Archive for febrero, 2022

El mirlo lardero

Darío, mi nieto/sol que es más bonito que un San Luis, me llevó el último jueves de febrero a la Concordia, como tantos otros días. Yo creía que éramos los abuelos quienes llevábamos a los nietos a los parques, especialmente al parque de los parques de Guadalajara, pero no, al menos a mí, es él quien me lleva porque es quien pone el día, la hora y el minuto exacto para ir y yo solo pongo mi mano, con la que tomo la suya menuda, y una sonrisa de oreja a oreja. Darío, mi niño de naranja y de miel, nada más llegar al parque, que afortunadamente está muy cerca de casa, comenzó a buscar con la mirada al mirlo macho que frecuentemente anda a saltitos por los macizos ajardinados de la zona de la Concordia que antes daba a los últimos números de la calle del capitán Boixareu Rivera y ahora da a los primeros de María Pacheco. Al que fuera capitán del ejército “nacional” y cuñado de don Pedro Sanz Vázquez le ha sucedido en el callejero la esposa de otro capitán, el comunero toledano Juan de Padilla, cuya vinculación con nuestra ciudad y provincia le viene también dada por su estirpe mendocina pues, aunque nació en Granada, era hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, conocido como “el Gran Tendilla”. Parece que la milicia, por sí misma o por consortes, está abocada a dar nombre al entorno de la Concordia, lo que a algunos podría parecerles un irónico contrasentido. En todo caso, ha caído un militar del callejero y ha ascendido a él una noble, mujer de innegable coraje y valor que mantuvo encendida la llama comunera en Toledo durante más de un año, después de que el sol de las comunidades castellanas se pusiera en Villalar aquella fatídica tarde abrileña de 1521.

                Volvamos a Darío y su mirlo, que es a lo que iba y lo que de verdad me interesa e importa. Mi pequeño, por mucho que se esforzó ese jueves postrer de febrero en buscar entre las praderas de césped y los arbustos del parque a su pájaro ya amigo, gordito como un puño, de plumaje negro y pico naranja, no pudo dar con él. “No está el mirlo”, me decía, entre decepcionado y sorprendido. “¿Dónde ha ido?”, me preguntaba con la esperanza de que yo tuviera respuesta a tan simple pregunta. La verdad es que en un principio no la tenía, aunque pronto caí en la cuenta de que no es que el mirlo faltara a su cita visual de cada tarde con mi nieto, sino que ese día ni andaba ni revoloteaba un solo pájaro por allí. Efectivamente, tampoco las palomas zureaban, ni los gorriones piaban, las otras dos especies de aves que más abundan en el parque de la Concordia y en casi todas las zonas verdes de la ciudad. La respuesta que buscaba Darío pronto nos la dio un chavaluco joven que pasó junto a nosotros, justo cuando el pequeño me hacía otra pregunta: “¿Por qué hay tanta gente en la ´Cotordia´?”, como él la llama con su lengua de trapo. “Es que hoy dan chorizo gratis”, dijo el muchacho. Al oírlo, inmediatamente recordé que era Jueves Lardero y que ese día, en el parque por antonomasia de la ciudad, se iba a celebrar con una “chorizada” popular. La mayoría de los pájaros, ante el gentío reunido esa tarde al olor de los choricillos, sin duda habían optado por ir a sitios menos concurridos. Imagino que los vecinos parques de San Roque y Adoratrices estarían de bote en bote con aves piantes, unas protestando por tener nuevos vecinos y deber compartir alimento o rama con ellos, y otras bostezando a su modo porque ya se acercaba la hora de ir a los dormideros arbóreos en los que, en cada puesta de sol, se produce un ruidoso concierto de trinos en el que destaca el ensordecedor estruendo de los estorninos.

El mirlo “Piconaranja” entre las ramas de un aligustre en la Concordia.
Foto del abuelo de Darío.

                Los parques son una traslación del campo al corazón de la ciudad, el jardín común de los que no tenemos jardines particulares, pero son tan pequeños por muy grandes que sean que cuanto más los ocupamos los hombres, más desalojamos de ellos a sus residentes habituales, los pájaros, y sin duda también importunamos en mayor medida a sus auténticos dueños, árboles y resto de plantas. Como dijo la antóloga Terri Guillemets, “La naturaleza y el silencio van mejor juntas”. Un parque sin hombres es concebible, pero sin árboles y animales, especialmente aves, no. Es una reflexión que en absoluto pretende criticar el uso del parque para actividades populares, bien al contrario, si hay un lugar idóneo para convocarlas por ser un decorado y un salón natural, es el parque, siempre y cuando la cita no sea multitudinaria y respete el medio. La de Jueves Lardero, sin duda es perfectamente compatible, si el personal no se desmanda y toma los macizos ajardinados para hincarle el diente al chorizo como si estuvieran comiendo barquillos en la pradera de San Isidro el día de la verbena de la Paloma.

                La celebración del Jueves Lardero como el acto que da inicio al ciclo festivo de carnaval se incorporó por primera vez en 2000 al programa festivo de la capital.  Este jueves, también llamado “día de las tortillas” o “jovelardero”, como en forma sincopada se le conoce en Sacedón y otros lugares de la Alcarria, ha sido una cita tradicional de las vísperas de carnaval y del tiempo de cuaresma en las zonas rurales, pero nunca se había asumido en la ciudad, hasta hace poco más de una veintena de años, como un acto municipal. Antaño, muchos colegios, cuando las jornadas lectivas diarias eran dobles, las tardes de Jueves Lardero solían hacer excursiones con los escolares a parajes cercanos de la ciudad –Villaflores, Monte San Cristóbal, Huerta de la Limpia…- donde era costumbre merendar, sobre todo tortilla de patatas y productos de la matanza. En la mayor parte de los pueblos de la provincia, no solo los escolares, sino muchos grupos de familiares y amigos también celebraban de la misma manera esta festividad tradicional, haciendo excursiones y meriendas campestres. Recordemos que el adjetivo lardero es sinónimo de “graso” porque, precisamente, ese día venía a ser una especie de despedida de la alimentación cárnica -fundamentalmente productos de la reciente matanza- al entrarse ya unos días después en el ciclo de los ayunos y abstinencias de la cuaresma. Días de mucho, vísperas de poco.

                En Jueves Lardero, Darío, mi nieto/sol con nombre de poeta, no vio a su amigo el mirlo negro “Piconaranja”, como le hemos bautizado, pero aprendió que cuanto menos se molesta a los pájaros, más cerca están de los hombres.

La banca no volverá a región

Como es notorio, los bancos tienen cada vez menos oficinas abiertas al público y prestan menos servicios presenciales a sus clientes, además de cobrarles por casi todo, incluido el coste de los envíos postales, justificando esa tasa en la sostenibilidad que implica gastar menos papel, un hecho cierto, pero que no practican por convencimiento, sino de forma lucrativa. Por otra parte, o te sabes manejar en la operatividad de los cajeros automáticos y en la virtualidad de las bancas digitales o lo tienes crudo para gestionar cualquier asunto bancario. Quienes más dura tienen esta nueva realidad de no-servicios bancarios son las personas mayores pues sus generaciones están muy lejos de la era digital y sus capacidades de entendimiento y aprendizaje van lógicamente mermando con los años. No hablo de oídas pues yo mismo transito por esa región de la madurez en la que ya se adivina la senectud que, como todas las edades, tiene sus afanes, pero rodeados de árnica.

Me está conmoviendo la lucha de un jubilado que está practicando la rebeldía con causa contra estas prácticas, sin duda abusivas de la banca. Es una especie de James Dean que peina canas, las que jamás pudo peinar el mítico actor que murió demasiado joven en un accidente de tráfico tras haber participado en tres grandes producciones del Hollywood de los años 50: Al este del edén, Gigante y, precisamente, Rebelde sin causa. Carlos San Juan se llama nuestro James Dean en su cruzada contra la banca. San Juan está removiendo Roma con Santiago y yendo de la ceca -literalmente, pues ya saben que las cecas son las instalaciones donde se funde, fabrican y acuñan monedas- a la Meca con el fin de que los bancos atiendan mejor a sus clientes, sobre todo a los mayores. Dice que inició esta lucha cuando vio llorando a una persona muy mayor en la puerta de un banco y le preguntó el motivo de aquel desconsuelo. El anciano le contestó que no podía pagar un recibo porque en la caja del banco no le prestaban ese servicio y debía utilizar los servicios del cajero automático, algo que a él le parecía subir una montaña muy muy alta. El rebelde con causa que le ha cogido la matrícula a la banca ha conseguido con su campaña que ésta sea públicamente notoria, algo que ya en sí mismo es una victoria, pero también ha logrado que algunos bancos comiencen a ampliar el horario de sus servicios presenciales de caja, algo que posibilitará a los bancarios -que son los “mandaos”, no confundir con los que mandan, que son los banqueros- atender más tiempo y, espero que también mejor, a los clientes, especialmente a los regañados con la digitalidad que impera.

Este cibernético tiempo, como el viento por seguir con las analogías cinematográficas, se ha llevado muchas cosas por delante. En el ámbito bancario del que estamos hablando, se ha llevado numerosas oficinas y a miles y miles de empleados, aunque buena parte de éstos se hayan prejubilado en muy favorables condiciones. Antes no había calle, plaza o esquina de referencia en la ciudad que no tuviera una sucursal bancaria, ahora hay zonas en que encontrar una es tan difícil como dar con la última Coca-Cola en el desierto. La fusión de las cajas de ahorro y su conversión en bancos puros y duros, puede haber sido una decisión necesaria de tomar para estabilizar el sistema financiero, pero ha sido una muy mala noticia para los ciudadanos. Los bancos siempre tuvieron una vocación urbanita y de servicios limitados al cliente pues su evidente objetivo de rentabilidad económica para sus accionistas era -y es y seguirá siendo- prioritario y limita mucho sus prestaciones. Ese hecho aún era más evidente en las zonas rurales pues en ellas solo se localizaban sucursales de bancos en pueblos grandes y cabeceras de comarca, mientras que había oficinas de cajas de ahorro en poblaciones con poco más de 500 habitantes e, incluso, en algunos casos con menos. En la provincia de Guadalajara, la desaparecida Caja Provincial e IberCaja llegaron a concentrar el 70 por ciento de la cuota de mercado financiero, precisamente por su expansión en el territorio y su política de prestación de servicios de proximidad y atención personalizada al cliente. Los empleados de ambas cajas no solo esperaban a los clientes en las oficinas, sino que iban a sus propias casas a atenderles, creándose unos vínculos de confianza y hasta de amistad, ahora impensables. Como cantaba Presuntos Implicados, cómo hemos cambiado… Caja de Guadalajara desapareció subsumiéndose como una diminuta compañera de viaje, primero en Cajasol, después en Banca Cívica y, finalmente, en Caixabank, una marca tan poco pegada a la tierra que la conforman dos voces, una catalana y otra inglesa. Por su parte, IberCaja, pese a ser ahora un banco, se ha mantenido dignamente en solitario y ha conservado la marca, pero es evidente que ha perdido cuota de mercado, ha reducido drásticamente oficinas y servicios y se le ha puesto cara de lo que es, un banco más, si bien hay que anotar en su favor que, al menos en la capital, mantiene una plausible continuidad su obra social, aunque poco tenga que ver con la que llegó a tener. En este mismo sentido, la obra social de Caixabank en la provincia ni siquiera tiene una sede física de referencia, como sí la tiene Ibercaja en su edificio de las calles Fleming y Capitán Arenas, si bien periódicamente trae buenas exposiciones itinerantes promovidas por su fundación, además de apoyar algunos proyectos locales, pero igualmente muy lejos de la enorme labor que llegó a tener y hacer la OBS de la Caja Provincial. Por cierto, aprovecho la ocasión para volver a recordar que cuando Caja de Guadalajara se integró en Cajasol -mejor sería decir, desintegró-, el Patronato de la Fundación Cajasol aprobó en 2010 en asamblea la creación de la Fundación Privada Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, pero lo cierto es que esta fundación no llegó jamás a inscribirse en el registro, por lo que en la práctica nunca existió. Eso sí, el patrimonio artístico de la OBS de la antigua Caja de Guadalajara se alberga y aburre en unos almacenes de Sevilla y, mucho me temo, que buena parte de él terminará en subastas y almonedas.

Termino ya comentando que, precisamente, a finales del próximo mes de marzo, se iniciará un curso en la sede de la Fundación Ibercaja en Guadalajara que tiene muy buena pinta, al menos para los curiosos, los nostálgicos y los guadalajareñistas como yo. Se titula: ¿Dónde estabas en los años 40… y 50 en Guadalajara?. Se trata del inicio de una serie que más adelante también abarcará las décadas de los años 60, 70, 80 y 90 del siglo XX. Como el propio título ya apunta, el curso pretende recuperar la memoria de la ciudad en aquellos años, algo que a mí me parece interesante y hasta necesario pues las ciudades que crecen tanto de aluvión como ha crecido Guadalajara suelen tener cataratas en los ojos de la memoria. Evoca que algo queda. Si hay una novela evocadora, además de rupturista en fondo y forma, esa es “Volverás a región”, de Juan Benet. Lamentablemente, la banca marchó de región y jamás volverá a ella.

La banca no volverá a región

Como es notorio, los bancos tienen cada vez menos oficinas abiertas al público y prestan menos servicios presenciales a sus clientes, además de cobrarles por casi todo, incluido el coste de los envíos postales, justificando esa tasa en la sostenibilidad que implica gastar menos papel, un hecho cierto, pero que no practican por convencimiento, sino de forma lucrativa. Por otra parte, o te sabes manejar en la operatividad de los cajeros automáticos y en la virtualidad de las bancas digitales o lo tienes crudo para gestionar cualquier asunto bancario. Quienes más dura tienen esta nueva realidad de no-servicios bancarios son las personas mayores pues sus generaciones están muy lejos de la era digital y sus capacidades de entendimiento y aprendizaje van lógicamente mermando con los años. No hablo de oídas pues yo mismo transito por esa región de la madurez en la que ya se adivina la senectud que, como todas las edades, tiene sus afanes, pero rodeados de árnica.

Me está conmoviendo la lucha de un jubilado que está practicando la rebeldía con causa contra estas prácticas, sin duda abusivas de la banca. Es una especie de James Dean que peina canas, las que jamás pudo peinar el mítico actor que murió demasiado joven en un accidente de tráfico tras haber participado en tres grandes producciones del Hollywood de los años 50: Al este del edén, Gigante y, precisamente, Rebelde sin causa. Carlos San Juan se llama nuestro James Dean en su cruzada contra la banca. San Juan está removiendo Roma con Santiago y yendo de la ceca -literalmente, pues ya saben que las cecas son las instalaciones donde se funde, fabrican y acuñan monedas- a la Meca con el fin de que los bancos atiendan mejor a sus clientes, sobre todo a los mayores. Dice que inició esta lucha cuando vio llorando a una persona muy mayor en la puerta de un banco y le preguntó el motivo de aquel desconsuelo. El anciano le contestó que no podía pagar un recibo porque en la caja del banco no le prestaban ese servicio y debía utilizar los servicios del cajero automático, algo que a él le parecía subir una montaña muy muy alta. El rebelde con causa que le ha cogido la matrícula a la banca ha conseguido con su campaña que ésta sea públicamente notoria, algo que ya en sí mismo es una victoria, pero también ha logrado que algunos bancos comiencen a ampliar el horario de sus servicios presenciales de caja, algo que posibilitará a los bancarios -que son los “mandaos”, no confundir con los que mandan, que son los banqueros- atender más tiempo y, espero que también mejor, a los clientes, especialmente a los regañados con la digitalidad que impera.

Este cibernético tiempo, como el viento por seguir con las analogías cinematográficas, se ha llevado muchas cosas por delante. En el ámbito bancario del que estamos hablando, se ha llevado numerosas oficinas y a miles y miles de empleados, aunque buena parte de éstos se hayan prejubilado en muy favorables condiciones. Antes no había calle, plaza o esquina de referencia en la ciudad que no tuviera una sucursal bancaria, ahora hay zonas en que encontrar una es tan difícil como dar con la última Coca-Cola en el desierto. La fusión de las cajas de ahorro y su conversión en bancos puros y duros, puede haber sido una decisión necesaria de tomar para estabilizar el sistema financiero, pero ha sido una muy mala noticia para los ciudadanos. Los bancos siempre tuvieron una vocación urbanita y de servicios limitados al cliente pues su evidente objetivo de rentabilidad económica para sus accionistas era -y es y seguirá siendo- prioritario y limita mucho sus prestaciones. Ese hecho aún era más evidente en las zonas rurales pues en ellas solo se localizaban sucursales de bancos en pueblos grandes y cabeceras de comarca, mientras que había oficinas de cajas de ahorro en poblaciones con poco más de 500 habitantes e, incluso, en algunos casos con menos. En la provincia de Guadalajara, la desaparecida Caja Provincial e IberCaja llegaron a concentrar el 70 por ciento de la cuota de mercado financiero, precisamente por su expansión en el territorio y su política de prestación de servicios de proximidad y atención personalizada al cliente. Los empleados de ambas cajas no solo esperaban a los clientes en las oficinas, sino que iban a sus propias casas a atenderles, creándose unos vínculos de confianza y hasta de amistad, ahora impensables. Como cantaba Presuntos Implicados, cómo hemos cambiado… Caja de Guadalajara desapareció subsumiéndose como una diminuta compañera de viaje, primero en Cajasol, después en Banca Cívica y, finalmente, en Caixabank, una marca tan poco pegada a la tierra que la conforman dos voces, una catalana y otra inglesa. Por su parte, IberCaja, pese a ser ahora un banco, se ha mantenido dignamente en solitario y ha conservado la marca, pero es evidente que ha perdido cuota de mercado, ha reducido drásticamente oficinas y servicios y se le ha puesto cara de lo que es, un banco más, si bien hay que anotar en su favor que, al menos en la capital, mantiene una plausible continuidad su obra social, aunque poco tenga que ver con la que llegó a tener. En este mismo sentido, la obra social de Caixabank en la provincia ni siquiera tiene una sede física de referencia, como sí la tiene Ibercaja en su edificio de las calles Fleming y Capitán Arenas, si bien periódicamente trae buenas exposiciones itinerantes promovidas por su fundación, además de apoyar algunos proyectos locales, pero igualmente muy lejos de la enorme labor que llegó a tener y hacer la OBS de la Caja Provincial. Por cierto, aprovecho la ocasión para volver a recordar que cuando Caja de Guadalajara se integró en Cajasol -mejor sería decir, desintegró-, el Patronato de la Fundación Cajasol aprobó en 2010 en asamblea la creación de la Fundación Privada Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, pero lo cierto es que esta fundación no llegó jamás a inscribirse en el registro, por lo que en la práctica nunca existió. Eso sí, el patrimonio artístico de la OBS de la antigua Caja de Guadalajara se alberga y aburre en unos almacenes de Sevilla y, mucho me temo, que buena parte de él terminará en subastas y almonedas.

Termino ya comentando que, precisamente, a finales del próximo mes de marzo, se iniciará un curso en la sede de la Fundación Ibercaja en Guadalajara que tiene muy buena pinta, al menos para los curiosos, los nostálgicos y los guadalajareñistas como yo. Se titula: ¿Dónde estabas en los años 40… y 50 en Guadalajara?. Se trata del inicio de una serie que más adelante también abarcará las décadas de los años 60, 70, 80 y 90 del siglo XX. Como el propio título ya apunta, el curso pretende recuperar la memoria de la ciudad en aquellos años, algo que a mí me parece interesante y hasta necesario pues las ciudades que crecen tanto de aluvión como ha crecido Guadalajara suelen tener cataratas en los ojos de la memoria. Evoca que algo queda. Si hay una novela evocadora, además de rupturista en fondo y forma, esa es “Volverás a región”, de Juan Benet. Lamentablemente, la banca marchó de región y jamás volverá a ella.

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