Archive for octubre, 2013

La paz de Bonaval

            La profesión de algunos de los más activos y comprometidos defensores del patrimonio histórico-artístico de la provincia de Guadalajara de las últimas décadas nada o muy poco tenía que ver con el arte o con la historia o con ambas áreas del conocimiento a la vez; el último y destacable caso es el del profesor de Química Física Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid, José Luis García de Paz, madrileño de nación pero tendillero/guadalajareño de pasión y vocación, que lamentable e inesperadamente ha fallecido hace algunos días, circunstancia que lamento mucho porque, aunque nunca le traté de manera personal, me consta que era una excelente persona y es público y notorio el magnífico trabajo que desarrolló a favor del conocimiento y de la defensa del patrimonio histórico-artístico de la provincia, con especial dedicación a la gran familia Mendoza y a Tendilla, villa de la que descendía. Como decían los romanos al dar sepultura a sus difuntos, “¡que la tierra le sea leve!”.

bonavalOtros grandes comprometidos con el estudio, la divulgación y la defensa de la historia y el patrimonio artístico de la provincia que, inicialmente, no eran profesionales de la materia, aunque terminaron dando sopas con onda a muchos teóricos especialistas en ella, fueron/son médicos de profesión, como es el caso de Miguel Mayoral –titular oficial de la calle popularmente conocida como “Cuesta del Reloj” y Alcalde que fue de la ciudad-, Francisco Layna Serrano –uno de los Cronistas Provinciales más relevantes y con mayor volumen de obra publicada, destacando entre ella “La historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI”- y Antonio Herrera Casado –actual Cronista Oficial de la Provincia, un hombre con una capacidad y método de trabajo impresionantes y que desde su editorial, “Aache”, lleva ya muchos años realizando una labor de edición de libros sobre la provincia de Guadalajara absolutamente impagable-. Pero no sólo de médicos ha vivido y vive la historiografía provincial, también ha crecido gracias a la labor de comprometidos maestros, formados en una de las cunas del Magisterio español como es Guadalajara; como ejemplo señero de los muchos maestros de escuela que han trabajado y trabajan, en las aulas y fuera de ellas, en pro del conocimiento y defensa de la historia y el patrimonio artístico provinciales, significar a Juan Diges Antón –historiador local que destacó por su labor de promoción de un entonces incipiente turismo y que materializó una buena historia del callejero de la ciudad, ayudando decisivamente a dar a conocer los méritos contraídos por quienes figuran en él-. Diges Antón, además de cursar estudios de Magisterio, se formó y ejerció como “sobrestante” (capataz) de Obras Públicas.

Aunque sí son, o han sido, todos los citados figuras relevantes de la historiografía provincial, es obvio que no están todos los que son. Con el post de hoy no pretendo hacer una relación exhaustiva y completa de ellos, sino rendir homenaje al Profesor García de Paz ante su reciente fallecimiento, poniéndole a la altura de algunos de los más destacados y comprometidos personajes que en el pasado, y aún en el presente, como es el caso de Herrera Casado, “han laborado por enaltecer la Alcarria”, como reza el epitafio que Layna Serrano mandó grabar en la lápida de la sepultura de su esposa, Carmen Bueno, activa y apasionada colaboradora del médico/historiador, nacido en Luzón pero criado de niño y hecho mozo en Ruguilla. “Laborando por enaltecer la Alcarria, halló esta dama la muerte. Orad por ella”, reza literalmente el epitafio de Carmen Bueno, una de las primeras personas que falleció en nuestra provincia en un accidente de tráfico y hay quien dice que su muerte se produjo al chocar su coche contra uno de los camiones que, a finales de la década de los años 20 del siglo pasado y principios de los 30, transportaban las seculares piedras del Monasterio cisterciense de Óvila, tras desmontarse uno a uno los sillares de su refectorio, su atrio y su sala capitular, para ser trasladados a Estados Unidos, acción que promovió el magnate americano William Randolph Hearst, en cuya singular, amarilla y azarosa vida se inspiró Orson Wells para crear una de las mejores películas de la historia del cine: “Ciudadano Kane”.

Por cierto, precisamente cuando escribo este post, viernes, 25 de octubre, miembros de la “Plataforma Salvar Bonaval”, otro de los cuatro monasterios cistercienses que hay en la provincia junto al ya citado de Óvila y los de Buenafuente del Sistal y Monsalud, van a entregar, en el registro de entrada de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, centenares de cartas firmadas por particulares denunciando el estado de abandono total y la ruina progresiva que está deteriorando uno de los más importantes Bienes de Interés Cultural que hay en la provincia y al que el paso del tiempo y del hombre por su precioso paraje a orillas del Járama, un remanso de paz, allá en Retiendas, llevan ya muchos años haciendo tanto daño como el que a Óvila le hicieron, hace ya casi un siglo, las piquetas del ciudadano Hearst/Kane. La nueva Ley del Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha –la 4/2013, de 16 de mayo, vigente desde el 13 de junio de este año-, en su artículo 4.1 dice textualmente: “Las personas que observen peligro de destrucción, deterioro o pérdida en un bien integrante del Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha deberán ponerlo en conocimiento de la Consejería competente en materia de patrimonio cultural de la Administración Regional, del Ayuntamiento en cuyo término municipal se encuentre el bien y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”. Pues bien, esos centenares de particulares van a cumplir con la Ley, espero que la Administración Regional, debidamente advertida del evidente peligro de deterioro de Bonaval, tome buena nota, haga lo que deba y también la cumpla.

 

Planeta Guadalajara

            La autoestima desmedida jamás ha sido un atributo propio de los guadalajareños, más bien todo lo contrario. Probablemente porque somos una provincia de población escasa –aunque la tendencia haya cambiado en los últimos años por el desarrollo económico y residencial del Corredor del Henares, dinámica justamente inversa a la despoblación que no cesa desde hace décadas en las zonas rurales-, con pocos municipios de peso específico en el contexto nacional y que tenemos una de las capitales menos conocidas y visitadas de España, entre otras circunstancias no especialmente favorables para poder sacar mucho pecho, no ofrecemos el “mapamundide Guadalajara en nuestras oficinas de turismo, como dice el chiste que hacen los de Bilbao en las suyas, sino algún folletito de andar por casa. Sea lo dicho sin ánimo de crítica alguna a los soportes impresos de información turística provincial –tanto los editados por la Junta como por la Diputación y los ayuntamientos-, mejorados pero mejorables, y en los que, con más voluntad que medios y más ilusión que acierto, trabajé en su día por razones de destino profesional. Un trabajo que siempre desarrollé convencido de que Guadalajara tenía mucho más que ver y conocer de lo visto y conocido y que se merecía más atención de los turistas que la que éstos le prestaban. Y he dicho turistas, no “domingueros, pirómanos y tira-botes” –expresión textual de una “sui-géneris” cuña de promoción de la provincia que mi amigo/hermano, Javier Borobia y yo, emitíamos en “El Guardilón”, nuestra querida y recordada tertulia radiofónica en Rueda Rato, luego Onda Cero– que esos vienen sin llamarles, no dejan más que mierda por donde van y arrasan con casi todo.

ClaraSanchez1-375x246 Aunque, tras esta larga parrafada pudiera parecerlo, hoy no tengo intención de extenderme en hablar ni de la autoestima ni del turismo provinciales, sino de la destacable y feliz circunstancia de que nuestra paisana guadalajareña, Clara Sánchez, acaba de ganar el prestigioso Premio Planeta con su novela “El cielo ha vuelto”, el galardón literario mejor dotado de los convocados en lengua española, con 601.000 euros -100 millones de las antiguas pesetas-, y que, además, tiene los valores añadidos de elevar notoriamente los niveles de conocimiento y prestigio de sus ganadores y de garantizar una venta masiva de ejemplares de sus novelas premiadas.

Clara Sánchez, como ella mismo dijo la misma noche en que fue proclamada ganadora del Planeta, ya ha entrado por la “puerta grande” de la literatura al ganar este premio, un premio que viene a sumarse a otros dos que ya había conquistado antes y que conforman la gran trilogía de los premios literarios españoles en la actualidad: el Alfaguara –en 2000, con la novela “Últimas noticias del paraíso”- y el Nadal –en 2010, con su obra “Lo que esconde tu nombre”-. Salvo error u omisión, ningún escritor español puede presumir, como ya puede hacerlo Clara Sánchez, de haber ganado estos tres importantes premios; algunos han ganado dos de ellos, como Manuel Vicent -el Nadal (1986) y el Alfaguara (1999) – y Lucía Etxebarría –el Nadal (1998) y el Planeta (2004) -, pero ninguno los tres, hecho que certifica definitivamente que Clara Sánchez es una extraordinaria escritora y que, de confirmar su trayectoria en próximas entregas, algo previsible, puede llegar a alcanzar el cenit de las letras españolas y llevarla a ser candidata a premios literarios de prestigio internacional que ni me atrevo a nombrar para no gafarla.

No se si es provincianismo de vía estrecha, pero como guadalajareño me siento muy orgulloso de que una doble paisana mía –nació en Guadalajara en 1955, seis años antes que yo, pero desciende de Galápagos, pueblo en el que viví los primeros meses de mi vida- haya obtenido un premio literario de tanto prestigio y repercusión como es el Planeta, siguiendo, por cierto, el camino que en su día transitó otro guadalajareño, natural de Baides, Ángel María de Lera –fallecido hace ya casi 30 años-, quien en 1967 ganó este mismo premio con su excelente novela titulada “Las últimas banderas”. El mejor homenaje que podemos hacer a ambos es leer sus libros, no porque sean guadalajareños, una provincia injustamente tenida por quienes la desconocen como de segunda e, incluso, de tercera, sino porque su literatura es de primera.

Puede que esta tierra sin apenas gentes y además mayores, de soles y fríos extremos, de vientos solanos y airones, de aguas con vocación atlántica que acaban en el Mediterráneo, de altos páramos y pequeñas sabinas, de anchas alcarrias y menudos chaparros, de estrechos valles y profundos barrancos cortados a tajo, tajuña y hoz, de tierras de barro y piedra, ocres de arcilla, escarlatas de rodeno y negriazuladas de pizarra,… puede que estas tierras, por no tener, no tengan ni los turistas que se merecen, pero ¡ellos se lo pierden!, porque del silencio y la soledad nacen las mejores inspiraciones y las plumas encuentran palabras aún con el tintero seco. Aunque se viva en Madrid porque el silencio y la soledad, aunque inspiradoras, son muy malas compañías y no dan de comer.

P. D. 1.- La “sui-géneris” cuña de promoción de la provincia a la que me he referido decía textualmente: “Provincia despoblada, pero rica en soles y vientos, precisa personal para recogerlos. Domingueros, pirómanos y tira-botes, abstenerse. Preguntar por Guadalajara. Máxima discreción”  (Busquen en Internet el precioso tema instrumental de “La Tejadilla”, del Nuevo Mester de Juglaría, y lean con voz solemne y pausada ese  texto con su música de fondo y recompondrán aquella cuña que Javier y yo emitíamos en nuestro programa “gratis et amore”, porque como decía Facundo Cabral, “lo mejor de la vida es gratis”).

 P. D. 2.- En la página web de Antena 3 se dan dos noticias referidas a Clara Sánchez con ocasión de haber sido premiada con el Planeta, en las que, textualmente, se refieren a ella de las dos siguientes y diferentes maneras: “escritora madrileña de origen alcarreño” y “escritora manchega”. Es evidente que algunos sueltan los gentilicios como los perdigones que a otros se les escapan al hablar. O a ellos mismos. 

Cayó el Imperio

             Aunque hacía ya diecisiete años que había cerrado sus puertas al público, el local que ocupaba el viejo “Cine Imperio” de Guadalajara ha comenzado hace unos días a ser derribado, ante el estado de ruina que presentaba el inmueble, con la correspondiente licencia municipal. Aunque me consta que hace unos años la propiedad estuvo negociando con un promotor la posibilidad de la venta del edificio para construir un hotel y unos apartamentos, de momento al derribo le va a suceder un solar vallado, uno más que sumarse a los que proliferan por el centro de la ciudad. Es larga la relación de este tipo de solares/heridas de nuestro casco antiguo: el que sobrevino al demolerse los edificios que albergaban en sus bajos la tradicional pescadería Maragato y la antigua zapatería Marelvi, en la mismísima plaza Mayor; el de la plaza de Prim, esquina a Bardales; el que hay enfrente del palacio de la Diputación, en la plaza de Moreno; o el de la antigua Imprenta “La Aurora”, en la plaza de San Esteban, últimamente ocupado por el bar “El Boquerón”, en los bajos de lo que en su día fuera el Palacio del Vizconde de Palazuelos, y que ha sido el último de los muchos palacios y de los no pocos conventos, iglesias y otros antiguos edificios de esta ciudad, eminentemente conventual y palaciega en su urbanismo histórico, que han sucumbido por derribo. Lo cierto es que Guadalajara es una ciudad que, entre las bombas de la artillería y la aviación militar, los piquetazos de la desidia y la incompetencia y los mazazos de la especulación, más que antigua parece vieja y muchos de los edificios modernos que se han construido en su casco histórico y el que lo circunda, bien por sus alturas, bien por sus materiales de construcción o por el diseño de sus fachadas, son auténticos homenajes al mal gusto.


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Pero hoy no quiero hablar de las arquitecturas de la ciudad, ni de las pocas históricas que aún quedan en pie, ni de las muchas de las que apenas quedan unos planos, unos grabados, unas fotos o tan sólo el recuerdo, ni de las “modernas” ni de las “posmodernas”, que ahí están para defenderse solas (o lo contrario); hoy quiero hablar de ese Cine Imperio que, aunque proyectó su última película en 1996 –por lo que llegó a convivir en el tiempo, en lucha desigual, con los Multicines del Alamín, inaugurados en 1995-, está siendo demolido en estos días, dado su estado de evidente ruina pues su cubierta se había derrumbado hacía tiempo y ya se sabe que la ruina de las casas entra por el tejado. 102 años ha durado este edificio que en 1911 fue el primero de los de la ciudad expresamente construido para ser Teatro-Cine; de hecho, su primer nombre comercial fue el de Teatro Cómico/Cine Impero, pasando a llamarse Cine Novelty en la República, aunque popularmente era conocido como “La Bombonera”. Tras ser rehabilitado después de un incendio, en 1936 pasó a llamarse por un tiempo Cine Isabelo Romero, recuperando después su primitiva denominación como Cine Imperio, que fue con la que cesó su actividad en 1996.

Al edificio del Cine Imperio lo han llevado al derribo el tiempo, el desuso y la falta de conservación. Pero al Imperio lo llevó al cierre la durísima competencia que para un cine de sala única y vetusta le representó la llegada a Guadalajara de los Multicines del Alamín, con sus siete modernas salas, su ambigú bien abastecido y su pequeño entorno comercial y de hostelería, con su aparcamiento y todo. Y si al Cine Imperio le llegó su hora  -por utilizar un símil del título de un conocido western- por la competencia de los Multicines de la Avenida de Barcelona, a éstos les llegó la suya cuando se inauguraron los del Ferial Plaza, con sus 14 salas a la última de medios y comodidades, su gran ambigú y su espectacular y amplio entorno comercial y de ocio.

Mis recuerdos personales del Cine Imperio se centran, fundamentalmente, en los años setenta, cuando ya moceaba, como diría mi maestro y amigo Lahorascala. De niño, mi cine era el de los Salesianos, al que podíamos acceder gratuitamente los alumnos del colegio los domingos por la tarde, pero eso sí, siempre que tuviéramos debidamente sellado el carnet del “Oratorio de Santo Domingo Savio”, que consistía en ir a misa los domingos por la mañana y, después, en participar en actividades lúdicas y deportivas en los amplios patios del centro, en las que siempre disfruté como el enano que entonces era -tampoco es que haya crecido mucho después, la verdad sea dicha-. Y allí no sólo vi películas de aventuras, de romanos, de piratas o del oeste, sino que también descubrí el mejor cine de la época, como por ejemplo “2001: Una odisea del espacio”, película de la que fue director Stanley Kubrick quien, por cierto, rodó entre Taracena, mi pueblo, e Iriépal, en 1960, algunas de las escenas de “Espartaco”. El mundo es un pañuelo y el del cine aún más pues, además de pliegues, está lleno de ilusiones y fantasías, como la de convertir el pequeño cerro llamado el “Cogorro” de Taracena en el gran Vesubio. Aprovecho que en las laderas del Vesubio/Cogorro ganaron la primera batalla los gladiadores de Espartaco a las tropas romanas, para subrayar el impagable papel que el Cine Club Don Bosco, con sede en Salesianos, desempeñó para promocionar el cine de autor en Guadalalajara –de arte y ensayo se le llamaba entonces-, como antecedente directo del Cine-Club Alcarreño, que aunque va a retomar su actividad en una sala de los Multicines del Ferial Plaza, debe retornar muy pronto a un Teatro Moderno abierto y en uso como centro de cultura activa de la ciudad, algo que debe hacerse posible ya mismo, querido excompañero y sin embargo amigo, Antonio Román.

Decía que mis recuerdos del Imperio son de mocedad y, efectivamente, de los años setenta datan, cuando de niño pasé a adolescente, una etapa naturalmente inquieta y movida de mi vida que coincidió con el inicio de la Transición política en España y con mi propia transición personal, cuando me gustaba bastante más ver “en pelotas” a la Cantudo, aunque fuera a través de un espejo, en “La Trastienda” (1976), en el tenido por el primer desnudo integral femenino del cine español, que a Fantomas volando en su Citroen Tiburón o, incluso, a Espartaco venciendo en el Vesubio a los romanos, y más sabiendo que era el “Cogorro” de mi pueblo. El Imperio vino a mi vida cuando yo me espabilaba, al tiempo que se espabilaba España, con aquél cine llamado del “destape” que, por lo general, lo conformaron películas muy malas pero que, a quienes andábamos por aquél tiempo con las hormonas haciendo la ola, nos daba igual porque sólo estábamos pendientes de las escenas con chicas desnudas… eso sí, siempre por “exigencias del guión”.

Quiero terminar este post siendo justo con el Cine Imperio porque, en mi época, no sólo se proyectó allí casi todo el cine de destape español, incluidas las películas clasificadas “S” –un paso intermedio entre el simple destape y el porno, y en las que se advertía al público que esos filmes “por su temática o contenido, podían herir la sensibilidad del espectador”-, sino que también tuvimos la oportunidad de ver en él muy buenas películas, entre las que especialmente recuerdo “El gran dictador”, de Charles Chaplin, o “Viridiana” y “La vía láctea”, de Luis Buñuel, cuando la censura se relajó, que se relajó antes y más para permitir que al cine español se le cayera el sujetador que para dar paso a películas de autor y de especial contenido social y/o político. Pero cayó el Imperio.

 

¿Se puede ser Mas cabrón?

 

            Artur Mas, el presidente de la Generalitat de Cataluña, es un cabrón con pintas. Y, por supuesto, no le llamo “cabrón” en la segunda acepción de esta voz en el Diccionario de la RAE, sino en la primera: “Dicho de una persona, de un animal o de una cosa: Que hace malas pasadas o resulta molesto”. Evidentemente, Mas no es ni un animal –aunque, a veces, haga alguna animalada política- ni una cosa, así que lo llamo cabrón porque a mi me parece que es una persona que hace malas pasadas y resulta molesto.

Ya se que suena muy fuerte lo de decir o escribir “cabrón” y que, habitualmente, se utiliza esta palabra como insulto, incluso de los gruesos, pero no es esa mi intención puesto que insultar es “ofender provocando a alguien” –la RAE, de nuevo, dixit– y la verdad ni puede ofender, ni menos aún provocar, como la “exceptio veritas” anula la existencia de cualquier presunta injuria o calumnia vertida contra alguien porque la verdad, aunque duela, nunca puede hacer incurrir a quien la proclama en delito de injurias o de calumnias.

Que Artur Mas, desde que se echó al monte e impulsó su delirante deriva soberanista, está haciendo malas pasadas, una tras otra, a Cataluña y España, es tan verdad como que mañana va a amanecer, salvo que en las horas que restan para la próxima albada llegue el Apocalipsis, o sea, la “liquidación de los tiempos”, según palabras del gran Ortega y Gasset, autor, entre otras muchas buenas obras, de “La España invertebrada”, esa gran reflexión sobre nuestra patria en la que el filósofo existencialista decía que España “padece el mal del particularismo”, que se manifiesta tanto en el ámbito territorial como en el social, y que alimenta “los separatismos”, y en la que “las distintas clases sociales solo actúan buscando intereses particulares”, o sea que cada grupo busca lo suyo sin importarle lo de los demás. La tesis final de Ortega en esta obra de referencia sobre la vertebración territorial y social de España, escrita hace 92 años, pero de plena vigencia en gran parte, incide en que “nos falta un gran proyecto colectivo, un proyecto unificador”. Vamos, que a España, o a “las españas”, como el propio Ortega bautizó a la diversidad unida de los territorios que la conforman, le conviene más conjugar el verbo unir que el separar, sumar que restar, multiplicar que dividir.

Efectivamente, Mas está propiciando que tanto Cataluña como el resto de España lo pasen mal, porque, con maniqueísmo de manual nacionalista, está dividiendo a la sociedad catalana entre “catalanes buenos” – a su entender y el de sus socios, los separatistas, por supuesto- y “catalanes malos” –los no separatistas-, o sea, los “charnegos” –como llaman algunos en Cataluña a los inmigrantes despectivamente-, aunque sean del mismo Santa María de Palautordera (B), de Valls (T), de Les Borges Blanques (LL) o de Palafrugell (GI) de toda la vida, o, al menos, desde que Felipe V ganara la Guerra de Sucesión Española, en 1714, que es cuando acabó el “capítulo catalán” de esta guerra, año en el que los nacionalistas asientan “el día cero” de sus reivindicaciones independentistas, que ni mucho menos se jugaban en aquella guerra entre partidarios de los Borbones y de los Austrias en medio de una Europa también en armas, con tropas extranjeras por medio tratando de pillar cacho –Menorca y Gibraltar trincaron los ingleses-, para hacerse con el trono de España, dejado vacante por Carlos II, llamado “el Hechizado” por su precaria salud, y último monarca de la dinastía Austria en España, a la que, por cierto, apoyaron los catalanes en aquella Guerra, repito, de sucesión, aunque algunos quisieran que hubiera sido de independencia. De la catalana, por supuesto, puesto que, curiosamente, el País Vasco apoyó a los Borbones y, por ello, los nacionalistas vascos ni mientan al de Anjou y su triunfal guerra que le llevó al trono español y sitúan su particular “zona cero” independentista en las barbaridades racistas y fascistoides escritas por el fundador del PNV, Sabino Arana, a finales del siglo XIX, tras conocer, por cierto, los movimientos “regionalistas” catalanes de la época.

Fomentar la animadversión contra el resto de España en las escuelas y en la vida pública, manipular y tergiversar la historia a capricho, arrinconar la lengua castellana como Franco arrinconó la catalana, dividir Cataluña en “buenos” y “malos”, alentar a quienes nos insultan al resto de los españoles afirmando injustamente que “España nos roba”, elevar el cinismo a la enésima potencia diciendo que “Cataluña ama a España, pero desconfía del Estado”, tratar de saltarse a la torera –perdón, que allí están prohibidos los toros, no por cornudos, sino por españoles-, mejor dicho, pues, tratar de hacer una butifarra de la Constitución que en 1978 aprobaron el 90,46 por ciento de los catalanes que acudieron a las urnas (el 67,90 del censo), gastarse lo que haga falta en embajadas, televisiones, “col-legis”, proclamas, gestos y actos independentistas mientras muchos catalanes no tienen un “calçot” que llevarse al plato, etc. etc. etc. como está haciendo y/o permitiendo Artur Mas, no me digan que no es molestar y hacer malas pasadas a muchos catalanes y, por tanto, a muchos españoles, no sólo catalanes. ¿Se puede, entonces, ser más cabrón, según la primera acepción de esta entrada en el Diccionario de la RAE, que lo está siendo Mas con Cataluña, en particular, y con España, en general?

El problema es que este “gasto” lo ha contraído Mas, pero la “factura” la pagaremos todos, una factura cuyo “IVA” no será otro que fracturar la sociedad catalana por muchos años, al tiempo que alentar el antiespañolismo en Cataluña y el anticatalanismo en España. O sea, la mayor cabronada de lo que está haciendo Mas es que sabe que ahora no es posible separar a Cataluña de España, pero está contribuyendo, decisivamente, a que un día, más pronto que tarde, sí lo sea. ¡Qué cabrón!

 

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