Archive for junio, 2014

Crónica festiva de la reconquista de Guadalajara (I)

 

Tentativas de reconquista

             Wadi-l-hiyara o Madinat al Faradj, que así de raro llamaban a Guadalajara los árabes, estuvo bajo dominio musulmán más de 370 años. Durante todo este tiempo, muchos fueron los intentos de los monarcas cristianos por reconquistar a los infieles sarracenos nuestra capital, seguramente conscientes del importante papel que, siglos después, jugaría en el Renacimiento español, bajo el poder y el mecenazgo de los Mendoza.

El primer intento serio de reconquista de Guadalajara lo protagonizó Ordoño I, en los albores del siglo IX, con una incursión de sus tropas hasta Salamanca, algara rechazada con prontitud por el emir Muhammad I, que asestó un fuerte directo en el mentón de Ordoño, similar al que, posteriormente, un descendiente suyo, Muhammad Alí, así llamado tras Malcolm X, antes Cassius Clay, le propinó en el rostro a Joe Frazier cuando ambos pugnaron por el Campeonato del Mundo de Boxeo, en la categoría de los Pesos Pesados. Coincidiendo con la campaña de Ordoño I por las proximidades de Guadalajara, gobernaba entonces nuestra ciudad un tal Faradj, descendiente de los bereberes y que, según los historiadores, fue un célebre personaje que se enseñoreó de estas tierras, a las que dio su nombre, y que por aquellos tiempos eran capital de la Marca Media de Al Andalus.

Sería un monarca aficionado al buen coñac, Alfonso III “El Magno”, quien protagonizaría la segunda tentativa de reconquista de las tierras guadalajareñas, ya finalizado el siglo IX, aunque tan sólo pudo conquistar Atienza, entregándosele sin resistencia alguna, si bien pronto retornaría a manos musulmanas.

    Ordoño II, en el primer cuarto del siglo X, llegó a conquistar con sus tropas enclaves árabes en suelo alcarreño, como Pálmaces, Castejón y Cendejas, después de derrotar en San Esteban de Gormaz a Abd al-Rahmán III, primer soberano español de la dinastía hispano-musulmana que tomó el nombre de “Califa”. Poco le duraría al guerrero Ordoño II la alegría de la victoria ya que, meses después, en Valdejunquera y a domicilio, el Califa musulmán derrotó sin paliativos al rey cristiano, volviendo a poner las cosas en su sitio.

Abd al-Rahmán III, “in illo tempore”, o sea, en aquel tiempo, nombró Visir a S`aid B al Mundir al-Qurasi, entonces Gobernador de Guadalajara, al que sus súbditos musulmanes conocían popularmente como “Said” y los mozárabes como “Pepe”, dado lo prolijo del pronunciamiento de su nombre, desconociéndose si eran de su agrado tan familiares apelativos.

Desde las campañas de Ordoño II por las vegas del Henares y el Badiel, escasas fueron las tentativas de reconquista de la capital y su entorno, remontándose ya a 1078 cuando Fernando I “El Grande” -así llamado por ser ascendiente del pívot de baloncesto, Fernando Romay, como por su “gran” interés en reconquistar Guadalajara- llegó a tomar la ciudad y su territorio, al tiempo que sitió Alcalá de Henares. Súplicas y ventajosos ofrecimientos del rey taifa de Toledo le hicieron abandonar el sitio y las plazas ganadas, no considerándose protegido en ellas al haberse dejado olvidada la póliza de seguro de vida, suscrita con el judío Ben Mapfre, en la sede de su Corte.

Estamos ya a tiro “lápidum” de la reconquista definitiva de Guadalajara. ¿Pasó el Cid, camino de Valencia, por nuestra riñonada alcarreña? ¿Fue mediante la lucha o el pacto como Alvarfáñez entró en Guadalajara? ¿Fue Alfonso VI quien ordenó la muerte de su hermano Sancho en el sitio de Zamora?… No dejen de leer el próximo capítulo.

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Este artículo fue publicado en “Flores y Abejas” –el semanario tristemente desaparecido, decano de la prensa provincial, en el que me hice mayor y periodista- el 5 de junio de 1985, con motivo de la celebración del noveno centenario de la reconquista de la ciudad de Guadalajara, atribuida a Alvarfáñez de Minaya, de quien en estas últimas semanas se ha venido conmemorando el noveno centenario de su muerte. El singular estilo festivo en el que está escrito el artículo, incardinado en la propia tradición de “Flores y Abejas”, que nació en 1894 como semanario “literario, festivo y de noticias”, el reflejo que en él se contiene de las distintas tesis que se manejan sobre la reconquista de la ciudad y la oportunidad que le otorga la efeméride de Alvarfáñez que se conmemora, me han llevado a rescatarle para esta “Misión al pueblo desierto” en GD. La segunda y tercera parte de esta “Crónica festiva de la reconquista de Guadalajara” también se publicarán en este mismo blog en las próximas entregas.

 

Perros verdes

         

De políticos de color verde, no por su grado de lascivia y lujuria –que eso queda para su esfera privada-, sino por la rareza de sus dichos y de sus actos, está el panorama nacional llenito, aunque hay que reconocer que, a poco que abramos las páginas de internacional de cualquier periódico o escuchemos/veamos las noticias de ese ámbito en radio y/o televisión, en el mundo hay cada vez más políticos que convierten en posible lo improbable y en habitual lo excepcional, simplemente porque “ellos lo valen”, como dice el viejo slogan publicitario de una conocida marca de cosméticos. De entre ese tipo de políticos que venden perros verdes como si tal cosa, a destacar el bolivariano y chavista presidente de Venezuela, el exconductor de autobuses Nicolás Maduro que es capaz hasta de afirmar públicamente que un pajarito le sopla al oído frecuentemente cosas y que ese ave es el mismísimo expresidente Chávez reencarnado. ¡Qué quieren que les diga: a mí Chavez siempre me pareció un “pájaro”, pero no precisamente un pajarito…!

Sin dejar Sudamérica, la presidenta de argentina, Cristina Fernández de Kirchner, cuando el bótox que inunda sus labios se lo permite, también larga por su boquita, no precisamente de piñón, algunas cosas que ella cree normales, pero que tienen la misma normalidad que el que un perro, o dos, nazcan de color verde. Por ejemplo, el año pasado atribuyó públicamente a que ella había nacido en el “Año de la Serpiente” del calendario chino el hecho de que Argentina estrechara sus relaciones con el gigante asiático, como si la política y los intereses internacionales tuvieran algo que ver con el horóscopo o el zodiaco. Claro que, peor aún fue lo de intentar cargar la muerte de su marido a un líder sindical argentino, aduciendo que éste le había dado un fuerte disgusto en una discusión que, según ella, precipitó el fallo cardiaco de su queridísimo Néstor quien, y esto sí que es verdad de la buena y sin tinte alguno, dejó dicho en vida que a su muy querida Cristina no había que llevarle problemas “porque se enreda”.

perro-verdeY aunque las dos crías verdes de podenco hayan nacido en la ribera del Duero, últimamente por donde más perros verdes nos están intentando vender, como si fuera un hecho frecuente y normal, es por el Penedés, el Priorato y demás zonas vitivinícolas, o no, de Cataluña, ese gran país español que lo es desde el mismo nacimiento de España que, a su vez, es uno de los Estados más antiguos de Europa y aún del mundo. El problema es que la historia se escriba y, sobre todo, se cuente y se enseñe a la medida de los intereses del nacionalismo radical, que es la idea política más casposa, trasnochada, insolidaria, injusta y, a veces, hasta indecente que puede uno apoyar y defender pues parte de un principio absolutamente antidemocrático y antiético que es el de la diferenciación entre el ser humano por su origen regional y, lo que es peor aún, por lo que tiene y por lo que paga y recibe del Estado. Con esta interesadísima visión, los nacionalistas radicales –que lo son casi todos, unos en acto y otros en potencia, como diría Aristóteles-, apuestan por su separación de aquellos que viven en unos sitios más pobres y de los que la gente, por cierto, tuvo que emigrar masivamente en busca de otros de mayor fortuna, principalmente Cataluña, precisamente para ayudarles a ser aún más ricos y diferentes, pero no de nación, sino de bolsillo. Igual que el infausto Carod-Rovira pidió en su día a los del 15 M que se “mearan” en España, yo me cisco en quien piensa y dice que “España nos roba”, porque si quieren conocer la España a la que le robaron hasta los hombres, no hace falta que se vayan muy lejos, basta con que se den una vuelta por la meseta castellana y verán pueblos y tierras llenas de la soledad de gentes que se vieron obligadas a emigrar.

El nacionalismo moderado catalán que representaba CiU, y que durante muchos años fue posibilista y pragmático y colaboró, ciertamente, en la gobernabilidad de España, en realidad era un lobo disfrazado de cordero, o un perro verde tintado de común para no llamar la atención en la camada, que cada vez que apuntalaba un gobierno, bien de la UCD, bien del PSOE o bien del PP, iba socavando al Estado recursos y competencias, especialmente las de educación. Así las cosas, bien aleccionadas las nuevas generaciones en los “col.legis”,  comido el coco descaradamente al personal en los medios de comunicación, laminado y zaherido todo lo español y llegado un momento de debilidad extrema de España por la grave crisis en la que estamos inmersa, el nacionalismo radical catalán –como decía antes, todo él ya lo es, o casi- lejos de arrimar el hombro y ser solidario con el resto de las regiones españolas, ha sacado los pies de las alforjas y cuestionado y atacado agresiva y activamente la integridad de España, justo cuando más nos necesitamos unos a otros. Y lo peor de todo es que en pos del fin del independentismo les importa a los independentistas un bledo los medios para llegar a él, dejando el famoso “seny” catalán aparcado en la cuneta y cayendo en unas estrategias más cercanas a las de los talibanes que a las de los almogávares.

Por mucho que el señor Mas se esfuerce en hacer y decir lo que le conviene a Oriol Junqueras y al nacionalismo de izquierdas catalán –por cierto, yo creía que en las bases ideológicas de la izquierda estaba el internacionalismo, no lo contrario, pero los perros verdes maman en las camadas que se dejan-, Cataluña tiene más pasado y presente común con España que futuro fuera de ella y, por ende, de Europa.

El Rey no ha muerto, ¡Viva el Rey!

 

Hace poco más de un año que, en este mismo blog, escribía textualmente lo siguiente: No es que sea yo, precisamente, un entusiasta de la monarquía como sistema de Estado, pero reconozco que Juan Carlos I se ha ganado mi respeto como Jefe del Estado español, por su decisiva contribución a que nuestro país sea irreversiblemente democrático cuando muchos han procurado que no lo fuera a lo largo de casi toda su historia, especialmente sus reyes”. Y eso que dije, lo mantengo e, incluso, amplío, precisamente en un momento decisivo para la monarquía y para España como es éste que nos ha tocado vivir, en el que se ha producido la abdicación de la Corona por parte del rey Juan Carlos, lo que conllevará que, en unos días –parece ser que el 19 de junio-, su hijo, el Príncipe de Asturias, se convierta en el rey Felipe VI, una vez que las Cortes aprueben la Ley orgánica que desarrollará los preceptos constitucionales establecidos al respecto de la sucesión en la jefatura del Estado, contenidos en el Título II de la Carta Magna, dedicado expresa y exclusivamente a la Corona.

Antes de hablar del futuro rey, creo justo y necesario hablar del actual que, a mi juicio, ha sido un extraordinario monarca que, sin duda, será juzgado con más benevolencia en el futuro que en el presente, porque el juicio de la historia suele descontar lo episódico y quedarse sólo con lo fundamental, algo que va a suponer que los elefantes de Botswana, los urdangarines, los braguetazos y otras “borbonadas” no sean árboles de porte suficiente como para impedir que se vea el frondoso bosque del reinado de un Jefe del Estado que, “de la ley a la ley”, como le señaló su preceptor, Torcuato Fernández Miranda, y gestionó eficazmente su mejor socio y aliado, Adolfo Suárez, nos llevó a la democracia, la defendió de más de una asonada militar, aunque la del 23-F fuera la más notoria, nos ayudó a situarnos en Europa y en el mundo como un Estado moderno, respetable y fiable y contribuyó decisivamente al progreso económico y social de la nación que, durante su reinado, ha vivido las cuatro décadas de mayores cotas de paz, libertad y bienestar, muy probablemente de toda su historia.

Pocas veces he estado de acuerdo con Alfredo Pérez Rubalcaba en lo que ha dicho y, mucho menos aún, con lo que ha hecho, pero asumo como propias las palabras que pronunció hace unos días en Barcelona cuando un grupo de empresarios catalanes le tributó una cerrada ovación en reconocimiento a su labor política, justo después de anunciar que renunciaba a liderar el PSOE: “En España enterramos muy bien”. El rey, afortunadamente, no ha muerto –aunque no soy cortesano, cortésmente y de corazón le deseo “larga vida”-, pero su abdicación supondrá su “defunción” como máxima autoridad del Estado y actor principal de la vida pública española ya que, después de estar en lo más alto de la cúspide, sólo se puede bajar y, ya sabemos todos lo que acaban siendo en España quienes pierden el poder, aunque sea de manera voluntaria, como es el caso: “jarrones chinos”, de esos enormes que son estéticamente horrendos, que no se sabe dónde ponerlos y que siempre molestan. Por el bien de España y el suyo propio, espero que Felipe VI adjudique a Juan Carlos I un estatus adecuado a su figura y su obra y, más que de “enterrador”, haga con él de gran estadista, pero sobre todo de buen discípulo y mejor hijo.

Dicho lo cual, quiero dejar bien claro que, a mi juicio,  y estoy seguro que también al de una amplia mayoría de españoles,  la extraordinaria labor llevada a cabo por el rey Juan Carlos en sus casi 39 años de reinado y, por supuesto, la legalidad vigente, es decir, la previsión constitucional, avalan que el nuevo Jefe del Estado sea el actual Príncipe de Asturias –que también lo es de Gerona y de Viana-, que reinará con el nombre de Felipe VI, al ser el primer rey que alcanza el trono de España con el nombre de Felipe, tras el de Anjou, que fue el primer monarca español de la dinastía borbónica. Con ocasión de la abdicación del rey, partidos y partidarios de la República se han echado a la calle –y a los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, en las que son especialmente activos- para pedir un referéndum sobre el sistema de Estado. Se trata de una reivindicación, sin duda, legítima, porque la Constitución que impulsó y sancionó Juan Carlos I consagra la libertad de expresión y de manifestación, entre otros muchos derechos y libertades, pero esa misma “Ley de leyes” que, por inmensa mayoría, aprobó el pueblo español hace más de 35 años, determina que España es un reino y está regido por una monarquía, algo que sólo se puede modificar a través de una reforma constitucional, que la propia norma del 78 prevé en su Título X, dedicado exclusivamente a ella. Que nadie dude, pues, de la legitimidad y de la legalidad del acceso al trono de Felipe VI, pero que nadie piense tampoco que la monarquía es una realidad inamovible, porque eso sería antidemocrático y España es una democracia plena, gracias a los españoles y al rey Juan Carlos. Con defectos, pero plena.

Como dijo en el discurso público con motivo de su abdicación, estoy de acuerdo con el todavía rey Juan Carlos I en que su hijo, Felipe,  “tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado y abrir una nueva etapa de esperanza en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación”. Pero no sólo su padre, sino la mayor parte de las personas que le conocen de cerca, incluidos políticos, empresarios, periodistas,… que se han pronunciado estos días sobre la persona del Príncipe de Asturias, coinciden en manifestar su sobrada preparación y acreditadas condiciones para ser un buen rey, aunque, naturalmente, necesitará la ayuda de sus sucesivos gobiernos pues, bien es sabido, que el rey de España reina, pero no gobierna, y sus actos están sometidos a refrendo del gobierno. Yo, por mi parte, y aunque sea una simple anécdota, puedo aportar que conocí personalmente al futuro rey en 1990, en Hyeres (Francia), con ocasión de la Semana Olímpica de Vela que anualmente se celebra en esta bella localidad de la Costa Azul, próxima a Niza, y en la que él participó como tripulante de un barco de la clase Soling que patroneaba el canario, Fernando León, con quien después competiría en Barcelona´92, obteniendo un meritorio sexto puesto final. Una tarde-noche de abril, en un restaurante del puerto de Hyeres, junto con Angel Gutiérrez –entonces patrón del Soling “Guadalajara, Puerta Abierta”, que patrocinaba la Diputación Provincial, de la que yo era Jefe de la Sección de Deportes, Juventud y Turismo- y otros miembros del equipo pre-olímpico español de vela, compartimos una grata cena con Felipe de Borbón, que entonces tenía 22 años de edad, y puedo asegurar, y aseguro, como diría Suárez, que a pesar de su juventud, me causó una gratísima impresión por su inteligencia, sencillez, sentido común y saber estar, cualidades que si acompañan a un estadista bien preparado, le suelen conducir al éxito. Que es lo que espero y deseo por el bien de España. Una y diversa, como el mismo Príncipe dijo hace unos días en Navarra.

¡El rey Juan Carlos no ha muerto,  viva el rey Felipe!

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