Archive for abril, 2021

Villalar, provincia de Guadalajara

                              El 23 de abril de 2021, quinto centenario del fin traumático comunero en Villalar, se conmemora una de las efemérides más importantes de la historia de Castilla, la tierra con más historia e historias que conmemorar de las Españas -en el concepto orteguiano de unidad al tiempo que de diversidad, aunque sea invertebrada-, pero que no tiene una comunidad autónoma, ni nacionalidad, ni región propia, sino que está dividida en cinco desde que se desarrollara el proceso autonómico tras la Constitución de 1978. Así, hay una gran parte de Castilla en Castilla y León, otra en Castilla-La Mancha, pocos pueden dudar de la castellanidad de La Rioja pues allí nació el idioma castellano, Madrid es indubitadamente castellana y Cantabria fue la cuna y el origen de Castilla y siempre su montaña y su mar, aunque ahora muchos “cantabrones” renieguen de ello, incluso en la Universidad de Cantabria, ¿verdad, Juan Pablo Mañueco? No le pregunto esto retóricamente a mi compañero de blogs en GD, gran profesor de literatura, historiador y prolífico y sesudo escritor; lo hago porque él mismo me dio un dato que me dejó estupefacto: su buen libro, “Breve historia de Castilla”, ha sido rechazado por la biblioteca de la Universidad de Cantabria porque defiende la tesis de que en esa tierra nació Castilla y por ende es castellana. Yo creía que universidad tenía su etimología en universalidad, no en tribu o caverna…  

                              El movimiento comunero, quinientos años después de su eclosión y aplastamiento -no de otra manera se puede llamar a lo que el poderoso ejército realista de Carlos V hizo con él, apoyado por los “grandes” de Castilla-, sigue siendo objeto de un amplio debate historiográfico. Se conocen sus causas -fundamentalmente el “extranjerismo” del rey, sus ansias imperialistas, menospreciando la corona castellana y ausentándose con frecuencia de Castilla, y su voracidad recaudatoria-, también sus consecuencias -el ajusticiamiento de los cabecillas comuneros en Villalar el 24 de abril de 1521, poniendo fin sin contemplaciones a la revuelta-, pero hay distintas interpretaciones sobre lo que representó, así como su interpretación y relevancia históricas. Hay quienes defienden, como los materialistas históricos, que el comunero fue un movimiento eminentemente social y de clases populares en lucha contra las poderosas. Otros sostienen que la de las comunidades fue la primera revolución burguesa y que cabe interpretarla como un conflicto de intereses, muy cerca de las tesis socialdemócratas cuando éstas dieron por superadas las marxistas. No pocos consideran que, en realidad, la revuelta comunera es un claro antecedente revolucionario de corte liberal, pues por primera vez se puede hablar del término ciudadano en contraposición del de súbdito, algo que no quedará definitivamente resuelto hasta el fin del antiguo régimen que trajeron la ilustración y la revolución francesa a finales del XVIII. Finalmente, hay una tendencia historiográfica que concibe al movimiento comunero como algo de carácter retrógrado y que en el fondo es puro nacionalismo, que se niega a aceptar la modernidad que, con sus consejeros extranjeros y a pesar de otros pesares, trae a España el rey nacido en Gante. La historiografía y los historiadores seguirán estudiando y posicionándose al respecto, pero lo innegable de este movimiento es que tuvo un carácter urbano, al nacer en las ciudades, y que, frente a los tutelantes regimientos y corregimientos, pretendió gobernarse en comunidades, de ahí su nombre, con evidente método asambleario. También es indudable que, aunque participaron en él bajos y no tan bajos nobles -un ejemplo paradigmático de ello es la mujer del mismísimo Padilla, María María López de Mendoza y Pacheco, hija de don Íñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar-, tuvo una naturaleza eminentemente popular, algo que se demuestra al conocer las profesiones de tres de los cabecillas comuneros de Guadalajara: Diego de Medina -albañil solador-, “Gigante” -albardero- y Pedro de Coca -carpintero-. También hubo comuneros letrados y emparentados con los Mendoza en la capital alcarreña, como Francisco de Medina, padre del historiador Francisco de Medina y Mendoza.

               En el limitado espacio de este blog no podemos extendernos más en mirar hacia atrás. Miremos, pues, hacia delante: ¿Cómo se va a conmemorar en Guadalajara y en Castilla-La Mancha el V centenario de Villalar? Pues oficialmente solo tenemos noticias de que, si se cumple la moción que se aprobó en el Ayuntamiento de la capital en enero de 2020, presentada por Unidas Podemos, en la plaza del Concejo se instalará algún tipo de recuerdo a los comuneros locales y se hará alguna referencia a los hechos que tuvieron lugar aquí durante su rebelión. El lugar es idóneo, pues en el atrio de la iglesia de San Gil solían reunirse los comuneros, al igual que lo hacía históricamente el común en concejo, de ahí el nombre de la plaza. Por otra parte, allí mismo ha convocado el Partido Castellano – Tierra Comunera (PCAS), el 23 de abril, a las siete de la tarde, un homenaje en recuerdo a los comuneros de Guadalajara; al día siguiente, a las cinco, el PCAS también ha convocado en la Plaza de España, en Atienza, un acto similar. Recordemos que Juan Bravo, el cabecilla de la revuelta en Segovia y uno de los tres principales líderes comuneros, junto a Padilla y Maldonado, ajusticiados en Villalar, nació en la histórica villa atencina. Si toda la actividad municipal en este quinto centenario se va a limitar a cumplir la moción de UP, me parece muy poco proporcionada respecto a la relevancia de la efeméride y la trascendencia que ésta tuvo en nuestra ciudad.

En lo que respecta a Castilla-La Mancha -recordemos que Padilla era toledano y que su mujer, apodada “María la Brava” por su coraje, mantuvo allí la revuelta y la llama comunera tras Villalar durante diez meses-, el lunes, 19 de abril, se daban inicio a los trabajos para programar los actos del V Centenario de la rebelión de las Comunidades de Castilla en un acto que contó con la presencia del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, y al que se invitó al Presidente de la Asamblea Legislativa de Castilla y león, Luis Fuentes. Será la Real Fundación de Toledo la que asesore a la Junta para contribuir a la programación de esta efeméride. Confío en que no solo se le de el acento toledano a esta programación, teóricamente regional, pues Guadalajara tuvo una participación y un peso específicos tan notorios en el movimiento comunero que habrían de ser debidamente tratados y reconocidos. Lo que sí me ha agradado es que se haya invitado al acto al presidente del parlamento de Castilla y León. Aunque Castilla esté ahora subsumida en cinco realidades autonómicas distintas, va en buena línea que se trabajen entre ellas, de forma conjunta, asuntos castellanos. Aunque el artículo 145.1 de la C.E. determine que “en ningún caso se admitirá la federación de Comunidades Autónomas”, es absolutamente necesaria y aconsejable la colaboración e interrelación frecuente entre las comunidades castellanas. Villalar está hoy en Valladolid, Castilla y León, por tanto, pero siempre será un hito castellano y, por ello, nunca dejará de ser también provincia de Guadalajara.

  Termino ya diciendo que en esta región siempre se ha cargado mucho el acento hacia lo manchego, en detrimento de lo castellano, un error de bulto porque una parte menuda no puede eclipsar una realidad enorme, ni la geografía puede soslayar la historia; además, a Guadalajara se le ha dejado en una posición muy incómoda pues ésta es la única de las cinco provincias de Castilla-La Mancha que no tiene un milímetro cuadrado de comarca manchega y, por esta causa, ni puede tener sentimiento de pertenencia a ella ni  afección a una región que, además de artificial, ejerce en demasía el mancheguismo militante.

¡Viva Guadalajara castellana!

Semana Santa claustral

               El año pasado, por primera vez desde 1939, no hubo actos de religiosidad popular en la Semana Santa de Guadalajara, en este caso por causa de la pandemia; en aquel, porque la Guerra Civil acababa de terminar -concluyó el 1 de abril y el 2 fue Domingo de Ramos- y no andaba la cosa precisamente para procesiones. Tampoco había santos con los que procesionar porque la mayor parte de los que procesionaban en Semana Santa en Guadalajara se quemaron en y con la ermita de la Soledad, donde tradicionalmente se guardaban, pocos días después de comenzar aquella fratricida contienda. En 2021, aunque no ha habido procesiones como en 2020, al menos sí que se han celebrado cultos en el interior de las iglesias, si bien con limitación de aforo y medidas especiales. Las cinco cofradías y las dos hermandades de Semana Santa de la ciudad, pese a no poder procesionar, que es el eje central de su actividad anual, han instalado y ornado las imágenes de sus pasos en sus respectivas sedes canónicas para poder ser contempladas y veneradas con el mayor realce posible. Hemos vivido, pues, una Semana Santa que podríamos llamar claustral.

Cristo de la Pasión entre las sombras.

Así, el Nazareno y la Soledad han llenado de compunción y lágrimas el templo barroco jesuítico de San Nicolás; Él, camino del calvario -la suma inocencia al patíbulo, ¡qué contrasentido! -, Ella, a su lado, siempre a su lado, con el luto en el manto y en el corazón, al tiempo que en los ojos las lágrimas superlativas e inconsolables de todas las madres que han llorado la muerte de un hijo.

En San Ginés, el Cristo del Amor y de la Paz – ¿puede haber un Cristo con un nombre más bello? -, cansado de la ignominia de la cruz enhiesta, pero aún clavado a ella, se acostó a los pies del altar de la vieja iglesia dominica, sobre paño de terciopelo enlutado, rodeado de claveles rojos, símbolo de su sangre derramada por todos, y de velones que anticipaban la luz de su Resurrección y de la vida que no acaba. El bellísimo Cristo de Capuz no estaba muerto, pese a parecerlo clavado a la cruz, tener las rodillas quebradas, las manos y los pies remachados al madero y manar sangre y agua de su costado traspasado por el centurión Longinos. Pero no estaba muerto, dormía, esperaba, quizás soñaba.

En la concatedral, con su indisimulada fábrica mudéjar y su retablo manierista, suma de tiempos y de estilos entre el XIV y el XVII, María Magdalena, María la de Cleofás, el apóstol y evangelista Juan y la Virgen de los Dolores lloraban sin consuelo a los pies de la cruz de Cristo, la sacrosanta cruz de madero rugoso, hiriente y retorcido en la que murió la vida para renacer como el brote de la semilla enterrada. La Dolorosa de Santa María, con su atavío hebreo, es una mujer de su tiempo que tiene traspasado su corazón por los mismos clavos y la misma lanza que traspasaron los pies, las manos y el costado de Cristo. No hay mayor dolor que el de una madre cuando ve sufrir a su hijo. No debe haberlo. Descendido ya de la cruz, muerto en esperanza, dormido, Cristo yace en el santo sepulcro también en Santa María; velan su sueño los apóstoles, rotos de dolor por la muerte del maestro y el amigo que les habló de una resurrección en la que no creerán hasta meter el dedo en sus llagas. Tomás somos todos, aunque fue a él a quien le tocó meter su dedo por todos nosotros. No hay esperanza sin fe y aquel dedo del “dídimo”, del “mellizo”, sobrenombres de Tomás, fue el que nos indicó a todos el camino a seguir en la encrucijada de la vida.

En Santiago, donde el gótico, el mudéjar y el plateresco se dan la mano en el viejo convento de las clarisas, Jesús atado a la columna y la Virgen de la Esperanza nos invitaban catequéticamente a conocer el doloroso e infamante camino que recorrió Cristo hasta llegar a la cruz. A la columna le ataron, a la cruz, lo clavaron. No pueden andar sueltas ni la libertad ni la justicia, máxime si estas golpean nuestras conciencias y nos abocan a caminos que no queremos transitar. Cristo atado a la columna nos ofrece a su madre como esperanza de la verdadera y eterna libertad. Y la sombra del Cristo de la Pasión -imagen de la foto que acompaña esta entrada-, hermosísima talla del maestro Higueras, se nos mostraba como ejemplo de lo que es transitar por la vida, siempre cargando cruces, pero para llegar al final de un camino en el que tendremos la oportunidad de mirar a los ojos a Dios y aguantarle la mirada hasta vernos reflejados en ella. El Cristo de la saeta de Machado, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar, es la opción difícil de la vida, pero es la mejor, aunque muchos no lo sepan y otros no lo quieran saber.  Como dice el “Reloj de la Pasión”, cantar popular alcarreño de Semana Santa, “¡El reloj se concluye, /sólo nos falta / que a sus golpes y avisos, / despierte el alma».

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