Archive for noviembre, 2020

Un concejal extraordinario

               Eladio Freijo, responsable de la concejalía de Deportes del Ayuntamiento de Guadalajara desde 2007 a 2019, ha sido, muy probablemente, el mejor concejal que ha tenido la ciudad de Guadalajara en los últimos 40 años, si medimos ese valor en cuanto al volumen de actividad que ha generado en su ámbito competencial y la repercusión social y económica de ésta. Este juicio de valor que hago de la extraordinaria labor de Eladio es evidentemente subjetivo y opinable, pero lo que no admite interpretación ni lugar a la duda son los datos que cerraron 2018, su último año completo al frente de la concejalía, y que coincidió con el período en que Guadalajara fue “Ciudad Europea del Deporte”, ya todo un hito el haber logrado esa distinción que muchas ciudades solicitan y solo unas pocas alcanzan. Estos son los principales datos de balance de la actividad deportiva habida en Guadalajara durante 2018:

               –  290 actividades deportivas extraordinarias celebradas en la ciudad (Campeonatos oficiales -de ellos 17 de carácter internacional y 31 nacional-, torneos amistosos, concentraciones y entrenamientos oficiales de selecciones nacionales, tanto de base como absolutas, etc.).

               – 59 actividades correspondientes a competiciones de ligas regulares.

               – 50 disciplinas deportivas distintas representadas en las actividades (En España hay reconocidas 66 federaciones deportivas y las actividades de algunas de ellas no pueden ser practicadas en la ciudad por falta de instalaciones ad hoc -automovilismo, por ejemplo- o recursos naturales adecuados -vela, piragüismo, remo, esquí náutico, etc.-), por lo que el año en que Guadalajara fue Ciudad Europea del Deporte, lo fue de verdad al estar representada en su programación la práctica totalidad del deporte potencialmente practicable.

               A estos datos, que indican que en Guadalajara se celebró en 2018 una media de casi un evento deportivo extraordinario al día, cabe aportar los del gran impacto social y económico que los mismos supusieron para la ciudad, evaluado con rigor y profesionalidad por la consultoría empresarial “Yellow rocks”. Su administrador único, José Miguel Peñas, si mal no recuerdo fue en tiempos representante del PSOE en el Patronato Deportivo Municipal, por lo que su criterio no puede estar condicionado por la conmilitancia política con el entonces concejal de Deportes ya que, como es sabido, éste lo era y aún lo es, ahora en la oposición, por el Partido Popular. Estos son los principales parámetros contemplados en el estudio de impacto social y económico de la actividad que supuso “Guadalajara, Ciudad Europea del Deporte” en 2018 (Quienes estén interesados en conocerlo más en profundidad, pueden acceder al estudio completo en este enlace: Informe impacto económico Guadalajara. Ciudad del deporte 2018.pdf):

  • Cerca de 80.000 pernoctaciones fueron las que generaron en la ciudad y su entorno más próximo las actividades deportivas celebradas (Un 27,88 por ciento más que las habidas en 2017, otro año también con notoria actividad pues, sabido es, que Eladio Freijo apostó desde el inicio de su mandato, no solo al final, porque Guadalajara fuera anfitriona de eventos de este carácter para fomentar el deporte, al tiempo que dinamizar la economía local, potenciando también la práctica deportiva local y construyendo nuevas instalaciones y/o reparando y mejorando las ya existentes: Ciudad de la Raqueta, Campos de fútbol anexos al Escartín, Campos de Futbol de la Fuente de la Niña, Centro Acuático, renovación del tartán de las pistas de atletismo, etc. )
  • Las pernoctaciones del “turismo deportivo” promovido en la ciudad de Guadalajara en 2018 supusieron un 13,24 por ciento del total de pernoctaciones que hubo ese año en la provincia. Esos datos se pueden proyectar también al sector de la restauración.
  • El impacto económico directo de “Guadalajara, Ciudad Europea del deporte” fue de más de 10 millones de euros y casi 11 si sumamos el indirecto.
  • El impacto en términos de publicidad de la ciudad, no pagada, se puede estimar entre 6,2 y 10,1 millones de euros.

He querido recuperar y resaltar estos datos para poner en valor la extraordinaria valoración que, no solo a mi juicio sino al de mucha gente más -especialmente en el ámbito deportivo local, provincial y nacional, donde goza de general aprecio y reconocimiento-, le merece el trabajo de ese incansable gestor y dinamizador deportivo que es Eladio Freijo. Lástima que, por causa de la política, tan emponzoñadora, rastrera e injusta veces, algunos estén intentando, de forma interesada, menoscabar y enturbiar esa labor que, bien al contrario, cada día que pasa se engrandece más porque se echa de menos. Me consta que de manera especial en el ámbito empresarial del sector servicios en la ciudad, como dos reconocidos empresarios locales me comentaban hace unos días, hecho que ha motivado esta entrada. Uno de ellos, me decía: “Yo no he cerrado mi negocio en esta pandemia, gracias, en gran medida, al remanente del movimiento económico que tuve en los últimos años por los eventos deportivos traídos por Eladio a la ciudad”. Puedo asegurar que no es una opinión aislada, sino generalizada.

Trabajé codo con codo con Eladio en la Fundación Provincial de Deportes de la Diputación de Guadalajara, especialmente en el Polideportivo San José, durante 12 años y, además de para consolidar una entrañable y sólida amistad, esa etapa me sirvió para aprender muchas cosas buenas de él, sobre todo a trabajar siempre con la ética de la ilusión y hacerlo de manera intensa, esforzada y por afección al deporte y amor a Guadalajara. Eladio, además, es una persona honrada y honesta donde las haya, capaz de meter la pata, pero jamás la mano. Es, en definitiva, todo un ejemplo de servidor público entregado y generoso en estos tiempos que corren en los que tantos se sirven de la política, pero su servicio en ella es más que cuestionable.

El puente sin aguas turbulentas

                              La ciudad, poco a poco, se va reencontrando con el Henares, el río junto al que se asentó en uno de sus vados más fácilmente superables que, además de franquear el paso de una ribera a otra, también aportaba a sus moradores el agua necesaria para cuajar como urbe surgida ex novo. El puente árabe es la construcción más antigua de la ciudad que sigue en pie -data de los siglos X y XI- y los estudiosos en la materia consideran que, por su longitud -117 metros- y su altura -10 sobre el cauce-, cuando se erigió no era para facilitar el paso en un vado fluvial en un entorno rural, de escasa población y dispersa, sino que se construyó para dar acceso a una urbe ya consolidada desde hacía varias décadas. Esa ciudad aún no era conocida como Wad-al-Hayara, sino como Madinat-al-Faray -la ciudad de Faray-, que fue el primer nombre que tuvo Guadalajara, en honor del cadí que la impulsó y consolidó como urbe y de la que ya hay constancia en el siglo IX.

Familia de patos junto al gran tajamar del puente árabe

                              Durante mucho tiempo, prácticamente desde que a Guadalajara se le puso cara de ciudad industrial, vivió de espaldas al Henares, cada vez más sucio su cauce y enmarañada su ribera, cuando hasta hace tres cuartos de siglo era un recurso del que vivían varias familias -recordemos que aún pervive una calle de Pescadores dedicada a quienes practicaban ese oficio en la ciudad- y hace apenas unas décadas era un lugar de baño y asueto en verano, con su chiringuito y todo.  Como decía, ese vivir de la ciudad a espaldas de su río hace ya un tiempo que ha comenzado a revertirse y, aunque todavía es notoriamente mejorable el estado de conservación medioambiental de curso y ribera, ambos son ahora disfrutables con comodidad gracias a la senda, los miradores y las zonas estanciales y de juegos que se habilitaron hace un par de años entre el puente árabe y los Manantiales. La mota y los parques construidos a principios del siglo XX entre el río y las urbanizaciones paralelas a él, incluida la de los Manantiales, fueron los primeros pasos para, primero, proteger de posibles inundaciones esas zonas residenciales y, después, comenzar a integrar el río en ellas como un espacio natural disfrutable y no como una barrera. Es cuestionable, sin duda, que primero en los años sesenta y después en los ochenta se construyeran viviendas en zonas potencialmente inundables, pero una vez que las casas y sus moradores estaban ya ahí y que se contaban por centenares, sin duda lo razonable era tratar de evitar inundaciones gracias a la mota y hacer de ésta y su entorno, no un muro, sino un paseo y un parque lineal. Lo que no es discutible es que, en menos de un cuarto de siglo, haya mejorado de forma notable la situación medioambiental de la ribera y el entorno más próximo del Henares a su paso por la ciudad y también la del barranco del Alamín que converge en el río y que se suma a él como geografía fluvial.

               Aguas arriba del puente árabe hay unos optimistas carteles que dicen “aguas trucheras”; en su día hubo truchas, doy fe de ello, aunque abundaban más los barbos, las carpas, los cachos, tas tencas, las bogas y demás especies de ciprínidos que viven como peces en el agua, nunca mejor dicho, en aguas con lecho cenagoso y cauce turbio, unas condiciones ambientales que no son ya las idóneas para las “salmo trutta fario” -nombre científico de la trucha autóctona-. La presencia de truchas comunes en un rio es un indicador positivo de la calidad de sus aguas y, ¡ese ya es otro cantar respecto a las riberas!, mucho me temo que aún hay mucho que trabajar en la depuración de las aguas que bajan por el Henares antes de llegar a Guadalajara. Lo que sí me consta es que la EDAR de la ciudad hace razonablemente bien su trabajo, pero ella, evidentemente, solo depura las aguas residuales generadas en la propia urbe.

               Desde hace ya unos años, varias familias de patos silvestres -especialmente ánades reales- viven, nadan, bucean y chapotean en el Henares a su paso por la ciudad, con notoria presencia en el entorno del puente árabe; también en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín es habitual ver un amplio grupo de estas anátidas. Es muy probable que llegaran al río y al parque procedentes del mini-zoo y que, incluso, retornen periódicamente a las charcas de éste en busca del alimento fácil que allí se les provee a los animales a diario. No hace mucho, GD se hacía eco de la presencia de un exótico y vistoso pato “mandarín” en el Henares, algo que, sin duda, confirma que las charcas de patos del mini-zoo intercambian e interrelacionan anátidas con el Henares. Me produce una especial sensación de sosiego ver grupos de patos viviendo tranquilamente en el río a su paso por Guadalajara, es un certificado de salud biocenótica y ambiental con la que, es obvio, no hay que conformarse porque aún hay mucho camino que recorrer en esta materia.

               El puente del Henares nunca ha sido el de las aguas turbulentas de la conocida canción de Simon y Garfunkel; menos aún en las últimas décadas pues es evidente que cada vez trae menos agua porque progresivamente llueve menos, además de haber ahora varias presas en la cabecera de su cuenca que la regulan. No obstante, en octubre de 1961, hubo una gran riada que anegó todo el barrio de la Estación y que llegó hasta Marchamalo; la causa de aquel gran desbordamiento estuvo en una fuerte tormenta que evacuó más de 90 litros por metro cuadrado en apenas cuatro horas. No fue la única, aunque sí la más destructiva. En 1970 se produjo otra importante crecida, aunque esta vez afectó más a Alcalá que a Guadalajara, y a finales de los años 90 del siglo pasado, el cauce estuvo a punto de desbordarse a la altura del puente de los Manantiales, generando mucho temor entre los vecinos de las urbanizaciones “La Chopera”, “Río Henares” y los propios Manantiales que, incluso, estuvieron en pre-aviso de evacuación; aquella circunstancia motivó que el ayuntamiento, siendo alcalde José María Bris, gestionara con la Confederación Hidrográfica del Tajo la construcción de la mota del río a su paso por la ciudad. Como dice el sabio refranero castellano, “casa junto al río y ruin en cargo, no dura tiempo largo”. Bueno, el refranero es sabio, pero hay ruines que aún lo son más, aunque su sabiduría sea solo provechosa para ellos y tóxica y nociva para los demás.  Y, ya que el río nos ha traído hasta aquí, para turbulentas, las aguas revueltas de la política actual. Por eso prefiero quedarme con la verdad de los patos chapoteando tranquilamente en el Henares.

El silencio de la ciudad blanca… y azul

               El coronavirus nos ha traído mucho sufrimiento, mucho dolor, mucha angustia, mucha desazón, muchas dudas, muchos inconvenientes y no pocas cosas negativas más, entre ellas padecer limitaciones e imbuirnos en una dialéctica propias de tiempos bélicos y no de paz: confinamientos, toques de queda, salvoconductos, guerrillas urbanas… Guadalajara, en el silencio tras el toque de queda que nos confina en casa desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana, es una ciudad sin alma, como la bella de la canción de Ricardo Cocciante. Es azul porque la oscuridad de la noche también lo es, lo que sucede es que la falta de luz del sol hace que el cielo parezca sombrío, pero sigue siendo infinitamente azul. No tiene alma porque una ciudad no solo la conforman sus edificios y sus calles, sino fundamentalmente las personas que viven en ella, especialmente cuando salen de aquéllos y deambulan por éstas. La gente confinada en sus casas no hace ciudad, aunque ahora sea necesario que lo esté porque los virus de marzo no se fueron en junio, sino que jugaron al escondite en el verano para regresar en otoño aún con más virulencia a jugar ese otro juego, no precisamente de niños, que es el de la enfermedad y la muerte. Las noches azules de la Guadalajara sin gente son aún más sombrías porque las farolas que antaño fueron de vapor de sodio o de mercurio y que ahora son de leds, más que luminarias para poner un poco de día a la noche, parecen focos cenitales para alumbrar y hacer aún más patente la soledad.

Primera bandera de la ciudad de Guadalajara

La Guadalajara azul de las noches en toque de queda, aunque no lo parezca porque el sol calienta e ilumina el hemisferio sur mientras el cielo duerme en el norte, espera los gallos picajosos de la madrugada para desperezarse y volver a ser ciudad del todo pues, sin gente que la ande y vocee, es solo un decorado con el cielo oscuro, incluso moteado de estrellas como ciclorama. Las cosas no son lo que son si no pueden ser todo lo que podrían ser, y una ciudad sin gente en la calle, aunque sea a deshoras, está tan alejada de la plenitud que está más cerca de ser nada que de ser algo. No es filosofía barata de confinado a toque de queda, es la verdad, nada más que la verdad, aunque no sea toda la verdad. Las noches no son solo de los noctámbulos, sino de quienes, como yo, hace tiempo que dejamos de serlo porque nos cansamos de ellas de tanto vivirlas. La noche confinada en azul, aunque sea tan oscuro que parezca negro, es una emboscada sin bosque, es el absurdo porque no puede haber bosque sin árboles, aunque solo sean los que te impiden verlo. Las calles no sirven de nada sin transeúntes y hasta las farolas iluminan la nada que es un gasto ineficiente e inútil. Hasta el aire de la noche que no se respira es un despilfarro de dióxido de carbono pues los árboles no entienden de toques de queda y siguen a lo suyo con la fotosíntesis. El asfalto, sin coches que lo transiten, excepto los de los servicios de seguridad y emergencias, parece enlutar aún más la ciudad al hacerse todavía más evidente su betún negro negrísimo. Los carteles iluminados de los comercios y otros tipos de negocio son faros en medio de un naufragio al que la luz, lejos de ayudar, le pone el foco para aumentar su dramatismo. En los parques, la vida vegetal y animal sigue a lo suyo: estorninos, gorriones, herrerillos, jilgueros, mirlos, petirrojos, palomas, tórtolas y urracas duermen entre acacias, aralias y aucubas; entre pinos también, donde el carbonero pasa el invierno que pronto se adivinará. Y entre árboles del amor, sin más amantes que un par de buchonas cuyo zureo es el sonido del silencio de la noche. Si Vitoria es la ciudad blanca en el silencio de la novela de Eva García Sáenz de Urturi, la reciente ganadora del premio Planeta, Guadalajara es la ciudad blanca… y azul. No solo porque sus noches -¿verdad, queridos Javier Borobia y Fernando Borlán?- se tiñen de azul por mor de la huida del sol y la arribada de las absentas, sino porque la primera bandera histórica de esta ciudad de la que hay noticias en los archivos municipales, fue una franjada horizontal en esos dos colores, según documentó el competentísimo y recordado archivero municipal, Javier Barbadillo. No se trata de dar un toque de queda a la historia, sino de ponerla en su sitio: ni las banderas históricas de Guadalajara y de Castilla son moradas, ni el caballero del escudo de la ciudad es Alvarfáñez reconquistándola en la noche de San Juan de 1085, como es ampliamente tenido por cierto. La bandera de Guadalajara, según documentos del XIII confirmados en otros de principios del XVII, constaba de cinco franjas horizontales azules y blancas, la bandera castellana es roja carmesí -la morada era de los borbones y del Regimiento Castilla- y el caballero del escudo de la ciudad es el del sello concejil, precisamente portando la bandera listada en azul y blanco. Confínese, duerma, pero no mire para otro lado ni calle la ciudad.

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