Archive for abril, 2013

Con trabajo y economía se enriquecen los pueblos

            Hoy, 25 de abril de 2013, se cumplen, exactamente, doscientos años de la constitución de la “Diputación Provincial de Guadalaxara con Molina”, nombre literal que adoptó la primera corporación provincial al unir, en una sola Diputación, los antiguos territorios de los comunes de villa y tierra de Guadalajara y su entorno más próximo en dirección al Este (Hita, Uceda, Brihuega, Cifuentes, etc.) con el del Señorío de Molina, siguiendo el entonces reciente mandato de la primera Constitución española, la de Cádiz de 1812, que en su artículo 325 determinaba que “en cada provincia habrá una diputación llamada provincial”. Hasta veinte años después, en 1833, con un decreto del Ministro de Fomento de Isabel II, Javier de Burgos, no se cerrarían los actuales límites de las provincias españolas; de hecho, cuando nació la Diputación de Guadalajara con Molina, los límites provinciales variaban, respecto a los actuales, en el oeste y el sur de la provincia: al noroeste, las tierras de Buitrago y Lozoya pertenecían a Guadalajara, mientras que al suroeste, el entonces llamado “partido de Almonacid” pertenecía a Madrid y las tierras al sur del Tajo (zona de Sacedón y parte de la de Cifuentes), dependían en aquel momento de los partidos de Huete y Cuenca.

La constitución de la primera corporación de la Diputación de Guadalajara no pudo celebrarse en la capital de la provincia, entonces ocupada, como gran parte de ella, por las tropas napoleónicas; ante esta tesitura, los primeros diputados provinciales se dieron cita en Anguita, un pueblo que estaba a caballo de las antiguas tierras de Guadalajara y sus villas de influencia mendocina, del Real Señorío de Molina y del Señorío Episcopal de Sigüenza, que eran los tres grandes territorios que iban a sumarse en esa Diputación naciente; pero, sobre todo, Anguita era un enclave estratégico porque tenía fácil acceso para quienes debían allí reunirse y formar la primera Diputación, al tiempo que mejor retirada por si tenían que salir huyendo ante un eventual ataque de las tropas francesas. Así nació, pues, la “Diputación Provincial de Guadalaxara con Molina”, con los franceses guerreando por casi todo su territorio y con el rey Fernando VII –llamado “El Deseado”, mientras España estaba invadida por los gabachos y el residía en el castillo de Valençay, luego apodado “El Felón” al tratar de dejar en papel mojado “La Pepa”, a pesar de haberla jurado- intentando volver, una y otra vez, como la burra al trigo, al Antiguo Régimen absolutista pre-constitucional, lo que supuso que nuestra Diputación, y las pocas que entonces se habían constituido ya, quedaran suprimidas en dos ocasiones, hasta que a partir de 1835 fueran ya restauradas definitivamente, llegando hasta nuestros días, aunque con muy distintos grados de competencias y recursos.

El primer presidente de la Diputación de Guadalajara fue Guillermo de Vargas y Ximénez de Cisneros, que también ocupó el cargo de Jefe Superior Político de la provincia, equivalente al de Gobernador Civil, o sea, el entonces máximo representante del Estado en el territorio. Desde 1813 y hasta 1868, en que Diego García Martínez fue elegido presidente de la Diputación por los propios diputados provinciales, los presidentes no fueron electos, sino designados por el Gobierno, con lo cual la autonomía de acción de las diputaciones en su primer medio siglo de existencia fue prácticamente nula, limitándose a ser correas de transmisión del propio gobierno de la nación, más que por contribuir al desarrollo de los pueblos, como era la razón básica de su nacimiento, para controlarlos políticamente, en una larga etapa realmente convulsa, primero por la invasión francesa y, después, por las sucesivas guerras carlistas, así como por los períodos absolutistas y liberales que se fueron alternando y condicionando toda la vida política española en ese tiempo, incluido su desarrollo constitucional –entre 1812 y 1869, se aprobaron cinco constituciones, las del 12, el 34, el 37, el 45 y el 69- y, por ende, la actividad y capacidad de acción de las diputaciones.

En esta efeméride del bicentenario de la Diputación que hoy se conmemora, cabe recuperar el nombre de los que fueron los siete primeros diputados provinciales electos de Guadalajara con Molina: Baltasar Carrillo, Fernando García del Olmo, Francisco Hernández de Vargas, Félix Herreros, José López Santa María, Joaquín Montesoro y Ventura de Zubiaur. Como diputados provinciales suplentes acudieron a Anguita, esa histórica jornada del 25 de abril de 1813, Manuel Sabroso, Patricio Sanz Pinilla y Pedro José de Ybarrola. Aunque no dispongo del dato de la procedencia de todos y cada uno de esos diez diputados provinciales, sí está confirmado que García del Olmo procedía de Alcolea, Herreros de Iriépal, López Santa María de Sigüenza, Montesoro y Sanz Pinilla de Alustante, y Sabroso de Jadraque. Al menos dos de estos diez diputados provinciales constituyentes eran religiosos: Herreros, párroco de Iriépal, y López Santa María, canónigo de Sigüenza. Aunque el primer secretario titular de la Diputación de Guadalajara con Molina fue Diego de Mangirón, quien hizo de Secretario interino en la reunión de Anguita fue Juan José López-Merlo, acudiendo también a la cita constituyente el Intendente de la provincia (una especie de Delegado de Hacienda, al tiempo que de máximo responsable de las reales Fábricas de Paños), José López Juana Pinilla.

Como no podía ser de otra manera, hoy tocaba un guiño historicista a este post dado lo que se conmemora en la fecha en la que está escrito: el bicentenario de la “Diputación Provincial de Guadalaxara con Molina” o, lo que es lo mismo, el nacimiento de una institución que, desde ese 25 de abril de 1813, con muy distintos avatares, lleva trabajando por los pueblos de esta provincia de pueblos, mayoritariamente pequeños y muy pequeños, que la necesitan, como un hijo a una madre, para poder seguir teniendo un mínimo de servicios y de calidad de vida. Y es que la Diputación es y debe ser, cada vez más, el gran Ayuntamiento de los pequeños Ayuntamientos. Bien está celebrar el bicentenario y además con dignidad e ilusión, pero, una vez desmontados los estrados de los actos protocolarios, toca volver a arremangarse y reanudar el tajo, asumiendo como leit motiv de ese trabajo el lema con el que los arquitectos Marañón y Aspiunza presentaron, en 1880, el proyecto que resultó ganador en el concurso convocado para construir el Palacio de la Diputación Provincial: “Con trabajo y economía se enriquecen los pueblos”. En el tiempo actual, desgastado el verbo “enriquecer” por la codicia de algunos, sustitúyase por el de “progresar” y renuévese el compromiso de la Diputación con los pueblos y las gentes que más la necesitan. Si no, sólo será historia.

Molina se mueve

Han leído bien, sí, el titular de este post es “Molina se mueve” y no “Molina se muere”, algo que lleva ocurriendo desde hace muchas décadas e, incluso, desde hace siglos, pues la tierra molinesa, a pesar de haber sido un importante reino taifa en la España musulmana y, después, un condado señero en la España reconquistada y un Real Señorío independiente de las coronas de Castilla y Aragón desde 1138 –el actual Rey de España, entre sus títulos oficiales, sólo conserva dos Señoríos: el de Vizcaya y el de Molina-, hace tiempo que vivió su mejor hora y ya se cuenta, no sólo por décadas, sino incluso por siglos, el largo tiempo en que lleva perdiendo población, actividad socio-económica y peso político –no olvidemos que en las Cortes constituyentes de Cádiz hubo un diputado por Molina, Ramón López-Pelegrín, aunque tras ellas se abolieron los señoríos jurisdiccionales y se crearon las diputaciones, incorporándose el territorio de Molina a la de Guadalajara-.

MolinacencerradaMuchas y variadas han sido las causas que han llevado a la comarca molinesa a esa regresión histórica a lo largo del tiempo, gran parte de ellas de carácter bélico, con lo que de muerte y devastación conllevan. Y es que el señorío molinés ha sido campo de batalla continuo desde la llamada “Guerra de los dos Pedros” (El I de Castilla y el IV de Aragón, en la segunda mitad del siglo XIV), a la “Acción de Rueda” (un siglo después, en la que Molina mantuvo su fuero frente a Beltrán de la Cueva, pero pagó caro por ello), la “Guerra de los 30 años” (ya en el siglo XVII), la Guerra de Sucesión (principios del XVIII), por supuesto la de la Independencia contra los franceses (principios del XIX), las “Guerras Carlistas” del XIX y la Guerra Civil del XX. Batallitas aparte –nunca mejor dicho-, y aunque han sido muchas las circunstancias históricas, socio-políticas y económicas que han jugado en contra de los intereses de Molina y su tierra a lo largo de la historia, la que más ha afectado al tiempo presente es la crisis agraria de la segunda mitad del siglo XX, que implicó una emigración masiva de las áreas rurales a las urbanas y que supuso que el Señorío de Molina perdiera, en apenas tres décadas, más de la mitad de su población, que actualmente apenas supera los 8.000 habitantes, dándose los significativos datos de que menos de veinte pueblos del casi centenar que hay en la comarca superan actualmente los cien habitantes –y sólo uno de ellos, el propio Molina de Aragón, el millar- y que la densidad demográfica es inferior a tres habitantes por kilómetro cuadrado.

Habiéndose puesto así de difíciles las cosas en las últimas décadas para Molina y estando agravándose aún más con la actual crisis económica que está acarreando el cierre de empresas, en una tierra en la que apenas las hay, la destrucción de empleo, en una comarca en la que el sector primario aún representa casi el 30 por ciento de la población activa, y un progresivo recorte de servicios públicos –especialmente en materia de sanidad, educación y servicios sociales- que hacen aún más difícil vivir allí, como al “olmo seco, hendido por el rayo y en su mitad podrido” de Machado, algunas “hojas verdesle están saliendo a Molina en esta primavera, en forma de actividad de sus movimientos asociativos, como la realizada por la plataforma “La Otra Guadalajara”, que lleva ya unos cuantos años reivindicando todo lo reivindicable para Molina –el martes, 16, apoyaron la justa queja para que se resuelva la huelga del transporte escolar en la comarca, que ya dura más de un mes-, haciéndose útil para los ciudadanos pero incómoda para los políticos y las administraciones públicas, como es la obligación de un colectivo que quiere ser la voz de una tierra dolida. En el mismo ámbito del asociacionismo, igualmente es destacable la labor que está realizando “Tierra Molinesa”, una asociación cultural que también es voz de la conciencia de los molineses y que el día 18 de abril entrega sus V Premios a Emprendedores Molineses, poniendo el acento en el emprendimiento, un valor absolutamente imprescindible para reactivar Molina, por lo que de creación de empresas y generación de empleo conlleva. Y aunque son muchas las asociaciones de carácter social y cultural que, en el propio Molina y en muchos pueblos de la comarca, están en marcha, de entre todas ellas quiero destacar la Asociación de Amigos del Museo de Molina, que está haciendo una labor impagable, poniendo en valor la riqueza de los recursos histórico-artísticos y naturales de la comarca molinesa, tan ricos y diversos como infravalorados hasta ahora para generar en torno a ellos empresa y empleo, especialmente en el sector servicios. A este respecto, me alegra saber que el Ayuntamiento de Molina está haciendo gestiones para reabrir “La Subalterna”, un hotel rural con verdadero encanto que lleva cerrado muchos años, por la incompetencia y desidia de algunos, y cuyo cierre a cal y canto dejaba con el faldón levantado a Molina en su justa y necesaria reivindicación de que allí se construya un Parador Nacional porque, si ni siquiera es viable un pequeño hotel rural, cómo lo va a ser un Parador. Por cierto, Don Ramón Aguirre, exdiputado (“paracaidista”) por Guadalajara y actual presidente de la SEPI: lo prometido es deuda y espero que pronto haya novedades (y positivas) en el proyecto del Parador molinés.

Y, para terminar, otra buena noticia molinesa: el pasado viernes se presentó en Santa María del Conde una magnífica edición del histórico “Fuero de Molina”, de la que es autora la profesora de la UAH, Dolores Cabañas, un trabajo de investigación y divulgación que no se hacía desde 1916. Este Fuero fue el que reguló la convivencia de los molineses desde el siglo XII y es letra y espíritu de su Derecho local histórico y recopilación de sus “fazañas”, o sea, la forma en que en Molina se acostumbraba a resolver pleitos, a otorgar derechos e imponer tasas y sanciones, eliminando las decisiones meramente episódicas. Como ya dije en otra ocasión: el singular pasado de Molina es, sin duda, uno de los principales recursos en los que puede cambiar su presente y asentar su futuro. Pero el movimiento se demuestra andando y si Molina no emprende, que nadie espere que emprendan por ella.

 

Un (presunto) golfo en el Golfo

            No es que sea yo, precisamente, un entusiasta de la monarquía como sistema de estado, pero reconozco que Juan Carlos I se ha ganado mi respeto como jefe del estado español, por su decisiva contribución a que nuestro país sea irreversiblemente democrático cuando muchos han procurado que no lo fuera a lo largo de casi toda su historia, especialmente sus reyes. Y si me merece respeto el Borbón de nuestro tiempo, he de decir que también me merece simpatía e, incluso, cierto afecto comprensivo, sobre todo desde que hemos sabido públicamente lo que se rumoreaba privadamente: que le gusta cazar de todo, desde elefantes en Botswana a conejos allá donde salten, especialmente entre sábanas. Y con ello no es que pretenda hacer elogio de los desenfrenos sexuales del monarca, bien al contrario, porque han sido (presuntamente) adúlteros, sino que al ser públicos le hacen bajar bastantes peldaños del pedestal y acercarse aún más a los comunes de los mortales, por su ahora conocida debilidad humana, al menos a la altura de la bragueta, en contraste con el vínculo divino atribuido a las monarquías en su mismo origen, absoluto y absolutista, por supuesto.

Es de sobra conocido que en España hay mucho liberal sólo de cintura para abajo, aunque no parece ser el caso del Rey; pero si quien le precedió en la jefatura del estado y sentó en el trono, Francisco Franco, fue “generalísimo”, Juan Carlos I bien podría pasar a la historia como el “liberalísimo” o mejor, el “libérrimo”, porque ha sabido compaginar el liderar bien a su pueblo y ser el primero en hacerle marchar tanto tiempo por la senda constitucional –al contrario de su antepasado, el rey “felónFernando VII, perjuro y enemigo declarado de “La Pepa”-, con hacer lo que le ha salido de sus mismísimos en su vida privada, algo, repito, que no es para aplaudirle porque mientras él ha gozado otras y otros han sufrido, pero sí para comprenderle, puesto que se ha demostrado que su sangre no es azul, sino roja, y, sobre todo, caliente, como la de muchos y muchas españolas. Y es que en España, aunque tengamos la envidia por el primero de nuestros pecados capitales autóctonos, la lujuria no le anda a la zaga…

Ironías aparte, mucho lamento, por la inestabilidad institucional que supone para España y el deterioro de su imagen internacional en una momento crítico como el actual, la situación en la que se ha visto envuelta la monarquía española, no sólo por los tiros y tiritos que haya pegado el monarca, sino porque una Infanta de España, Cristina de Borbón y Grecia, séptima en la línea sucesoria de la Corona, está imputada desde hace unos días por ser “cooperadora necesaria” y/o “cómplice” de su marido, Iñaki Urdangarín, que, por su parte, hace ya más de un año que está imputado por el “Caso Nóoscomo presunto autor de los delitos de  prevaricación, tráfico de influencias, falsedad documental, fraude a la administración y malversación, que no son moco de pavo penal precisamente.  Aunque la presunción de inocencia es un principio básico de cualquier justicia democrática que se precie, mucho me temo que al Duqueem-palmado” –su calentón no es borbónico de sangre, pero como “si lo sería”, como dirían sus paisanos vascos- le han pillado con el carrito del helado, o sea, pegando palos a todos los que se han dejado, que, por lo visto hasta ahora, han sido muchos y con el dinero de todos, y va a ser muy difícil que salga bien librado del proceso judicial en el que está inmerso pues la carga de las pruebas que pesan sobre él es mucha. Pero acabe ese proceso como acabe, el daño causado por Urdangarín a la Casa Real y a la Infanta Cristina me temo que serán ya irreparables, incluso aunque, finalmente, ésta deje de estar imputada, como ha solicitado el fiscal en contra de la tesis que mantiene el juez instructor, en un poco frecuente caso de inversión de papeles habituales entre jueces y fiscales.

Y, como no podía ser de otra manera porque la cabra siempre tira al monte, en este río revuelto en el que anda metido nuestra monarquía, cada vez son más los pescadores anti-monárquicos que están lanzando sus buitreras cañas para intentar pescar la III República española; otra cosa es que, si quiera, esté ese pez en el río porque no todos los peces se pueden pescar en cualquier río, por muy revuelto que esté. Y es que los españoles, sin necesidad de leyes ad hoc, tenemos buena memoria. Bueno, la verdad, no siempre.

¡Y a Urdangarín, ya le vale, ya…! Por mi, que se vaya, y bien pronto y para mucho tiempo, al Golfo Pérsico a ganarse honradamente la vida como ayudante del nuevo seleccionador del equipo de balonmano de Qatar, que va a ser el hasta ahora seleccionador español, el gran Valero Rivera, y que, según se ha confirmado, le ha ofrecido ese puesto, lo que permitirá al, todavía, marido de la Infanta poner tierra de por medio con España, como en su día ocurrió cuando se fue a Washington, no por casualidad, sino por causalidad: ya la había hecho y tenía miedo a tener que pagarla. Pues que cobre en Qatar, pero que la pague en España, si es que así lo dictaminan los jueces en sentencia firme cuando toque, que espero que sea pronto, porque como dice una máxima legal “justicia retrasada, no es justicia”. Así pues, que el (presunto) golfo se vaya al Golfo. Pérsico.

Tras las tinieblas, la luz

        Dice un refrán muy conocido y usado, no sólo en esta refranera tierra de Castilla, que “Después de la tempestad viene la calma”, y así es, porque no hay tempestad, ni mal –ni mucho menos bien-, que cien años dure; es más, la “tempestad” a la que hoy me refiero -en sentido figurado, obviamente-, la Semana Santa, ha durado realmente cuatro días, comenzando el Jueves Santo y acabando el Domingo de Resurrección, en diez comunidades autónomas, entre ellas Castilla-La Mancha, e iniciándose el Viernes Santo y concluyendo el Lunes de Pascua, para los de las otras siete. La España “asimétrica”, hasta para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo

    La “tempestad” a la que me refiero y que acabamos de dejar atrás, nada tiene que ver con una gran tormenta marina de esas que hacen temblar hasta el misterio y que, probablemente, están en el origen del refrán, sino que se trata de ese tiempo de Semana Santa en el que viajan más personas que en ningún otro momento del año, inclusive el verano, porque el verano es muy largo y tiene muchas semanas, mientras que la Semana Santa, a efectos vacacionales, no tiene ni una semana de duración, aunque parezca un contrasentido; lo dicho, son cuatro días…

  Cuatro días en los que mucha gente, tenga raíces directas o no en los pueblos, acude masivamente a ellos, sin duda buscando el entorno justamente contrario al que habitualmente vive –ahí radica una de las motivaciones básicas que incitan al hombre a viajar y vacacionar- y tratando de disfrutar de las virtudes que el medio rural reúne, que no son pocas, y que podrían resumirse sólo en dos: sosiego y singularidad. Si a la tranquilidad y el tipismo que casi siempre ofrece el medio rural se les une el valor de las raíces y de la familiaridad que muchos tenemos en él, queda perfectamente justificado el hecho del trasiego masivo de gentes de la ciudad a los pueblos que se dan todas las semanas santas y que en ésta no ha sido excepción –se calcula que entre el Domingo de Ramos y el Lunes de Pascua ha habido 13 millones de desplazamientos-;  empero, la meteorología se ha aliado más con los que han optado por la vacación en la costa mediterránea o en Canarias que por los que se han inclinado por el interior de España, en ciudades o pueblos, igual da, pues la lluvia ha sido una constante, dando una mínima tregua al sol únicamente en Sábado Santo.

Precisamente, si hay un día de Semana Santa en el que la gente se mueve más que los precios, ese es el Sábado. Dado que Jueves y Viernes Santo y el Domingo de Resurrección, son días de fiesta cristiana mayor, con sus oficios, sus procesiones y demás actos rituales propios de estas fechas –en esta materia, recomiendo encarecidamente leer el post actual, y los que le preceden, en el hilo del blog en GD de mi compañero y amigo, José Ramón López de los Mozos, uno de los que más saben de costumbres y tradiciones populares de Guadalajara, como ha reconocido públicamente hasta el gran folclorista castellano, Joaquín Díaz-, el Sábado Santo, huérfano de eventos hasta la Vigilia Pascual, que se celebra ya en la transición al domingo, se ofrece como el día de la vacación por excelencia en medio del conjunto de la vacación de Semana Santa. Y, claro, así no nos puede extrañar que vayamos a cualquier sitio – a Patones de Arriba, por ejemplo-, buscando el sosiego y la singularidad de un pequeño pueblo serrano de arquitectura negra –en el caso de Patones, renacido de sus ruinas para ser tuneado y puesto a la carta para los “turistas”- y te encuentres con una caravana de coches más larga que la que se forma cualquier día en La Carrera por la tarde y con más gente que en el Metro en hora punta. O sea, las turbas de la ciudad trasladadas al medio del campo, avasallándolo, y formando una procesión, no de capirotes y pasos, sino de urbanitas abarrotando cuestas y costanillas soladas con lajas de pizarra y campos salpicados de matas de jara, romero, cantueso e hisopo, acobardadas ante el aluvión sobrevenido. No es esto, no es esto. ¡Claro que también a quién se le ocurre ir a Patones y, encima, en Sábado Santo…! Eso es llevar la penitencia con el pecado.

Aunque el medio rural suele ser muy hospitalario porque hace tiempo, mucho tiempo, que enfermó de soledad, estoy convencido que le sienta mucho mejor la calma llegada el Lunes o el Martes de Pascua que la “tempestad” pasada. Y es que, como dice otro certero y sinónimo refrán al del inicio de este post, y muy propio de estas fechas, “tras las tinieblas viene la luz”.

 

 

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