Archive for mayo, 2023

La sombra del nogal es ancha

Tengo por costumbre subir una nueva entrada a mi blog cada quince días. El lunes, 29 de mayo, jornada postelectoral autonómica y local, era uno de esos días señalados en mi agenda para escribir un nuevo artículo. El tema a tratar se colocaba solo, sin darle demasiadas vueltas al magín. Tocaba analizar los resultados electorales que, al decir de la mayoría de las encuestas —salvo la de Tezanos, que la pagamos todos, pero es de uso privativo para él y quien le ha puesto al frente del CIS—, en esta ocasión tenían más imprevisibilidad de la acostumbrada y nuestras instituciones locales y autonómicas más cercanas y elegidas por voto directo —ayuntamientos y comunidad autónoma— podían resolverse por muy escaso margen de votos y escaños. Cuando lean esta entrada, ustedes ya sabrán los resultados; cuando la estoy escribiendo, en la tarde del domingo electoral y con las urnas aún abiertas, yo los desconozco. Únicamente tengo constancia de los datos de participación y parece que son un poco más altos que los de hace cuatro años, pese a que en parte de la provincia la jornada está siendo lluviosa. Parece que la gente está movilizada, pero veremos si es para cambiar las cosas o para dejarlas como están.

Reconozco que en este proceso electoral he estado menos interesado que nunca y que, pese a que siempre he sido, soy y seré un zoom politikon, en la versión primigenia aristotélica, cada vez me da más pereza la política con minúsculas que últimamente se practica, en la que cuenta más el relato que la verdad y en la que se vota más con los genitales que con una mezcla ponderada de cabeza y corazón que es como debería ser el juicio de la cosa pública. Al menos así pienso ahora, que ya soy sexagenario y se me han pasado muchos fervores, aunque siempre tendré un corazón liberal porque hacia esa idea me llevó a mí la Transición española, el momento más álgido y brillante de nuestra historia reciente y al que algunos quieren liquidar, incluso desde el gobierno. Si Joaquín Garrigues Walker —el gran liberal español que tanto hizo por centrar la tan necesaria como breve UCD y que se murió cuando la Constitución aún andaba a gatas— levantara la cabeza, a buen seguro que acudiría a Ortega y Gasset y, como él cuando vio en la segunda República cosas que le helaron el corazón, diría: “No es esto, no es esto”. Garrigues me ganó cuando, teniendo yo aún más espinillas que pelos de barba en la cara, oí una conferencia suya en la que, citando a Gregorio Marañón, venía a decir que “el liberalismo es una conducta y, por tanto, es mucho más que una política, Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe, sino ejercerla, de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio o como, por instinto, nos resistimos a mentir”. Aquellas palabras de Marañón salidas de la boca de Joaquín Garrigues vinieron a corroborar las primeras que le oí en clase a mi profesor de Historia del Pensamiento Político, José Carlos Fajardo, en la facultad de Periodismo de la UCM: “La democracia no es una forma de gobierno, es, debe ser, una actitud”. Esas ideas fueron decisivas para, a partir de aquel momento, sobrellevar mucho mejor de cómo lo estaba llevando hasta entonces el hecho de que una ensalada de siglas de partidos de extrema izquierda —ORT, PTE, MC-OIC, PCPE, LCR, OCE-BR…— controlaran mi facultad, al menos sus pasillos y paredes, a la que fui con tanta ilusión y a la que abandoné tres años después con tanta desilusión porque, lejos de encontrar en ella respuestas a mis inquietudes, lo que hallé fue mucho cemento y dudas. Para colmo, entonces estaba en el “paso del ecuador” de la carrera la novena promoción y, para obtener fondos para su viaje, vendían una pegatina con una viñeta del más descreído de los personajes de Forges, Marianito el Corto, que decía: “Al rico editorial. 9ª promoción de Paro-dismo”. Dejo ahí la cosa porque cada uno cuenta la feria como a él le ha ido en ella. Y no estoy hablando, precisamente, de la de las vanidades.

Pie de foto: Nogales en el entorno de Romanones a vista de dron. Foto Nacho Abascal (“Suite Alcarria”)

Como estarán comprobando, si es que aún les sigue interesando este post y han llegado a leerlo hasta aquí, pese a subirlo al blog en jornada poselectoral, no estoy hablando de los resultados de los comicios, aunque sí de política. No he querido hacerlo y hasta puede que alguno me lo agradezca pues el tópico eufemismo dice que las elecciones son “la fiesta de la democracia”, pero como suele suceder con casi todas las fiestas, se va uno de ellas con tantas ganas como se ha llegado. Lo del “pobre de mí” cuando acaba una fiesta está muy sobrevalorado, como dicen ahora.

Y termino ya con una referencia, para mí obligada, a una mala noticia que ha llegado en la jornada electoral y es la muerte de Antonio Gala, uno de los más grandes literatos españoles de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Ha muerto longevo, a punto de cumplir los 93 años, y en esa Córdoba que él adoptó como patria chica pese a haber nacido en un pueblo de Ciudad Real, Brazatortas, de tan prosaico nombre para un gran poeta como él, además de novelista, dramaturgo, ensayista y articulista. Gala fue un hombre extremadamente sensible y en su obra afloraba esa sensibilidad de forma absolutamente natural, como el hombre liberal para Marañón y Garrigues. Además de escribir fantásticamente, era una persona muy elocuente por el tono y timbre de su voz y la profundidad de su palabra. “En una rosa caben todas las primaveras”, nos ha dejado dicho y puede que sea la más bella descripción que jamás se haya hecho de una flor y de su tiempo. Gala, además de obras como “El manifiesto carmesí” —Premio Planeta 1990—, “La pasión turca”, “Más allá del jardín”, “Cartas a Troylo”, “Enemigo íntimo” —su primer poemario— o “Ahora hablaré de mí” —su autobiografía, escrita cuando cumplió 70 años—, nos dejó algunas frases vinculadas al mundo político y a la sociedad que expresan su desafección por él desde una óptica de hombre de izquierdas, pero sin militancia conocida: “A la política se dedican quienes no sirven para otra cosa”, “Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra” o “Nuestra sociedad ha llegado un momento en que ya no adora al becerro de oro, sino al oro del becerro”. Hay mucha verdad en estas frases, pero evidentemente no toda. También se puede hacer populismo, y hasta un poco de demagogia, con brillantez; el problema está en cuánto hay de demagogia y de populismo en estos tres asertos de Gala que ya descansa, muy probablemente en paz, porque las personas extremadamente sensibles como él siempre encontrarán acomodo en el país de la paz, máxime si proceden del de la palabra.

¡Que no somos manchegos, coño!

Comparto un chat con un grupo de gente ideológicamente dispar pero en el que a todos nos une un sentimiento común castellanista. El castellanismo ha sido, es y debería seguir siendo una afección, una emotividad como diría mi aún más hermano que amigo, Javier Borobia, absolutamente transversal, en el que hemos de caber personas de todas las ideas, siempre desde la tolerancia y el respeto a la discrepancia. El primer germen de Castilla nació en el siglo VIII, al este del entonces reino cristiano de Asturias, en la montaña que hoy llaman Cantabria, cerca de las merindades burgalesas y a tiro de valle del País Vasco. La Hispania visigótica había dado paso a la musulmana; o sea, primero invadieron la península los bárbaros —el origen etimológico de esta palabra es el de extranjero— del centro y el norte de Europa, desplazando de ella a los bárbaros romanos que previamente ya la habían invadido, y después la invadieron los bárbaros del norte de África y de la península arábiga, quienes ocuparon gran parte de ella durante siete siglos. Con los musulmanes apretando desde el sur con sus alfanjes y su media luna, solo las más altas montañas astures y cantábricas se les resistieron. Castilla, pues, nació como la aldea gala de Astérix, como un reducto aislado y rodeado de invasores; romanos los que asediaban a los galos del famoso cómic, musulmanes los que acosaban a los primeros castellanos. Que eran bárdulos, vecinos de los astures y los vascones, aunque muchos de ellos ya devenidos en hispano-romanos e hispano-visigodos porque los dos pueblos invasores que precedieron a los también invasores musulmanes tuvieron los siglos y las mañas políticas y militares necesarias para mestizarse con los primitivos pueblos iberos. Todo esto lo cuenta mucho mejor que yo, y de manera bastante más extensa y rigurosa, mi compañero en los blogs de GD, Juan Pablo Mañueco, un gran literato e historiador, además de castellanista de primera hora que jamás ha cejado en el empeño. Así pues, Castilla fue una comunidad que se fue forjando en la frontera, creciendo mientras avanzaba de norte a sur y haciéndose fuerte en los castillos y fortalezas que le dieron nombre y que eran jalones defensivos necesarios para asegurar su lento, pero imparable progreso territorial que se denominó Reconquista, a la que contribuyeron otros pueblos hispánicos —en ese momento es más propio hablar de reinos que de pueblos, pero sin comunes ni mesnadas no hay ni reyes ni señores—, si bien la lideró el castellano. Castilla, que había nacido en las montañas cantábricas como un reducido bastión inexpugnado por los musulmanes, en apenas cuatro siglos y a través de la Concordia de Benavente (1230), se unió con León, naciendo así el reino más poderoso, tanto por lo civil como por lo militar, de la España en ciernes de aquella hora que quería reintegrar el territorio peninsular a la fe cristiana tras haberlo hollado desde principios del siglo VIII los musulmanes en ”guerra santa”. Desde ese siglo XIII en que Castilla y León compartieron una única monarquía y hasta finales del XV en que la reina castellana, Isabel, y el rey aragonés, Fernando, cerraron la Reconquista en Granada, Castilla llegó hasta Toledo, Murcia, Extremadura y, finalmente, Andalucía, siendo tan castellanos los murcianos, los jienenses o los sevillanos que los castellanos viejos. También América fue conquistada en nombre de la corona de Castilla y novísimos castellanos de allende los mares fueron los indígenas cuando se les concedieron los mismos derechos que a los castellanos llegados de la península ibérica, a los mestizos nacidos por unión de éstos con aquellos y a los criollos, los hijos de castellanos si bien ya nacidos en América.

                ¿Y toda esta extensa introducción con un titular tan provocativo y amarillo, a qué ha venido? Pues a que unos pocos, bastantes más de los que parece, pero menos de los que me gustaría, ya estamos hasta las narices, por no señalar un lugar menos pudoroso, de que a Guadalajara, que es Castilla desde el siglo XI, rayana entre la vieja y la nueva, pero Castilla desde hace casi 1000 años, siguen muchos empeñados en asignarla una comarca que no forma parte de su territorio: La Mancha. Hace 41 años que a nuestra provincia la incluyeron en esa región artificial que es Castilla-La Mancha, un enjuague político que nació para coadyuvar en la descentralización de España que, teóricamente, iba a traer el estado de las autonomías y en el que a algunas les ha ido muy bien, pero ésta se ha convertido en un nuevo centralismo y, para colmo, paleto y de presupuestos y servicios públicos bastante limitados en comparación con los de otras. Y, para más inri, la parte, que es la Mancha, está solapando al todo, que es Castilla. La Mancha es una comarca que comparten las otras cuatro provincias de la región, pero Guadalajara no tiene un milímetro cuadrado de tierra manchega, pese a lo cual, no pasa un día sin que en un medio de comunicación nacional —y últimamente hasta local, lo que ya es el colmo— se hable de Guadalajara como la ciudad o la provincia “manchega”. Sin ir más lejos, cuando llegó la Vuelta Ciclista a España femenina a la capital, procedente de Cuenca, hace unos días, en TVE se dijo, textualmente, que “la etapa discurría por tierras manchegas”. Unos días antes, en el veterano programa cultural, también de TVE, “Saber y Ganar”, una de las presentadoras dijo que José de Creeft era “un escultor manchego nacido en Guadalajara”. Igualmente, en estos días, en una emisora de radio de mucha audiencia, cuando se iba a hablar del tiempo en la región, dijeron “Castilla de la Mancha” —es probable que fuera un lapsus, pero qué lamentable verdad es que La Mancha se ha adueñado de Castilla en estos lares—. Finalmente, y para colmo de colmos, un diario digital nativo local, publicó hace unos días una nota en la que se decía que la empresa Telmark se había quedado con la concesión de la explotación de los parkings de El Ferial-Adoratrices y Dávalos en Guadalajara “con lo que esta empresa afianza su posición en la capital manchega”. Lamentable, no, lo siguiente.

                 A algunos les traerá al pairo que les llamen manchegos, bilbilitanos, egabrenses, calagurritanos o maragatos sin serlo, pero a mí, que soy y me siento castellano, pero no me dejan serlo en toda su entidad e intensidad, me molesta sobremanera que me llamen lo que no soy. ¡Que los guadalajareños no somos manchegos, coño!  Consecuentemente, el 31 de mayo próximo, “Día de Castilla-La Mancha”, yo no tengo nada que celebrar, pero aprovechando que aquí es jornada no laborable y en Madrid sí, como tengo por costumbre iré a visitar museos madrileños sin salir de Castilla.

“Suite” y “sweet” Alcarria

Mi pobre madre —que después de vivir más de 95 años se me fue en ocho días, escapándoseme de las manos como un gurriato aún no volandero caído del nido— me decía que no entendía mi poesía, que siguiera escribiendo en prosa, que eso sí le gustaba más y lo comprendía mejor. Mi madre tenía siempre razón, incluso cuando no la llevaba del todo, porque la parte en que sí la llevaba eclipsaba a la otra. “Es que, madre —le explicaba—, ahora estoy viéndome con la poesía; antes lo hacía a escondidas, desde muy joven, pero, deben ser las primeras viruelas de la ya no tan lejana vejez, ahora quiero que todo el mundo sepa que la poesía y yo nos estamos tratando abiertamente y que hay, al menos por mi parte, mucha ilusión en esta relación aún en ciernes. Ella, la poesía, digo, no sé si estará ilusionada conmigo, pero yo sí que lo estoy con ella y voy a insistir hasta que formalicemos lo nuestro… o se rompa”. Cuando yo le decía estas cosas y otras por el estilo, en esos diálogos, más bien juegos, que tanto me gustaba mantener con ella porque tanto le apetecían aunque a veces fingiera lo contrario, me solía contestar: “¡Anda, déjate de tanta palabrería, que los poetas son solo eso, lisonjeros y palabreros, y escribe como te enseñó Salvador Toquero; escribe artículos y libros sobre Guadalajara y, si es para niños, mejor, porque los viejos, en realidad, somos niños que peinamos canas…”.

Estas, y otras conversaciones parecidas, mantuve con mi madre cuando le llevé los primeros ejemplares salidos de imprenta de “Suite Comillas” (Poemario a capricho) y “Guadalajara, suite nocturna” (Poemario ad libitum), mis dos primeros poemarios publicados, que no escritos, de la trilogía de suites poéticas que comencé a escribir cuando el duelo por la muerte de mi hermano, Carlos, hace ya cuatro años, me llevó a la poética. Como si de un rito se tratara, temprana y lamentablemente ya muertos mi padre y mis hermanos, los dos primeros ejemplares de una nueva obra mía que llegaban de imprenta eran siempre para mi madre y para el único hermano que me queda vivo, Javier Borobia. Los de mi “proesía” —como yo mismo he bautizado mi forma prosaica y libre de versificar—, no le terminaban de gustar a Pili, como todo el mundo llamábamos a mi madre, sin duda porque para ella la poesía, o rima y bien rimada, o no es poesía, y porque muchas palabrejas se le atragantaban. Ella era pura sencillez y mi estilo, un tanto rococó a veces, lo confieso, le producía disfagia lectora; de la otra, jamás padeció, afortunadamente y pese a llegar a una edad tan longeva. A Javier, mis libros le siguen gustando porque, aunque no los lea, se los enseño, se los cuento y sé que los disfruta, como yo de él cuando estamos juntos que, aunque a veces no podamos vernos, es y será siempre.

Como mi madre murió a mediados de febrero de este mismo año y “Suite Alcarria” —mi último poemario presentado hace algunos días y con el que he dado por cerrada mi trilogía de suites poéticas—, vino de la editorial de Alicante donde lo han maquetado e imprimido a mediados de abril, esta vez no ha sido la primera en tener en sus manos mi última obra, pero Javier, sí. De todas formas, y como yo no quería que fuera de otra manera, el libro se lo he dedicado a ella “que me dio la vida y el alma”, a la magna mater Alcarria, “que nace donde muere el viento y vive la tierra erosionada”, y a mis nietos, Darío y Diego, “mis preciosos niños de naranja y miel”. Pese a no poder ya abrazarla y besarla, ni acariciar su bonita cara, ni oler su pelo siempre limpio, relimpio, ni hablar de poesía y no poesía con ella, sé que mi madre vive en el país reservado a las buenas personas, a las limpias de alma y corazón, y que los cristianos llamamos cielo, también los solo regulares como yo. En ese cielo, para mí tan lejano y egoísta porque tiene a mi madre y yo no, seguro que ha podido leer esta “Suite Alcarria” y estoy absolutamente convencido que, por primera vez, le habrá gustado un libro mío de poesía porque muchos de los poemas que contiene están escritos a su lado mientras la cuidaba en sus convalecencias, e inspirados por ella. En realidad, yo firmo el libro, pero mi madre lo ha escrito.

Como dije en la presentación de mi/nuestra —¿Verdad mamá?— “Suite Alcarria” (Poemario al viento), que con tan buen tino condujo mi compañero, amigo y también maestro, Santiago Barra, yo soy una persona que necesito mucha y buena compañía para seguir en el camino, en el beat de Kerouac o en el impresionista de Machado. También soy muy amigo de mis amigos y muy agradecido. Por ello, termino ya agradeciendo a Nacho Abascal su vieja amistad y sus extraordinarias fotografías que, una vez más, han acompañado y hecho mejores mis palabras en un libro. A David Pasamontes, su joven amistad y las “deliciosas”, como certeramente las adjetivó Santi, creaciones plásticas que complementan “Suite Alcarria” y las que ya complementaron las dos suites que le han precedido. A mi hija, Ana, debo darle las gracias, además de por su reconfortante alegría, por compartir proyectos editoriales conmigo y contribuir a hacerlos más atractivos con sus bonitos diseños. A Camilo José Cela Conde he de agradecerle su precioso prólogo y que siga estrechando vínculos entre su apellido y la Alcarria, un binomio ya indisoluble gracias al extraordinario “Viaje a la Alcarria” de su padre. Tampoco quiero, ni debo, dejar de agradecer a la Diputación Provincial y a mis compañeros del Servicio de Cultura que sigan siendo mi casa y mis amigos. A Álvaro Ruiz le debo el saber algo más de poesía y, sobre todo, su cercanía y amistad para ayudarme a partir de la tristeza para buscar la paz. Con Jesús Padín tengo una deuda impagable que es el hecho notorio de que muchos de mis hijos de papel sean tan bonitos. Y a mi familia, sobre todo a mi mujer, siempre les agradeceré que me dejen leer, escribir y soñar que para mí son palabras sinónimas y hechos iguales. Y termino agradeciendo a esos dos grandes músicos y buenas personas que son José y Carlos de Lucas la preciosa versión acústica de “Wish you were here”, del mítico grupo Pink Floyd, que ambos interpretaron mientras se proyectaban las fotografías, dibujos y diseños de mi “Suite Alcarria” el día de su presentación y que, como dice el título de la propia canción, me sirvió para que estuvieran en la sala (llena una vez más, gracias por ello, de todo corazón, a quienes asistieron), quienes yo hubiera querido tener a mi lado, pero el cielo no pudo esperar y se los llevó.

“Suite” es una palabra francesa que significa sucesión o secuencia y “sweet”, una inglesa que significa dulce. Aunque la segunda se lee con una “i” alargada” pues la fonética inglesa así se comporta cuando se presentan dos “es” juntas entre consonantes, ambas se pronuncian de forma parecida: “Suit”, “Suiit”. Con ustedes, con vosotros, mi “suite” alcarreña, mi sucesión de poemas dedicados a la dulce Alcarria, la tierra que mejor huele y sabe del mundo, hija del sol, del viento y el agua.

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