Archive for diciembre, 2023

El barrio de los toreros

Que Guadalajara no se gusta a sí misma es una frase genial de las muchas que debemos a Javier Borobia, perito en guadalajaras como no ha habido nadie y es improbable que lo haya en el futuro, al menos de su talla humana. Gustarse uno a sí mismo en exceso tiene muchos riesgos, como queda evidenciado en el mito de Narciso, pero gustarse poco, como le pasa a Guadalajara consigo misma, es aún más arriesgado porque a lo que no quieres, aunque sea a ti mismo, lo desprecias y haces muy poco por conservarlo; incluso pones de tu parte para derribarlo. Así, con ese proverbial y lacerante autodesprecio, Guadalajara ha permitido en unos casos y hasta aplaudido en otros que buena parte de su patrimonio material haya desaparecido a manos de piquetas —también de la especulación—, cuando no, directamente, de destructivas máquinas de derribo que son capaces de arrasar siglos en poco más de media mañana. Esta que hoy parece una ciudad inacabada o, peor aún, que en bastantes de sus muchas heridas urbanas del casco histórico no se sabe bien si se está construyendo o demoliendo, también ha dejado caer por pasiva, o derribado adrede, una significativa parte de su patrimonio inmaterial. Aquí compramos muy caro lo que nos venden de fuera y vendemos muy barato lo propio. La raíz de ese mal también está en que Guadalajara no solo no se gusta a sí misma por su aspecto, sino también por su alma y se la vende al diablo con tal facilidad que Mefistófeles tiene puesto fijo en el mercado de los martes. Al de los sábados ni siquiera se molesta en venir.
Esta reflexión, nacida cuando los pastores están de vuelta en el camino que viene de Belén, no es producto de la resaca del cava o el champán, ni de la hiperglucemia que suele devenir tras el hartazgo de turrones y alfajores, es consecuencia de una reflexión en positivo, aunque pueda parecer lo contrario, pues con ella quiero rendir homenaje a la Ronda del Alamín, lo mejor y más autóctono, genuino y singular que le queda a la Navidad tradicional de Guadalajara. Cuanto menos se gusta Guadalajara, cuanto más se desprecia a sí misma, cuanto más barata vende su alma y compra cara las de otras geografías e historias, cuanto más de su tradición se ha dejado en la gatera del tiempo, más brilla y me gusta la Ronda del Alamín, que es la más antigua y mejor cara del folclore arriacense de este tiempo. Nada ha podido hasta ahora con ella, ni siquiera ir perdiendo algunos de sus más significados miembros —como es el caso últimamente de Mariano García o Ángel Calvo, entre otros— porque la vida no perdona ni siquiera a quienes parecen insustituibles. El “castil de judíos”, que es el topónimo histórico del paraje de nuestro actual cementerio y que data de mediados del XIX, está lleno de imprescindibles. Precisamente en ese saber enterrar imprescindibles, no solo los ya citados, sino muchos otros que les precedieron, y querer y saber sobreponerse a ello, radica la fortaleza inmaterial y la continuidad material de la Ronda del Alamín, todo un ejemplo de resiliencia, ahora que está tan de moda esta palabra.

El Torreón del Alamín y la torre de Santa María vistos desde el histórico y popular Lavadero del barrio, restaurado hace unos años.


El Alamín, pese a la evidente evolución y transformación física que ha vivido en las últimas cuatro décadas, es el barrio con más personalidad que le queda a aquella Guadalajara medieval en la que convivían judíos, moros y cristianos en tres espacios físicos distintos, pero conurbados. Los cristianos en el eje vertical de la calle Mayor, los judíos en el horizontal de la calle Museo y aledaños, y los árabes, mejor mudéjares, en el entorno de Santa María, con el Barranco del Alamín separando Budierca de la Alaminilla. El propio nombre de Alamín ya nos evoca a la España andalusí y su toponimia, según el diccionario de la RAE, tiene tres acepciones: “juez de riegos”, “oficial que antiguamente contrastaba las pesas y medidas y tasaba los víveres” y “alarife diputado antiguamente para reconocer obras de arquitectura”. Los alarifes eran los arquitectos o maestros de obras en la cultura musulmana y diputado es sinónimo de enviado o mandatado. Revisando estos tres significados de la voz Alamín, he pensado que en la segunda pueda estar la clave del nombre de este barrio arriácense pues el Puente de Infantas y el Torreón alaminero formaban parte destacada de la muralla medieval de la ciudad y sin duda fueron aduana y control de paso y pesos de mercancías, tanto de entrada como de salida de la ciudad. Por cierto que de nuestra histórica muralla apenas quedan algunos trozos de paños aislados: el ya citado Torreón del Alamín, un arco de la antigua y compleja —por su disposición pentagonal y laberíntica— puerta de Bejanque, un mínimo resto de la antigua puerta de Mercado subsumido en la cimentación del edificio que se construyó al inicio de la calle Mayor sobre el antiguo solar que ocupó el popular comercio llamado “El Buen Gusto” y el Torreón de Alvarfáñez, también llamada Puerta de Feria, cuya fábrica es tres siglos posterior al tiempo del amigo del Cid a quien la leyenda atribuye la reconquista de la ciudad. Y digo leyenda y digo bien, como también que fue conquista porque la fundaron musulmanes y más bien por pacto político de ocupación que por épica lucha. Para una vez que ternemos una bonita historia que contar, resulta que es leyenda… Con lo que acabo de decir, no quiero contribuir a un solo derribo más, solo a poner las cosas en su sitio porque las leyendas históricas son las formas con que los hombres han querido explicar y contar su pasado, cuando no lo han recordado bien o cuando han querido engrandecerlo. Y la leyenda de Alvarfáñez y de Guadalajara está escrita en el Poema de Mio Cid, en la conocida como algarada del Henares. O sea que estamos unidos a este personaje histórico que hasta da nombre a uno de nuestros torreones, más por la literatura que por la historia. Bendita literatura. Bendita historia.
Termino ya volviendo a revindicar y a aplaudir a la Ronda del Alamín como el santo y la seña, el corazón, el alma y la voz de la Navidad de Guadalajara. El Alamín, como dice una de sus más conocidas coplas de ronda, es el barrio de los toreros y han ido relevándose primeros espadas y banderilleros sin solución de continuidad, manteniendo una tradición de barrio que ha trascendido y ha asumido como propia el conjunto de la ciudad. De lo particular, se han proyectado a lo universal que también diría, inspirándose en Ortega, mi amigo y hermano del alma Javier Borobia. ¡Larga vida a nuestro “Torito” y a nuestros toreros! ¡Viva la Guadalajara más viva, viva la Ronda del Alamín!

Fortísimo

En mi anterior entrada ya anunciaba que no tardaría en abordar el chusco (y chungo y chingado, añado hoy) asunto de la Junta de Comunidades y sus reiterados incumplimientos con el Fuerte (de San Francisco, de Guadalajara) y con la propia ciudad porque es muy fuerte, fortísimo diría yo. Pasado el largo puente de la “Inmaculada Constitución” —un sincretismo religioso y civil que solo es mera retórica porque la política actual ha llevado a la Carta Magna al pie del monte de piedad— y antes de imbuirnos en las navidades que todo lo invaden y casi todo lo opacan, incluso su sentido más profundo, no quiero dejar pasar un día más sin denunciar por enésima vez los desafueros de la Junta con este histórico recinto de la capital. Un conjunto monumental hoy semiarruinado que, como la conocida obra de Stendhal, ha vestido su larga historia entre el rojo de la casaca militar y el negro de la sotana, aunque más bien deberíamos hablar del amarronado hábito franciscano en este caso.

El último incumplimiento del gobierno regional con el Fuerte —y con Guadalajara— y que ha retrotraído a la actualidad este asunto es el anuncio de que, pese a lo públicamente comprometido en 2021 y al dinero y el tiempo invertidos en el proyecto, finalmente no se va a construir allí la sede central de la red de Bibliotecas Municipales, prevista para el antiguo y singular Taller de Forja, una joya arquitectónica de la primera tecnología industrial. Tampoco se van a habilitar en otras naves del antiguo TYCE las Escuelas Municipales que hace ya casi tres años también se anunciaron. La Junta de Page ha decidido, unilateralmente, sin contar con el ayuntamiento, que esos dos proyectos pactados entre ambas instituciones cuando las gobernaba el PSOE ya no se van a llevar a cabo porque ha dispuesto, también unilateralmente, que en el Fuerte se va a construir una “Ciudad del Cine”, aprovechando los fondos Next Generation europeos. El ayuntamiento de Guadalajara, gobernado ahora por el pacto PP+Vox, se enteró por la prensa de este cambio radical de planes que es un trágala en toda regla y, casi tres meses después de ello, solo ha recibido seis folios de la Junta en los que se explica el “proyecto” de la “Cinecittá” alcarreña. He entrecomillado lo de proyecto porque un documento de media docena de folios no pasa de resumen, de sinopsis, de recensión, de idea de tormenta aún con legañas y poco más. Aunque albergo muchas dudas, puede que sea una buena opción lo de la Ciudad del Cine en el Fuerte, pero para ello se tendrá que explicar con detalle y luces largas qué se pretende hacer, cuánto va a costar construirla y mantenerla, cómo se va a gestionar y qué ingresos va a reportar a la ciudad, con un plan de negocio serio, no unos pocos folios y seguramente escritos o sugeridos por algún interesado de parte u ocurrente con despacho oficial. O no. Recordemos que, al menos de momento, las muchas películas y series que allí se han rodado últimamente apenas han dejado unos centenares de euros en Guadalajara porque los actores y demás personal de rodaje van y vienen a Madrid en el día —y así se evitan las productoras gastos de alojamiento—, los cáterin también vienen de Madrid y aquí lo único que pagan son los 616,86 euros diarios de la ordenanza fiscal reguladora de la tasa de rodajes cinematográficos, si es que la pagan. Otra cuestión importante a tener muy en cuenta es que, si se construye esa “Ciudad del Cine”, el Fuerte dejaría de ser un complejo cultural al servicio de la ciudad para pasar a ser un lugar de uso privativo de las productoras de cine. Y desde un punto de vista histórico, los inmuebles, especialmente el taller de forja y resto de naves del antiguo TYCE y el claustro del primitivo convento franciscano, dejarían de restaurarse, poner en valor y reutilizarse para pasar a ser meros decorados de cartón piedra y quita y pon. Un parque temático, en suma, para un cogollo histórico que arranca en el siglo XIII. Y, la ciudad, a vivir otra vez de espaldas al Fuerte, como lo hizo cuando vestía de rojo y negro.

Iglesia y parte del antiguo convento franciscano del Fuerte. Foto Nacho Abascal

Pero el chusco, chungo y chingado asunto del Fuerte no radica únicamente en la unilateralidad, despotismo y menosprecio con los que la Junta está tratando al ayuntamiento —y a la ciudad en su conjunto— con esta última ocurrencia —hasta que no se haga público un proyecto serio, no cambiaré este término— de la “Ciudad del Cine”, lo verdaderamente indignante es el rosario de afrentas e incumplimientos que la administración regional acumula con este histórico cantón desde que a finales del siglo XX cesó en su uso militar y la propiedad revertió al ayuntamiento. La Junta, en 2004, decidió aplicar en el Fuerte un Proyecto de Singular Interés (PSI), el primero en toda la región tras aprobarse la Ley de Organización del Territorio y la Actividad Urbanística de CLM (LOTAU), que parecía sonar bien: Subasto el suelo para construir viviendas de protección pública —por cierto, 300 menos que las que tenía en su propio proyecto el ayuntamiento— y el beneficio que obtengo del aprovechamiento urbanístico lo invierto en restaurar los edificios históricos y los pongo después a disposición de la ciudad. Lo dicho, aquello parecía sonar bien, aunque ya partía del “trágala” que en el fondo comporta un PSI porque da competencia a la administración regional en un asunto y una propiedad municipales. La primera parte se cumplió: Se subastó el suelo, se comenzaron a construir las viviendas y la Junta se llevó calentito a Toledo el dinero de su “pelotazo” en Guadalajara… pero los edificios históricos, veinte años después, siguen estando ahí, aún peor que entonces porque el paso del tiempo los ha deteriorado sin que el gobierno regional los mantuviera mínimamente, como era su obligación según sentencia de hace apenas unos meses. Incluso el ayuntamiento, siendo alcalde Román, cansado de incumplimientos de la Junta, la llevó a juicio para que por fin invirtiera en los inmuebles históricos los recursos obtenidos por la venta de las parcelas del Fuerte. Los distintos tribunales competentes, y en firme el Supremo, han venido sentenciando desde 2015 que la administración regional debía invertir 20 millones de euros, unas sentencias manifiesta y reiteradamente incumplidas y que iban a comenzar a cumplirse, tímida y tardíamente, con la Biblioteca Municipal y las Escuelas Municipales que, ahora, Page ha negado a Guadalajara, más causal que casualmente cuando la ciudad no la gobierna el PSOE. Entre desacatos a la justicia y sectarismo desde el ejecutivo, lo que la Junta le está haciendo a Guadalajara con el Fuerte, no es fuerte, es fortísimo.   

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