Archive for marzo, 2022

Siguen cayendo bombas en el alcázar

Las obras que se han venido acometiendo en el alcázar medieval de Guadalajara desde hace un año parece que han llegado o están llegando a su conclusión, a juzgar por la retirada de grúa, andamios, maquinaria y materiales que está llevando a cabo en los últimos días la empresa adjudicataria. Se ha invertido en esta actuación 1,2 millones de euros -200 millones de las antiguas pesetas para quienes aún nos acordamos de ellas- y fundamentalmente ha consistido en construir unos grandes muros y rampas de hormigón para hacer un nuevo acceso desde la calle Madrid al parque lineal del Barranco del Alamín. Poco tiene que ver esta actuación, obviamente más urbanística que restauradora, con el alcázar, si bien el proyecto se ha justificado por parte del ayuntamiento en que las toneladas de hormigón que se han utilizado para construir esta gran pasarela van a servir también para recalzar el edificio de data medieval pues estaba en un grave riesgo de colapso y podía acabar desmoronándose hacia la lámina de agua del parque, jorobando su hábitat a los patos que por allí nadan a sus anchas. Aunque luego desarrollaré y procuraré justificar más mi visión crítica de este “hormigoneo” intensivo al que se ha sometido a nuestro monumento más antiguo, que data del siglo IX y es coetáneo del puente árabe, desde el principio he de dejar claro que creo que se podían haber hecho otras y mejores obras en este tan emblemático e histórico edificio que, por estar en ruina evidente, se merece actuaciones más finas y medidas que la gruesa e impactante en él acometida. Han matado moscas a cañonazos, me decía ayer un viejo compañero de colegio a quien me encontré caminando a primera hora por el parque. Puede que ese sea el mejor resumen de lo que se ha hecho en el alcázar: Siguen cayendo bombas sobre él, como las de las dos Españas en la Guerra Civil que terminaron por dejarlo en ruinas en 1936.

Hace un año, en este mismo blog, escribí un post que titulé “La primavera del alcázar” –lo pueden volver a leer en este enlace. A él me remito para documentar brevemente la historia del edificio y la polémica que ya envolvió los previos del inicio de estas obras que han terminado o están a punto de hacerlo, porque una plataforma cívica, denominada “Colectivo Alcázar”, cuestionó su idoneidad, necesidad y oportunidad. No eran, precisamente, unos indocumentados quienes conformaban este grupo, bien al contrario. El colectivo vino a advertir, en resumen, que los muros y rampas de hormigón que se iban a construir impactarían gravemente en el edificio más que reforzarlo, correspondían a una actuación externa al alcázar y de idoneidad y necesidad cuestionables según se había planteado y el proyecto no actuaba arqueológicamente en él, lo que sí consideraban necesario, incluso prioritario. El equipo de gobierno municipal, a través del primer teniente de alcalde y delegado de obras, el portavoz de Ciudadanos, Rafael Pérez Borda, no compartió la posición del colectivo, puso en cuestión sus tiempos e incluso las razones que habían motivado su aparición pública, y apostó por el proyecto según estaba planteado, aduciendo incluso la urgencia de acometerlo para no perder el 75 por ciento de la inversión por una subvención estatal con fondos europeos. Prisas para el alcázar después de siglos de destrucción, décadas de olvido y años de dejación. Recordemos que, aunque hoy solo sea una ruina que incluso muchos guadalajareños desconocen o solo conocen de oídas, es uno de los pocos y más importantes alcázares reales que se conservan en España, ha alojado reyes y cortes castellanas, y en sus muros duerme perezosa la historia de una ciudad que muchos creen que ni siquiera tiene y que nació con los polígonos de descongestión de Madrid, hace cuatro días como quien dice.

No soy arquitecto, tampoco historiador, pero sí creo tener una sensibilidad y un compromiso patrimonialistas que he procurado aflorar en cuantas responsabilidades y oportunidades he tenido hasta ahora en la vida. Por esa sensibilidad y preocupación, imagino que esta cuestionable actuación acometida en el alcázar se ha pretendido justificar en lo contenido en La “Carta Internacional sobre la conservación y restauración de monumentos y sitios” -la conocida como “Carta de Venecia”, datada en 1964-, que en su artículo 10 determina que “Cuando las técnicas tradicionales se muestran inadecuadas, la consolidación de un monumento puede ser asegurada valiéndose de todas las técnicas modernas de conservación (…)”. Pero esa misma carta, en su artículo 13, dispone que “Los añadidos no deben ser tolerados en tanto que no respeten todas las partes interesantes del edificio, su trazado tradicional, el equilibrio de su composición y sus relaciones con el medio ambiente”. En esa dicotomía de la carta de Venecia, tengo la impresión de que, con este proyecto “brutalista” -por el uso y abuso del hormigón- acometido en el alcázar de Guadalajara, algunos han subrayado el artículo 10 de la citada carta, pero han pasado por alto el 13. Como canta Joaquín Sabina, “no quiero París con aguacero, ni Venecia sin ti”.

Si aún no conocen lo que se ha hecho en el alcázar, vayan a verlo. El parque lineal del Barranco del Alamín siempre es una óptima opción para pasear y poder llegar hasta este histórico monumento ya que es en su fachada noreste, la que da a este parque, donde se ha acometido toda la obra. Juzguen por ustedes mismos. Yo ya lo he hecho y, como decía al principio, no me gusta el resultado. Hay casi más hormigón del XXI que restos de las sucesivas fases constructivas del edificio, el muro construido es un gigantesco árbol inerte que impide ver parte del bosque de piedras seculares, no se ha actuado sobre la fachada y hay zonas de ella que lo piden a gritos y, en realidad, ni se ha investigado más a nivel arqueológico ni se ha restaurado nada. Pura y más que cuestionable consolidación de la ruina. Obra de trazo grueso y no fino, de nulo historicismo y funcionalidad cuestionable y que para muchos ya es “el muro de las lamentaciones” porque no pocos se van a lamentar cuando lo vean. Incluso otros dicen que no tardando será un “grafitódromo”, o sea, un paraíso para los grafiteros una vez que ya no les queda un milímetro cuadrado que pintar en los muros del vecino auditorio que jamás lo ha sido. Guadalajara sigue reñida con su patrimonio.

Del precio de dogmas y glorias

Solo el hombre es capaz de tropezar, no una, sino incontables veces en la misma piedra. Ningún animal, supuestamente irracional, tropieza dos veces en el mismo canto. A los animales teóricamente sin raciocinio, el instinto de supervivencia les hace estar ojo avizor cuando se les avienen peligros previamente ya conocidos. El hombre, como especie en conjunto y uno a uno tomado, como decía José Agustín Goytisolo, además de no ser nada, no ser nadie, siempre tropieza en la misma piedra, en la peor de las piedras: la guerra que elimina, resta y divide, la guerra que no suma ni multiplica, la guerra que hiere y mata y en la que doblan por todos las campanas, como escribió Hemingway en nuestra Guerra Civil. La quijada de asno con la que Caín mató a su hermano Abel, ahora es un misil termobárico, o una bomba de racimo o, incluso, una con cabeza nuclear, jugando ya en el borde del precipicio a rememorar Hiroshimasy Nagashakis como si aquellas sombras de destrucción y muerte total fueran malos sueños y no pésimos recuerdos. No hemos aprendido nada. No queremos aprender nada. Cuanto más tenemos, más deseamos. Cuanto más sabemos, más ignoramos. Al mundo supuestamente más civilizado le ha estallado la guerra en sus mismas puertas. El toro blanco que sedujo a Europa y la trajo a su grupa y a nado a esta orilla del Mediterráneo desde las tierras fenicias es ahora un oso hostil con “ushanka” y al que le apesta el aliento a vodka. Y no se conforma con raptarla, quiere violarla primero y masacrarla después. Goliat ha maniatado a David. Si Europa era la tierra extrema del oeste en la historia antigua, ahora ha empezado a morir por el este. Se está poniendo el sol por donde debía amanecer. Allá por la tierra de Rus, como bautizaron los vikingos a la actual Ucrania, siempre espacio de frontera, la guerra ha secuestrado a la paz. Allí nació Rusia y ahora Rusia quiere acabar con ella en el más grave y cruento de los matricidios. El mar Negro es ya infinitamente más bruno porque la locura se ha propuesto bajar hasta el más profundo de sus abismos, donde solo reinan la oscuridad y peces ciegos monstruosos, como en la mente enferma de ese extemporáneo y apócrifo zar moscovita que está jugando peligrosamente a la guerra porque nunca supo jugar a otra cosa y es probable que jamás fuera niño. Y si lo fue, nunca tuvo con quien jugar o jamás quiso jugar con nadie. Putin tiene ojos de loco y rostro anodino. Las campanas de la muerte las suele tañer la vulgaridad porque no hay nada de brillante en ella. La parca es negra y oscura, sin brillo, no es precisamente azabache. La gran Rusia, la que alumbró enormes escritores como Tolstoi, Chéjov o Dostoyevski, la que parió genios de la música como Chaikovski, Shostakóvich o Stravinski, o la que dio al mundo científicos de la talla de Mendeleev, Popov o Sofia Kovalevskaya, la primera mujer en ocupar el cargo de profesora universitaria en Europa, lleva tiempo empequeñeciéndose con este Putin que recuerda demasiado a dirigentes soviéticos de cuyo nombre casi todos nos acordamos. Este hombre oscuro quiere dachas para él y su nomenklatura pero a la mayoría silenciosa la condena a soluciones habitacionales y a la minoría que protesta al gulag. Solzhenitsyn y su archipiélago no han muerto. En Siberia hace demasiado calor para esta pseudodemocracia rusa que ha aprendido lo peor del capitalismo y añora el comunismo cañí. El botón de la invasión de Ucrania lo ha apretado un imperialista acomplejado, pero con una letal maquinaria bélica en su poder. La guerra debería ser un nombre masculino porque si alguien sufre en un conflicto bélico son las madres. No hay nada más duro que ver a una madre enterrar a un hijo. Lo sé bien porque he acompañado dos veces a mi madre a enterrar hijos. Mis queridos hermanos, queridos, como dijo San Pablo en su carta a los Filipenses. Las lágrimas de las madres ucranianas o rusas, son igual de amargas y saladas y maldigo una y mil veces a quien las está provocando. Y un millón por herirles, primero, y matarles después la infancia a los niños. No hay nada más cruel que despojarle de la infancia a un niño. La invasión de Ucrania está provocando que ya no haya niños allí porque ser pequeño no es lo mismo que ser niño; no hay, no puede haber niños donde solo hay miedo, muerte y destrucción y los únicos que juegan son los mayores a ese peligrosísimo juego que es la guerra. Hoy quería hablar de poesía en el entorno de la celebración del Día Mundial de la Poesía, que se celebra el 20 de marzo, pero no hay nada más antipoético que la guerra, aunque algunos de los mejores versos que se han escrito estén hechos con espada en vez de pluma y pólvora en lugar de tinta. Es el caso de estos seis tomados del poema titulado “El hereje”, obra de Taras Shevchenko, literato de la primera mitad del siglo XIX, considerado el más grande de los poetas ucranianos:

(…) Sus dogmas nos imponen… Sangre,

Incendios, guerras y discordias,

¡Cuántos martirios infernales!…

¡Y ríe Roma en su relajo!

Decidme, ¿sus dogmas qué valen?

¿Qué vale su gloria?… (…)

                En el nombre del mundo, paz.

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