó lo que tarda en llegar una ambulancia si es requerida por alguna urgencia, pero lo que más me llamó la atención fue que, cuando a una vecina de Chillarón, también ya mayor, le preguntaron sobre qué es lo que más se necesitaba en el pueblo, dijo: “¡Agua!”. Seguro que saben que Chillarón es un pueblo ribereño de Entrepeñas y que, pese a ello y al igual que otros pueblos de la zona, tiene problemas frecuentes de abastecimiento de agua, tanto en cantidad como en calidad. Es una injusticia manifiesta y un auténtico despropósito que el agua de Entrepeñas y de Buendía riegue huertas levantinas mientras los ribereños pasan sed. Y ahora, para más “inri”, el dicharachero consejero, Francisco Martínez Arroyo, reclama que se envíe más agua desde la cabecera del Tajo a las Tablas de Daimiel porque están más secas que la mojama -entre otras razones porque sus acuíferos los esquilman y agotan regantes de la zona-, al tiempo que reivindica que se termine de una vez y se use en todo su potencial la llamada “Tubería Manchega”, que nació para derivar el agua de la cuenca del Tajo también a la del Guadiana. Lo sangrante es que esa tubería se está financiando con el dinero que ingresa la Junta de Comunidades -más bien de “calamidades”, por este y otros sangrantes casos de “mancheguitis” aguda- del dinero que pagan los regantes levantinos por el agua que les llega del Trasvase Tajo-Segura.

Esperamos que el comisionado regional que Page ha nombrado para luchar contra la despoblación, Jesús Alique, sacedonense de origen y, por ende, ribereño de Entrepeñas y de Buendía, arregle entuertos como estos que no se entienden, gobierne quien gobierne, y que, lejos de solucionarse, se enmarañan cada vez más, pese a la demagogia política. La cabecera del Tajo no da para más y muchos de sus pueblos, además de vacíos, están secos. Falta agua en calidad y en cantidad en las casas, a pesar de ser ribereños de la cabecera de los trasvases al Tajo y al Guadiana. Decía el expresidente Zapatero que la tierra no es de nadie, solo del viento; la frase es muy bonita, muy poética, muy candorosa, muy “zapateril”… y podía extenderse también al agua, diciendo que no es de nadie, solo de las nubes y el sol; pero clama al cielo que un rincón de la España vaciada esté sedienta, mientras se refleja en el azogue húmedo de Entrepeñas y Buendía. ¡Y venga trasvases y venga tuberías, pero solo de ida, nunca de vuelta!

Mañueco abrevia la historia de Castilla en 220 páginas

Si hay un escritor prolífico en Guadalajara, ese es, sin ningún genero de duda, el compañero en los blogs de Guadalajara Diario, Juan Pablo Mañueco, a quien desde estas líneas quiero mostrar públicamente mi admiración, no solo por lo mucho que escribe, sino porque la mayor parte de lo que escribe está muy bien escrito, documentado y fundamentado. Sus palabras, como diría Lázaro Carreter, son auténticos dardos, no porque hieran, sino porque van al mismo centro de la diana del idioma por su precisión y adecuación al ser usadas. De casta le viene, pues profesionalmente fue profesor de instituto de Lengua y Literatura Españolas, docencia que ejerció en centros madrileños y guadalajareños. Precisamente, él fue “gato” de cuna, pero con apenas unos meses de edad cambió su gatera madrileña por el panal alcarreño, tierra natal de su familia materna. Y aquí que se avecindó desde que andaba a gatas -hoy, sin pretenderlo, va la cosa de mininos…- y aquí continúa avecindado, para mejora cuantitativa del padrón local y beneficio personal e intelectual de sus vecinos, entre los que me encuentro pues compartimos geografía de barrio en las proximidades del viejo arrabal de Santa Catalina, vulgo la calle Amparo.

                La última de las obras que ha escrito Mañueco tiene por título, nada más y nada menos, que “Breve historia de Castilla (De los orígenes al siglo XXI)”, suma 220 páginas y contiene 65 ilustraciones a color. He escrito que nada más y nada menos porque si hay algo extenso y de una dificultad extrema para abreviar, esa es, precisamente, la historia de Castilla, la tierra con mayor peso y poso históricos de cuantas se sumaron para que naciera España pero que, sorprendentemente, no tiene reconocimiento unitario en el mapa autonómico actual; bien al contrario, hay tierras castellanas en cinco regiones españolas: Castilla y León, Castilla-La Mancha, Madrid, La Rioja y Cantabria e, incluso, si buscamos su huella, aún la podemos encontrar en otras.

                Dejo para una futura ocasión un tratamiento y valoración más exhaustivos de esta breve historia castellana de Mañueco, pero, cuando apenas he tenido tiempo de echarle un vistazo y ya he comenzado a disfrutarla, no he querido que pasara un momento más sin contribuir a la difusión de su aparición editorial y a recomendar encarecidamente su adquisición a los historicistas y a los que no lo son, a los castellanistas y a quienes no lo son; eso sí, solo apelo a los curiosos, a los inconformes y a quienes les gusta ampliar el conocimiento y profundizar en él con un sentido crítico, mientras que a los quietos, a los ilusos, a los que les da igual ocho que ochenta y a quienes no llevan un cencerro colgado al cuello, pero podrían llevarlo, a esos y a algún indolente más, les invito a que no lean esta obra. Por cierto, si el contenido del libro es estimable, el continente, o sea, su diseño y edición, que han corrido a cargo de Aache, son magníficos, a la altura del elevado nivel de esta editorial guadalajareñísima de Antonio Herrera Casado a quien hace tiempo que estamos tardando en poner un monumento, y no solo por su espléndida labor editorial, sino por su extraordinario trabajo como Cronista Oficial de la Provincia, destacando en él muy especialmente su labor divulgativa.

                Con un simple hojear y ojear el último trabajo editorial de Mañueco, pronto es advertible que el autor no se ha conformado con ir a lo sencillo y al terreno ya trillado, resumirlo, aportar mínimamente para no sonrojarse, sumar otro ISBN más y santas pascuas. Lejos de ello, no solo ha escrito una historia breve de Castilla desde que podemos hablar de ella ya así bautizada o tenida, sino que se ha remontado a la geografía eterna y la historia previa del territorio que después fue Castilla, llegando en esa noche de los tiempos nada más y nada menos que al “homo antecessor” hallado en la sierra burgalesa de Atapuerca. Historia que nos trae hasta nuestros días pues, con toda intención de dar un presente y abrir un futuro a una tierra que parece tener solo pasado para muchos, Juan Pablo dedica un último capítulo a la “Situación actual castellana” e, incluso, nos hace llegar un mensaje de esperanza hasta a los más descreídos como soy yo, titulando así un epígrafe de este postrer capítulo: “Algunos síntomas de mejoría en los últimos años”. Leídas sus palabras al respecto, aunque ya con unas cuantas cicatrices en el corazón, he recordado aquellos momentos de mi mocedad en los que iba detrás del Nuevo Mester de Juglaría, allá donde llevaran su música, su compromiso castellanista y su contento, para cantar/gritar al viento con ellos “Castilla, canto de esperanza”, el fragmento tomado del poema “Los comuneros”, de Luis López Álvarez, que acababa así:

Quién sabe si las cigüeñas

han de volver por San Blas,

si las heladas de marzo

los brotes se han de llevar,

si las llamas comuneras

otra vez repicarán:

cuanto más vieja la yesca,

más fácil se prenderá,

cuanto más vieja la yesca

y más duro el pedernal:

si los pinares ardieron,

¡aún nos queda el encinar!

Castilla nos lleva esperando mucho tiempo a los castellanos, confío en que sentada. Soy castellanista, sí, lo he sido y lo voy a seguir siendo, pero lo mejor que he mamado de Castilla ha sido su generosidad y apertura para renunciar a sí misma con el fin de que naciera España. Castilla siempre ha sumado, mientras otros solo han querido, quieren y querrán restar y dividir. Juan Pablo Mañueco, con su breve historia de nuestra Castilla, nos aporta conocimiento, pero también reflexión crítica. Ya están tardando en leer su libro. Avisados quedan.

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