Archive for mayo, 2022

Gaudí, más amor que técnica

                He estado el pasado fin de semana en Barcelona por un asunto familiar -grato, gratísimo- y reconozco que he vuelto reconfortado, no solo por disfrutar intensamente allí con los míos un par de días, sino porque la capital catalana está volviendo a la normalidad y ese es el estado natural de las cosas. Decía Antonio Gaudí, el hombre que más ha hecho por la Barcelona moderna y modernista, que “el gran libro, siempre abierto y que debemos esforzarnos en leer, es el de la Naturaleza”. En ese aserto se basó el genial arquitecto para fundamentar su creatividad pues se inspiró en la naturaleza, en las cosas naturales y que están siempre en su sitio, para crear su extraordinaria obra, entre la que destaca de manera notoria esa excelsa Sagrada Familia que lleva ya casi siglo y medio construyéndose con su proyecto, pero a la que aún le faltan unos años para concluir pues siempre le queda un peldaño que subir a la escalera al cielo.

Cuando hablo de la normalidad a la que está retornando Barcelona no me refiero a la de la postpandemia que se está viviendo en casi todas partes y que aún está por ver si de verdad es ya “post” o no, estoy refiriéndome a esa situación previa al llamado “procés” en la que independentistas y no independentistas, pensionistas y mediopensionistas, catalanes de ocho apellidos y charnegos, turistas y desplazados, migrantes de ahora, de hace años o de hace siglos -todos somos o hemos sido migrantes- convivían razonablemente en una de las ciudades más bellas de España, de Europa y del mundo. Si por algo se caracterizaba Barcelona es por ser una ciudad abierta, receptiva, hospitalaria, tolerante, indulgente y, como el París de Valle Inclán en “Luces de Bohemia”, brillante, muy brillante, no solo por la preciosa luz del Mediterráneo, sino porque es inspiradora como pocas y, por tanto, hábitat natural de artistas y creadores en todas las diciplinas de las artes y las ciencias. El “procés” -que sigue ahí, latente, pero atenuado porque en Cataluña, especialmente en su capital, hay más “seny” (sensatez) que “rauxa” (justo lo contrario)- malició tanto las cosas que fue capaz hasta de oscurecer Barcelona, algo que solo parecía estar en la mano de Dios si decidía apagar el interruptor de esa inigualable luz que viene del mar que está en medio de la Tierra y que los romanos hicieron suyo llamándolo “Nostrum”. Barcelona es tan de todos que no puede ser solo de unos pocos que, además de creerse distintos, se piensan mejores. El nacionalismo radical y excluyente es de todo menos barcelonés porque va justo en el sentido contrario de lo que ha sido y es la ciudad, un rompeolas de razas y de culturas, de ideas y de pensamientos que se han sincretizado en ella y han hecho virtud del eclecticismo. Se que, de vez en cuando, van a seguir llegando noticias desalentadoras de Barcelona provocadas por racistas 3.0 que, para colmo, se disfrazan de progres cuando huelen a rancio y a naftalina -y, con frecuencia, a sudor-, pero he comprobado por mí mismo que la mayoría silenciosa de los barceloneses sigue queriendo convivir en paz y retornar a la tolerancia y la convivencia como señas de identidad de la ciudad abierta que fue, es y será. Barcelona es tan grande y tan fuerte -y no me estoy refiriendo a parámetros físicos- que terminará volviendo a ser la “Ciudad de los prodigios”, como la de la novela de Eduardo Mendoza, y no “La ciudad quemada”, como la de la película de Antoni Ribas.

Y siempre será la ciudad del genio Gaudí, tan genial que en su tiempo fue tachado de loco -algo que también sucedió con Van Gogh, Poe o Newton, por citar tres significativos ejemplos- al adentrase en caminos entonces arriesgadísimos e ignotos para la arquitectura de finales del XIX y principios del XX. Más de un siglo después, sus ideas y conceptos son estrella y camino, como la Virgen del Carmen, a los pies de cuya imagen está enterrado en la cripta de la Sagrada Familia, el templo más alto de la cristiandad, pero que mide un metro menos que la montaña de Montjuic, la cumbre de Barcelona por excelencia, porque Gaudí no quiso superar la altura de la obra de Dios. Sabido es que el gran arquitecto barcelonés está en proceso de beatificación ya que fue un fervoroso cristiano, destacando por sus conocimientos bíblicos y evangélicos -todo en la Sagrada Familia es pura catequesis en piedra, que va desde el durísimo pórfido a la blanda arenisca, pasando por el granito, el basalto y la caliza-, al tiempo que por su piedad. Ejemplo de ella es la escuela para los hijos de los obreros de la Sagrada Familia que él mismo construyó anexa al templo y que se conserva musealizada. En aquella escuela, también adelantándose a la lógica pedagógica que llegó décadas después, niños y niñas asistían juntos a clase y, más que en el aula, aprendían jugando y conviviendo en el patio. Más de medio siglo después, la propia UNESCO puso en marcha el proyecto “Escuela sin pared”, uno de cuyos antecedentes es esa escuela de la Sagrada Familia.

Como ya he dicho al principio, la obra arquitectónica de Gaudí se inspiró en la naturaleza porque en ella siempre encontraba soluciones a sus retos constructivos e inspiración a los decorativos, al tiempo que veía la mano de Dios, a quien consideraba el mejor arquitecto. En la fotografía que acompaña el texto se sintetiza esa creencia gaudiniana pues una buganvilla que se acuesta en la pared de la escuela para hijos de obreros proyectada y hecha por él, busca el cielo a través de las enhiestas torres de la Sagrada Familia que, a su vez, apuntan también a ese cielo, azul, límpido y abierto de Barcelona. Todo lo dicho sobre Gaudí y sobre Barcelona en este artículo, se resume en esta frase del propio arquitecto: “para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica”. Aunque algunos se crean que la ciudad condal es solo técnica, en ella hay más amor que odio. Y, desde el sábado pasado, uno muy especial, el de mis muy queridos sobrinos, Carlos y Cristina.

“Sin libros no somos nada”

Sin solución de continuidad, porque el calendario así lo viene queriendo en nuestra Guadalajara desde hace ya unos cuantos años, el ancho, largo y alto mundo de los libros va a seguir siendo el objetivo táctico de esta “Misión al Pueblo de Desierto” que, si bien muchos no habrán reparado en ello, es como se titula este blog desde que nació, a la par que Guadalajara Diario, hace ya más de nueve años de ello. Lo tomé prestado del título de la última obra de teatro que llevó a escena Buero Vallejo, a quien no solo me unen vínculos familiares y afectivos, sino un respeto y una admiración que, lo confieso, rayan la veneración. Avisados ya, aprovecho que del 12 al 15 de mayo se va a celebrar/se ha celebrado -lo escribo también en pretérito perfecto para quienes lean este post a partir de esa fecha, festividad de San Isidro para más señas- la Feria del Libro en nuestra Guadalajara para reivindicar la vigencia de la obra de Buero y recomendar su lectura. Sí, he dicho bien, su lectura, porque el teatro del dramaturgo alcarreño está escrito para ser representado, por supuesto, pero también leído porque no solo tiene valores escénicos y narra historias a través de actores, sino que además comporta valores literarios intrínsecos sin la ayuda de las tablas. Leer teatro nos permite jugar a directores, actores, escenógrafos, tramoyistas, iluminadores, regidores… y demás roles que el hecho teatral comporta. Buero llevó a escena 28 obras de teatro, desde su célebre “Historia de una escalera” (estrenada en 1949) hasta “Misión al pueblo desierto” (exactamente medio siglo después, en 1999), hizo tres versiones en español de otras tantas obras de grandes autores internacionales como Shakespeare -“Hamlet (Príncipe de Dinamarca)”-, Bertold Brecht –“Madre coraje y sus hijos”- y Henrik Ibsen –“El pato silvestre”-; además, como ya comentamos en un post anterior, también experimentó la poesía y escribió 23 piezas poéticas, dos cuentos y más de 300 ensayos, artículos y prólogos. Como ven, Buero nos dejó mucho escrito y, por tanto, mucho por leer. Lean a Buero, lean y sueñen teatro de y con él porque así entenderán mucho mejor al hombre como ser, independientemente de su género, y al tiempo que se deleitarán, también se inquietarán, como el mismo autor presupuso sobre su obra en el discurso de recepción del Premio Cervantes que le fue concedido en 1986, el primer dramaturgo que lo recibía. Concluyo esta amplia referencia a Buero en el contexto de la celebración de la Feria del Libro de nuestra Guadalajara -repito este pronombre por tercera vez porque una de las ferias del libro internacionales más reputadas es la que se celebra en la Guadalajara de Jalisco-, recordando que fue él quien escribió en 1992 el manifiesto del I Día del Libro de Castilla-La Mancha, diciendo, entre otras sesudas y atinadas cosas, lo siguiente: “(…) precisamos indefectiblemente de lo los libros: hay que escribirlos pero, sobre todo, leerlos. Y el mundo también los necesita. Si nada seríamos sin él, nada sería el mundo sin ellos”.

Tras recomendar encarecidamente la lectura de Buero, por adquisición de su obra o tomada en préstamo en biblioteca, todo un clásico contemporáneo, paso a proponerles también que, si acuden a la cita ferial con el libro en la Concordia -donde cohabitan ejemplarmente la palabra y la naturaleza sin discusiones domésticas-, presten atención a la última novela histórica de otro paisano nuestro: “Tierra vieja”, de Antonio Pérez Henares. “Chani”, que es como le conocemos en su tierra alcarreña y como le llaman sus amigos y conocidos, es un periodista de raza y vieja escuela que militó en el comunismo cuando éste era en España sinónimo de libertad y que hoy es un liberal rebelde porque comunismo y libertad hace tiempo que se divorciaron. O sea que, aunque a algunos les parezca que “Chani” ha cambiado de chaqueta, él sigue llevando la de la libertad con el mismo empeño y dignidad que su gran y personal bigote; son otros los que han transmutado su cuerpo -y abierto nueva cuenta corriente en el banco y en el poder- pero han mantenido sus viejas chaquetas para disimular y conservar clientela.

“Chani”, frecuente y brillante tertuliano de radio y televisión, peleón y polémico donde los haya, sobrado de dialéctica, dice sus verdades como el barquero, gusten o no. Y las dice sin ser el mamporrero ni el recadero de nadie porque solo es portavoz de sí mismo. No hay mejor forma de defender la libertad de expresión que diciendo lo que uno piensa, sobre todo si se piensa lo que se dice. Antonio Pérez Henares, nacido en Bujalaro como Antonio Pérez Gómez y criado en el País Vasco hasta retornar ya de mozo a su tierra castellana, además de un notable periodista es un sobresaliente escritor, especialmente de novela histórica. Los dos períodos en los que más se ha regodeado con su pluma son la prehistoria -que domina como si la hubiera vivido en Nublares, título de una de sus novelas y que es el nombre de una cueva en un roquedal de marga y caliza de su pueblo- y la edad media, en la que también ambienta “Tierra vieja”. Si en las dos novelas históricas medievales anteriores –“La Tierra de Alvarfáñez” y “El rey pequeño”-, habló sobre todo de reyes, nobles, caballeros e infanzones, en esta última se centra en la gente del común o de a pie que repobló la nueva Castilla según avanzó la reconquista en los siglos XII y XIII. “Chani” escribe muy bien y arma sus novelas históricas reinventando la realidad pasada con tramas y subtramas que aportan acción y mucha información del tiempo en que están ambientadas, algo que solo es posible gracias a su pasión por documentarse exhaustivamente. “Tierra vieja” es una novela que, además de entretener e, incluso, persuadir al lector, ayuda a conocer cómo era el día a día de las gentes que repoblaron Castilla y que, por tanto, la construyeron. Los castellanos nacimos en la frontera y siempre tuvimos un ojo puesto en la besana y otro en el horizonte por si el polvo lejano levantado no era del viento de poniente sino de una razzia a uña de caballo. “Chani” presentará/habrá presentado su nueva y gran novela en la Feria del Libro de nuestra Guadalajara que es también la suya, al tiempo que firmará/habrá firmado ejemplares de la obra. Y, como decían Tip y Coll, mañana hablará del gobierno…  

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